Sagrado
Corazón de Jesús,
en ti
confío
Riviera
Maya, México; Mayo 1 del 2020.
Solemnidad de San
José Obrero.
Tomado de la Colección de Folletos
EL CREDO. SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA
P. Emiliano Jiménez Hernández, C.N.
Grafite Ediciones – Bilbao España
2006
CREO
EN DIOS…
CREO
EN JESUCRISTO…
A)
DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS (2)
Descender
al infierno es bajar al lugar donde no resuena ya la palabra amor, donde no
puede existir la comunión; es la desesperación de la soledad inevitable y
terrible. Dios no puede dejar allí a Su
Siervo Fiel. De aquí que San Pedro
exclame en su kerigma el día de Pentecostés:
“A Éste, a quien vosotros matasteis
clavándole en la cruz, Dios lo resucitó liberándole de los dolores del Hades,
pues no era posible que quedase bajo su dominio.” (Hch 2,24ss)
También
el Papa Benedicto XVI comenta al respecto, en sus catequesis:
“Cristo pasó por la puerta de nuestra última
soledad. En su pasión entró en el abismo
de nuestro abandono. Allí donde no
podemos oír ninguna voz está Él. El infierno queda, de este modo, superado; es
decir, ya no existe la muerte que antes era un infierno. El infierno y la muerte ya no son lo mismo
que antes, porque la vida está en medio de la muerte, porque el amor mora en
medio de ella. Solo existe para quien
experimenta la “segunda muerte”, es decir, para quien con el pecado se encierra
voluntariamente en sí mismo.”
Para
quien confiesa que Cristo descendió a los infiernos, la muerte ya no conduce a
la soledad; las puertas del Sheol están abiertas. Con Cristo las tumbas se abren y los muertos
salen de los sepulcros, como lo narra San Mateo Apóstol y Evangelista:
“Se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos
de santos difuntos resucitaron; y, saliendo de los sepulcros después de la
resurrección de Él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.”
(Mt 27, 52-53)
De
igual forma, San Cirilo de Jerusalén, en su Catequesis
sobre el Misterio Pascual, lo asienta con claridad total:
“Quien murió y fue sepultado, bajó a los infiernos y
subió con muchos. Pues, bajó a la
muerte, y muchos cuerpos de santos fueron resucitados con Él. ¡Quedó aterrada la muerte, al contemplar
Aquel muerto nuevo que bajaba al infierno, no ligado a sus vínculos! ¿Por qué,
oh porteros del infierno, os pasmasteis al ver esto? ¿Qué sorprendente miedo se
apoderó de vosotros? Huyó la muerte, y su huida argüía terror.
En cambio, salieron al encuentro los santos
profetas: Moisés, el legislador, Abraham, Isaac, Jacob, Samuel, David, Isaías y
Juan el Bautista, preguntando: “¿Eres Tú el que ha de venir o esperamos a
otro?” ¡Ya están redimidos los santos, que la muerte había devorado! Pues
convenía que, Quien había sido anunciado como Rey; fuera también Redentor de
buenos anunciadores.
Y comenzó cada uno a decir: “¿Dónde está, muerte, tu
victoria? ¿Dónde está infierno tu aguijón? ¡Nos ha redimido el Vencedor!””
“Cristo, vencidos los demonios adversarios, llevó
como botín de su victoria a quienes estaban retenidos bajo su dominio, presentando
así el triunfo de la salvación, como está escrito: “Subiendo a lo alto, llevó
cautiva a la cautividad.” (Ef 4,8) es decir, la cautividad del género humano,
que el diablo había tomado para la perdición, Cristo la llevó cautiva, haciendo
surgir la vida de la muerte.”
Orígenes
Desde
tiempo muy antiguo se cantaba ya en las Odas de Salomón, una aseveración
contundente: “La puerta de la muerte está
abierta, desde que en la muerte mora la vida y el amor.”
El Sheol me dio y se estremeció,
y la muerte me dejó volver y a muchos conmigo.
Mi muerte fue para ella hiel y vinagre y
descendí con ella tanto como era su profundidad.
Los pies y la cabeza relajó,
porque no pudo soportar mi rostro.
Yo hice una asamblea de vivos entre sus muertos,
y les hablé con labios vivos para
que no fuera en balde mi palabra.
Corrieron hacia mí los que habían muerto,
exclamando a gritos:
“¡Ten compasión de nosotros Hijo de David,
haz de nosotros según tu benignidad y
sácanos de las ataduras de las tinieblas!
¡Ábrenos la puerta , para que por ella salgamos
hacia ti!
¡Seamos salvos también nosotros contigo,
porque Tú eres nuestro Salvador!”
Oda 42 de Salomón.
+ + +
Orar sirve, es bueno
para nuestra alma y nuestra mente.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
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por el gusto de proclamar El Evangelio.
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