LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA,
SON PARTE DE MI LIBRO
“El
Evangelio Según Zaqueo”
(EL ARCA
EDITORES - 2004)
Una muy personal forma de ver,
La Vida Humana de Dios Hecho Hombre.
“Santifícalos con
La Verdad.
Tu Palabra es La
Verdad.”
Ciudad de
México, Mayo 12 del 2019.
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EL JOVEN
DIOS (4)
¿Saben
qué sí hacia el Niño Jesús por el trabajo de carpintero de su padre adoptivo?
¡Promoverlo! El chamaco era un excelente
vendedor de lo que José podía fabricar.
Iba a todas las casas de Nazaret ‘a visitar’ a sus parientes o vecinos,
e inmediatamente después de saludarlos, iniciaba la inspección del mobiliario
de la casa, muy discretamente claro.
Acto
seguido, empezaba, como buen galileo, a hacer preguntas e insinuaciones (de
esas que a uno lo ponen en apuro para la respuesta): ‘¿Qué
no le quedaría muy bien una silla en este lugar? Mi papá se la puede hacer. ¿Quiere usted que le pregunte cuánto le
costaría? Se vería muy bonita en su
casa’. . . ‘¿Qué no le serviría mucho mejor una mesa con patas en este rincón,
que ese tablón fijo en la pared? La
podría mover de un lugar a otro y le sería muy útil. ¿Le parecería bien que le diga a mi papá por
cuánto se la podría hacer?’
Lo
que continuaba era una respuesta afirmativa del cuestionado, que generalmente
quedaba impresionado por el Pequeño Jesús, por su inmejorable forma de hablar,
su elocuencia en los planteamientos y el encanto que su presencia causaba en
todos.
Así
ayudaba Jesús a su padre José, llevándole trabajo, no prodigándole sus
satisfactores o lo que requerían para su vida y subsistencia. José se volvió famoso como buen carpintero,
no solo en Nazaret, en donde todos le encargaban la fabricación de muebles y
enseres, sino también en toda la Galilea en donde era conocido como “José, el carpintero de Nazaret, el esposo
de María, la Madre de Jesús”. Toda
una carta de presentación, con oficio, nombre y apellidos.
De
haberlo deseado, José se pudo haber enriquecido con su trabajo; pudo haber
agrandado sus posibilidades con ayudantes y trabajadores, pero nunca quiso
hacerlo. Más le preocupaba el cuidado y
la educación de su Pequeño Jesús, que los bienes materiales que pudiesen
poseer. Esto me consta: Leví me regaló
una preciosa mesa de trabajo que había sido fabricada por José. Siempre la conservé, aún la tengo y la guardo
con mucho cariño, como que esa pequeña pieza material me ligara de gran manera
a tan preciosa familia: “A Jesús, El Cristo, el Hijo de Dios, e Hijo
de María, la Esposa de José, el Carpintero de Nazaret”.
Todo un año
trabajaba José en la carpintería, para ahorrar el dinero suficiente que
requerían para realizar el viaje a Jerusalén, para la celebración de las
Fiestas de la Pascua en la gran ciudad.
Así sucedió por los siguientes 25 años.
Hasta que muchos, no todos, se unieron al Señor para seguirlo durante
todo su Ministerio. Parientes y vecinos;
propios y extraños; fervientes e incrédulos.
Muchos quisimos hacerlo, no todos tuvimos la voluntad para dejarlo todo
y seguirlo. Pero las peregrinaciones de
nazarenos a Jerusalén, se siguen celebrando; solo que ahora ya no son para la
Pascua Judía, sino para la Pascua que El Señor Jesús instituyó para nuestra
salvación.
A
los ocho años de edad, subió Jesús de Nazaret por primera vez, de la mano de
José, el Monte Tabor. Fueron de
‘caminata’ solos; no fue María con ellos.
