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martes, 23 de abril de 2024

MÍSTICA - LILIA GARELLI (CFL-21)

“… Hazme un instrumento de tu paz …”

San Francisco de Asís 

Riviera Maya, México; Abril 24 del 2024.

MÍSTICA

Por: Lilia Garelli

 

“…Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días

 hasta el fin del mundo…”

Mt 28, 20

CHRISTIFIDELES LAICI (21)

“Vocación y Misión de los Laicos en la Iglesia y en el Mundo” 


Estimados en Cristo:

El Papa continúa este apartado de “Anunciar el Evangelio” recordándonos las palabras que un día dijo el hoy San Pablo VI: “…Evangelizar es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda…” (SPVI – Evangelii Nuntiandi No. 14).

En efecto, Jesús manda a sus apóstoles a Evangelizar a todo el mundo proclamando la Buena Nueva de nuestra salvación a través de Jesucristo, y sabemos también que no estamos solos, porque Él nos acompañará todos los días, por medio de la gracia de la Eucaristía, hasta el fin del mundo.

Es a través de la Evangelización como la Iglesia debe expresarse como una comunidad de fe, como bien nos dice San Juan Pablo II: “…una comunidad de una fe confesada en la adhesión a la Palabra de Dios, celebrada en los sacramentos, vivida en la caridad como alma de la existencia moral cristiana…” (SJPII – CFL No. 33). Por tanto, la transmisión de la Buena Nueva debe suscitar en el hombre la conversión y la adhesión personal a Jesucristo su Salvador, Su Señor; y como nos marca el Papa es a través de los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía como será posible que esas gracias sacramentales permanezcan a través de su vida.

Es verdad que la situación actual del mundo, con una sociedad tremendamente confundida y extraviada, nos lleva a agilizar y urgir los trabajos de la Re-evangelización para reestablecer los valores morales de nuestra sociedad; por tanto, el Papa nos pide: “…que la palabra de Cristo reciba una obediencia más rápida y generosa. Cada discípulo es llamado en primera persona, ningún discípulo puede escamotear su propia respuesta: “Ay de mí si no predicara el Evangelio” (1 Co 9,16)…”  (SJPII – CFL No. 33).

         34.  Ha llegado la hora de emprender una nueva evangelización:

El Papa inicia este apartado llamándonos a la atención de lo que ocurría en el mundo donde había países que antes vivían una fe viva y operativa y que hoy en día se han alejado de Dios totalmente; todo esto debido a diversas fórmulas que proponen un supuesto bienestar económico a través del inevitable consumismo y donde se contrasta con terribles situaciones de pobreza y marginación.  Estos contrastes que vive la sociedad son resultado del indiferentismo, el secularismo (estilo de vida que prescinde de lo religioso) y peor aun llegando al ateísmo (negación de la existencia de cualquier dios).

San Juan Pablo II continúa diciéndonos: “…Ahora bien, el indiferentismo religioso y la total irrelevancia práctica de Dios para resolver los problemas, incluso graves de la vida, no son menos preocupantes y desoladores que el ateísmo declarado.  Y también la fe cristiana —aunque sobrevive en algunas manifestaciones tradicionales y ceremoniales— tiende a ser arrancada de cuajo de los momentos más significativos de la existencia humana, como son los momentos del nacer, del sufrir y del morir…” (SJPII – CFL No. 34).

Como consecuencia de todo lo anterior, el ser humano, al vivir sin Dios, se ve desprovisto de cualquier consuelo alcanzable a nivel humano, y mucho menos a la esperanza que nos da el tener a Dios nuestro Señor en la cotidianidad de nuestra vida humana y la trascendencia de la vida eterna.

Por otro lado, reconociendo que algunos países se arraigan a sus creencias y tradiciones, se enfrentan al creciente impacto de las sectas que confunden todavía más la incipiente formación de los católicos en la gran mayoría, siendo causa suficiente para la dispersión de su fe y la aceptación de ideologías que se dicen cristianas.

Por ello el Papa nos dice: “…Ciertamente urge en todas partes rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana.  Pero la condición es que se rehaga la cristiana trabazón de las mismas comunidades eclesiales que viven en estos países o naciones…” (SJPII – CFL No. 34).

