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jueves, 30 de julio de 2020

EL CREDO. SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA - Jesucristo, Juez que justifica.


“¡Señor, auméntanos la Fe!”
Domine, adauge nobis fidem


Riviera Maya, México; Julio 31 del 2020.


Tomado de la Colección de Folletos
EL CREDO. SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA
P. Emiliano Jiménez Hernández, C.N.
Grafite Ediciones – Bilbao España
2006


CREO EN UN SOLO DIOS…
CREO EN UN SOLO SEÑOR JESUCRISTO…

D) JESUCRISTO, JUEZ QUE JUSTIFICA

Nada temen quienes han experimentado la vida de Cristo, porque Cristo vivía en ellos y toda su vida ha sido testimonio de Cristo. 

Esto lo explica abundantemente San Ambrosio, Obispo de Milán, pilar de la Iglesia Patrística y Doctor de la Iglesia Católica, en sus Exposiciones sobre los Salmos:
“Como hay muchas persecuciones, también hay muchos mártires.  Cada día eres testimonio de Cristo.  Has sido tentado por el impulso del pecado, pero temiendo el futuro juicio de Cristo, no has violado la pureza de la mente y del cuerpo; luego, entonces, eres Mártir de Cristo… con corazón benigno has sentido compasión, has amado la humildad antes que la jactancia; eres testigo de Cristo, dando testimonio no solo con la palabra, sino con los hechos.

De hecho, quien escucha el Evangelio y no lo guarda, niega a Cristo; aunque lo reconozca con las palabras, lo niega con los hechos.  Serán posiblemente muchos los que dirán: “¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu nombre y en tu nombre arrojamos demonios, y en tu nombre no hicimos muchos prodigios?”, pero el Señor les responderá: ‘jamás os conocí; apartaos de mí, ejecutores de maldad.’”

Testigo es, pues, aquel que, en armonía con los hechos, da testimonio del Señor Jesús.  ¡Cuán numerosos son, pues, cada día, aquellos que en secreto son mártires de Cristo y confiesan a Jesús como Señor!  Cristo les confesará a ellos ante el Padre.”

San Ambrosio

Es Cristo el “juez de vivos y muertos”.  Los primeros cristianos con su oración “maranathá, ven, Señor Jesús”, han visto el retorno de Jesús como un acontecimiento lleno de esperanza y alegría.  Han visto en él el momento anhelado de toda su vida, hacia el que han orientado su existencia.  Y, por otra parte, eran conscientes de que el juez es nuestro Señor.

Santa Teresa, La Santa de Ávila, lo dice con palabras muy sencillas:

Donde está Dios es el Cielo;
nuestra alma es el cielo pequeño,
donde está Quien hizo el cielo y la tierra.”

“Subir al cielo” o “estar sentado a la derecha del Padre” no es otra cosa que la plena y total glorificación de Cristo, que vive en la beatificante comunión eterna con Dios Padre. De ella participa el cristiano y, por ello, anhela y espera con ansia la consumación de esta vida para entrar en la definitiva comunicación con Dios, allá, “en la casa del Padre” en “la Jerusalén celestial.”

La Ascensión corporal de Cristo a los cielos –como también la Asunción de María tras Él– es la garantía, igualmente, de la glorificación de nuestros cuerpos mortales.  Cristo, el Verbo Encarnado, ha sido exaltado, es decir, con Él ha llegado a Dios definitivamente nuestra carne humana y Dios la ha aceptado irrevocablemente.  Ésta es nuestra fe y nuestra esperanza.

Este juicio se actúa ya en el presente: “el que cree, no será juzgado”; y “el que no cree, ya está juzgado”.  Para los creyentes, la promesa de la venida del Señor es esperanza de redención plena, de liberación de todas las angustias y adversidades de la vida presente.  Las Apariciones del Señor significan, igualmente, el fin de la muerte y de la corrupción del pecado.

Mientras esperamos esta liberación plena y definitiva, en medio del combate de cada día, el Señor nos conforta con su gracia: “Dios os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros el día del Señor Jesucristo.” (1Co 1,8)  Todos los que pertenecen a la Iglesia serán congregados de todo el Mundo y, entonces la Iglesia, purificada con la Sangre del Cordero, celebrará sus bodas como “esposa ataviada para su Esposo.”



El Juicio Final                                                 Jean Cousin el Joven

Así, pues, la mirada llena de esperanza que nos proyecta hacia la plenitud de los últimos tiempos, nos obliga a volver los ojos al presente, al hoy de la historia.  El futuro, que Cristo inauguró de forma definitiva, se realiza por obra del Espíritu Santo.  Es Él quien hace presente la obra de Jesucristo en nosotros dentro de la Iglesia.  Por ello, hecha nuestra profesión de fe en Cristo, El Credo nos invita a confesar nuestra fe en el Espíritu Santo.

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Fin del Séptimo Folleto (de 12) de la Colección
EL CREDO. SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA
P. Emiliano Jiménez Hernández, C.N.
Grafite Ediciones – Bilbao España
2006

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Orar sirve, es bueno para nuestra alma y nuestra mente.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli




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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.

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