José quería enseñarle al Niño todo lo que un viajero ‘de a pie’ tiene
que hacer en el monte; cómo debe procurarse e alimento; cómo se consigue el
agua; cómo caminar y dónde reposar las jornadas. José era un experto en estos menesteres; él
viajaba con mucha frecuencia desde Nazaret a Cafarnaúm y Bethsaida o de Nazaret
a Tiro y Sidón. Eran sus mejores
mercados para comprar sus materias primas y vender sus trabajos
terminados. Sabía toda clase de trucos y
acciones para sobrevivir en tan agrestes lugares. Al Tabor se le acaban los árboles al inicio
de las faldas del monte; es suficientemente alto para ser un buen observatorio,
pero lo mejor es que está solo, rodeado de valles. Así es que cruzarlo por lo más alto no es una
labor fácil, tiene sus secretos muy guardados y hay que conocerlos para no ser
tomado por sorpresa.
Pero
Jesús Niño quería ir; cada vez que José salía a sus viajes el Niño insistía en
acompañarlo; pero la cautelosa Madre no lo aprobaba. Finamente se dio la oportunidad y fueron
juntos, solo ellos dos. El Monte Tabor
solo es superado en altura por el Hermón (de cumbres nevadas en la Alta
Galilea) y por el Carmelo (en la costa del Mar Grande o Mediterráneo), también
un lugar muy significativo para Jesús.
Desde su cima, en el serpenteante camino desde Nazaret, es posible
apreciar los valles de la cuenca del Río Cisón y los torrentes que descansan en
la Gran Llanura de la Baja Galilea.
José,
muy versado en la Historia del Pueblo Hebreo, le fue contando a Jesús Niño los
reatos del Libro de los Jueces que describen la batalla entre Barac (de la
Tribu de Neftalí) y Sisera, el general del ejército del Rey Jabín (cananeo),
que fue ganada por los israelitas junto a las aguas de Meguiddó.
El
Niño Jesús estaba ensimismado con la narrativa de José, a tal punto que cuando
finalmente alcanzaron la cumbre, se hincó poniendo su cara en la tierra, e
inició una gran plegaria a Dios por aquellos acontecimientos y porque a él y a
José les permitía recordar lo sucedido y disfrutar del bellísimo lugar. Agradeció su misericordia, su paciencia, su
bondad; pero ante todo le dio gracias por el amor que tiene hacia el Hombre,
por querer salvarlo del pecado a través de la redención.
“...Bendito seas Padre, Dios de Abraham, de Isaac y
de Jacob, nuestros
antepasados!
¡Bendito seas Padre, porque siempre has cumplido tus
promesas!
Bendito seas Padre...”
Concluyó el pequeño
Jesús su rezo. Por supuesto que el
verdaderamente sorprendido fue José, que ante la profundidad, significación y
duración de las palabras de Jesús Niño, quedó tendido en el suelo (sin haberse
dado cuenta), dando adoración a Dios y a Su Hijo (el Hijo de Dios) que estaba
allí con él. El evento fue
impresionante; José vio claramente la Divinidad de Jesús, en el mismo lugar en
donde 25 años después lo haría nuevamente en ocasión de “La Transfiguración”,
frente a Simón, Juan y Santiago.
¡Qué
gran bendición le permitió Dios a José! ¡Apreciar a solas con Su Hijo la
primera manifestación Divina del Salvador!
Esa oración del Niño Jesús dejó perplejo a papá; sintió en su carne y en
su alma la Presencia de Dios con los hombres, en la persona de su Hijo
amado. José nunca volvió a ser el mismo
a partir de ese momento, su transformación fue total. Nunca había visto actuar a esa Divina
‘Personita’ con todo su esplendor. Se
sentía como con una ‘gran Gracia’ dentro de él, como que le quería explotar el
cuerpo, como si su alma no le cupiera.
¡Así
sentí yo el día que le conocí! Jesús irradiaba divinidad y el estar parado
frente a Él, hacía que nuestra insignificante humanidad se ensanchara,
alcanzara otros niveles, otras dimensiones.
Uno en verdad se sentía tomado por los ángeles, por las potestades
celestiales. ¡¡Y el Niño solo tenía ocho
años!! ¡... pensar que José llevaba al
Niño a que aprendiera algunas cosas ‘de hombres’! Qué gran sorpresa se llevó el Papá Adoptivo
del Pequeño Jesús!
Pareciera
que los seres humanos tenemos prisa por crecer.