Efectivamente, es en esta reevangelización donde el papel del fiel laico es imprescindible, ya que, a través de su testimonio de vida cristiana podrá garantizar, que sí ha sido posible superar los obstáculos que se encontraron en el camino, ofreciendo a la sociedad las experiencias positivas, demostrando que, al poner a Dios en primer lugar, conociendo y viviendo el Evangelio en su vida cotidiana han encontrado la inspiración y la fuerza para realizarse en plenitud.

San Juan Pablo II continúa animándonos con estas palabras: “…Repito, una vez más, a todos los hombres contemporáneos el grito apasionado con el que inicié mi servicio pastoral: “¡No tengáis miedo! ¡Abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas tanto económicos como políticos, los dilatados campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo sabe lo que hay dentro del hombre. ¡Sólo Él lo sabe! Tantas veces hoy el hombre no sabe qué lleva dentro, en lo profundo de su alma, de su corazón.  Tan a menudo se muestra incierto ante el sentido de su vida sobre esta tierra.  Está invadido por la duda que se convierte en desesperación…” (SJPII – CFL No. 34).

“…Permitid, por tanto —os ruego, os imploro con humildad y con confianza— permitid a Cristo que hable al hombre, Solo Él tiene palabras de vida, ¡sí! De vida eterna…”

San Juan Pablo II - Christifideles Laici No. 34

Afectísima en Jesucristo,

Lilia Garelli

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sábado, 20 de abril de 2024

LA VIAE CAELI (3)

“Hazme un instrumento de tu Paz…”

San Francisco de Asís

 

Riviera Maya, México; Abril 21 del 2024. 

LA ViÆ cÆli

El camino al cielo

Antonio Garelli


I Estación:


La Resurrección

del Señor 

El Ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: "Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como les había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba…”

Evangelio según San Mateo 28, 5-6

"No os asustéis.  Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado; ha resucitado; no está aquí.  Ved el lugar donde lo pusieron…”

Evangelio según San Marcos 16, 5-6

"¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?  No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: 'Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite.'

Evangelio según San Lucas 24, 5-8


+ + +

 

Todo lo que sucede en la Tierra tiene un comienzo y el Cristianismo no es la excepción; también empieza en un momento determinado y lo hace aquí, precisamente en la Resurrección de Cristo Jesús, el primer paso de ‘La Viæ Cæli’ (El Camino al Cielo).

Nadie vio La Resurrección del Señor, nadie estuvo presente justo al momento en que tan gloriosísimo acontecimiento ocurrió.  Nos lo podemos imaginar de mil formas diferentes, pero será solamente eso, nuestra imaginación.  Supongo que ningún humano, incluyendo a la Santísima Virgen María, podía hacer acto de presencia delante de La Gloria de la Resurrección del Cristo.

Sabemos qué pasó antes y qué sucedió después, documentado con lugar, fecha, personajes, acciones y detalles que dan validez histórica a esos hechos; pero La Resurrección en sí, no es un simple evento histórico, es un Acto Supremo de Fe.  Por supuesto, mucho más valioso por su Naturaleza Divina. 

Ha resucitado”, es lo que dice el Ángel del Señor a las Santas Mujeres; seguramente ellos, los ángeles, sí vieron tan descomunal acontecimiento.  Son seres divinos y por tanto, pueden presenciar actos divinos; nosotros no.  Pero La Fe, que es un Don Divino, nos permite a los humanos trascender nuestro limitado conocimiento y ‘asimilar’ la naturaleza de los hechos que pertenecen solo a Dios; y éste, es uno de esos momentos culmen.

En ‘La Viæ Cæli’ (El Camino al Cielo), el punto de partida es La Resurrección de Cristo, evento primicia de su tipo, pues si bien Jesucristo ‘volvió a la vida’ a varias personas durante su Ministerio con obras portentosas, todas esas personas volvieron a morir; en cambio, nuestro Señor es el primero que Resucita a la Vida Eterna, el primero que, desde hombre, tiene el merecimiento de volver a tomar vida para subir al Cielo con el Padre.     

Lo sobrenatural del hecho de la Resurrección de Cristo, es precisamente lo que avala su contundencia como verdad, pues ante la imposibilidad de negarla con la razón crítica, se transfiere a la ‘razón dogmática’ (esa necedad del pensamiento humano que quiere entender las realidades trascendentes de Dios y el alma), terminando por aceptar el hecho como ‘fuera del dominio del pensamiento humano, pero evidente’.  San Pablo, San Agustín de Hipona, Santo Tomás de Aquino, San Ignacio de Loyola; son algunos de los Teólogos Cristianos que tratan La Resurrección de Cristo y, amén de exaltarla, la dejan como conocimiento adquirido mediante La Fe, ‘que es la Revelación Divina al hombre’. 

