¡Alabado sea
Jesucristo!
Ciudad de México,
Marzo 15 del 2017
M E D I T A N D O L
A S
P A R Á B O L A S D
E
J E S Ú S D E N A Z A R E T
3 de 35
En el nombre del Padre + y del Hijo + y del Espíritu
Santo +. Amén.
PADRENUESTRO
“Padre
nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; . . .”
AVEMARÍA
“Dios
te salve, María, llena eres de gracia. . .”
INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
“Ven,
Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego
de tu amor. Envía Tu Espíritu Creador. Y
renueva la faz de la tierra. Oh Dios,
que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo;
haznos dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre el bien y gozar de su
consuelo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.”
2.- “PARÁBOLA DEL SEMBRADOR”
(Mt 13, 1 – 8; Mc
4, 1 – 20; Lc 8, 4 – 15)
“Habiéndose reunido una numerosa
multitud y llegado a él desde todas las ciudades, les habló así por medio de
una parábola: El sembrador salió a sembrar.
Al ir sembrando, una parte del grano cayó a lo largo del camino, lo
pisotearon y las aves del cielo lo comieron.
Otra parte cayó sobre terreno pedregoso; brotó, pero luego se secó por
falta de humedad. Otra cayó entre los
espinos, y los espinos crecieron con la semilla y la ahogaron. Y otra cayó en tierra buena, creció y produjo
el ciento por uno. Dicho esto exclamó: El que tenga oídos para oír, que oiga.”
ACTOS DE PREPARACIÓN:
Voy a
ponerme delante de Dios, ante su magnífico altar celestial. Profundamente
agradecido con Él, de la Fe que me
ha dado. De que soy capaz de establecer
un diálogo abierto y sincero con mi Creador.
Animaré mi
voluntad para que se regocije ante la Esperanza
de ser atendido en mis súplicas y oraciones, en este momento tan especial.
Pero
sobre todo me enfocaré a percibir los designios del Amor de Dios, esa gran virtud con que nos ha provisto para
percibirlo con el alma, animando todo mi ser para entender sus palabras.
PETICIÓN:
Jesucristo,
que has venido al mundo para dejarnos tu palabra y tus designios de amor para
hacerlos guía de nuestra vida, permíteme captar de tu Evangelio la acción
multiplicadora que debo aplicar en mi vida de inmediato.
EL MOMENTO Y EL LUGAR:
Jesús ha permanecido en la casa de Pedro en
Cafarnaúm. Ésta se encuentra muy cercana
a la orilla del Mar de Galilea, en donde la tierra firme se alarga
extendiéndose muchos metros antes del agua.
El solar de Simón no puede contener a la gente que se
ha reunido, de tal forma que todos se acomodan como pueden para escuchar a
Jesús, quien se encuentra en la puerta de entrada de la casa, que es el sitio
más alto del lugar. Desde allí, y con el
desnivel natural hacia el lago, se crea una especie de graderío muy propio para
reunir, como en un teatro invertido, a un gran número de personas.
Este sitio era el preferido por Jesús para sus
discursos y predicaciones; muchos de ellos se dieron en este maravilloso
lugar. En otras ocasiones, Jesucristo
subirá a una barca (como haciendo el escenario) y la gente le escuchará viendo
hacia el mar.
LOS PERSONAJES Y ELEMENTOS:
El Sembrador, que es Jesucristo mismo. La semilla del camino, la semilla del terreno
pedregoso, la semilla de los espinos y la semilla de tierra buena, es la
Palabra de Dios. El camino, las piedras
y rocas, la tierra con espinos y la tierra buena, nos representan a nosotros.
MEDITACIÓN:
Aquí
conviene que transcriba también la explicación dada por el Señor:
“Este es el significado de la parábola:
La semilla es la Palabra de Dios. Los
que están junto al camino son los que oyen.
Entonces llega el diablo y quita de sus corazones el mensaje, para que
no crean ni sean salvados. Lo que calló
sobre el terreno pedregoso son los que, al escuchar la palabra, la acogen con
alegría, pero no tienen raíz; no creen más que por un tiempo y fallan a la hora
de la prueba. Lo que cayó entre espinos
son los que han escuchado la palabra, pero las preocupaciones, las riquezas y
los placeres de la vida los ahogan con el paso del tiempo y no llegan a
madurar. Y lo que cae en tierra buena,
son los que reciben la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y,
perseverando, dan fruto.”
