Santifícalos con La Verdad.
Ciudad de
México, Junio 22 del 2018.
DEL
LIBRO
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
44 de 130
Tiberíades, Galilæus Tetrarchia
Martius XXV
Año XXI del Reinado de Tiberio Julio César
ZAQUEO, EL JEFE
DE PUBLICANOS
En
la cena y recepción de ayer en la noche, no estuvieron presentes ni Lucanus ni Zaqueo de Jericó; aunque ya
se encontraban hospedados aquí. No me
extraña del primero, sí, y mucho, del segundo; más aún sabiendo la vida que se
dan estos hombres que, al amparo de sus influencias como servidores del
Imperio, amasan enormes fortunas y se dan la gran vida en todas las reuniones
de sus territorios. En el domus de visitas en que nos han
hospedado (con instalaciones luxurius
summus, que más parecen ofensa, que gran atención), hemos desayunado
individualmente en nuestras habitaciones.
Los asistentes son de tal forma eficientes que uno se siente como en su
propia casa, o ‘como en sueños’, según ha dicho Tadeus.
En
punto de la hora segunda se presentan en mi ‘suite’ (como le dicen en la Gallia
a estas habitaciones), nuestros invitados: Lucanus,
impecablemente limpio en su persona y sus vestidos, como el día en que le
conocí; y Zaqueo de Jericó, que ha escogido su mejor túnica romana y una toga
que reluce finura.
–
¡Ave César,
Ciudadanos insignes!, les digo al verles.
–
¡Shalom, Shalom!, me responden
ellos.
–
¡Tribunus
Legatus Veritelius de Garlla, es un inmenso honor conocerle!, se adelanta
Zaqueo hacia mí, con los brazos abiertos para saludarme.
El
hombre es extremadamente bajo, quizás ni siquiera alcanza los cinco pies de
altura; es obeso y completamente calvo; solo una línea delgada de cabello
circunda su regordeta cabeza. Todo en él
es pequeño: brazos, manos, piernas y torso; igual que ojos, boca, nariz y
orejas; y sin embargo, su persona no es desagradable; al contrario, uno
quisiera tocarle por su afabilidad tan manifiesta. Su sonrisa es permanente y pareciera que
nunca pierde el buen humor. Está
perfectamente afeitado, cual ciudadano romano que es, en virtud de sus cargos
en la Recaudación de Impuestos del Imperio.
–
¡Zaqueo de
Jericó!, le agradezco infinitamente que haya aceptado mi invitación y nos
acompañe a esta reunión. Le contesto atentamente.
–
Hace algunos
años, este hubiera sido el día más grande de mi vida, Tribunus Legatus; las reuniones con los jerarcas romanos no
las pasaba yo por alto bajo ninguna circunstancia. Me comenta con
sinceridad.
–
Y hoy, ¿por qué
no lo es Zaqueo de Jericó?, le pregunto para incomodarle en plan de broma.
–
Porque el día
más grande de mi vida, Tribunus Legatus, y sin afán de ofenderle a Usted, fue hace poco más de un año, cuando el Divino
Rabbuni Iesus Christi, decidió visitarme, departir sus alimentos conmigo y
hospedarse en mi mansión en Jericó con todos sus Apóstoles y Discípulos.
Si Usted le hubiese conocido así, como yo tuve la
honrosísima posibilidad, diría
exactamente lo mismo que yo: que ese ha sido el día más grande de su vida.
A muy pocos, Veritelius de Garlla, a muy pocos concedió tan grande honor.
Además, con la diferencia que a los otros les
conocía, eran sus amigos o eran
gente digna; no como yo, pecador irrefrenable e indigno tan solo de hablar con Él.
A Jericó le llevó Leví, nuestro mutuo amigo, a quien
Él llamaba Mathêo, (que significa Don de Dios), por el gran amor que le
tenía. Desde esa bendita ocasión en que
El Cielo se me abrió, Tribunus Legatus, he cambiado diametralmente a lo que
antes era; pero aún así, nunca podré perdonarme no haberle seguido al instante
como Él quería; sino hasta que pecaminosa condición humana concedió, cuando ya
era demasiado tarde. (El
hombre no deja de hablar, y para este momento sus palabras son entrecortadas y
con inhalaciones de sollozo).
Una sola ocasión en mi vida pude verle, Veritelius
de Garlla, solo esa vez en que Él
decidió ir a Jericó. Nunca más pude
volver a tenerle cerca de mí, porque
ocho días después de su visita a mi ‘Domus’, los hipócritas Fariseos y Saduceos envolvieron a su débil
Procurador Poncio Pilatus, para que
le condenara a muerte, y muriera en la cruz.