Por ejemplo, para San Pablo, el Fariseo Apóstol; para él La Resurrección del Señor es algo fundamental, sin lo cual no se puede existir dentro del ámbito del Cristianismo.  Cuando le plantearon el problema que se suscitó en Corinto, acerca de la ‘no resurrección de Cristo’, fue tajante, como siempre, en el axioma que emitió delante de tan perjudicial blasfemia; y les dicta:

Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?

Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe.

Y somos convictos de falsos testigos de Dios, porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es que los muertos no resucitan.

      (1 Co 15, 12-15)

En realidad, todo el Capítulo XV de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios habla de la Resurrección de Cristo (convendría mucho leerlo pausadamente, hasta entenderlo), pero con los cuatro versículos anteriores es más que suficiente para analizar profusamente este Glorioso momento.

Ahora vamos a los antecedentes, al inicio de la Predicación de la Buena Nueva, al Evangelio de Jesús de Nazaret.  Las primeras palabras que Cristo dice en el inicio de su Ministerio son: “Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado” (Mt 4, 17).  En las treinta y tres Parábolas de Jesús que registran los Cuatro Evangelistas, Cristo siempre dice: “. . . El Reinos de los Cielos es semejante a (o, se parece a). . .  Con esto quiero enfatizar que Jesucristo no nos traía algo material y terrenal, no; Él siempre ofreció dones y bendiciones en el Cielo.  Ahora bien, en el Cielo, lugar de La Gloria, todo es espiritual, perfecto y eterno.

Si bien Jesús se hizo hombre para nuestra redención (como “… el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…”), era necesario que resucitara su cuerpo humano como un cuerpo glorioso, para ‘dar forma y posibilidad de cumplimiento a todas sus promesas.’ Vuelve a ser San Pablo quien nos aclara este asunto, cuando señala de sí mismo:

. . . La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los Cielos. . . En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad.

(1 Co 15, 50 y 53)

Por ello la Resurrección de Cristo Jesús era inevitable, pues, habiendo vencido el pecado (perfecto), vence a la muerte (incorrupto), tomando su Cuerpo Glorioso, para alcanzar Él mismo el Reino de los Cielos, del cual es Rey Supremo.  La Viæ Cæli’ la establece Cristo como Primicia de la Resurrección, dejando claramente marcado “…el camino, la verdad y la vida…” que es Él; como único medio para llegar al Padre.

San Agustín de Hipona, en su Enarratio in Psalmum (88, 2, 5), asienta: “En ningún punto la Fe Cristiana encuentra más contradicción, que en la resurrección de la carne.  Y en efecto es así, pues nada hay más sobrenatural al pensamiento humano que la Resurrección de Cristo; y nada le supera más abrumadoramente, que el hecho de vencer a la muerte para alcanzar La Vida Eterna.

Pero sin lugar a dudas, el que más ampliamente trata La Resurrección de Cristo, es Santo Tomás de Aquino, el Filósofo-Teólogo, Angelicus Doctor de la Iglesia Católica, que con la profundidad de sus escritos nos esclarece el entendimiento. Aquí una pequeña demostración de su sapiencia:

 

LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR                  

Santo Tomas de Aquino

 

 

 

AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS.

Vemos en la Escritura que muchos resucitaron de entre los muertos, como por ejemplo Lázaro, el hijo de la viuda, la hija del jefe de la sinagoga. Pero la resurrección de Cristo difiere de la resurrección de éstos y de otros en cuatro aspectos.

PRIMERO, en cuanto a la causa de la resurrección.

En efecto, los otros resucitados no resucitaron por su propia virtud sino por el poder de Cristo; en cambio Cristo resucitó por su propia virtud, ya que no sólo era hombre sino también Dios, y la Divinidad del Verbo nunca quedó separada ni de su alma ni de su cuerpo, por lo cual, cuando quiso, el cuerpo recobró el alma, y el alma recobró el cuerpo. Cristo dijo de sí mismo: Tengo poder para dar mi alma, y tengo poder para retomarla de nuevo (Jo. 10, 18).

