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sábado, 20 de abril de 2024

LA VIAE CAELI (3)

“Hazme un instrumento de tu Paz…”

San Francisco de Asís

 

Riviera Maya, México; Abril 21 del 2024. 

LA ViÆ cÆli

El camino al cielo

Antonio Garelli


I Estación:


La Resurrección

del Señor 

El Ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: "Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como les había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba…”

Evangelio según San Mateo 28, 5-6

"No os asustéis.  Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado; ha resucitado; no está aquí.  Ved el lugar donde lo pusieron…”

Evangelio según San Marcos 16, 5-6

"¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?  No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: 'Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite.'

Evangelio según San Lucas 24, 5-8


+ + +

 

Todo lo que sucede en la Tierra tiene un comienzo y el Cristianismo no es la excepción; también empieza en un momento determinado y lo hace aquí, precisamente en la Resurrección de Cristo Jesús, el primer paso de ‘La Viæ Cæli’ (El Camino al Cielo).

Nadie vio La Resurrección del Señor, nadie estuvo presente justo al momento en que tan gloriosísimo acontecimiento ocurrió.  Nos lo podemos imaginar de mil formas diferentes, pero será solamente eso, nuestra imaginación.  Supongo que ningún humano, incluyendo a la Santísima Virgen María, podía hacer acto de presencia delante de La Gloria de la Resurrección del Cristo.

Sabemos qué pasó antes y qué sucedió después, documentado con lugar, fecha, personajes, acciones y detalles que dan validez histórica a esos hechos; pero La Resurrección en sí, no es un simple evento histórico, es un Acto Supremo de Fe.  Por supuesto, mucho más valioso por su Naturaleza Divina. 

Ha resucitado”, es lo que dice el Ángel del Señor a las Santas Mujeres; seguramente ellos, los ángeles, sí vieron tan descomunal acontecimiento.  Son seres divinos y por tanto, pueden presenciar actos divinos; nosotros no.  Pero La Fe, que es un Don Divino, nos permite a los humanos trascender nuestro limitado conocimiento y ‘asimilar’ la naturaleza de los hechos que pertenecen solo a Dios; y éste, es uno de esos momentos culmen.

En ‘La Viæ Cæli’ (El Camino al Cielo), el punto de partida es La Resurrección de Cristo, evento primicia de su tipo, pues si bien Jesucristo ‘volvió a la vida’ a varias personas durante su Ministerio con obras portentosas, todas esas personas volvieron a morir; en cambio, nuestro Señor es el primero que Resucita a la Vida Eterna, el primero que, desde hombre, tiene el merecimiento de volver a tomar vida para subir al Cielo con el Padre.     

Lo sobrenatural del hecho de la Resurrección de Cristo, es precisamente lo que avala su contundencia como verdad, pues ante la imposibilidad de negarla con la razón crítica, se transfiere a la ‘razón dogmática’ (esa necedad del pensamiento humano que quiere entender las realidades trascendentes de Dios y el alma), terminando por aceptar el hecho como ‘fuera del dominio del pensamiento humano, pero evidente’.  San Pablo, San Agustín de Hipona, Santo Tomás de Aquino, San Ignacio de Loyola; son algunos de los Teólogos Cristianos que tratan La Resurrección de Cristo y, amén de exaltarla, la dejan como conocimiento adquirido mediante La Fe, ‘que es la Revelación Divina al hombre’. 

Por ejemplo, para San Pablo, el Fariseo Apóstol; para él La Resurrección del Señor es algo fundamental, sin lo cual no se puede existir dentro del ámbito del Cristianismo.  Cuando le plantearon el problema que se suscitó en Corinto, acerca de la ‘no resurrección de Cristo’, fue tajante, como siempre, en el axioma que emitió delante de tan perjudicial blasfemia; y les dicta:

Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?

Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe.

Y somos convictos de falsos testigos de Dios, porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es que los muertos no resucitan.

      (1 Co 15, 12-15)

En realidad, todo el Capítulo XV de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios habla de la Resurrección de Cristo (convendría mucho leerlo pausadamente, hasta entenderlo), pero con los cuatro versículos anteriores es más que suficiente para analizar profusamente este Glorioso momento.

Ahora vamos a los antecedentes, al inicio de la Predicación de la Buena Nueva, al Evangelio de Jesús de Nazaret.  Las primeras palabras que Cristo dice en el inicio de su Ministerio son: “Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado” (Mt 4, 17).  En las treinta y tres Parábolas de Jesús que registran los Cuatro Evangelistas, Cristo siempre dice: “. . . El Reinos de los Cielos es semejante a (o, se parece a). . .  Con esto quiero enfatizar que Jesucristo no nos traía algo material y terrenal, no; Él siempre ofreció dones y bendiciones en el Cielo.  Ahora bien, en el Cielo, lugar de La Gloria, todo es espiritual, perfecto y eterno.

Si bien Jesús se hizo hombre para nuestra redención (como “… el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…”), era necesario que resucitara su cuerpo humano como un cuerpo glorioso, para ‘dar forma y posibilidad de cumplimiento a todas sus promesas.’ Vuelve a ser San Pablo quien nos aclara este asunto, cuando señala de sí mismo:

. . . La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los Cielos. . . En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad.

