¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de
México, Diciembre 15 del 2017.
Del Libro
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
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CAPÍTULO TERCERO
Operâris, opêras,
operândum
Insûla Capreæ,
‘Novus Villa Garlla’
Iunius XXII
Año XX del
Reinado de Tiberio Julio César
La
mañana es calurosa, pero con la brisa marina que sopla de vez en cuando,
refresca un poco; iré a caballo hasta el Templo de Iuppiter, Iuno y Minerva, a
cuatro millas de distancia, en donde me reuniré otra vez con Tiberio Julio
César. Seguramente más recovecos acerca
del ‘Christus Mandatus’ y lo que él
piensa y siente de este asunto (por cierto, lo primero que le preguntaré es qué
significa ‘Christus’, no puedo seguir con la duda). Para mí galopar en lugares
como estos es extasiante; el aire que penetra mis pulmones pareciera que los
ensancha más, como que les da más fuerza y resistencia. Llego al pié del Monte Solarum en donde me
reciben dos Guardias Pretorianos con saludo de honor al canto:
–
¡Ave Tiberio
Julio César, Tribunus Legatus!,
–
¡Ave César!, le respondo.
–
Tribunus
Legatus, el Emperador le espera en el interior del templo.
–
¿Hace mucho
tiempo que han llegado?, le pregunto.
–
Sí, Tribunus Legatus,
antes del toque del final de la última vigilia; pero siempre es así. El Emperador comienza el día con una rutina
de rezos a los dioses, junto con el Sacerdote Theodorus Cautonia.
La
construcción es bella como pocas se hayan visto: solo mármol blanco en cuanta
piedra tiene; las columnas estilo Corintio acanaladas de la base al capitel que
remata con sus hojas de roble, a una gran trabe profusamente esculpida con
guirnaldas de olivo. Contra la
costumbre, este edificio tiene su frontón en la parte larga, australis, con la
entrada frente a una gran plataforma, producto del devaste del cerro a un solo
nivel, adoquinada con pequeñas lajas rectangulares de mármol verde que se funde
con la hierba del final de la misma. La
escalinata de acceso, que deja dos podium a los lados, tiene veinte escalones
blanquísimos que llegan a un pronaos, del largo del Templo. Los dinteles de la puerta de entrada tienen
flores y hojas tan variadas y tan bien esculpidas, que dan ganas de
tocarlas. Y los techos con marcos romboidales
tallados magníficamente, lo hacen a uno mirarlos fijamente. Estoy por cruzar el
umbral cuando la voz de Tiberio que sale del interior, me detiene al
escucharla:
–
¡“Verito”!, me dice, has llegado temprano, buen hombre. Pasa, hay alguien a quien quiero que
conozcas.
–
¡Divino Tiberio
César!, que gusto escucharle, respondo yo.
Desde
el pórtico, más un pasillo perimetral, descienden dos escaleras entre las
gradas de maderas preciosas y aromatizantes, que hacen un semicírculo
mages-tuoso, de frente a las impresionantes esculturas de los tres dioses; en
cada fila se cuenta con reclinatorios individuales para las abluciones de cada
persona.
–
Tribunus Legatus
Veritelius de Garlla, es un honor para mí conocer al hombre en el que más
confía nuestro Emperador. El
comentario sí que logró sorprenderme, pero respondo:
–
Sacerdote
Theodorus Cautonia el honor y gusto es mío.
–
¿Cómo supo mi
nombre?,
me cuestiona.
–
Me lo dijeron
allá afuera, señor.
–
Ya te lo he
dicho Theodorus, este hombre es más astuto que todos juntos; incluidos tú y yo.
Sonríe
de buena manera el César, mientras yo desciendo hasta el nivel que ellos se
encuentran. Al mismo tiempo me percato
de las colosales estatuas de Júpiter, Minerva y Jano; las que, casi podrían
hablar por la naturalidad y maestría artística que han logrado sus escultores.
–
La misión que le
ha encomendado el Emperador, Tribunus Legatus, es la más importante de todas
cuantas haya usted realizado o vaya a realizar; me dice el
Sacerdote Romano, pues la investigación
que Usted hará, es en pos de una noble causa, es el producto de la vida del
Hijo de Dios en la Tierra, de Iesus Christus.
–
Dígame,
sacerdote Theodorus, ¿por qué llaman a Iesus Nazarenus, Christus, y ahora usted
se ha referido a Él como El Hijo de Dios?
