¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de
México, Octubre 27 del 2017.
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
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EN PERUSIA
Iunius XVIII
Aquí
escogeré mis Centuriones para reemplazar a los emissarii asignados al Fariseo Misael de Cafarnaúm, en este lugar
hay la clase de hombres que necesito; además, el General Legionario Remo Bini que
funge como primus pilus aquí, fue uno
de mis hombres en Hispania, en las
batallas contra los aguerridos castros, al noroeste de Iberia. Lo que voy a solicitarle también es bueno
para él como comandante, ya que podrá estar orgulloso de que dos de sus hombres
sean requeridos por un superior para su propia escuadra personal; estos
ascensos son muy raros en el Ejército y cuando se presentan siempre son bien
recibidos por todos, es una cuestión de curriculum que se debe aprovechar.
La
mayoría de la tropa está ya en descanso a nuestro arribo, a excepción de
aquéllos que están en prácticas nocturnas; sin embargo, el General Bini está en
vigilia esperando nuestra llegada. Nos
saludamos efusiva y respetuosamente, como corresponde a dos Altos Mandos del
Ejército; comentamos los pormenores del viaje y los últimos acontecimientos.
–
La mesa está servida
para ustedes, Tribunus Legatus; yo mismo he ayunado para degustar juntos las
viandas preparadas para tan especial ocasión; solo cenaremos Usted, sus hombres
y yo, si le parece,
me avisa atentamente sus planes.
–
Le agradecemos
sus consideraciones General Bini, pues estamos ferozmente hambrientos; no hemos
probado bocado desde la mañana.
–
¡Vayamos, pues,
que la carne, el queso, el pan y el vino nos esperan!
Buena
comida, buen vino, buena compañía y buena plática; qué más se puede pedir. Las conversaciones se han alargado los asuntos
tratados han ido desde cuestiones de Estado hasta simples anécdotas, pero ya ha
sonado la diana de la tercera vigilia, por lo que apenas tendremos tiempo de
descansar para salir muy temprano hacia nuestro destino final: Roma.
–
General Remo
Bini, es usted un depurado anfitrión; estos servidores del Ejército Romano
Imperial le agradecen sus hospitalidades y su fina atención; tenga plena
seguridad de que, cuando estemos en lugar y posibilidad de atenderle, haremos
todo lo posible por superar, que ya es difícil de por sí, lo que hoy hemos
disfrutado.
–
No tiene ni qué
decirlo, Tribunus Legatus, estoy a su servicio, como siempre; estos gustos no
se los da uno todos los días y obviamente hay que aprovecharlos: ‘no todo es
guerra y muerte’; ni para nosotros.
Camilus
Méver y Nikko Fidias, son los Centuriones que han aceptado unirse a nuestro
grupo: son jóvenes, quizá demasiado jóvenes, pero inteligentes y ante todo, tienen
algo que ha empezado a requerirse en el Ejército con mayor insistencia: hablan
griego y tienen facilidad para aprender otras lenguas. A los helénicos siempre se les ha complicado
aprender el latín e igual sucede con todos esos pueblos de Asia Menor que antes
estuvieron en su élite; a ellos les infundieron su gran cultura como primeras
experiencias del saber, por lo que están acostumbrados a ese idioma; pero
tendrán que aprender el idioma del mundo, de la ciencia y del comercio, nuestro
queridísimo latín. Mañana, en el camino
hacia Roma, cabalgaremos juntos y platicaremos de ellos (sobre todo), y de mis
ideales dentro del Ejército Imperial Romano.
El día de hoy ya ha tenido más que suficiente, debemos dejar que termine
y descansar para recuperar las energías por las emociones de los
acontecimientos y por el viaje.
Termina
la cuarta vigilia y nosotros estamos preparados para partir; inicia nuestro
sexto día de viaje y, la verdad, los anteriores días han estado llenos de
muchas situaciones que no teníamos previstas; sinceramente espero que en
adelante sean más ‘normales’ nuestras estancias, aunque, yendo hacia la Gran
Urbe, eso es un poco difícil. El camino
a Roma desde Perusia es solo descendente, más aún si uno sigue las riberas del
cause del Tiberis, que son amplias
por las pequeñas llanuras que se forman entre los Appennini y el río; el trote de los caballos se mantiene constante
y muy descansado para el jinete y el corcel.
Este río es verdaderamente una bendición del dios Neptuno (en quien
nuestros ancestros reconocían su divinidad sobre todas las aguas de la tierra:
bien de ríos, arroyos y lagos, o del mismo mar), porque, junto con el Padus, el grandioso río del Septemtrio de Italia, riega tierras
vitales para la agricultura y la crianza de rebaños que se traducen en
alimentos seguros para el Imperio.
