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jueves, 26 de octubre de 2017

Veritelius de Garlla -10- En Perusia y Finalmente en Roma

¡Alabado sea Jesucristo!

Ciudad de México, Octubre 27 del 2017.

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil
10 de 130

EN PERUSIA
Iunius XVIII

Aquí escogeré mis Centuriones para reemplazar a los emissarii asignados al Fariseo Misael de Cafarnaúm, en este lugar hay la clase de hombres que necesito; además, el General Legionario Remo Bini que funge como primus pilus aquí, fue uno de mis hombres en Hispania, en las batallas contra los aguerridos castros, al noroeste de Iberia.  Lo que voy a solicitarle también es bueno para él como comandante, ya que podrá estar orgulloso de que dos de sus hombres sean requeridos por un superior para su propia escuadra personal; estos ascensos son muy raros en el Ejército y cuando se presentan siempre son bien recibidos por todos, es una cuestión de curriculum que se debe aprovechar.

La mayoría de la tropa está ya en descanso a nuestro arribo, a excepción de aquéllos que están en prácticas nocturnas; sin embargo, el General Bini está en vigilia esperando nuestra llegada.  Nos saludamos efusiva y respetuosamente, como corresponde a dos Altos Mandos del Ejército; comentamos los pormenores del viaje y los últimos acontecimientos.
       La mesa está servida para ustedes, Tribunus Legatus; yo mismo he ayunado para degustar juntos las viandas preparadas para tan especial ocasión; solo cenaremos Usted, sus hombres y yo, si le parece, me avisa atentamente sus planes.
       Le agradecemos sus consideraciones General Bini, pues estamos ferozmente hambrientos; no hemos probado bocado desde la mañana.
       ¡Vayamos, pues, que la carne, el queso, el pan y el vino nos esperan!

Buena comida, buen vino, buena compañía y buena plática; qué más se puede pedir.  Las conversaciones se han alargado los asuntos tratados han ido desde cuestiones de Estado hasta simples anécdotas, pero ya ha sonado la diana de la tercera vigilia, por lo que apenas tendremos tiempo de descansar para salir muy temprano hacia nuestro destino final: Roma.
       General Remo Bini, es usted un depurado anfitrión; estos servidores del Ejército Romano Imperial le agradecen sus hospitalidades y su fina atención; tenga plena seguridad de que, cuando estemos en lugar y posibilidad de atenderle, haremos todo lo posible por superar, que ya es difícil de por sí, lo que hoy hemos disfrutado.
       No tiene ni qué decirlo, Tribunus Legatus, estoy a su servicio, como siempre; estos gustos no se los da uno todos los días y obviamente hay que aprovecharlos: ‘no todo es guerra y muerte’; ni para nosotros.

Camilus Méver y Nikko Fidias, son los Centuriones que han aceptado unirse a nuestro grupo: son jóvenes, quizá demasiado jóvenes, pero inteligentes y ante todo, tienen algo que ha empezado a requerirse en el Ejército con mayor insistencia: hablan griego y tienen facilidad para aprender otras lenguas.  A los helénicos siempre se les ha complicado aprender el latín e igual sucede con todos esos pueblos de Asia Menor que antes estuvieron en su élite; a ellos les infundieron su gran cultura como primeras experiencias del saber, por lo que están acostumbrados a ese idioma; pero tendrán que aprender el idioma del mundo, de la ciencia y del comercio, nuestro queridísimo latín.  Mañana, en el camino hacia Roma, cabalgaremos juntos y platicaremos de ellos (sobre todo), y de mis ideales dentro del Ejército Imperial Romano.  El día de hoy ya ha tenido más que suficiente, debemos dejar que termine y descansar para recuperar las energías por las emociones de los acontecimientos y por el viaje.

Termina la cuarta vigilia y nosotros estamos preparados para partir; inicia nuestro sexto día de viaje y, la verdad, los anteriores días han estado llenos de muchas situaciones que no teníamos previstas; sinceramente espero que en adelante sean más ‘normales’ nuestras estancias, aunque, yendo hacia la Gran Urbe, eso es un poco difícil.  El camino a Roma desde Perusia es solo descendente, más aún si uno sigue las riberas del cause del Tiberis, que son amplias por las pequeñas llanuras que se forman entre los Appennini y el río; el trote de los caballos se mantiene constante y muy descansado para el jinete y el corcel.  Este río es verdaderamente una bendición del dios Neptuno (en quien nuestros ancestros reconocían su divinidad sobre todas las aguas de la tierra: bien de ríos, arroyos y lagos, o del mismo mar), porque, junto con el Padus, el grandioso río del Septemtrio de Italia, riega tierras vitales para la agricultura y la crianza de rebaños que se traducen en alimentos seguros para el Imperio.