Y si bien es cierto que Cristo murió, ello no fue por debilidad ni por necesidad impuesta desde fuera, sino por su propio poder, porque murió voluntariamente, como se ve por el hecho de que cuando entregó su espíritu, gritó con fuerte voz, cosa que no pueden hacer los otros hombres porque mueren en razón de su debilidad. Por lo cual dijo el centurión: Verdaderamente éste era el Hijo de Dios (Mt. 27, 54). Y por eso, así como por su propio poder entregó su alma, así también por su propio poder la recobró.

Por ello decimos: Cristo "resucitó", siendo su resurrección obra suya, y no decimos: "fue resucitado", como si su resurrección fuese obra de otro. Me acosté, y me dormí, luego me levanté, dice el, Salmo (3, 6). Ni esto es contrario a lo que dijo S. Pedro en su discurso a los judíos: A este Jesús lo resucitó Dios (Act. 2, 32), porque en efecto el Padre lo resucitó, y también el Hijo: ya que el Padre y el Hijo tienen un solo y único poder.

En SEGUNDO lugar, difiere por la vida a la cual resucitó.

Porque Cristo resucitó a una vida gloriosa e incorruptible. Dice el Apóstol: Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre (Rm. 6, 4). En cambio, los otros resucitaron a la misma vida que habían tenido antes de su muerte, como consta de Lázaro y de otros.

En TERCER lugar, difiere por su fruto y por su eficacia.

Efectivamente, todos resucitan por el poder de la resurrección de Cristo. Leemos en el Evangelio: Los cuerpos de muchos santos que habían muerto resucitaron (Mt. 27, 52). Y el Apóstol escribe: Cristo resucitó de entre los muertos, como primicia de los que duermen (1 Cr. 15, 20). No olvidemos, sin embargo, que por su Pasión Cristo llegó a la gloria, como Él mismo se lo dijo a los discípulos de Emaús: ¿No era preciso que Cristo padeciese de ese modo y así entrara en su gloria? (Lc. 24, 26). Así nos enseña cómo nosotros podemos llegar a la gloria. Dice el Apóstol: Es preciso que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios (Act. 14, 21).

En CUARTO lugar, difiere por el tiempo en que se realizó.

En efecto, la resurrección de los demás es diferida hasta el fin del mundo, salvo a algunos privilegiados para los cuales se anticipa, como la Santísima Virgen, y, según una piadosa creencia, S. Juan Evangelista; en cambio Cristo resucitó al tercer día. Y la razón de ello es que la resurrección, la muerte y la natividad de Cristo acontecieron para nuestra salvación, y por lo tanto sólo quiso resucitar cuando nuestra salvación quedó completamente realizada.

Si hubiese resucitado enseguida que murió, los hombres no hubieran creído que hubiese muerto.  Asimismo, si hubiese demorado mucho, sus discípulos no habrían perseverado en la fe, y así su Pasión hubiera sido absolutamente inútil. ¿Qué utilidad acarreará mi muerte si desciendo a la corrupción?, dice el Salmo (39,10). Por eso resucitó al tercer día, para que no dudasen de su muerte, y para que los discípulos no perdiesen la fe, tan endeble en ellos todavía.

. . .

La Resurrección de Cristo es vida para los difuntos, perdón para los pecadores, gloria para los santos. 

San Máximo de Turín

Orar sirve, nuestra alma lo agradece y nuestra mente también.

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jueves, 18 de abril de 2024

GEO CATOLICISMO (52)

                                                        “Hazme un instrumento de tu Paz…”

San Francisco de Asís

Riviera Maya, México; Abril 19 del 2024. 

Geografía del Catolicismo

PAÍS:                                     ISRAEL

CAPITAL:                              JERUSALÉN

SANTUARIO:                       TIERRA SANTA

SANTO PATRONO:            SAN MIGUEL ARCÁNGEL

FIESTA:                                 29 DE SEPTIEMBRE

HABITANTES:                      7 MILLONES        54% JUDAÍSMO

CATÓLICOS:                        74 MIL                       2% MIN

EVANGELIZACIÓN:                SAN PEDRO

ARQUIDIÓCESIS: (1)         DIÓCESIS:    PATRIARCADO

SANTOS NACIONALES:     51                   DE JERUSALÉN

 

Iglesia católica en Israel - Wikipedia, la enciclopedia libre

Patriarcado de Jerusalén - Wikipedia, la enciclopedia libre


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martes, 16 de abril de 2024

MÍSTICA - LILIA GARELLI (CFL-20)

“… Hazme un instrumento de tu paz …”

San Francisco de Asís 

 

Riviera Maya, México; Abril 17 del 2024.