–
Mi querido
Tribunus Legatus, me
dice el hombre como apiadándose de mi ignorancia, Christus es la voz griega para ‘mashiaj’ o Mesías en hebreo y significa
“El Ungido”; y yo le identifico mejor aún, porque sé que Él es el Hijo de Dios.
–
Y cómo sabe
usted, Sacerdote Theodorus, le inquiero,
‘que Él es el Hijo de Dios’; y además, de qué dios estamos hablando.
–
Mi querido
“Verito”, ésta es otra de las razones por las que quiero que vivas en Capreæ,
porque este hombre no saldrá de aquí mientras yo viva y porque él te podrá
ilustrar todo acerca de cuanto tú debes saber para el cumplimiento del
‘Christus Mandatus’,
interviene Tiberio de inmediato; a partir
de hoy te puedes quedar todo el tiempo que quieras con nuestro querido
Sacerdote Theodorus Cautonia, agrega el Emperador, y usarle todo el tiempo que desees, claro, siempre que yo no lo
necesite; él estará fascinado de ayudarte.
Y ahora les dejo, yo tengo que atender asuntos de Estado que exigen mi
presencia; pero ustedes sigan, que mucho bien les hace a ambos. Solo recuerden una cosa: lo que hagamos o
dejemos de hacer por el Christus Mandatus, la historia humana nos lo reclamará
y el Hijo de Dios nos lo juzgará.
Tiberio
César nos deja subiendo pesadamente la escalinata del graderío del templo hasta
la salida, en donde le esperan ya el General Fitus Heriliano y sus guardias
pretorianos, quienes inseparablemente le acompañarán durante todo su día de
Emperador. Justo cuando llega al pasillo
perimetral, voltea para despedirse con una seña de su mano; y yo no resisto
entonar el más sublime saludo que conozco:
–
¡Ave Tiberius
Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum!
–
Ave, responde él
sin ningún ánimo.
–
Venga Tribunus
Legatus, hay algo que he mandado hacer para Usted y que quiero entregarle, me dice el
Sacerdote Romano; es una pieza única de
literatura sagrada que seguramente Usted valorará merecidamente.
Caminamos
por la parte de atrás del altar de los dioses del templo y, bajando unas
escaleras, llegamos a una habitación con una gran ventana que tiene la más
espectacular vista del bellísimo Mare
Nostrum iluminado por el Sol; una marina exquisita de azules, verdes y
blancos; del vivo azul índigo al celeste en el cielo; y del fugaz turquesa al
verde imponente de los cactus de Hispania
en el mar; en tanto las nubes de todas formas despliegan blancos y grises de
luz que impactan.
–
Esto es una
copia, traducida al latín, la primera que se ha hecho, de la Torá, el Libro
Sagrado del Pueblo de Israel. ¿Dígame, Tribunus Legatus, qué tanto sabe de esta
gente?, me cuestiona el hombre.
–
Creo que debo
responder que muy poco, Sacerdote Theodorus, pues yo ni en sueños tengo los
conocimientos de Usted, ni el desbordado ánimo que muestra sobre ellos.
–
Pero los tendrá, Tribunus, para Gloria de
Dios; y los llegará a manejar tan bien, que será el primer ‘Apóstol Gentil’ que exista. Mi avanzada edad y los muchos males que me
aquejan ya no me permitirán verlo, pero estoy cierto de que así será; finaliza
diciéndome.
–
No entiendo las
cosas que dice Sacerdote Theodorus; ¿por qué me llama ‘apóstol’, esto es
enviado; y por qué Gentil?
–
En ambos casos,
mi querido Tribunus Legatus, las palabras están usadas como una distinción a su
futura labor; pues así como Iesus Nazarenus ha consagrado a Doce Apóstoles a
través de los cuales enviará el producto de su Ministerio, que son a los
hombres que Usted debe contactar; Usted lo hará posible en todo el Imperio y
mucho más. Y le digo Gentil, porque eso
es lo que Usted y yo y todos los que no seamos judíos, seremos siempre para
ellos: gentiles, extranjeros, gente que no profesa su religión, paganos, para
mayor identificación.
–
Estos son muchos
libris, Sacerdote Theodorus; ¿todos son la Torá?, le pregunto
sobre los volúmenes que se encuentran dispuestos en un tabulari sujeto a la pared de la habitación.
