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domingo, 9 de junio de 2024

LA VIAE CAELI - (10)

“Hazme un instrumento de tu Paz…”

San Francisco de Asís

 

Riviera Maya, México; Junio 9 del 2024.

LA ViÆ cÆli

El camino al cielo

Antonio Garelli


 VIII Estación:

 Aparición a

los Discípulos EN

EL CENÁCULO

En el extremo sur de la Ciudad Vieja de Jerusalén, justo en la cima del Monte Sión, a un costado de la Iglesia de La Dormición de María y Frente a La Tumba del Rey David, se encuentran los restos materiales de lo que fuera el Santuario del Cenáculo construido por los Cruzados en el Siglo XI, justo sobre el sitio del Santo Lugar; espacio de múltiples Manifestaciones Divinas, tales como: La Última Cena y La Institución de la Sagrada Eucaristía, varias Apariciones de Cristo Resucitado y La Venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Así, lo que debiera ser la más grande y majestuosa edificación del Cristianismo, es apenas una pequeña y derruida construcción.  ¿Estarán esperando todos estos Divinos Eventos, que los Católicos del Siglo XXI, herederos de tales tradiciones, nos demos cuenta de las Magnificencias Celestiales que aquí ocurrieron? Sinceramente, creo que hace falta nuestra participación en bien de miles de generaciones futuras.    

 La sala superior en donde Cristo Jesús Instituyó la Sagrada Eucaristía

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Estaban hablando de esas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros."  Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu.  Pero él les dijo:      "¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo.  Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como véis que yo tengo." Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies.  Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: "¿Tenéis aquí algo de comer?"  Ellos le ofrecieron parte de un pez asado.  Lo tomó y comió delante de ellos.

Después les dijo: "Estas son aquéllas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: 'Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí.'" Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: "Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén.  Vosotros sóis testigos de estas cosas. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre.  Por vuestra parte, permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto."

Evangelio según San Lucas 24, 36-44

 

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros." Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.  Jesús les dijo otra vez: "La paz con vosotros.  Como el Padre me envió, también yo os envío."  Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos."

Evangelio según San Juan 20, 19-23

 

Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado.

Evangelio según San Marcos 16, 14

 

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 “El Lugar de La Gloria en la Tierra”, llamaría yo al Cenáculo; pues allí instituye nuestro Señor La Eucaristía, allí serán dos de sus Apariciones y allí descenderá el Espíritu Santo. Aquí se hace evidente ‘La Viæ Cæli’ (El Camino al Cielo), porque El Señor Resucitado les enseña su Gloria de forma patente.  Pero en esta primera Aparición de Cristo a sus Apóstoles y Discípulos juntos, está muy, pero muy disgustado por la poca fe de todos ellos.  Las únicas que se van a salvar de la regañada, para no variar, son las Santas Mujeres. 

A las seis de la mañana se les aparece a éstas y les da instrucción de avisarles a sus Apóstoles; ellas, emocionadas y exaltadas obedecen su orden y. . . NO LES CREEN.  ¡Peor que eso!, dos de ellos hasta deciden regresar a casa, camino a Emaús. 

Como a las diez de la mañana se le aparece a María Magdalena, y le dice: “. . . Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios." La de Magdala hace exactamente como le dice El Señor, y NI PEDRO NI JUAN LE CREEN; y en lugar de eso, corren hasta el sepulcro, pero no le ven.  Juan dice que sí cree, porque ha visto los lienzos.  Pero Pedro. . . nada; SIGUE SIN CREER.

Ya cerca del medio día se le aparece a Pedro; no quiero ni imaginarme lo que le haya dicho, pero al menos le recordó aquél “... Hombre de poca Fe, ¿por qué dudaste?”, que le sucedió en el Mar de Galilea; cuando el Señor caminaba sobre el agua. Sin embargo, Pedro toma sus ‘reservas sobre la Aparición’; PORQUE, O NO DICE NADA, O DICE MUY POCO, ya que Mateo y Juan están con él después del Glorioso Momento y ninguno de ellos relata algo acerca de la “Aparición en privado” que le ha concedido el Divino Maestro Resucitado a “la Roca sobre la que edificará su Iglesia.”

Como a las seis de la tarde, tiene que ir hasta Emaús, por el Tío Cleofás “. . . y otro discípulo”; pues éstos decidieron que ya todo había terminado, y emprenden el camino de regreso a casa.  Y si esta falta no fuese grave, NO RECONOCERLO EN EL CAMINO, PORQUE NO HAN CREÍDO EN SU RESURRECCIÓN; esto sí que es inaceptable.