¡Ese mismo
maldito día, recibí la horripilante noticia de los acontecimientos, Veritelius de Garlla! ¡Ese día maldije a Roma, su Imperio y sus débiles e incapaces
gobernantes! ¡Y les maldigo todavía hoy, por haber matado a Mi Señor, Iesus
Christi, Mi Salvador!
El
hombre no ha resistido más, y lleno de emoción suelta en llanto toda la
frustración retenida por tanto tiempo.
No puede ni siquiera impedir que su llorar sea tan sonoro y tan profundo
que nos apene a todos, que casi lo hacemos juntos con él. Lucanus,
por supuesto, solloza de igual forma, pero conteniendo más su emoción. La escena es por demás desgarradora, pues ver
a un hombre llorar de rabia con tanta impotencia como lo ha demostrado Zaqueo,
causa ‘pena ajena’, de esa tan dolorosa y profunda que a veces ni la propia, en
las peores circunstancias, es así.
Ahora
sí me animo a tomarle por los hombros para de alguna forma consolarle, porque
el pobre hombre sigue llorando profundamente dolido. Ya habíamos tenido situaciones semejantes en
las Audiencias, pero esto no tiene comparación; Zaqueo de Jericó llora una
pérdida irreparable del todo; algo que, como él mismo ha dicho, ‘nunca podré perdonarme no haberle seguido al
instante’:
–
Quisiera poder
decirle algo que le reconfortara, Zaqueo de Jericó, le comento; sin embargo sé que nada que yo pueda hacer
o decir disminuirá su pena. Por favor, acepte mis disculpas y las de nuestro
Emperador, pues ambos estamos conscientes del irreparable mal que les hemos
infringido, como promotores de la Iustitia Romana, al menos. Entiendo que nuestro proceder como
gobernantes no ha sido en este caso ni cercano a sus deseos y necesidades;
además no podemos restituirlo de forma alguna. Pero esa es la principal razón
por la que estamos aquí, pidiendo su ayuda, Zaqueo. Para que sean ustedes mismos los que generen
las condiciones para aminorar la terrible pérdida.
Ni
siquiera mueve la cabeza; le he podido sentar en un sillón solium, y se ha quedado encorvado, hundido, visiblemente abatido y
apenado. Este hombre tiene el alma
dolida, con un dolor que ni la guerra, en su más intensa expresión; ni la
muerte en su más inesperado momento, causan; es dolor de la psiké, dolor espiritual; no físico o
corpóreo.
De
repente, se levanta como impulsado por ‘una fuerza extra’, y nos dice:
–
Me apena mucho
haberles hecho pasar un momento tan desagradable. Yo no quería que esto sucediera, pero me han
vencido frustraciones que se han acumulado en el transcurso del último
año. Si Usted me permite, Tribunus
Legatus, quisiera retirarme.
–
Zaqueo de
Jericó, nada debo ni puedo hacer para retenerle; pero sería mucho más valioso
si pudiera Usted quedarse, pues esto no ha ocurrido porque Usted o yo queramos,
sino por “El Christus Mandatus”. Yo
estoy plenamente convencido de ello; espero que Usted pueda percatarse de lo
mismo.
Le digo hasta con temor de su reacción; momento en el que interviene Lucanus para animarle
–
Bien dice
Veritelius de Garlla, Zaqueo, ha sido el Señor quien ha dispuesto que esto
suceda;
‘hagamos, pues, Su Voluntad’, tal como Él
hubiese querido. Me he quedado boquiabierto por la excelsitud mostrada por
el joven antioqueno; está muy claro, los ‘iluminados’ tienen otro nivel; ni
cerca estamos de ellos.
–
Si cree Usted
que sea conveniente que me quede, Tribunus Legatus, así lo haré, pero ya no
quiero mortificarle más. Me dice, con voz casi muda.
–
Por supuesto que
juzgo conveniente que nos haga favor de quedarse; para eso he viajado dos mil
millas, Zaqueo de Jericó; para verle y conversar con Usted y sus hermanos. Le respondo.
–
Yo he atendido
su invitación por dos razones, Tribunus Legatus: la primera es porque el Apóstol Pedro me
pidió que viniera, y aquí estoy; y la segunda es para agradecerle profunda y
personalmente su intervención en el juicio para destituir al infame Poncio
Pilatus. Cuando supe que sería Usted el
que llevaría al cabo el juicio, agradecí al cielo que se hiciera justicia; pero
ni con la vida de ese infame Procurador, podrá pagarse el mal hecho.
–
Lo que está en
nuestras manos, Zaqueo, siempre será hecho y de la mejor forma posible; le contesto.
Acabo
de vivir uno más de esos momentos inolvidables e inesperados que nos ‘prepara’
el “Christus Mandatus”. Reiniciamos nuestra conversación hablando de
todo y de nada; del acontecer de nuestros pueblos y de las dificultades que
vivimos.