El Tiberis, además de la limpísima agua de lluvia y los valiosos sedimentos que vierte en el recorrido de sus dos mil estadios de largo; desde la confluencia del Nerva hasta el Mare Nostrum, más de cuatrocientos estadios, es perfectamente navegable, pudiendo cruzar Roma desde el extremo septentrional hasta el fin meridional de la ciudad.  Siguiendo ese flujo, y aprovechando la fuerza de la corriente, uno puede atravesar toda la Gran Urbe más rápido en navío que por tierra.  Después del Padus, el Tiberis es el más importante de los ríos de la península como recurso pluvial; lo vamos a recorrer casi desde su inicio y solo descansaremos para comer en el pequeño lago de Corbarus, en donde la vista es magnífica, el silencio es celestial y los aromas como los del Monte Olimpus, de los dioses griegos.
       ¡Tadeus, que se acerque a mí, Camilus!, le ordeno a mi asistente.
       ¡A la orden, mi señor!, responde de inmediato el soldado.
       ¡Ave César!, ¡Tribunus Legatus! Camilus Méver a su mandato!, se presenta el joven Centurión.
       ¡Ave César! Camilus, le respondo. Cuéntame, ¿cómo es que alguien tan joven ha llegado a ser Centurio?
       ¡Por los dioses, Tribunus Legatus!, porque ellos me han puesto en donde la fortuna se ha presentado para mi beneficio.
       ¿Cómo es eso?, cuéntame.
       Tengo veintiséis años de edad, Señor, y hace solo seis meses el General Bini me ascendió al rango, por la planeación de estrategias de batalla en el campo de adiestramiento; el manejo de diez manipuli de una legión en el asalto a un campamento tipo germánico, mereció tal reconocimiento de parte del comandante.
       ¿Y cuáles fueron las estrategias para merecer tan alta valuación Camilus?, le pregunto al hombre.
       Durante tres meses estuvimos en el bosque, Tribunus Legatus; nos dieron las instrucciones de reconocer el terreno con un diámetro de cien estadios, yo dibujé los planos, seleccioné a los hombres y las armas que portarían, dividí las manipuli en grupo y relacioné los tiempos y los abastos de comida y pertrechos para la tropa.
       ¡Qué maravilla, Camilus! ¿Cuántos de tus hombres murieron y cuántos prisioneros tomaron?, le interrumpo.
       Solo quince muertos, Señor, y veintidós heridos de recuperación breve. Se tomaron trescientos prisioneros.
       ¿Y cuáles fueron tus armas Centurio Méver?, le vuelvo a preguntar.
       Cinco catapultas con fuego, Tribunus Legatus, atendidas por cuatro hombres cada una; dos escuadras de diez équidos cada una, y dos escuadras de diez arqueros y ballesteros; los soldados triarii solo portando espada, Señor.
       ¿Cuántos eran tus adversarios, Centurio?, continúo preguntando.
       Quinientos hombres armados como los germánicos, Tribunus.
       Y los hombres del entrenamiento que fueron los bárbaros que  enfrentarías ¿eran de la Germania, Centurión Camilus?
       No, Señor, eran Legionarios Romanos vestidos como germánicos.
       Muy bien, te felicito; solo quiero hacerte una observación: tus resultados en la batalla real podrían ser muy diferentes, no dudo que salgas triunfador, pero los germanos tienen mucho coraje para la lucha y no les importa morir si están seguros que con su muerte, al menos pueden herir hasta la inhabilitación a un soldado Legionario.  Lo que quiero decirte es que perderás muchos más que quince muertos, tendrás muchos más heridos y nunca harás prisioneros a más de la mitad de tus rivales; si son germanos y están en lucha, serán infinitamente más aguerridos que los soldados Legionarios en prácticas, ¿me entiendes?; a ellos no les importa morir, por eso son bárbaros.
       ¡Sí entiendo, Señor!, contesta el joven Centurión con potente voz.
       ¿Quedó escrito todo tu plan de batalla en el campamento de prácticas, para futuras aplicaciones con otros Legionarios que tengan las mismas oportunidades que tú?, porque eso sería avanzar con mayor seguridad en su preparación para la batalla; le cuestiono.
       Sí, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, igual que sus planes de batalla más allá del Río Mosela, las primeras incursiones del Imperio Romano en Germania, que fueron mí inspiración en su admirable campaña contra los bárbaros.
       Eres un buen scholasticus Camilus; espero que seas igualmente bueno en lo prácticus, al aplicar esos conocimientos.
       Lo haré, Señor, con su invaluablemente firme guía. Me responde con toda la sinceridad que puede mostrar.
       Dime, Camilus,¿por qué sabes hablar griego?
       Mi padre fue Legionario Romano en Siria, Tribunus; mi madre era griega. Tanto la instrucción en la schola como en casa, la lengua era el griego; ella nunca habló latín.
       ¿Qué ha sido de ellos, Camilus?, pregunto con cierto temor.
       Los dos han muerto, Señor; mi padre en combate hace cinco años y mi madre por el parto de mi hermano menor, hace siete años; cuando yo me enrolé en las milicias del Imperio.
       ¿Qué más debo saber de ti, Camilus?, pregunto para terminar la serie de cuestiones de rigor.
       ¡Que estoy inmensamente agradecido con los dioses de haber sido elegido para formar parte de sus hombres y de estar junto a Usted, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, dice lleno de emoción.
             
