Sagrado
Corazón de Jesús,
en ti
confío
Riviera
Maya, México; Mayo 29 del 2020.
Tomado de la Colección de Folletos
EL CREDO. SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA
P. Emiliano Jiménez Hernández, C.N.
Grafite Ediciones – Bilbao España
2006
CREO
EN DIOS…
CREO
EN JESUCRISTO…
B)
Y AL TERCER DÍA RESUCITÓ
DE
ENTRE LOS MUERTOS… (3)
Los
Evangelistas y los Apóstoles, como testigos de la sorprendente Buena Noticia,
concorde y unánimemente confiesan en múltiples formas la misma realidad: “Ha
sido suscitado por Dios de la muerte”, “se ha levantado de entre los muertos”,
“ha sido elevado por Dios a la Gloria”, “ha sido constituido por Dios, Señor de
vivos y muertos”, “el Señor vive”, “se dejó ver”, “se apareció”… Un mismo evento, muchas formas de
proclamarlo.
Jesús,
el condenado a muerte, es el Señor, el centro de la Historia, la roca donde hay
que apoyarse para encontrar apoyo seguro en la inseguridad de nuestra existencia; la fuente de la vida verdadera,
lugar personal donde Dios otorga el perdón.
Es Dios quien resucita a Jesús, superando la muerte con la vida, como un
día venció la esterilidad de Sara y Abraham, y antes aún, cuando sacó las cosas
de la nada. Así Dios nos ha revelado su
acción creadora, que llama y suscita la vida en nuestra esterilidad, en nuestra
nada, en nuestra muerte. “Dios, que
resucitó a Jesús de entre los muertos”, es la definición Neo-testamentaria
de Dios.
La
resurrección es la luz que ilumina el misterio de la muerte de Cristo, que
asombró al mundo físico.
Los
Discípulos son los testigos de esta nueva Creación. Dios ha resucitado a Jesús, les ha
transformado, les ha reunido de la dispersión que el miedo y la negación de
Jesús había provocado en ellos; les ha congregado de nuevo en torno a Él, les
ha fortalecido en su desvalimiento y desesperanza, ya podrán ser fieles, creyentes, apóstoles; partícipes
de la Nueva Vida inaugurada en la Resurrección de Cristo.
La
Resurrección de Cristo funda la misión y, con ella, queda fundada la
Iglesia. La conversión, iluminación,
vocación y envío, gracia y perdón, miseria humana y misericordia divina
hermanadas, son la realidad permanente; y el Evangelio que anuncia la Iglesia
en todos los siglos, desde el primero.
Jesús,
resucitado por Dios Padre, se aparece a los testigos elegidos de antemano, Se
presenta como vencedor de la muerte y así se revela como Kyrios, como El Señor. Pablo,
igual que los otros testigos, no tiene otra palabra qué anunciar. Sin la resurrección de Jesús nuestra
predicación sería vana y nuestra fe absurda; sin ella nuestra esperanza
perdería todo fundamento y seríamos los más desgraciados de los hombres.
La
resurrección de Cristo es, con su cruz y muerte, el fundamento y centro de la
Fe Cristiana, la tumba vacía y los ángeles –mensajeros y apóstoles– anuncian que
el Sepultado no está en el sepulcro, sino que vive y se deja ver en la
evangelización en la Galilea de los Gentiles; en la palabra y en la Eucaristía
se da a conocer, apareciéndose el primer día de la semana y el octavo día, en El Día del Señor.
Con
las apariciones del Resucitado, y de la misión que con ellas se vincula, los
Apóstoles quedan constituidos en Fundamento
y Fe de la Iglesia. Cefas o Simón Pedro, es nombrado entre los Apóstoles en
primer lugar, como piedra sobre la que se levanta la Iglesia; él es el primer
testigo de la Fe en la Resurrección, con la misión de confirmar en la Fe a los
demás.
Las
apariciones de Jesús Resucitado tienen, pues, una clara significación para la
fundación de la Iglesia. Manifiestan que
la Iglesia, desde el principio, es Apostólica.
No hay, en efecto, otro camino de acceso al núcleo de la predicación
cristiana, al evangelio de la muerte y resurrección de Jesús más que el
testimonio de los testigos por Él elegidos. Ellos sellaron este testimonio con
su sangre en el martirio.
En
conclusión, con la resurrección de Jesucristo, Dios se nos revela como Aquel
cuyo poder abarca la vida y la muerte, el ser y el no ser; el Dios vivo que es
vida y da la vida, que es amor creador y fidelidad eterna, en quien podemos
confiar siempre, incluso cuando se nos vienen abajo todas las esperanzas
humanas.
San
Pablo describe de forma diáfana la existencia del creyente, basada en la fuerza
de la Fe en la Resurrección:
“Llevamos este tesoro en vasos de barro, para que
aparezca que la extraordinaria grandeza de este poder es de Dios, y que no
proviene de nosotros. Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan;
atribulados, no desesperamos; perseguidos siempre, mas nunca abandonados;
derribados mas no aniquilados.
Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas
partes el morir de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en
nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos,
somos continuamente entregados a la muerte por Cristo, para que la vida de
Jesucristo se manifieste también en nuestra carne mortal.
Así, pues, mientras en nosotros actúa la muerte, en
vosotros se manifiesta la vida. Pero
como nos impulsa el mismo poder de la Fe –del que dice la Escritura “Creí, por
eso hablé”– también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que Aquel que
resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros con Cristo… Por eso no
desfallecemos.
Pues, aunque nuestro hombre exterior se vaya
deshaciendo, nuestro hombre interior se renueva día a día. Así, la tribulación pasajera nos produce un
inmenso caudal de gloria. No nos fijamos
en lo que se ve, sino en lo invisible.
Lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno. (2 Corintios 4,
7-18)
Así
el Apóstol, y todo discípulo de Cristo, vive en su vida el Misterio Pascual,
manifestando en la muerte de los acontecimientos de su historia, la fuerza de
la resurrección. Vive con los ojos en el
Cielo, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios, buscando las cosas de
allá arriba y no las de la tierra. (Col 3, 1-2)
v v v
Fin del Quinto Folleto de la Colección
EL CREDO. SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA
P. Emiliano Jiménez Hernández, C.N.
Grafite Ediciones – Bilbao España
2006
v v v
Orar sirve, es bueno
para nuestra alma y nuestra mente.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
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por el gusto de proclamar El Evangelio.
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