(1 Co 15, 50 y 53)

Por ello la Resurrección de Cristo Jesús era inevitable, pues, habiendo vencido el pecado (perfecto), vence a la muerte (incorrupto), tomando su Cuerpo Glorioso, para alcanzar Él mismo el Reino de los Cielos, del cual es Rey Supremo.  La Viæ Cæli’ la establece Cristo como Primicia de la Resurrección, dejando claramente marcado “…el camino, la verdad y la vida…” que es Él; como único medio para llegar al Padre.

San Agustín de Hipona, en su Enarratio in Psalmum (88, 2, 5), asienta: “En ningún punto la Fe Cristiana encuentra más contradicción, que en la resurrección de la carne.  Y en efecto es así, pues nada hay más sobrenatural al pensamiento humano que la Resurrección de Cristo; y nada le supera más abrumadoramente, que el hecho de vencer a la muerte para alcanzar La Vida Eterna.

Pero sin lugar a dudas, el que más ampliamente trata La Resurrección de Cristo, es Santo Tomás de Aquino, el Filósofo-Teólogo, Angelicus Doctor de la Iglesia Católica, que con la profundidad de sus escritos nos esclarece el entendimiento. Aquí una pequeña demostración de su sapiencia:

 

LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR                  

Santo Tomas de Aquino

 

 

 

AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS.

Vemos en la Escritura que muchos resucitaron de entre los muertos, como por ejemplo Lázaro, el hijo de la viuda, la hija del jefe de la sinagoga. Pero la resurrección de Cristo difiere de la resurrección de éstos y de otros en cuatro aspectos.

PRIMERO, en cuanto a la causa de la resurrección.

En efecto, los otros resucitados no resucitaron por su propia virtud sino por el poder de Cristo; en cambio Cristo resucitó por su propia virtud, ya que no sólo era hombre sino también Dios, y la Divinidad del Verbo nunca quedó separada ni de su alma ni de su cuerpo, por lo cual, cuando quiso, el cuerpo recobró el alma, y el alma recobró el cuerpo. Cristo dijo de sí mismo: Tengo poder para dar mi alma, y tengo poder para retomarla de nuevo (Jo. 10, 18).

Y si bien es cierto que Cristo murió, ello no fue por debilidad ni por necesidad impuesta desde fuera, sino por su propio poder, porque murió voluntariamente, como se ve por el hecho de que cuando entregó su espíritu, gritó con fuerte voz, cosa que no pueden hacer los otros hombres porque mueren en razón de su debilidad. Por lo cual dijo el centurión: Verdaderamente éste era el Hijo de Dios (Mt. 27, 54). Y por eso, así como por su propio poder entregó su alma, así también por su propio poder la recobró.

Por ello decimos: Cristo "resucitó", siendo su resurrección obra suya, y no decimos: "fue resucitado", como si su resurrección fuese obra de otro. Me acosté, y me dormí, luego me levanté, dice el, Salmo (3, 6). Ni esto es contrario a lo que dijo S. Pedro en su discurso a los judíos: A este Jesús lo resucitó Dios (Act. 2, 32), porque en efecto el Padre lo resucitó, y también el Hijo: ya que el Padre y el Hijo tienen un solo y único poder.

En SEGUNDO lugar, difiere por la vida a la cual resucitó.

Porque Cristo resucitó a una vida gloriosa e incorruptible. Dice el Apóstol: Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre (Rm. 6, 4). En cambio, los otros resucitaron a la misma vida que habían tenido antes de su muerte, como consta de Lázaro y de otros.

En TERCER lugar, difiere por su fruto y por su eficacia.

Efectivamente, todos resucitan por el poder de la resurrección de Cristo. Leemos en el Evangelio: Los cuerpos de muchos santos que habían muerto resucitaron (Mt. 27, 52). Y el Apóstol escribe: Cristo resucitó de entre los muertos, como primicia de los que duermen (1 Cr. 15, 20). No olvidemos, sin embargo, que por su Pasión Cristo llegó a la gloria, como Él mismo se lo dijo a los discípulos de Emaús: ¿No era preciso que Cristo padeciese de ese modo y así entrara en su gloria? (Lc. 24, 26). Así nos enseña cómo nosotros podemos llegar a la gloria. Dice el Apóstol: Es preciso que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios (Act. 14, 21).

En CUARTO lugar, difiere por el tiempo en que se realizó.

En efecto, la resurrección de los demás es diferida hasta el fin del mundo, salvo a algunos privilegiados para los cuales se anticipa, como la Santísima Virgen, y, según una piadosa creencia, S. Juan Evangelista; en cambio Cristo resucitó al tercer día. Y la razón de ello es que la resurrección, la muerte y la natividad de Cristo acontecieron para nuestra salvación, y por lo tanto sólo quiso resucitar cuando nuestra salvación quedó completamente realizada.

Si hubiese resucitado enseguida que murió, los hombres no hubieran creído que hubiese muerto.  Asimismo, si hubiese demorado mucho, sus discípulos no habrían perseverado en la fe, y así su Pasión hubiera sido absolutamente inútil. ¿Qué utilidad acarreará mi muerte si desciendo a la corrupción?, dice el Salmo (39,10). Por eso resucitó al tercer día, para que no dudasen de su muerte, y para que los discípulos no perdiesen la fe, tan endeble en ellos todavía.

. . .

La Resurrección de Cristo es vida para los difuntos, perdón para los pecadores, gloria para los santos. 

San Máximo de Turín

Orar sirve, nuestra alma lo agradece y nuestra mente también.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli

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