Con esto bastaría para entender lo dicho por Jesús, ya
que Él mismo se toma la molestia de explicarlo.
Pero ahora me pondré personalmente en cada situación que el Maestro ha
planteado.
Conozco el Evangelio, los mandatos del Señor y los
resultados que obtengo de la aplicación en mí vida de los mismos, así como la
falta de seguimiento de ellos. Pero soy
materia caída por el pecado y constantemente estoy prestando demasiada atención
a las insidias del demonio. No importa
qué tan ampliamente domine el
conocimiento acerca de las enseñanzas de Jesucristo, lo que realmente interesa
aquí, es cuánto las aplique a mi forma de ser.
En la salvación, saber no basta; es necesario vivir de acuerdo a ese
saber, es hacer modo de vida todo cuanto conozca respecto del Evangelio, es dar
testimonio con el proceder propio. Es
ser “Luz del mundo y sal de la tierra”, parafraseando al Nazarita.
El ámbito de vida, el medio
ambiente en el que me desenvuelvo, mis círculos familiares, sociales y
profesionales determinan el campo por el cual transcurro. Unas veces tengo la oportunidad de dar fruto
abundantemente y otras yo mismo me lo impido. Aquí me voy a detener un momento
a analizar lo que he dejado de hacer por ‘pena’, por vergüenza, por evitar que
‘hablen de mí’. Por ejemplo: cuando nada
digo en contra de la ofensa que alguien más haya hecho sobre uno conocido
común; y que en ese momento está ausente.
Y dejo que murmuren, e inclusive que hagan escarnio, sin que yo me
atreva a interferir contra ese mal cometido.
Y entonces, la palabra de Dios que yo conozco, que debe salir a relucir
como faro en el mar nublado, es pisoteada y devorada por las aves del mal hasta
el punto de ser eliminada por completo.
Esta actitud solamente favorece el triunfo del demonio en donde yo pude
haber actuado.
¡Y eso es precisamente lo que el diablo quiere que
suceda, que yo no actúe! Resultado:
desperdicio total de granos que pudieron haber dado fruto abundante. Estas semillas ‘que son Palabra de Dios’ en
mi vida, las he dejado sin fruto.
Y qué decir de las semillas que germinan por un ímpetu
pasajero. Como sucede en las grandes
fiestas religiosas en las que nos involucramos durante el año. Por ejemplo, en
la Cuaresma, que la guardo con apego material en cuanto a ritos y costumbres,
pero no la continúo en los demás días de mi vida. O la Semana Santa en donde mi contrición
puede ser muy profunda, pero se me olvida en las vacaciones de Pascua. O el Adviento en el cual realizo actos
piadosos de perdón hasta el Nacimiento de Jesús Niño, pero a partir de fin de
año vuelvo a las andanzas de antes.
Esa es la semilla del terreno pedregoso, la que brota
sin raíces, sin tierra en donde afianzarse, sin agua que la alimente. Ese soy yo cuando solo me acuerdo del bien
hacer temporalmente; cuando pongo a Dios en mi vida de manera pasajera; cuando
no insisto en mis acciones de verdadero cristiano, de hombre del Evangelio. Esta actitud solo desperdicia la semilla, la
Palabra de Dios, en donde muere el grano pero no alcanza a dar el fruto de su
germinación. Yo no debo ser ‘pueblo que
ame a Dios con los labios’ por un momento o de vez en cuando; yo debo ser
‘pueblo que tenga a Dios en su corazón’, que desde lo profundo de mi ser
manifieste mi apego a sus mandatos; que sea reflejo de la luz que es el
Evangelio en mi vida, siempre y en todo momento. Si ya soy semilla que germina, porque conozco
la Palabra de Dios, ahora es mi deber hacerla permanecer; no matarla por mis
inconsistencias y mi amor pasajero al Señor.
Pero todavía es peor ser semilla entre cardos y
espinos. La Palabra de Dios también
tiene sus propios lugares de crecimiento; no debe ser expuesta en donde no dará
fruto por más que crezca. Mi vida como
cristiano debe seleccionar los ámbitos en que me muevo, las amistades que
frecuento, las decisiones que tengo que tomar.
Obviamente, por más que mi fe sea fuerte, mis conocimientos sean bastos
y mis acciones sean buenas, si escojo círculos de vida hostiles a esos dones, y
además infinitamente mayores a mis propias fuerzas, eso bueno que poseo será
vencido, ahogado, exterminado.