El
Tiberis, además de la limpísima agua de lluvia y los valiosos sedimentos que
vierte en el recorrido de sus dos mil estadios de largo; desde la confluencia
del Nerva hasta el Mare Nostrum, más de cuatrocientos
estadios, es perfectamente navegable, pudiendo cruzar Roma desde el extremo
septentrional hasta el fin meridional de la ciudad. Siguiendo ese flujo, y aprovechando la fuerza
de la corriente, uno puede atravesar toda la Gran Urbe más rápido en navío que
por tierra. Después del Padus, el Tiberis es el más importante de los ríos de la península como
recurso pluvial; lo vamos a recorrer casi desde su inicio y solo descansaremos
para comer en el pequeño lago de Corbarus,
en donde la vista es magnífica, el silencio es celestial y los aromas como los
del Monte Olimpus, de los dioses griegos.
–
¡Tadeus, que se
acerque a mí, Camilus!, le ordeno a mi asistente.
–
¡A la orden, mi
señor!, responde
de inmediato el soldado.
–
¡Ave César!,
¡Tribunus Legatus! Camilus Méver a su mandato!, se presenta el
joven Centurión.
–
¡Ave César!
Camilus, le
respondo. Cuéntame, ¿cómo es que alguien
tan joven ha llegado a ser Centurio?
–
¡Por los dioses,
Tribunus Legatus!, porque ellos me han puesto en donde la fortuna se ha
presentado para mi beneficio.
–
¿Cómo es eso?,
cuéntame.
–
Tengo veintiséis
años de edad, Señor, y hace solo seis meses el General Bini me ascendió al
rango, por la planeación de estrategias de batalla en el campo de
adiestramiento; el manejo de diez manipuli de una legión en el asalto a un
campamento tipo germánico, mereció tal reconocimiento de parte del comandante.
–
¿Y cuáles fueron
las estrategias para merecer tan alta valuación Camilus?, le pregunto al
hombre.
–
Durante tres
meses estuvimos en el bosque, Tribunus Legatus; nos dieron las instrucciones de
reconocer el terreno con un diámetro de cien estadios, yo dibujé los planos, seleccioné
a los hombres y las armas que portarían, dividí las manipuli en grupo y
relacioné los tiempos y los abastos de comida y pertrechos para la tropa.
–
¡Qué maravilla,
Camilus! ¿Cuántos de tus hombres murieron y cuántos prisioneros tomaron?, le interrumpo.
–
Solo quince
muertos, Señor, y veintidós heridos de recuperación breve. Se tomaron
trescientos prisioneros.
–
¿Y cuáles fueron
tus armas Centurio Méver?, le vuelvo a preguntar.
–
Cinco catapultas
con fuego, Tribunus Legatus, atendidas por cuatro hombres cada una; dos
escuadras de diez équidos cada una, y dos escuadras de diez arqueros y
ballesteros; los soldados triarii solo portando espada, Señor.
–
¿Cuántos eran tus
adversarios, Centurio?, continúo preguntando.
–
Quinientos
hombres armados como los germánicos, Tribunus.
–
Y los hombres
del entrenamiento que fueron los bárbaros que
enfrentarías ¿eran de la Germania, Centurión Camilus?
–
No, Señor, eran
Legionarios Romanos vestidos como germánicos.
–
Muy bien, te
felicito; solo quiero hacerte una observación: tus resultados en la batalla
real podrían ser muy diferentes, no dudo que salgas triunfador, pero los
germanos tienen mucho coraje para la lucha y no les importa morir si están
seguros que con su muerte, al menos pueden herir hasta la inhabilitación a un
soldado Legionario. Lo que quiero decirte
es que perderás muchos más que quince muertos, tendrás muchos más heridos y
nunca harás prisioneros a más de la mitad de tus rivales; si son germanos y
están en lucha, serán infinitamente más aguerridos que los soldados Legionarios
en prácticas, ¿me entiendes?; a ellos no les importa morir, por eso son
bárbaros.
–
¡Sí entiendo,
Señor!,
contesta el joven Centurión con potente voz.
–
¿Quedó escrito
todo tu plan de batalla en el campamento de prácticas, para futuras
aplicaciones con otros Legionarios que tengan las mismas oportunidades que tú?,
porque eso sería avanzar con mayor seguridad en su preparación para la batalla;
le
cuestiono.
–
Sí, Tribunus
Legatus Veritelius de Garlla, igual que sus planes de batalla más allá del Río
Mosela, las primeras incursiones del Imperio Romano en Germania, que fueron mí
inspiración en su admirable campaña contra los bárbaros.
–
Eres un buen
scholasticus Camilus; espero que seas igualmente bueno en lo prácticus, al
aplicar esos conocimientos.
–
Lo haré, Señor,
con su invaluablemente firme guía. Me responde con toda la sinceridad que
puede mostrar.