El tiempo de bebé es poco más de un año, desde que nace hasta que el
crío empieza a caminar; allí empieza el niño, que durará más o menos diez años,
hasta que se identifique como un adolescente.
Este tiempo es el de la rebeldía, la inseguridad, la inestabilidad;
generalmente termina entrando a los veinte años, por lo que su duración es de
apenas 8 años. Igual pasó con Jesús
Niño: nació, apenas algunos lo vieron, y se fue a Egipto. De allá regresó como niño grande de entre 5 y
6 años. Y estos años antes de su
adolescencia, se les iban como agua entre las manos a María y José.
Ellos
sabían muy bien que este Hijo, su único Hijo, no viviría mucho entre nosotros,
por ello le procuraban detalladamente. Ya
ninguno de los dos tenía duda alguna de que su Hijo sería El Cristo, El Mesías,
El Salvador. La duda de María había
durado muy poco, poco menos de un instante: “...
Hágase en mí según tu palabra.” le había contestado al Ángel. Y José, con lo sucedido, estaba más que
garantizado.
El
Mar Grande era una zona poco poblada por judíos. Allí se asentaron los gentiles durante la
época del cautiverio en Babilonia y fue tierra perdida al pasar los años. Solo Judea prosperó después de ese
tiempo. Todas las demás tribus se
disolvieron o tomaron caminos a otros países.
Pero muchos otros reyes e imperios se interesaban sobremanera en la
Palestina, como ahora la llamaban los romanos.
A
éstos les construyó el Rey Herodes una gran fortaleza marítima para sus campañas
militares de conquista; la llamaron Cesarea, en honor al César Augusto. La ubicaron al Norte de Joppe, el único
puerto judía, a una jornada de distancia; a la mitad del camino hacia
Ptolemaida, la fortaleza que habían contribuido los invasores egipcios un siglo
atrás. Luego, siguiendo hacia el Norte,
se encontraban las viejísimas ciudades de Tiro y Sidón, las Fenicias, que ya
desde antiguo estaban allí, antes inclusive, de que esta tierra fuera dada al
Pueblo de Dios, al pueblo de Israel.
Jesús
tenía diez años de edad cuando recorrió todo este territorio en compañía de
José. Eran sus viajes de ‘negocios’, que
en realidad ambos los usaban para conocer gente, lugares y paisajes diferentes
a los que tenían en Nazaret. ‘¡Qué mar más grande!’ - había dicho Jesús cuando lo vio por primera
vez - ‘¡Aquí cabe toda la tierra que
hemos caminado!’ Todas estas
ciudades visitaría el Mesías en su Ministerio, y al igual que en estos viajes,
reposaría en el campo abierto admirando todo cuanto allí vive; plantas hermosas,
animales libres y salvajes, aves de todas clases y caravanas, muchas caravanas
con todo tipo de gentes, venidas de los lugares más apartados del mundo.
En
esos viajes con José, Jesús tuvo sus primeros contactos con gentiles de todas
partes: galos, griegos y macedonios; lidios, sirios y medos. A los egipcios y a los romanos ya les conocía
bien, había convivido con ellos durante toda su vida. El Niño Jesús hablaba con todos; a cualquiera
y por cualquier razón lo llenaba de preguntas.
Gozaba viajar junto con las caravanas, se deleitaba acampar con ellos; y
no cesaba de hablar. María y José
miraban, aprendiendo también ellos.
La
vitalidad del Pequeño era extraordinaria: se despertaba muy temprano,
despuntando el alba; y se dormía muy tarde, entrada la noche. Y lo único que hacía era preguntar, hacer
hablar a los interlocutores, conocer sus costumbres, sus ideas y, por supuesto,
sus sentimientos. Tantas veces lo
hicieron, que Jesús Niño hasta era capaz de decir palabras en otros idiomas,
cosa que no le gustaba a José, quien siempre le decía que cuantas menos
costumbres tomara de los gentiles, era mejor para él. ¡Cuán lejos estaba José de la cercana
realidad de lo que era mejor para El Mesías!
Pronto lo descubriría.
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Orar sirve, es bueno para nuestra alma y
nuestra mente.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
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Solo
por gusto de proclamar El Evangelio.
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