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jueves, 19 de diciembre de 2019

EL CREDO (11) - CREO EN JESUCRISTO - El Mesías Esperado

“Santifícalos con La Verdad.
Tu Palabra es La Verdad.”


Riviera Maya, México; Diciembre 20 del 2019.


Tomado de la Colección de Folletos
EL CREDO, SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA.
P. Emiliano Jiménez Hernández, C.N.
Grafite Ediciones – Bilbao España
2006


CREO EN JESUCRISTO…

El Mesías Esperado

“Jesús es El Cristo”, EL Mesías esperado, confiesa la comunidad cristiana, fiel a la predicación apostólica, como lo recoge insistentemente el Evangelio.  Ante la aparición de Juan bautizando en el Jordán, las “autoridades judías enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: ¿Tú, quién eres?”  Y él confesó abiertamente: yo no soy el Cristo.” (Jn 1, 19-20)  Y el mismo Bautista, al oí lo que se decía de Jesús, enviará desde la cárcel a dos de sus discípulos con idéntica pregunta: “¿Eres tú el que había de venir o esperamos a otro?(Lc7,20)

Esta expectación mesiánica nace con los mismos Profetas del Antiguo Testamento. Tras el exilio nace en el pueblo piadoso una corriente mesiánica, que recogerá el libro de Daniel.  Se esperaba el advenimiento de un mundo nuevo, expresión de la salvación de los justos, obra del Hijo del Hombre, a quien Daniel en visión, ve “que le es dado en señorío, la gloria y el imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirven.  Su dominio es eterno, nunca pasará y su imperio jamás será destruido.” (Dn 7, 13-14)

En Jesús, confesado como el Cristo, ha visto la comunidad cristiana realizada esta profecía.  Cristo es el Hijo del Hombre, como el mismo se denomina tantas veces en el Evangelio.  Él es quien instaurará el nuevo mundo, salvando al hombre de la esclavitud del pecado.

En el relato evangélico de la confesión de Pedro, Jesús llama bienaventurado a aquel a quien el Padre revela que Él es el Cristo:
“Jesús les preguntó: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos le dijeron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros que Jeremías o uno de los profetas. Y Él les preguntaba: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?  Simón Pedro contestó: Tú eres el Cristo, El Hijo de Dios vivo. Replicando, Jesús le dijo: Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.”  (Mt 16, 13ss; Mc 8, 27-30)

La confesión que Jesús mismo hace ante el Sumo Sacerdote de ser el Cristo, es la razón última que provoca su condena a muerte:
“El Sumo Sacerdote le dijo: Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios. Dícele Jesús: Sí, tú lo has dicho… y todos respondieron: Es reo de muerte.” (Mt 26,63-66)

En el título de Mesías está encerrada toda su misión, su vida y su persona.  Él es el mensajero de Dios, que invita a los pobres al banquete de fiesta; el médico de los enfermos; el pastor de las ovejas perdidas; el que congrega en torno a la mesa del Reino a la “Familia de Dios.”

Jesús: Hijo del Hombre y Siervo de Yahveh

Hijo del Hombre y Siervo de Yahveh definen a Jesús como el Mesías, que trae la salvación de Dios. Él es ‘el que había de venir’, que ha venido.  Con Él ha llegado el Reino de Dios y la salvación de los hombres.

Pero Jesús, frente a la expectativa de un Mesías político, que Él rechaza, se da el título de Hijo del Hombre, nacido de la expectación escatológica de Israel.  Él trae la salvación para todo el mundo, pero una salvación que no se realiza por el cambio del triunfo político o de la violencia, sino por el camino de la pasión y de la muerte en cruz.  Jesús es el Hijo del Hombre, Mesías que entrega su vida a Dios por los hombres.

El Mesías, de este modo, asume en sí, simultáneamente, el título de Hijo del Hombre y Siervo de Yahveh, cuya muerte es salvación para muchos.  Jesús muere como Siervo de Dios, de cuya pasión y muerte dice Isaías que es un sufrimiento inocente, aceptado voluntariamente, con paciencia, querido por Dios y, ante todo, Salvador.  Al identificarse con el Siervo de Dios y asumir su muerte como muerte “por muchas”, es decir, “por todos”, se nos manifiesta el modo propio que tiene Jesús de ser Mesías: entregando su vida para salvar la de todos. 

El título que cuelga en la cruz, como causa de condena, se convierte en causa de salvación: “Jesús, Rey de los judíos”, es decir, Jesús Mesías, Jesús el Cristo.  Así lo confesó la comunidad cristiana primitiva, en cuyo seno nacieron los Evangelios.

Mateo comienza el Evangelio con la Genealogía de Jesús, hijo de David, hijo de Abraham.  En Él se cumplen las promesas hechas al Patriarca y al Rey.  En Él se cumplen las esperanzas de Israel; Él es el Mesías esperado.  Y Lucas, en su Genealogía, va más lejos, remontando los orígenes de Jesús hasta Adán.  Así, Jesús no solo responde a las esperanzas de Israel, sino a las esperanzas de todo hombre, de todos los pueblos.  Es el Cristo, el Mesías de toda la Humanidad.

Cuando Jesús es bautizado en el Jordán, “se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y se posaba sobre Él.  Y una voz desde los cielos dijo: “Este es mi Hijo amado en quien me complazco.”” (Mt3,16-17)  Los cielos, cerrados por el pecado para el hombre, se abren con la aparición de Jesucristo entre los hombres.  El Hijo de Dios se muestra en público en la fila de los pecadores, cargado con los pecados de los hombres, como siervo que se somete al bautismo.  Por ello se abren los cielos y resuena sobre Él la palabra que Isaías había puesto en boca de Dios: “He aquí mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He aquí mi Espíritu sobre Él.” (Is 42,1)

Hijo y Siervo de Dios, unidos; apertura del cielo y sometimiento de sí mismo, salvación universal ofrecida al Mundo mediante la entrega de sí mismo a Dios por los hombres: ESTA ES LA MISIÓN DEL MESÍAS.

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Orar sirve, es bueno para nuestra alma y nuestra mente.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli





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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.

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