–
Dime,
Camilus,¿por qué sabes hablar griego?
–
Mi padre fue
Legionario Romano en Siria, Tribunus; mi madre era griega. Tanto la instrucción
en la schola como en casa, la lengua era el griego; ella nunca habló latín.
–
¿Qué ha sido de
ellos, Camilus?, pregunto
con cierto temor.
–
Los dos han
muerto, Señor; mi padre en combate hace cinco años y mi madre por el parto de
mi hermano menor, hace siete años; cuando yo me enrolé en las milicias del
Imperio.
–
¿Qué más debo
saber de ti, Camilus?, pregunto para terminar la serie de cuestiones de
rigor.
–
¡Que estoy
inmensamente agradecido con los dioses de haber sido elegido para formar parte
de sus hombres y de estar junto a Usted, Tribunus Legatus Veritelius de
Garlla!, dice
lleno de emoción.
Seguimos
cabalgando juntos en tanto le repaso mis ideales de servicio al César, al
Ejército y al Imperio; aclarándole que ese es precisamente el orden de nuestras
obligaciones: servirle al César, para ser útiles a la Militia y dignos del Magnus
Romanus Imperium. Igual son los
cuestionamientos para Nikko Fidias: qué ha hecho en el Ejército y cómo ha
logrado sus grados; qué es de su familia paterna y qué planea en su futuro inmediato. Para mí, como comandante de hombres, esto es
vital; no puedo imaginar dar una instrucción al soldado, sin saber la posible
reacción del hombre. Por eso hay que
conocerlos, para saber sus límites, sus debilidades y sus oportunidades.
EN LAGO CORBARUS
Iunius XIX
Hemos
llegado al Lago Corbarus, el cual sigue tan hermoso y tranquilo como el día en
que lo conocí; fue en un viaje de niño con mi padre, algún día se los
contaré. He pasado por este lugar en
muchas otras ocasiones y siempre procuro hacerlo un remanso en mi camino, igual
que lo es para el Tiberis. Bien sea que vaya de Roma hacia el Septentrio o venga desde allá hacia la
Urbe, procuro pasar por aquí y disfrutar este jardín de dioses. Hay pinos, cipreses y cedros; la hierba verde
tiene más de diez tonos, que van desde la esmeralda traslúcida hasta el lirio antes
de secarse; las flores silvestres son
innumerables y la variedad de colores parece mayor que los del iris después de
la lluvia. Desmontamos y, a pie, escogemos
un claro sobre una pequeña loma que permite ver la amplitud del pequeño
lago. El agua aquí es una majestuosidad
de azules, verdes y cafés, dependiendo de la profundidad y asentamiento del
bendito líquido de los dioses; también depende de la época del año en que nos
encontremos, época de lluvias, de secas o de nevadas eventuales.
Las
viandas empiezan a ser bajadas de las ancas de nuestros corceles, siempre son
lo mismo: queso, pan, vino y carne seca rebanada muy finamente; por lo regular,
lo que se traiga para estas ocasiones se terminará por completo, somos tantos y
con tanta hambre por el ejercicio del viaje, que nunca es suficiente y menos
aún para que sobre. Sin embargo, esto no
es problema, en todas la fuerzas de armas del Ejército Imperial se instruye y
se educa el reparto de la comida de forma que esta alcance para todos en
porciones iguales; aquí es donde la gente de gran tamaño o acostumbrada a las
comilonas sufre severamente, porque primero es en partes iguales; después más,
si sobra. Los quesos de leche de capra de Umbria y Etruria, son
especialmente suculentos, ya que al ser añejados su sabor se concentra mucho
más que los elaborados con leche vacuna; y el vino de estas laderas no tiene
comparación en Italia, ‘quiante’ le
llaman los etruscos.
Este
descanso nos hará muy bien, hemos hecho buen tiempo en nuestro trote; esta es
una tercera parte del camino en distancia y de luz solar todavía no es medio
día; nos sobran muchas horas. Llegaremos
a buen tiempo, si los dioses nos lo permiten.
Mis hombres están inquietos porque no saben, igual que yo, a qué he sido
llamado a Roma; ninguno de ellos preguntará, por supuesto, pero es conveniente
que sepan que la duda es generalizada, no solo de ellos. Antes de montar para reanudar el camino, me levanto
y les digo:
–
¡Ave César,
Ciudadanos Romanos!,
de inmediato dejan todo lo que estuviesen haciendo, y atienden el llamado.
–
¡Ave César,
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, contestan todos.