Seguimos cabalgando juntos en tanto le repaso mis ideales de servicio al César, al Ejército y al Imperio; aclarándole que ese es precisamente el orden de nuestras obligaciones: servirle al César, para ser útiles a la Militia y dignos del Magnus Romanus Imperium.  Igual son los cuestionamientos para Nikko Fidias: qué ha hecho en el Ejército y cómo ha logrado sus grados; qué es de su familia paterna y qué planea en su futuro inmediato.  Para mí, como comandante de hombres, esto es vital; no puedo imaginar dar una instrucción al soldado, sin saber la posible reacción del hombre.  Por eso hay que conocerlos, para saber sus límites, sus debilidades y sus oportunidades.



EN LAGO CORBARUS
Iunius XIX

Hemos llegado al Lago Corbarus, el cual sigue tan hermoso y tranquilo como el día en que lo conocí; fue en un viaje de niño con mi padre, algún día se los contaré.  He pasado por este lugar en muchas otras ocasiones y siempre procuro hacerlo un remanso en mi camino, igual que lo es para el Tiberis.  Bien sea que vaya de Roma hacia el Septentrio o venga desde allá hacia la Urbe, procuro pasar por aquí y disfrutar este jardín de dioses.  Hay pinos, cipreses y cedros; la hierba verde tiene más de diez tonos, que van desde la esmeralda traslúcida hasta el lirio antes de secarse;  las flores silvestres son innumerables y la variedad de colores parece mayor que los del iris después de la lluvia.  Desmontamos y, a pie, escogemos un claro sobre una pequeña loma que permite ver la amplitud del pequeño lago.  El agua aquí es una majestuosidad de azules, verdes y cafés, dependiendo de la profundidad y asentamiento del bendito líquido de los dioses; también depende de la época del año en que nos encontremos, época de lluvias, de secas o de nevadas eventuales.

Las viandas empiezan a ser bajadas de las ancas de nuestros corceles, siempre son lo mismo: queso, pan, vino y carne seca rebanada muy finamente; por lo regular, lo que se traiga para estas ocasiones se terminará por completo, somos tantos y con tanta hambre por el ejercicio del viaje, que nunca es suficiente y menos aún para que sobre.  Sin embargo, esto no es problema, en todas la fuerzas de armas del Ejército Imperial se instruye y se educa el reparto de la comida de forma que esta alcance para todos en porciones iguales; aquí es donde la gente de gran tamaño o acostumbrada a las comilonas sufre severamente, porque primero es en partes iguales; después más, si sobra.  Los quesos de leche de capra de Umbria y Etruria, son especialmente suculentos, ya que al ser añejados su sabor se concentra mucho más que los elaborados con leche vacuna; y el vino de estas laderas no tiene comparación en Italia, ‘quiante’ le llaman los etruscos. 
Este descanso nos hará muy bien, hemos hecho buen tiempo en nuestro trote; esta es una tercera parte del camino en distancia y de luz solar todavía no es medio día; nos sobran muchas horas.  Llegaremos a buen tiempo, si los dioses nos lo permiten.  Mis hombres están inquietos porque no saben, igual que yo, a qué he sido llamado a Roma; ninguno de ellos preguntará, por supuesto, pero es conveniente que sepan que la duda es generalizada, no solo de ellos.  Antes de montar para reanudar el camino, me levanto y les digo:
       ¡Ave César, Ciudadanos Romanos!, de inmediato dejan todo lo que estuviesen haciendo, y atienden el llamado.
       ¡Ave César, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, contestan todos.
       Hace seis días que salimos de nuestra querida Villa Garlla, hemos recibido las noticias y gracias a los dioses, nada malo ha ocurrido, ni en mi casa ni en las suyas; hoy mismo llegaremos a Roma para atender la instrucción de presentarnos ante el Emperador Tiberio Julio César.  Igual que ustedes, tampoco yo sé la razón de nuestro viaje, pero fieles al servicio de nuestro supremo guía, y en beneficio de nuestras causas, llegaremos a ejecutar las órdenes que nos de Tiberio César. Ni siquiera imagino cuál puede ser nuestra encomienda, porque si es mía también es de ustedes, pero ello no importa, porque nosotros estamos prestos para ejecutar cuanta orden recibamos del Comandante Supremo del Ejército Imperial Romano.  Así, pues, todos con la duda de qué nos depara el destino, sigamos nuestro camino hasta Roma y ¡Ave César!
       ¡Ave César!
       Todos nos hospedaremos en Villa Veritas, nuestro domus en Roma; sigue siendo descanso de campaña, deberán estar listos con el toque de la diana de la última vigilia; uniforme de gala, ya que iremos a la casa del Senado en el Forum Romanum, después de lo cual, recibiremos nuestras ansiadas instrucciones y la encomienda a seguir. ¡Jefe Tadeus!
       ¡Señor, a su mandato, Tribunus Legatus!
       Mañana a la hora segunda, revisaré la escolta: hombres, bestias y armas; vigile la impecabilidad de todo.
       ¡A su orden Tribunus Legatus!
       ¡Ave César! ¡Vámonos!
       ¡Ave César, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!