Zaqueo
sabe tanto de mí que pareciera mi biógrafo militar; conoce mis batallas, los
triunfos y las derrotas (porque ciertamente no he sido invencible); sabe de mis
ascensos en el Ejército Imperial y de mi advocación por el Emperador; sabe de
mis antepasados y de mis descendientes; casi puedo decir que él recuerda cosas
que yo ya he olvidado. A la pregunta del
por qué tanto interés por una vida tan diversa de la suya, simplemente me dice:
–
Los héroes de
uno, Veritelius, son precisamente lo que uno no es; y la vida de un hombre
público, no tiene facetas de vida privada. Yo sé y repito simplemente los que el populus sabe y dice; y dado que
es Usted hombre público y héroe romano; el pueblo tiene conocimiento suyo. ‘Vox populi’, que hay quien ofende diciendo
que es ‘Vox dei’; así en plural puede serlo, es la voz de los dioses; pero en
singular, La Voz de Dios es la de Su Mensajero, fue lo que le oímos decir a Iesus
Christi.
Yo
en cambio, ahora solo sé que existe, que fue ‘tocado’ por la Divinidad de Iesus Nazarenus, y que, estoy seguro,
formará una parte muy importante de la cadena que estamos forjando con el “Christus Mandatus”; un eslabón
insustituible en tiempo, forma y lugar.
Yo solo le he mandado llamar por su posición como Jefe de Recaudadores
de Impuestos para el Imperio; y sin embargo, eso de nada servirá ante la
demostración de sensibilidad, apego y disposición que hoy tiene, y vive,
respecto del Iesus Christi.
–
Dejé todas mis
responsabilidades para con el Imperio Romano hace exactamente once meses,
Tribunus Legatus; y para cuando entregué tan ‘jugoso oficio’, el Señor me
concedió algo infinitamente mayor: Su Sanctus Spirîtus; que me concedió el día
de Pentecoste,
me dice el pequeño jericotense. No quise hacer la entrega al “Procurador”,
porque de haberle visto hubiese escupido su cara, y él me hubiese matado; y
valgo mucho más vivo que muerto; yo no soy ni héroe, ni inmortal; y además
tengo una gran deuda moral qué pagar.
–
De la
inmortalidad, Zaqueo, solo los dioses saben.
–
Solo Dios,
Veritelius, solo hay un Dios Verdadero; me corrige de inmediato.
–
Dígame, Zaqueo,
¿dónde podemos obtener información acerca del Señor? Le pregunto con
candidez y el hábil iudaicus responde
de inmediato:
–
María; la Santa
Madre de Dios; ella es la mejor fuente que podamos encontrar para saber acerca
de su Divino Hijo, Iesus Christi. Pero
ella nunca vendrá a este lugar, Veritelius; ¡ni muerta!; de eso estoy tan
seguro, como de que ella nunca morirá. Asienta el hombre.
–
¡No!, por
supuesto que no es necesario que ella venga aquí; nosotros iremos a donde sea
menester; pero sería glorioso poder conversar con ella lo antes posible. Repongo ante su señalamiento.
–
Si eso fuera
posible, interviene
Lucanus, yo mismo me ofrecería para estar con ella todos los días que fuesen
necesarios. Asienta el antioqueno al percatarse de tan maravillosa
oportunidad.
–
Yo creo que
sería posible; pero tendría que aprobarlo el Apóstol Petrus primero. Solo él tiene esa autoridad. Aclara el
Discípulo.
–
Claro, les digo, dentro de cuatro días nos veremos en
Betania, la de Lázaro, en una reunión a la que he sido invitado por el Apóstol
Jacob y allí podríamos solicitarle su aprobación; concluyo diciendo.
–
Es una gran
ocasión,
dice Zaqueo, pues desde ese Bendito lugar
el Señor Ascendió a los Cielos; por ello siempre recordaremos el pueblito como
“Betania de la Ascensión”.
Ya
con plena paz en su alma, Zaqueo nos comenta todo lo que ha hecho en el último
año transcurrido; cómo ha entregado su cuantiosísima fortuna para cubrir las
necesidades materiales de la naciente Iglesia; cómo ha dejado todo para
dedicarse solo a la propagación del Evangelio, asistiendo todos los días a la
Sinagoga de Jericó para enseñar lo que ha aprendido de los Apóstoles y siendo
ejemplo vivo de arrepentimiento y de perdón.
La
plática ha tomado curso y entre comentarios, ideas y proyectos, se nos han ido
más de seis horas hablando, siempre sobre el “Christus Mandatus”. Por allí
me acuerdo de un Salmo que leí en la “Biblos
Hebraicus”, que dice: “Cuánto
regocijo hay en los que siguen al Señor”. Ahora caigo en la cuenta de su
significado; todos los que estamos aquí, sentimos el gozo de hablar sobre Iesus Nazarenus; el Mashiaj; El Salvador. Hablar
con estos hombres es interminable; siempre tienen algo más que enseñar y qué
decir; son una fuente inagotable de sabiduría y verdad.