–
Hace seis días
que salimos de nuestra querida Villa Garlla, hemos recibido las noticias y
gracias a los dioses, nada malo ha ocurrido, ni en mi casa ni en las suyas; hoy
mismo llegaremos a Roma para atender la instrucción de presentarnos ante el
Emperador Tiberio Julio César. Igual que
ustedes, tampoco yo sé la razón de nuestro viaje, pero fieles al servicio de
nuestro supremo guía, y en beneficio de nuestras causas, llegaremos a ejecutar
las órdenes que nos de Tiberio César. Ni siquiera imagino cuál puede ser
nuestra encomienda, porque si es mía también es de ustedes, pero ello no
importa, porque nosotros estamos prestos para ejecutar cuanta orden recibamos
del Comandante Supremo del Ejército Imperial Romano. Así, pues, todos con la duda de qué nos
depara el destino, sigamos nuestro camino hasta Roma y ¡Ave César!
–
¡Ave César!
–
Todos nos
hospedaremos en Villa Veritas, nuestro domus en Roma; sigue siendo descanso de
campaña, deberán estar listos con el toque de la diana de la última vigilia;
uniforme de gala, ya que iremos a la casa del Senado en el Forum Romanum, después
de lo cual, recibiremos nuestras ansiadas instrucciones y la encomienda a
seguir. ¡Jefe Tadeus!
–
¡Señor, a su
mandato, Tribunus Legatus!
–
Mañana a la hora
segunda, revisaré la escolta: hombres, bestias y armas; vigile la impecabilidad
de todo.
–
¡A su orden
Tribunus Legatus!
–
¡Ave César!
¡Vámonos!
–
¡Ave César,
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!
Montamos
todos para seguir la guía segura que nos concede el Tiberis cause abajo; la aceptamos gustosos para disfrutar el
galope, entre valles apenas sinuosos de tierra húmeda, excelente para
cabalgar. Llegaremos a las aguas más
bajas de este gran río, solo contenido por el Colinar Latialis antes del mar, La
Gran Urbe, La Magnífica Roma Imperialis, al toque de la diana de inicio de
la segunda vigilia; excelente momento para un buen baño de therma, un masaje relajante, una cena ligera y un descanso protegido
de Somnus, el dios griego del buen
dormir y por su hijo Morfeo, el dios
del sueño.
Cinco
de las siete colinas de la Majestuosa Roma tocan al Río Tiberis en algún lugar de su paso señorial; la Quirinal y la
Viminal al Septentrio, cuando el río entra a la ciudad; la Capitolina y la
Palatina, al centro; y finalmente la Aventina, Australis, cuando fluye hacia el
Mare Thyrrhenum; ni la Celia ni la Esquilina lo tocan; pero esas dos tienen las
mejores vistas del gran río pasando entre su hermanas por toda la Urbe. Yo tengo un Duomus clásico romano en la ribera de la falda del Quirinal que
toca el Tiberis en pleno Campus Martius, viendo de frente, sin
que nada lo tape, el Mausoleo de Augusto que mandó construir Tiberio César, con
cuarenta y un columnas de mármol blanco levantadas en círculo; una por cada año
de su reinado, y con un techo abovedado de treinta passus de diámetro. Una construcción
magnífica, como corresponde a quien honra.
Villa Veritas, es un domus de más de cien años de existencia;
la construyó y perteneció a mi avus,
el padre de mi madre, quien fue Senador de la República en tiempos de la
Dictadura del Gran General Romano, Cayo Julio César; hay mucha historia que se
podría contar de esos tiempos.
Pero
teniendo que afrontar los requerimientos de mi título como Tribunus Legatus, ha habido necesidad de ampliarla ‘convenientemente’
para su buena utilización. La Villa Veritas, que debe su nombre a la
fama de ‘hombre de verdad y sinceridad’
que se ganó mi abuelo en el Senado, (y que por haber nacido yo aquí mi nombre
es Veritelius), está desplantada sobre un cuadrángulo regular de dos stadium por lado, en donde hay solo lo
necesario para el desarrollo de mi rango militar.
FINALMENTE EN
ROMA
Iunius XIX
Seis
días de jornada completa cabalgando; los primeros dos como primus pilus, como corresponde a mi título y cargo en el Ejército
Imperial; los siguientes dos como Centurión con mandato, a lo cual yo ya no
estoy obligado; y los dos días finales como Mensajero de la Caballería Militar,
que, en definitiva, no tengo por qué hacerlo; cubrieron el trayecto de tres mil
estadium, desde Mediolanum hasta Roma.
Ciertamente agotador, sin incluir los ‘eventos’ que tuvimos que cubrir
al paso de las poblaciones tan diversas que tocamos. Aprovecharemos ‘en casa’ las tres vigilias
que tenemos para descansar, porque, algo
me lo dice, mañana empezará realmente nuestro viaje.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
También me puedes seguir en:
De Milagros y
Diosidencias. Solo por el gusto de
proclamar El Evangelio.
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