También importan las tácticas contra el mal. No se puede ser ingenuo respecto a los
resultados o a los planes de confrontación contra el demonio. El demonio también está en plan de lucha
contra cada uno que escoja ser seguidor de Cristo. Si soy semilla de bien crecida entre abrojos,
habré perdido algo más que la semilla misma, habré desperdiciado el tiempo, que
es vida, en una batalla infructuosa. Por
supuesto que debo continuar mi lucha de ‘ vencer con el bien al mal’, pero debo
ser cuidadoso en mis posibilidades de triunfo, en las probabilidades que haya a
mi favor, en que mis fuerzas sean superiores a las que atacaré, o que al menos
no sea yo manifiestamente débil e inferior.
Si en el lugar donde estudio, trabajo o me
desenvuelvo, cada una de las acciones
que debo realizar me conduce al mal, y estoy solo entre mis condiscípulos, o
entre todos los que laboran conmigo o
entre mis amistades, sería iluso pensar que cambiaré eso por mí mismo. Primero debo aliarme al Señor, pedir en
oración su fortaleza, y plantear convenientemente la estrategia a seguir. Cristo no quiere que yo sea derrotado, por
más que muera defendiendo su Santo Nombre.
Jesucristo me quiere vivo y quiere que yo triunfe, que consiga el
arrepentimiento de un pecador, no ser absorbido por muchos de ellos.
No es confrontando al mal con fuerzas impulsivas
e ilusas como lo venceré; es midiendo
mis probabilidades, planteando mis estrategias, aprovechando mis posibilidades
como puedo dar una batalla que me lleve a la victoria. Si mis probabilidades son la Gracia; mis
estrategias la Fe, la Esperanza y la Caridad; y mis posibilidades los dones
recibidos de Dios, entonces puedo dar la batalla. De forma contraria, antes de iniciar el
combate ya estoy derrotado. Y Cristo no
quiere que yo sea ahogado por las espinas y los abrojos; quiere que crezca
separado de ellos para dar ‘fruto abundante’.
Con la semilla que crece en tierra buena, se recupera
El Sembrador de las pérdidas tenidas por las que no dieron fruto. Ese soy yo, cuando soy lo que tengo que ser;
cuando estoy donde debo estar, y cuando hago lo que he de hacer.
Ese soy yo, cuando escucho y pongo en práctica La Palabra de Dios que
medito del Evangelio. Ese soy yo, cuando
me propongo ‘morir en vida’ testimoniando el bien y defendiendo la verdad. Ese soy yo, cuando con mis acciones hago ver a Jesús vivo entre
mis hermanos los hombres. Cuando
produzco al ciento por uno de lo que he recibido. Eso quiere Jesucristo de mí.
Cuánto ha esperado el Señor a que finalmente me decida
a dar frutos; cuánto ha esperado a que germine en mí Su Palabra. Ya es tiempo de que me decida a ser
productivo, ya es tiempo de que corresponda a su infinita misericordia, aunque
sea con mis pobres resultados. Si bien
es cierto que la paciencia del Señor no tiene límites (y que puede esperar
hasta el infinito), también es cierto que mi vida sí los tiene, que concluirá
en un lapso determinado; y que solo tengo ese tiempo para hacer Su Voluntad,
para producir sus frutos, para serle útil en el engrandecimiento de su
Reino. Gran error sería de mi parte,
seguir haciendo esperar al Señor. Nada
tengo seguro en mi existencia, por lo cual mi actuar debe ser inmediatamente.
FRUTO:
VOY A ESCRIBIR
DOS PROPÓSITOS TANGIBLES Y ALCANZABLES QUE DEBERÁN CAMBIAR MI VIDA, A FIN DE
SER UNA PERSONA CONGRUENTE ENTRE LO QUE ACABO DE APRENDER DE JESUCRISTO Y LO
QUE DEBO HACER COMO UN DIGNO SEGUIDOR DEL SEÑOR.
1
2
ORACIÓN A MARÍA:
Madre
Santísima, tú que te deleitaste viendo a Jesús creciendo, y aprendiendo del
campo el valor de las semillas, haz posible que yo reciba Su Palabra como
parcela fértil en donde se puedan multiplicar sus mandatos.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
PADRENUESTRO – AVEMARÍA
En el nombre del Padre + y del Hijo + y del Espíritu
Santo +. Amén.
+ + +
Afectísimo en
Cristo de todos ustedes,
Antonio Garelli
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De Milagros y
Diosidencias, solo por el gusto de proclamar El Evangelio.
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