Las
viandas para comer han llegado; sabiendo que esto podía suceder, he pedido al Maiordomus, que prepare todo cuanto comamos
de forma que un iudaicus pueda comer
con nosotros; y se lo hago saber a mis invitados, para que con libertad elijan
dónde comer; y si es posible juntos, mucho mejor. Por lo cual hago la imperiosa pregunta: “¿Nos acompañarían a comer?”
–
Simón Petrus me
ha dicho: “Zaqueo: Veritelius te invitará a comer o a cenar, o a ambas cosas;
puedes aceptar, es un ‘gentil digno’”; así que: con el permiso otorgado, no hay
pecado.
Dice gustoso el tardío Discípulo.
En
punto de la undécima hora del día, Lucanus
Tadeus y yo despedimos a Zaqueo de Jericó, quien viajará hasta Hierosolyma para estar con Los Doce en
las celebraciones de la Pascua. Como
siempre pasa con ellos, con Apóstoles y Discípulos, su visita ha muy productiva
para nosotros; en este caso, Lucanus
es el más animado, pues la idea de conocer a María La Madre de Iesus Nazarenus, le ha fascinado; igual
que a mí.
Tiberíades, Galilæus Tetrarchia
Martius XXVI
Año XXI del Reinado de Tiberio Julio César
TIBERÍADES Y EL
LAGO
Tiberíades
es la ciudad más romana de todo el
Imperio (ni Roma misma tiene tantos romanos o ius latii, comparados contra los extranjeros que la habitan);
porque en esta ciudad, ¡simplemente no viven iudaicus!, ¡solo gentiles! Ellos no quieren vivir aquí porque es
‘una ciudad de paganos’; esta gente es en verdad incomprensible. Fundada hace apenas quince años por Herodes
Antipas, en honor de Tiberio César, la ciudad es novísima; todo está ‘como
recién hecho’ y además, tiene todas las habilitaciones que el Imperio necesita
para funcionar. Yo conozco más de mil
comunidades, pueblos y ciudades; pero nunca había estado en una como ésta:
hecha a la medida de los romanos pero sin ser aprovechada por los naturales del
lugar.
El
Lago de Kinnéret, como le llamaban los Isrâêli
del tiempo de los Jueces, desde Josué hasta Samuel, o Lago de Genesaret en
tiempo del Rey Salomón, ahora se conoce
como ‘Mar de Galilea’ por los naturales de la región; y Lago de Tiberíades por
los extranjeros. Es una hondonada muy
profunda que producen las serranías que le circundan; no es muy extenso,
aproximadamente quince millas de largo por diez de ancho, pero sí muy profundo
y lo mejor que tiene es que su agua es dulce, fría y cristalina y en algunos
lugares hasta es bebible. El Río Jordán
Septentrional es el afluente que le suministra caudales muy grandes que trae de
las grandes montañas de la Cordillera del Líbano Meridional, que tiene montes
tan altos como el Hermón y el Har Merón.
Hay nueve poblaciones en la circunferencia de sus riberas, algunas de
las cuales son auténticos ‘pueblos de pescadores’, dada la gran cantidad de
peces que tiene.
La
ciudad más grande es Cafarnaúm, lugar en donde inició la Predicación de Iesus Nazarenus, y la más antigua es
Kinnéret, fundada hace más de mil años.
Tiberíades, obviamente, el la más nueva y solo se utiliza como lugar de
residencia de las Fuerzas Militares Romanas permanentes en Palestina; está
llena de jardines y andadores y fue habilitada de origen, por Herodes Antipas
su constructor, con una marina para navis de recreo, un teatro techado, dos
templos romanos y dos conjuntos de edificios de oficinas del Imperio. Las plazas son espectacularmente grandes y
bellas, adornadas con estatuas marmóreas de dioses, héroes y próceres
romanos. Entre palacios, mansiones,
casas y pequeños appartamentii,
Tiberíades debe alojar varios miles de ciudadanos romanos.
Los
paisajes desde cualquier lugar de la ciudad, del lago hacia las lomas o
viceversa, son bellísimos pues a pesar de las muchas construcciones, el Jerarca
Iudaicus y sus constructores
planearon y realizaron muy armoniosamente la obra de urbanización, hasta se
dieron el gusto de plantar cipreses romanos de los Appennini Latinos.
La
‘muralla’ que rodea el perímetro completo del conjunto (de dos millas de
largo), está fabricada con troncos de pinos de cincuenta pies de altos, con
torres de vigilancia en las cuatro puertas de acceso y en las esquinas del
sitio. Siete mil romanos viven aquí.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
Tu Palabra es La Verdad.
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Solo por el gusto de Proclamar El Evangelio
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