–
Sí Tribunus, me responde, son los cinco libros del Pentateuco: el
Génesis, el Éxodo, el Levítico, el Números y el Deuteronomio; además, de
algunos comentarios de la Mishná, que
es una redacción de las tradiciones orales del pueblo judío para interpretar La
Ley. Le servirán mucho en su nuevo trabajo, estoy seguro, Veritelius de Garlla.
–
Bueno, Sacerdote
Theodorus, creo que por hoy ya he tenido suficiente, además, he de preparar
muchas cosas ‘más materiales’ para este encargo del Emperador Tiberio; le digo a mi
anfitrión como despedida. Estoy muy agradecido con Usted por su amable
atención y, como veo que ya lo sabe, cuando habite en esta isla junto con mi
familia, estaré muchas veces con Usted, aprovechando sus vastísimos
conocimientos.
–
Tribunus
Legatus, Veritelius de Garlla, para mí es un honor haberle conocido y saber que
será usted este ‘Apóstol Gentil’ que Dios demanda; no tarde mucho en venir,
pues yo pronto partiré al limbo, y ojalá sea al ‘Reino de los Cielos’.
–
No entendí,
Sacerdote Theodorus, le
digo de inmediato.
–
Ya entenderá,
Tribunus Legatus, ya entenderá; me dice el hombre con su habitual paz
interior. ¡Shalom!, Veritelius. Mis sirvientes llevarán sus libris al Palacio
de Oriente.
–
¡Ave Tiberius
Iulius Cæsar!
Al
salir del Templo, me doy cuenta que Tadeus está en la plaza junto con los
Pretorianos, aguardando mi arribo; todos me saludan de rigor y partimos de
inmediato. Tadeus me informa de algunas
noticias:
–
Han llegado
varias cosas al Palacio de Oriente para usted, Tribunus Legatus; es un cofre y
un estuche de piel, están en custodia de los hombres en el mismo lugar en donde
las dejaron los Pretorianos; los envía el Emperador y están selladas con lacre
con el anillo de Tiberius Iulius Cæsar, Señor.
–
Ya veremos de
qué se trata, Tadeus, ¿qué más?, le comento.
–
Señor, la
liburna blanca que nos trajo desde Ostia ya no está en el puerto, ahora hay
una, sin pintar, pero sin haber sido usada, en donde está toda la tripulación
de la otra, Tribunus Legatus. Allí se
encuentran nuestros hombres y nuestras armas también; me dice todo con
una gran preocupación en su voz, como anticipando algo grave.
–
No te preocupes,
Tadeus,
le digo, si esos cambios han ocurrido,
solo los pudo haber ordenado un hombre, al cual estamos sujetos todos, el
Emperador; y ejecutado otro que aquí
es primus pilus pretoriano, el General Fitus Heriliano. Así pues, ya veremos de qué se trata todo
esto. ¿Qué más Tadeus?, le pregunto.
–
Hemos revisado
por órdenes del General Pretoriano todo el Palacio de Oriente, Señor; está tan
limpio que se ve como recién construido y tiene todo cuanto Villa Garlla posee;
pero mucho más Tribunus Legatus. No
hemos encontrado nada desfavorable. Nos
ha dicho el General Fitus Heriliano que esa será nuestra próxima morada; ¿cómo
debo interpretar eso, Tribunus Legatus?
–
Como te lo han
dicho, Tadeus; nos mudaremos todos aquí. Le respondo al asombrado
hombre. Ahora llegando a la Villa se los explico a todos.
El
Palacio del Oriente, el cual ya no podrá ser llamado así porque Tiberio César
no vivirá más en él, ahora se lo nombrará simplemente villa; es una mansión
romana con todo el arte de architectûra
que uno pueda imaginar, y hasta el que no, construida sobre un cuadrángulo
inmenso de un estadio de largo por algo menos de ancho; tiene un jardín de
ensueño al centro, al cual asoman más de treinta habitaciones para toda clase
de usos. El jardín posee dos estanques
con animales acuáticos y plantas, procedentes de lugares tan distintos como
Achaia, Macedonia, Egipto, Nubia y las mismas Galia e Hispania; y cada uno con una fuente y una estatua al centro. Sobre una baranda de piedra caliza rosada
traída de Mauritania, tiene más de veinte esbeltas columnas de mármol, en un
exquisito y admirable estilo Jónico, las cuales detienen el alero del tejado
del techo del corredor perimetral, que rodea por completo el jardín.
