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martes, 19 de junio de 2018

Del libro D.A.M. - 34 - CAPÍTULO IV - Expulsión de Mercaderes


Santifícalos con La Verdad.

Ciudad de México, Junio 20 del 2018.

DEL LIBRO
EL DEMONIO AL ACECHO DEL MESÍAS

34 DE 77


CAPÍTULO CUARTO

DESDE LA EXPULSIÓN DE MERCADERES
A LA AGONÍA EN GETSEMANÍ


IV.1.- EXPULSIÓN DE LOS MERCADERES DEL TEMPLO
(Mt 21, 12-17; Mc 11, 15-17; Lc. 19, 45-46; Jn 2, 14-16)

“Entró Jesús en el Templo y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas. Y les dijo: “Está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración.  ¡Pero vosotros estáis haciendo de ella una cueva de bandidos!”

También en el Templo se acercaron a él algunos ciegos y cojos, y los curó a todos.  Mas los sumos sacerdotes y los escribas, al ver los milagros que había hecho y a los niños que gritaban en el Templo: “¡Hosanna al Hijo de David!”, se indignaron y le dijeron: “¿Oyes lo que dicen éstos?”  “Sí – les dice Jesús –. ¿No habéis leído nunca que
         De la boca de los niños y de los que aún maman
         te preparaste alabanza?”
Y dejándolos, salió fuera de la ciudad, a Betania, donde pasó la noche.”


         Jesucristo recién ha llegado por última vez a Jerusalén; ha sido recibido con gran celebración y se ha reunido una multitud extraordinaria a vitorearlo.  Pero apenas esto sucede y Satanás y sus demonios se han apoderado de la gran ciudad y de sus habitantes.  ¡Van a hacer hasta lo imposible por cazar a Jesús!  Es la última oportunidad que tendrán, y no la van a desaprovechar.  Si fuese necesario, como lo será, hasta tomarán cuerpos y voluntades para acorralar al Divino Maestro.  Pero el Señor también lo sabe y empieza sus acciones en Jerusalén, precisamente luchando contra ellos.  Ha ido al lugar más significativo a iniciar estas batallas que definirán La Salvación del mundo, se ha presentado en el Templo de Jerusalén.
        
         Esta magnífica construcción que inició y terminó Salomón, el hijo del Rey David, novecientos años atrás; que fue destruido trescientos años después por el Rey Nabucodonosor; y que fue reconstruido muy lentamente por los judíos que han regresado de la diáspora de Babilonia en tiempos de Ciro El Grande, ha recibido de los dos Herodes (El Grande y Antipas) los acabados finales; y el edificio es, por mucho, la obra arquitectónica más bella de Jerusalén y de toda Palestina. 

El edificio del Templo propiamente dicho es un cuadrángulo de sesenta metros de largo por treinta metros de ancho y quince de alto; en esta zona, no hay ni mujeres ni gentiles; a ambos se les tiene prohibida la entrada.  El Atrio de las Mujeres es una plaza exterior rectangular de ciento veinte metros de ancho por setenta de largo, ubicada exactamente delante del frontón del Templo, pasando el Atrio de los Sacerdotes y el Atrio de Israel, siendo éstos sumados, de iguales dimensiones que el anterior.  Sin embargo, la plaza más grande, es el Atrio de los Gentiles, una gran explanada que contenía todo el conjunto de edificaciones; y con sus quinientos metros de largo y doscientos de ancho, lo distinguían como la construcción más grande de Jerusalén.  En él podían albergarse decenas de miles de personas durante todas las Fiestas de la Pascua.

         Los pasillos exteriores del edificio del Templo, eran corredores cubiertos muy amplios, que protegían a los visitantes del intenso sol del lugar o de las muy ocasionales lluvias; y se planearon para la circulación de la gente que entraba y salía de los recintos sagrados.  Allí realizó muchos milagros Jesucristo, como los mencionados en el pasaje arriba descrito.  En el Atrio de los Sacerdotes, se encontraban las antesalas de animales para sacrificio (palomas, borregos, chivos y bueyes, en su gran mayoría), permitiéndose el acceso, solo acatando el control de ofrendas.  En este lugar nada más había levitas, sacerdotes y ayudantes, pero solo levitas, ya que eran los únicos que podían servir en el Templo, por disposición de la Ley. Éstos eran los que tenían invadido todo el espacio con mercaderías propias de la ocasión, pero impropias del lugar.

