“Santifícalos con
La Verdad.
Tu Palabra es La
Verdad.”
Riviera
Maya, México; Diciembre 20 del 2019.
Tomado de la Colección de Folletos
EL CREDO, SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA.
P. Emiliano Jiménez Hernández, C.N.
Grafite Ediciones – Bilbao España
2006
CREO EN JESUCRISTO…
El
Mesías Esperado
“Jesús
es El Cristo”, EL Mesías esperado, confiesa la comunidad cristiana, fiel a la
predicación apostólica, como lo recoge insistentemente el Evangelio. Ante la aparición de Juan bautizando en el
Jordán, las “autoridades judías enviaron
desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: ¿Tú, quién eres?” Y él
confesó abiertamente: yo no soy el Cristo.” (Jn 1, 19-20) Y el mismo Bautista, al oí lo que se decía de
Jesús, enviará desde la cárcel a dos de sus discípulos con idéntica pregunta: “¿Eres tú el que había de venir o esperamos a
otro?” (Lc7,20)
Esta
expectación mesiánica nace con los
mismos Profetas del Antiguo Testamento. Tras el exilio nace en el pueblo
piadoso una corriente mesiánica, que recogerá el libro de Daniel. Se esperaba el advenimiento de un mundo
nuevo, expresión de la salvación de los justos, obra del Hijo del Hombre, a
quien Daniel en visión, ve “que le es
dado en señorío, la gloria y el imperio, y todos los pueblos, naciones y
lenguas le sirven. Su dominio es eterno,
nunca pasará y su imperio jamás será destruido.” (Dn 7, 13-14)
En
Jesús, confesado como el Cristo, ha visto la comunidad cristiana realizada esta
profecía. Cristo es el Hijo del Hombre,
como el mismo se denomina tantas veces en el Evangelio. Él es quien instaurará el nuevo mundo,
salvando al hombre de la esclavitud del pecado.
En
el relato evangélico de la confesión de Pedro, Jesús llama bienaventurado a
aquel a quien el Padre revela que Él es el Cristo:
“Jesús les preguntó: ¿Quién dicen
los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos le dijeron: Unos, que Juan el
Bautista; otros, que Elías; otros que Jeremías o uno de los profetas. Y Él les
preguntaba: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro contestó: Tú eres el Cristo, El
Hijo de Dios vivo. Replicando, Jesús le dijo: Bienaventurado eres Simón, hijo
de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre
que está en los cielos.” (Mt
16, 13ss; Mc 8, 27-30)
La
confesión que Jesús mismo hace ante el Sumo Sacerdote de ser el Cristo, es la
razón última que provoca su condena a muerte:
“El Sumo Sacerdote le dijo: Yo te
conjuro por Dios vivo que nos digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.
Dícele Jesús: Sí, tú lo has dicho… y todos respondieron: Es reo de muerte.” (Mt 26,63-66)
En
el título de Mesías está encerrada toda su misión, su vida y su persona. Él es el mensajero de Dios, que invita a los
pobres al banquete de fiesta; el médico de los enfermos; el pastor de las
ovejas perdidas; el que congrega en torno a la mesa del Reino a la “Familia de
Dios.”
Jesús:
Hijo del Hombre y Siervo de Yahveh
Hijo
del Hombre y Siervo de Yahveh definen a Jesús como el Mesías, que trae la
salvación de Dios. Él es ‘el que había de
venir’, que ha venido. Con Él ha
llegado el Reino de Dios y la salvación de los hombres.
Pero
Jesús, frente a la expectativa de un Mesías político, que Él rechaza, se da el
título de Hijo del Hombre, nacido de la expectación escatológica de
Israel. Él trae la salvación para todo
el mundo, pero una salvación que no se realiza por el cambio del triunfo
político o de la violencia, sino por el camino de la pasión y de la muerte en
cruz. Jesús es el Hijo del Hombre,
Mesías que entrega su vida a Dios por los hombres.
El
Mesías, de este modo, asume en sí, simultáneamente, el título de Hijo del
Hombre y Siervo de Yahveh, cuya muerte es salvación para muchos. Jesús muere como Siervo de Dios, de cuya
pasión y muerte dice Isaías que es un sufrimiento inocente, aceptado
voluntariamente, con paciencia, querido por Dios y, ante todo, Salvador. Al identificarse con el Siervo de Dios y
asumir su muerte como muerte “por muchas”, es decir, “por todos”, se nos
manifiesta el modo propio que tiene Jesús de ser Mesías: entregando su vida
para salvar la de todos.
El
título que cuelga en la cruz, como causa de condena, se convierte en causa de
salvación: “Jesús, Rey de los judíos”, es decir, Jesús Mesías, Jesús el
Cristo. Así lo confesó la comunidad
cristiana primitiva, en cuyo seno nacieron los Evangelios.
Mateo
comienza el Evangelio con la Genealogía de Jesús, hijo de David, hijo de
Abraham. En Él se cumplen las promesas
hechas al Patriarca y al Rey. En Él se
cumplen las esperanzas de Israel; Él es el Mesías esperado. Y Lucas, en su Genealogía, va más lejos,
remontando los orígenes de Jesús hasta Adán.
Así, Jesús no solo responde a las esperanzas de Israel, sino a las
esperanzas de todo hombre, de todos los pueblos. Es el Cristo, el Mesías de toda la Humanidad.
Cuando
Jesús es bautizado en el Jordán, “se
abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma
y se posaba sobre Él. Y una voz desde
los cielos dijo: “Este es mi Hijo amado en quien me complazco.”” (Mt3,16-17) Los cielos, cerrados por el pecado para el
hombre, se abren con la aparición de Jesucristo entre los hombres. El Hijo de Dios se muestra en público en la
fila de los pecadores, cargado con los pecados de los hombres, como siervo que
se somete al bautismo. Por ello se abren
los cielos y resuena sobre Él la palabra que Isaías había puesto en boca de
Dios: “He aquí mi siervo a quien
sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He aquí mi Espíritu sobre Él.”
(Is 42,1)
Hijo
y Siervo de Dios, unidos; apertura del cielo y sometimiento de sí mismo,
salvación universal ofrecida al Mundo mediante la entrega de sí mismo a Dios
por los hombres: ESTA ES LA MISIÓN DEL
MESÍAS.
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Orar sirve, es bueno para nuestra alma y
nuestra mente.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
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