Todas
las paredes de corredor están embellecidas con finos estucos y fascinantes
retablos de plantas, flores, animales y paisajes del Mare Nostrum, fabricados en mosaicos de Aquilea, con cristales de
absolutamente todos los colores. Los
dinteles de las puertas y los marcos que reciben las ventanas, son de mármol
blanco, cincelado con un gusto tan exquisito que parecen estar forrados de lino
entretejido. Ciertamente este lugar es
más bello que nuestra querida Villa Garlla en Mediolanum; lo admito. Lili,
mi amada esposa, estará fascinada de ser la ‘amma’ de este lugar y habilitarlo para sus más gustadas
actividades: las artes y la educación de propios y extraños.
Cuando
llegamos a la villa, cuya entrada es por la fachada Meridional Poniente de la
fastuosa mansión, justo frente a la fuente se forma un ejército de sirvientes
para recibirnos; todos perfectamente limpios y uniformados con vestidos de
algodón crudo. Están encabezados por un maiordomus de palacio ataviado con una
toga blanca y un gran cinturón rojo que apenas contiene su gran abdomen; hay
damas de compañía, afanadoras y cocineras; jardineros, caballerangos y mozos;
son más de treinta personas que realizan el funcionamiento y mantenimiento de
la villa. Todos han dejado sus labores
para dar la bienvenida al nuevo ‘amo’, un ‘cuasi-imperator’,
como le han dicho a Tadeus; también están los hombres de mi guardia y los
Pretorianos asignados a la Villa Oriente; un pequeño ejército de seguridad y
servicio a las órdenes del Emperador, que ahora por casualidad, lo harán para
mí.
–
¡Ave Tiberio
Julio César, Divino Emperador!, los saludo a todos sin desmontar de mi
caballo.
–
¡Ave César!,
¡Ave Tribunus Legatus!, responden todos en coro.
–
A partir de hoy,
viviremos juntos; y dentro de muy poco tiempo estará mi familia con
nosotros. Tenemos una gran labor que
cumplir para nuestro Emperador, para el Imperio Romano, y para la Historia;
todos tenemos que hacer nuestro mejor esfuerzo en ello. ¡Ave César!
–
¡Ave César!, me responden
todos.
Empiezo
por organizar a los hombres que vinieron conmigo, a los cuales llamo a la
plaza, todos podrán ayudar en esta gran labor que me ha asignado el César:
–
Nikko Fidias: a
partir de hoy tendrás solo dos labores: la primera será custodiar el cofre del
Emperador, el cual contiene valiosas cosas para nuestra nueva labor; solo con
tu vida aceptaré que lo pierdas o algo malo le suceda. Igualmente, de todos los libris que enviará
hoy el Sacerdote Theodorus, harás un resumen para mí, que será lo único que yo
lea de ellos, asegurándote que pueda yo saber todo lo que debo. Eso harás en este lugar, hasta que nosotros
volvamos de nuestro viaje a Roma y Villa Garlla en Mediolanum. ¿Entendido, Centurión Fidias?
–
Perfectamente,
Tribunus Legatus, ¡Al Mandato!, responde el hombre.
–
Præfecto
Silenio: le felicito por su labor al resguardo de la liburna del Senador
Nalterrum; que, como se ha dado cuenta, nuestro emperador ha decidido con sus
acciones cuál será su nuevo encargo, pues le ha dejado en este lugar con su
tripulación y con una nueva nave a mi servicio. ¿Está usted dispuesto a tomar
ese nuevo cargo?
–
Sí, Tribunus
Legatus, lo estoy,
contesta el marinûs.
–
El Senador
Nalterrum recibirá una misiva de mi parte en donde explicaré la situación
actual y sus nuevas responsabilidades.
Hoy mismo iremos a inspeccionar la nueva nave; zarparemos mañana en al
amanecer.
–
¡Al mandato,
Tribunus Legatus!
–
Centurio Camilus
Méver, tú te quedarás en este lugar también; tu trabajo será elaborar los
itinerarios y los abastecimientos para nuestros siguientes dos viajes: el
primero desde esta Insûla de Capreæ hasta Yerushalayim en la Provincia de Iudae
y el segundo el regreso aquí mismo; señala los tiempos y los lugares que
tocaremos, así como nuestra estancia en ellos.
Irás con nosotros hoy a la liburna, para que escuches las
particularidades de ésta, que nos explicará el Præfecto Silenio. ¿Está
entendido Camilus?