MÍSTICA

Por: Lilia Garelli

 

“…Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros

 estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión

 con el Padre y con su Hijo, Jesucristo…”

1 Jn 1,3

CHRISTIFIDELES LAICI (20)

“Vocación y Misión de los Laicos en la Iglesia y en el Mundo”  

Estimados en Cristo:

Iniciamos el siguiente Capítulo de esta gran oportunidad que nos ha dado San Juan Pablo II para conocer la vocación y misión de los fieles laicos a través de la Exhortación Apostólica que estamos meditando:

         Capítulo III – OS HE DESTINADO PARA QUE VAYAIS Y DEIS FRUTO – La corresponsabilidad de los fieles laicos en la Iglesia-Misión:

         32.  Comunión Misionera:

Ciertamente no podíamos haber llegado a este Capítulo sin la preparación del alma y el entendimiento que nos abierto las puertas a este tema que, considero el “tema medular” de esta Exhortación Apostólica, invitándonos a todos nosotros, fieles laicos, a sentirnos comprometidos y responsables de participar en la extensión del Reino de Cristo.

El Papa inicia este apartado volviendo al texto: “…Yo soy la vid, vosotros, los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto…” (Jn 15,2).  Dar fruto es una exigencia esencial de la vida cristiana y eclesial.  El que no da fruto no permanece en la comunión: “…Todo sarmiento que en mí no da fruto, (mi Padre) lo corta” …” (SJPII – CFL No. 32).

Al mismo tiempo es necesario considerar la importancia de la comunión con la Iglesia, porque bien nos recuerda San Juan Pablo II el texto evangélico en el que Jesús nos dice: “…No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado a que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca…” (Jn 15, 16).  Por ello el Papa nos hace reflexionar sobre la importancia de la comunión y de la misión “…se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión…” (SJPII – CFL No. 32).

En efecto, todo esfuerzo que realicemos en favor de la comunión de los seres humanos para el bien de la humanidad y de sus almas, acercándolas al mensaje que Dios nuestro Señor nos ha dejado, dará los frutos correspondientes de unión y comunión entre nuestros hermanos; porque el Espíritu de Dios es el que actuará en los corazones de todos aquellos a dónde podamos llegar con la pureza de intención de alguien que entrega su trabajo no para el beneficio personal sino para el bien de muchos otros.

Por ello el Papa nos dice: “…La misión de la Iglesia deriva de su misma naturaleza, tal como Cristo la ha querido:  la de ser “signo e instrumento (…) de unidad de todo el género humano…” (CVII – Lumen Gentium No. 1) Tal misión tiene como finalidad dar a conocer a todos y llevarles a vivir la “nueva” comunión que en el Hijo de Dios hecho hombre ha entrado en la historia del mundo…” (SJPII – CFL No. 32).

Reconociendo que el reto que se confía a nosotros, los fieles laicos, es una gran responsabilidad que trasciende nuestro humilde trabajo personal, es necesario que colaboremos con la Iglesia, por ello el Papa recuerda las palabras de la Constitución Dogmática “Lumen Gentium”: “…Los sagrados Pastores saben muy bien cuánto contribuyen los laicos al bien de toda la Iglesia. Saben que no han sido constituidos por Cristo para asumir ellos solos toda la misión de salvación que la Iglesia ha recibido con respecto al mundo, sino que su magnífico encargo consiste en apacentar los fieles y reconocer sus servicios y carismas, de modo que todos, en la medida de sus posibilidades, cooperen de manera concorde en la obra común…” (CVII – LG No. 30) (SJPII – CFL No. 32).

         33. Anunciar el Evangelio:

San Juan Pablo II nos recuerda en este apartado la vocación de anunciar el Evangelio, compromiso que todos los fieles laicos adquirimos a través de los sacramentos de la iniciación cristiana y los dones que el Espíritu Santo nos ha dado a través de ellos.

El mismo Concilio Vaticano II nos invita a todos que, al estar alimentados con la activa participación de la vida litúrgica de la comunidad, podamos participar de las obras apostólicas que sean de nuestro agrado y según nuestros talentos podamos participar en la evangelización a través de la enseñanza del catecismo, procurando sanar las almas atribuladas también por medio de la administración de los bienes de la Iglesia.

