“¡Señor,
auméntanos la Fe!”
Domine, adauge
nobis fidem
Riviera
Maya, México; Febrero 21 del 2020.
Tomado de la Colección de Folletos
EL CREDO. SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA
P. Emiliano Jiménez Hernández, C.N.
Grafite Ediciones – Bilbao España
2006
CREO EN DIOS…
CREO EN JESUCRISTO…
- Madre De Dios… (2)
En
Jesús ha puesto Dios, en medio de la infecundidad de la humanidad, un nuevo
comienzo de vida: Jesús no es fruto del deseo ni del poder del hombre, sino
concebido por el Espíritu Santo en el seno virginal de María. Por eso es el nuevo Adán (1Co 15,47); con Él
comienza una nueva Creación.
El
eterno y divino Verbo se hizo carne en María, e inició la redención de la
carne. “Entró en este mundo” tras “haberle
preparado un cuerpo” (Hb 10,5) en el seno de María el mismo “Espíritu de Dios”; que al principio “se cernía sobre las aguas” y creó los
seres de la nada, dando de ese modo comienzo a la “nueva creación” con la
generación del “Hombre Nuevo”.
En
la virginidad de María, es decir, de la nada, comienza la nueva creación,
Jesús, Hijo de Dios concebido con la fuerza del Altísimo, el Espíritu Santo. Aparecen estrechamente vinculados el
nacimiento virginal y la filiación divina de Jesús. El hijo de María no es engendrado por un
padre terreno, sino que, como Hijo de Dios, es engendrado por Su Padre Dios,
mediante el Espíritu Santo.
La
ruah de Dios es la fuerza creadora de
Dios, que se cernía sobre las aguas primordiales, y que al descender sobre
María”, cubriéndola con su sombra, hece presente a Dios como Padre de
Jesucristo. Dice San Quodvultdeus:
“¿Te maravilla esto? ¡Maravíllate (más) aún!
Da a luz la Madre y Virgen, fecunda e intacta; es engendrado sin padre. Quien hizo a la Madre, el Hacedor de todo se
hace uno entre todos; es llevado en las manos de la Madre el Rector del
universo; mama el pecho, Quien gobierna los astros; calla quien es el Verbo.”
El
nacimiento virginal expresa con una claridad insuperable que Jesús, como Hijo
de Dios, tiene origen única y exclusivamente en el Padre que está en los
cielos, y que todo lo que Jesús es lo es por Él y para Él. (Lc 2,49) El
nacimiento virginal es, pues, un signo elocuente y luminoso de la verdadera
filiación divina de Jesús. Dice
Tertuliano en su libro De carne Christi:
“No tenía necesidad de la semilla del hombre
quien tenía la semilla de Dios. Y como,
antes de nacer de la Virgen, pudo tener a Dios por Padre sin tener a una mujer
por madre, cuando nació de la Virgen pudo tener una Madre humana, sin tener un
padre humano.”
Como
verdadera “hija de Sión”, María es la
imagen de la Iglesia, la imagen del creyente que alcanza la salvación como don
del amor, mediante la Gracia de Dios. En
este sentido, María es la verdadera hija de Abraham, a la que puede decirse:
“Dichosa, tú, que has creído.” (Lc 1,45)
En
el anuncio del ángel escucha las mismas palabras que en el Antiguo Testamento
se dicen de Israel: “¡Alégrate, María!” (Lc 1,28). “¡Alégrate,
hija de Sión! ¡Grita de júbilo, Israel! ¡Alégrate y gózate de todo corazón,
Jerusalén.” (So 3,14; Jl 2,23; Za 9,9)
María
es la Hija de Sión en la hora bendita del cumplimiento de la esperanza de
Israel. Es la “Madre Virgen” de San
Cirilo; o la “Virgen Madre” de San León Magno; es decir, “Madre
de Cristo y Virgen de Cristo” según dicho por San Agustín. María, Virgen de Nazaret, es “la Bendita entre todas las mujeres”
porque “bendito es el fruto de su
vientre.” (Lc 1,42) Por ello la
felicitaron, la felicitan y “la
felicitarán todas las generaciones.” (Lc 1, 27.35.42.48)
María
anticipa las Bienaventuranzas del Evangelio.
Es Bienaventurada “porque Dios ha
puesto sus ojos en la humildad de su sierva.” María testimonia con toda su existencia que
los últimos serán los primeros. Ella es
la llena de gracia. La que no es nada
por sí misma, pero lo es todo por la bondad de Dios. Por elección inescrutable de Dios, halló
gracia ante Él. Así, es figura y
prototipo de la Iglesia y de cada creyente.
Ella nos dice que nuestra llamada a la vida y a la fe tienen su origen
en Dios, que desde toda la eternidad puso sus ojos sobre nosotros y en un
determinado momento nos llamó por nuestro propio nombre.
+ + +
Orar sirve, es bueno para nuestra alma y
nuestra mente.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
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