–
¡Sí, señor,
Tribunus Legatus!
–
Los demás
volvemos a Roma, sin cambio.
–
¡Al Mandato,
Tribunus Legatus!, responden
Tadeus, mi asistente, y los otros dos Centuriones que han venido conmigo desde
Villa Garlla.
–
¡Ad laborem, per Imperator Tiberius Iulius Cæsar!
–
¡Ave César!
Entramos
todos en la Villa y revisamos juntos habitación por habitación: el ala dextra de la construcción, será el área
familiar; el ala sinistra, la parte
social y de trabajo. Designamos la
primera estancia como biblioteca, pues habrá muchos libris, documentos y rollos que tendremos que usar. La segunda será el lugar en donde yo reciba a
la gente que llame y me visite y mi despacho.
La tercera será una bóveda en donde será guardado el ‘Gran Cofre del
Emperador’, solo yo sé qué contiene realmente, sellado como está y con acceso
prohibido a todos los demás; allí mismo quedarán nuestras armas. Para todas las demás habitaciones,
esperaremos la decisión de Lili, mi amada esposa. Esta mansión es enorme, todos los sirvientes
están parados en el área que les corresponde atender y nos saludan a nuestro
paso; camina con nosotros Haffed, el maiordomus,
el jefe del servicio de la villa, egipcio y con una gran experiencia en estos
menesteres.
Partimos
hacia el puerto en donde nos esperan otras sorpresas. Es el turno de Silenio Abdera:
–
¡Tribunus
Legatus, me
dice, esta liburna es digna del
Emperador!
–
¿Por qué,
Silenio?, le
pregunto.
–
Permítame, por
favor, describírsela, pues tiene algunas maravillas que yo nunca había visto en
ningún navío.
–
Adelante, le animo a que
empiece.
–
Es de roble de
Egipto, el más duro y resistente que existe en el mundo. Tiene una habitación
en la popa, digna de Usted, Tribunus Legatus; tiene una cama, una mesa alta, un
escritorio, cuatro sillas solium, ¡y hasta un baño!, Señor; dice emocionado
el Prefecto. Y para navegar, no hay mejor que esta nave: le han puesto tres velas
con tres mástiles, la quilla es profunda, como de diez pies; está forrada de
corcho de alcornoque por debajo de la línea de flotación de la nave, lo que
disminuye considera-blemente el peso del duro roble de Egipto; además, Señor, continúa
el joven nauta, tiene un rostrum de
hierro al frente, para poder embestir cualquier cosa flotante. Tiene dispuestos quince remos de cada lado,
con espacio para quince remeros en descanso; y cinchos de piel trenzada en toda
la eslora de la nave.
–
¿Todo eso le
parece bueno Silenio?,
le interrumpo.
–
¡Máximus!,
Señor;
además, como Usted ha dicho que
viajaremos mucho, tiene espacio para trece équidos bajo la cubierta y treinta
personas sobre ella. Y lo mejor,
Tribunus Legatus, ¡¡tiene una cocina y bodega para guardar alimento para cien
personas, en un viaje de dos mil millas!!
–
Bien Præfecto
Silenio, esta será su nueva nave, le digo.
–
Esta es más que
una nave, Señor; es algo mejor que un sueño, ¡es una bendición de Neptuno y
todos los tritones, Tribunus Legatus!
–
¿Y la velocidad,
Silenio!, le
pregunto al emocionado marinûs.
–
Aún no lo sé,
Señor,
me dice, pero yo creo que esta soberbia
embarcación puede desplazarse como una liburna ligera con la resistencia de una
galera mayor. Es probable que solo
hagamos doce horas hasta Ostia.
–
Ya lo veremos,
Præfecto Silenio, mañana mismo lo comprobaremos.
–
¡Sí Señor;
Tribunus Legatus!
Tiberio
César siempre ha buscado la perfección, eso me consta; él quería batallas sin
bajas de Legionarios. Ni siquiera Julio
César, tenía tanta eficacia y mejores resultados como Tiberio como
Comandante. Así es también en el
gobierno del Imperio, ha superado a su amado padrastro Augusto César, en la
aplicación de leyes y reglamentos. Sin
embargo, esto que hemos recibido supera por mucho las expectativas que nosotros
pudimos haber siquiera imaginado.
Realmente el Emperador quiere que nos esmeremos en este “Christus Mandatus”. Así será.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
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Solo por el gusto de Proclamar El Evangelio
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