Por ello el Papa nos dice más adelante: “…Es en la evangelización donde se concentra y se despliega le entera misión de la Iglesia, cuyo caminar en la historia avanza movido por la gracia y el mandato de Jesucristo:

“…Id por todo el mundo y proclamad la

 Buena Nueva a toda la creación (Mc 16,15) …” 

San Juan Pablo II - Christifideles Laici No. 33  

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sábado, 13 de abril de 2024

LA VIAE CAELI - 02 - INTRODUCCIÓN

“Hazme un instrumento de tu Paz…”

San Francisco de Asís

  

Riviera Maya, México; Abril 13 del 2024.

LA ViÆ cÆli

El camino al cielo

Antonio Garelli

 

INTRODUCCIÓN

Debe haber miles de libros escritos, cuyo tema central es ‘El Vía Crucis’ (como le decimos en México), pero hasta el día de hoy, no conozco ninguno que tenga como base de su desarrollo ‘La Viæ Cæli’ (El Camino al Cielo); que es de lo que quiero tratar.  Si existen uno o más, no los voy a leer, de cualquier manera, antes de terminar de escribir éste; porque, como es mi costumbre, quiero transmitirles mis sentimientos, pensamientos y discernimientos al respecto, sin la inevitable influencia que tendrían en mí los que verdaderamente son letrados; no como yo, que tan solo escribo libros. 

“La Madre de todas las Misas”, así llamó San Agustín a la Vigilia Pascual, la Misa de Resurrección del Señor; y tuvo mucha razón en conceptualizarla de esa manera, pues es “La Memoria” del día más importante en la existencia del Señor: haber vencido a la muerte; que fue lo que nos ganamos los humanos por haber pecado.  Y es que es precisamente allí, en la Resurrección de Cristo Jesús, donde comienza este hermosísimo asunto de ‘La Viæ Cæli’ (El Camino al Cielo).

Nosotros no somos Cristianos porque Jesús nació en Belén, ni lo somos porque fue bautizado y ungido en el Jordán, ni siquiera porque haya sido crucificado y muerto en Jerusalén.  Somos Cristianos porque Cristo Jesús resucitó al tercer día después de haber sido sacrificado.  Somos seguidores de un vivo, de un Dios; no de un muerto, ni de un hombre y su historia. Si bien El Adviento y la Natividad nos dan a Dios hecho hombre, la Resurrección nos da su perdón; y si el Bautismo del Señor nos ‘confirma’ al Cordero de Dios, la Resurrección nos da la Salvación.

‘El Vía Crucis’ (la más ignominiosa y deplorable de todas las acciones humanas), lleva al Mesías por la Vía Dolorosa hasta el Calvario y muerte de Jesús de Nazaret; pero ‘La Viæ Cæli’ (El Camino al Cielo), conduce al Redentor a la cúspide de su misión: La Resurrección de Cristo; la victoria del Bien sobre el mal, el Glorioso triunfo de la vida sobre la muerte, que es el pecado.  Por lo tanto, los Cristianos nos debemos más al Camino al Cielo, que al Camino de la Cruz.

Treinta años de vida oculta a nuestro conocimiento; tres años de Ministerio enseñándonos y realizando manifestaciones portentosas; y un día de Pasión y muerte, nos conducen, primero, a los tres días en el sepulcro (una duda humana profundísima); y después a la cuarentena purificadora de la Resurrección y Ascensión al Cielo, que es la verdadera Gloria de nuestra Fe Cristiana. 

San Pablo le escribe a los Corintios en su primera carta, acerca de la importancia esencial de la Resurrección, cuando les dice: “Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, y vana también la fe.  Así, sin más nada, directo como siempre, el Apóstol de los Gentiles aclara perfectamente la trascendencia de La Resurrección del Señor; no como un hecho más de su vida, sino como el evento culmen de su existencia humana, la razón misma de La Fe y la predicación sobre La Salvación. 

Hoy, veintiún siglos después, este diáfano argumento de la Teología Paulina, sigue siendo el postulado axiomático (una verdad evidente) para nuestra fe; la base de todo cuanto se predica.  Cristo Jesús resucitó y Él mismo nos marcó ‘La Viæ Cæli’ (El Camino al Cielo).

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Orar sirve, nuestra alma lo agradece y nuestra mente también.

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Antonio Garelli

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