Montamos todos para seguir la guía segura que nos concede el Tiberis cause abajo; la aceptamos gustosos para disfrutar el galope, entre valles apenas sinuosos de tierra húmeda, excelente para cabalgar.  Llegaremos a las aguas más bajas de este gran río, solo contenido por el Colinar Latialis antes del mar, La Gran Urbe, La Magnífica Roma Imperialis, al toque de la diana de inicio de la segunda vigilia; excelente momento para un buen baño de therma, un masaje relajante, una cena ligera y un descanso protegido de Somnus, el dios griego del buen dormir y por su hijo Morfeo, el dios del sueño.

Cinco de las siete colinas de la Majestuosa Roma tocan al Río Tiberis en algún lugar de su paso señorial; la Quirinal y la Viminal al Septentrio, cuando el río entra a la ciudad; la Capitolina y la Palatina, al centro; y finalmente la Aventina, Australis, cuando fluye hacia el Mare Thyrrhenum; ni la Celia ni la Esquilina lo tocan; pero esas dos tienen las mejores vistas del gran río pasando entre su hermanas por toda la Urbe.  Yo tengo un Duomus clásico romano en la ribera de la falda del Quirinal que toca el Tiberis en pleno Campus Martius, viendo de frente, sin que nada lo tape, el Mausoleo de Augusto que mandó construir Tiberio César, con cuarenta y un columnas de mármol blanco levantadas en círculo; una por cada año de su reinado, y con un techo abovedado de treinta passus de diámetro.  Una construcción magnífica, como corresponde a quien honra.

Villa Veritas, es un domus de más de cien años de existencia; la construyó y perteneció a mi avus, el padre de mi madre, quien fue Senador de la República en tiempos de la Dictadura del Gran General Romano, Cayo Julio César; hay mucha historia que se podría contar de esos tiempos. 

Pero teniendo que afrontar los requerimientos de mi título como Tribunus Legatus, ha habido necesidad de ampliarla ‘convenientemente’ para su buena utilización.  La Villa Veritas, que debe su nombre a la fama de ‘hombre de verdad y sinceridad’ que se ganó mi abuelo en el Senado, (y que por haber nacido yo aquí mi nombre es Veritelius), está desplantada sobre un cuadrángulo regular de dos stadium por lado, en donde hay solo lo necesario para el desarrollo de mi rango militar.


FINALMENTE EN ROMA
Iunius XIX

Seis días de jornada completa cabalgando; los primeros dos como primus pilus, como corresponde a mi título y cargo en el Ejército Imperial; los siguientes dos como Centurión con mandato, a lo cual yo ya no estoy obligado; y los dos días finales como Mensajero de la Caballería Militar, que, en definitiva, no tengo por qué hacerlo; cubrieron el trayecto de tres mil estadium, desde Mediolanum hasta Roma.  Ciertamente agotador, sin incluir los ‘eventos’ que tuvimos que cubrir al paso de las poblaciones tan diversas que tocamos.  Aprovecharemos ‘en casa’ las tres vigilias que tenemos para descansar, porque, algo me lo dice, mañana empezará realmente nuestro viaje.


† † †


Orar sirve, oremos por nuestros Pueblos.

De todos ustedes afectísimo en Cristo

Antonio Garelli




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De Milagros y Diosidencias.  Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.

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