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sábado, 22 de junio de 2024

LA VIAE CAELI - (12)

“Hazme un instrumento de tu Paz…”

San Francisco de Asís 

Riviera Maya, México; Junio 23 del 2024.

LA ViÆ cÆli

El camino al cielo


 


x Estación: 

La Pesca Milagrosa

en el Lago de Tiberíades

 

“Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.  Díceles Jesús: "Muchachos, ¿no tenéis pescado?"  Le contestaron: "No." Él les dijo: "Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis."  La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces.  El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: "Es el Señor."  Cuando Pedro oyó "es el Señor", se puso el vestido -pues estaba desnudo- y se lanzó al mar.  Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.

Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brazas y un pez sobre ellas, y pan.  Díceles Jesús: "Traed algunos de los peces que acabáis de pescar."  Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres.  Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: "Venid y comed." Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres tú?", sabiendo que era el Señor.  Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez.  Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Evangelio según San Juan 21, 1-14

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¡Esta es una de las estampas del Evangelio que más disfruto meditar!, a lo mejor porque yo nací en un pueblo con pescadores y sí sé lo que es almorzar en la playa un pescado fresco asado a las brasas, con pan pita, queso feta y aceitunas. ¡Muy pocas cosas pueden igualar este momento!  Por supuesto, es Juan de Zebedeo el relator del maravilloso acontecimiento; cual pescador, también lo tiene grabado en su mente y en su corazón sesenta años después.  Créanme, es una experiencia que no deben perderse; solo dense cuenta que, el Señor, ¡aun resucitado, la quiso repetir!  Ya lo saben todos, Él está ya en ‘La Viæ Cæli’ (El Camino al Cielo) que ha marcado para los que creamos en su Buena Nueva.

Es la segunda vez que les sucede a todos: salieron de pesca y no pescaron nada.  Pero llega el Señor y resuelve el inconveniente.  Ahora Pedro, Patrono de los pescadores, no opone resistencia como en la ocasión anterior; y cuando Juan identifica que ‘es El Señor’, el impetuoso Simón se lanza al agua para asegurarse más tiempo con el Divino Maestro.

En orden, esta es la Sexta Aparición narrada en los Evangelios.  La realiza Jesucristo por dos razones: los ha llamado al lugar ‘donde todo empezó’, para realizar su penúltima Aparición en un Monte de Galilea, según San Mateo, –la última será Su Ascensión al Cielo cerca de Betania– y, delante de todos, quiere dejar muy claro el Primado de Pedro. 

Los cuatro pescadores entre los Apóstoles (Pedro, Andrés, Santiago y Juan) se habrán sentido muy felices, amén de halagados por las viandas del almuerzo; los siete restantes (cinco de ellos también galileos), estarán gozosos de volver, después de seis meses de Predicación en Samaria y Judea, a los hermosos lugares de su natal Galilea, que definitivamente no hay en Judea.  Incluso los de Jerusalén, Tomás y Natanael, deben estar gozando el momento de Santa Paz después de tan desagradables acontecimientos la semana anterior.

Desde que era pequeño me he imaginado a Dios hecho Hombre (de Niño Dios, de Joven Dios y de Dios Adulto), solucionando problemas triviales, comunes y corrientes, con sus Divinos Dones y Poderes, por ejemplo: hacer que la comida no se termine o que aparezca de la nada; evitar que alguien se lastime accidentalmente; transformar un páramo en un vergel; o una tarde lluviosa en un día soleado; esas cosas que para Él, como Señor de la Creación, serían insignificantes; y sin embargo, para nosotros, creación de Él, imposibles.

Así pienso que fue este momento que conocemos como ‘La Aparición en el Lago de Tiberíades’, entre Cristo Resucitado y sus Apóstoles; porque también quiero creer que ahora sí estaban todos.  Imagínense por favor, la gran reunión: han llegado todos el día anterior, y aprovechan los afluentes termales del Lago de Genesaret cerca de Magdala, para asearse después del largo viaje; habrán dormido y descansado a la intemperie, en un campamento improvisado, entre la calidez de la tierra-arena de la orilla del lago y la frescura del rocío matinal. 

Pedro y los que le acompañan quieren pescar para darle de comer al grupo, porque tienen claro que el Señor se presentará para indicarles el Monte de Galilea donde se verán.  Todo es alegría, gozo, paz; todo es confianza porque ya están ciertos de que su Divino Maestro, Jesús de Nazaret, ha Resucitado y está ‘entre ellos’; como El Cristo, El Mesías, El Salvador.  El bienestar se puede respirar, la felicidad se siente en cuerpo y alma, la Buena Nueva tiene presencia física y gloriosa en sus mentes y en sus corazones.

Todas las Divinas enseñanzas y promesas del Señor son tangibles, reales, verdaderas.  La Viæ Cæli’ (El Camino al Cielo), se ha hecho camino seguro de vida en La Fe; La Esperanza, realidad absoluta; y La Caridad, es su forma amorosa de entrega al Señor y su Evangelio.  ¡Puro gozo y El Gozo Puro, son ahora toda su existencia; pura felicidad y  La Felicidad Pura son su razón de ser!  Allí están todos: los incrédulos y los creyentes; los presurosos y los pacientes; los paupérrimos y los pudientes.  Los Once Apóstoles.

. . . Y, de repente, se presenta el Señor Resucitado. “Díceles Jesús: "Muchachos, ¿no tenéis pescado?"  Le contestaron: "No." Él les dijo: "Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis."” Este pequeñísimo diálogo, para mí es suficiente para saber quién es el interlocutor, ya que le puedo reconocer la voz; también puedo distinguir su figura y su aspecto, pues, no está lejos de mí; pero solo Juan, el más joven de todos, se atreve a decir: “Es El Señor.  Hasta entonces reparan los demás y se dan cuenta que sí, es su Divino Maestro; no hay que esperar más, ya llegó y ahora hay que disfrutarlo.

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Orar sirve, nuestra alma lo agradece y nuestra mente también.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli

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