¿Por qué digo que Jesucristo está muy disgustado?, porque Marcos (o sea Pedro), lo recalca en su Evangelio cuando dice: “Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado.  Y digo disgustado por no decir algo peor, pero la Fe de estos hombres sí que necesita fortalecimiento a toda costa, aún con regaños del Mesías Resucitado.  Claro, si uno solo lee a San Lucas (que son las vivencias de María Madre), el encuentro fue de lo más agradable que uno pueda imaginarse: “La paz sea con vosotros.”; ¡huy! qué bonito; "¿Tenéis aquí algo de comer?"; parece que les habla como si nada hubiese pasado, como si todo estuviese normal. ¡Pero sí ha pasado algo!, y algo muy grave, ¡Los Discípulos y Apóstoles (excepto las Santas Mujeres) ¡no han creído en la resurrección del señor!!

“. . . y les echó en cara. . .” esta es una forma muy piadosa de decir ¡qué tan disgustado estaba el Galileo Maestro! Y tiene Él toda la razón, por supuesto y como siempre; les ha mostrado ‘La Viæ Cæli’ (El Camino al Cielo), y son incapaces de percatarse que, toda la predicación de Jesús de Nazaret, El Evangelio, La Buena Nueva, ¡ya tiene cumplimiento ipso facto!, y ellos son la primicia de tan exclusivo momento.    

¡Ay galileos, por eso todo el mundo dice tantas cosas de ustedes!; que si ‘. . . ¿algo bueno puede salir de Galilea?’ (como le dijo Natanael a Felipe, cuando éste le iba a presentar al Cristo); que si por su forma de hablar tan ‘cantada’ y peculiar (como cuando identificaron a Simón antes de las negaciones a Jesús); que porque siempre contestan con otra pregunta a cualquier cuestionamiento que reciban, antes de dar la respuesta solicitada; que por el uso del arameo con malas y altisonantes palabras. Y ahora. . . ahora resulta que no creen en La Resurrección de Cristo, porque no le han visto. ¡Pues allí está, en medio de todos!

Santa María Madre, María Magdalena, María de Cleofás, Salomé de Zebedeo y Juana; Pedro y Andrés, Santiago y Juan, Felipe y Simón, Judas Tadeo, Santiago el Menor y Mateo (todos estos galileos), junto con Natanael el de Jerusalén, se encuentran allí y disfrutan (aún con la regañada), la Aparición de Jesucristo Resucitado. No sabemos cuántos más, pero estos sí están; cenan felices con el Divino Maestro. . . y todos en paz.

Según San Juan, presente en tan Gloriosa ocasión, “. . . sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos." 

Me imagino perfectamente el momento: un grupo de cincuenta o setenta personas; dividido en dos partes: de un lado Los Apóstoles, del otro lado todos los demás; en un salón muy grande (el lugar de fiestas para doscientos individuos, de la mansión en Jerusalén de José de Arimatea, el riquísimo miembro del Sanedrín Judío que era simpatizante –si no es que Discípulo ya– del Mesías); y Jesucristo en medio de ellos, pleno de Divinidad; con su aura iluminada y resplandeciente; hablándoles a los elegidos, delante de todo el grupo de sus seguidores desde hace tres años.

Llevan dos semanas completas en La Ciudad de David, y les ha pasado de todo en ese tiempo; desde La Entrada Triunfal del Mesías, pasando por todos los eventos en el Templo, hasta la Cena de la última Pascua, Getsemaní y La Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.  Su estado de ánimo está muy confundido; han sido demasiadas emociones, unas muy buenas e inolvidables, llenas de felicidad; y otras muy malas y desagradables que quieren olvidar.  Pero el Divino Maestro sabe todo esto y les quiere calmar, fortalecer y preparar.  Por ello sopla sobre ellos el Espíritu Santo, para que ‘sientan’ el cambio, para que experimenten La Gloria de Dios en la Tierra, en el Mundo, en sus Elegidos.

Para que a partir de este momento, la Fe, como Don de Dios, operare a su máxima expresión en todos estos Santos de Dios; para que nunca más vuelvan a dudar, nunca más se sientan solos y desamparados, pues nunca más serán hombres y mujeres comunes;  ahora tienen el Espíritu Santo y lo renovarán a plenitud en Pentecostés; en este mismo lugar, dentro de cincuenta días, cuando el Señor ya haya realizado Su Ascensión a los Cielos. 

¡Es uno de los días más gloriosos para la humanidad! ¡Nada será igual a partir de La Aparición de Cristo Resucitado en el Cenáculo! ¡Toda la existencia humana ha sido redimida y todas las generaciones por venir lo serán también!; de ello estamos seguros.  ¡El imperio del pecado no gobernará más sobre los hombres!, porque ¡la muerte ha sido vencida con La Resurrección de Cristo!

Por cierto, ¿alguien sabe dónde está Tomás el Dídimo?

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Orar sirve, nuestra alma lo agradece y nuestra mente también.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli

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