         Hago estas observaciones, para que se entienda la razón del proceder del Divino Maestro.  Los vendedores de animales para los holocaustos (palabra que a todos nos causa repugnancia, pero que no es otra cosa que la quema de animales como sacrificio para la expiación de los pecados), deberían estar ubicados en el Atrio de los Gentiles, que era el más exterior del Templo; sin embargo, los levitas tenían un gran negocio allí: compraban afuera a un precio, y vendían adentro en más del doble del mismo, al pie del Mar (una gran fuente en donde se purificaban los sacerdotes antes y después de los sacrificios), y del Altar, en donde propiamente se consumían en el fuego las ofrendas presentadas. 

La gente que venía de lugares muy distantes, compraba los animales de sus ofrendas en el Templo, por lo cual había cambistas para poder realizar las transacciones de compra-venta necesarias.  Todo esto estaba previsto en las construcciones del Templo de Herodes, pero en lugares diferentes y de formas muy distintas a las que Jesucristo encontró en esa ocasión.

         Era tan grande la cantidad de gente que visitaban el Templo en tiempos de Pascua (más de quinientas mil personas en los siete días de las fiestas),  que por lo general no podía uno distinguir si estaba en zonas de recogimiento o en áreas de libre tránsito.  Por ejemplo, al Templo propiamente dicho (lo que conocemos como El Santa y El Santísimo), entraban en grupos de ciento cuarenta y cuatro personas (doce por cada tribu de Israel, al menos en representación); y el siguiente grupo pasaba cuando el anterior había abandonado el recinto.  Por lo tanto, si uno quería terminar su peregrinaje a Jerusalén en oración dentro del Templo, podía tardarse algunos días en hacerlo.  Ese era otro negocio que organizaban en el sitio los levitas.

         En nuestro tiempo hacemos hasta lo imposible por remarcar que Jesús se enfureció, o se enojó, o prendió en ira en ese momento.  Es cierto que es ‘verdadero hombre’, pero es perfecto; y nunca dejó de ser ‘verdadero Dios”.  Cristo Jesús nunca pudo haber tenido momentos contrarios a su naturaleza Divina; y la ira no es propia de Dios. A mí me parece que exageramos en los adjetivos calificativos y nos pronunciamos ‘a la moderna’, esta rara manía que tenemos de ‘juzgar’ con conceptos de costumbres actuales el proceder de la gente antigua, sin tomar en consideración las diferencias culturales.
 
         Y mucho de ello se debe a que tomamos lo escrito por San Juan (raro que haya sido precisamente ‘El Discípulo Amado’ el único que lo registra), magnificando el hecho.  El Evangelista dice:
...Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas,        y a los cambistas en sus puestos.  Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas...

         Si alguno de ustedes ha arreado animales, sabrá que los buenos modales no son lo más efectivo para que obedezcan; es necesario gritarles (ya que especialmente éstos no tienen el oído muy fino, y en manada parece que se vuelven sordos), pues de otra forma, no se inmutarán.  El sonido que produce el látigo, para estos cuadrúpedos es inconfundible; les indica que hay que moverse.  Lo mismo les dice el movimiento que ejecuta la persona, con el instrumento al manejarlo; los animales intuyen que han de ponerse en camino.  ¿Nunca lo habían pensado?  Traten de mover tres vacas juntas diciéndoles: ‘por favor, vaquitas, váyanse para allá’ y verán qué caso les hacen.  Por lo tanto, si queremos juzgar la actuación del Señor, sabremos que no es furia, es fuerza; no es enojo, es determinación; ni es ira, es plena voluntad.

         Que ¿dónde está el acecho del Demonio contra el Mesías en todo este asunto? ¡Está por todas partes!  Él fue el que organizó todo este desorden en el recinto sagrado de Jerusalén.  Él y sus secuaces: sumos sacerdotes y escribas.  Y sin embargo, Jesucristo se da tiempo de realizar curaciones milagrosas.  Bien, solo bien; contra el mal, puro mal.  Y ahora, allá van los emisarios de Satán a interrogarle sobre las Hosannas al Hijo de David que se escuchan por todas partes.  La respuesta es formidable: van a tener que ir a consultar las Escrituras (y los Salmos no son su fuerte (8, 3)), porque no han entendido nada.  Confundidos y todo como están, los deja para ir a descansar en la casa de su amigo Lázaro, en Betania.  Verdadero hombre’, pero perfecto.

         ¡Ni modo, Satanás, tendrás que aplicarte en tus acechos; éstos no han dado resultado!


§ § §


Orar sirve, oremos por nuestros Pueblos.

De todos ustedes afectísimo en Cristo

Antonio Garelli



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