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jueves, 17 de octubre de 2019

EL CREDO Símbolo de la Fe de la Iglesia - CREO EN DIOS PADRE TODOPODEROSO (1)


“Santifícalos con La Verdad.
Tu Palabra es La Verdad.”


Riviera Maya, México; Octubre 18 del 2019.


“El Credo. Símbolo de la Fe de la Iglesia.”
P. E.J.H., C.N.


CREO EN DIOS PADRE TODOPODEROSO,
CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA.

A) CREO EN DIOS

La confesión de fe en el único Dios, con la que los cristianos comienzan el Credo desde hace dos mil años, se remonta mucho más atrás en el tiempo.  Las primeras palabras del Credo cristiano asumen el Credo israelita, que suena así en la confesión diaria de su fe: “Escucha, Israel: Yahveh, tu Dios, es el único Dios”.  

         - Dios de vivos     

Al confesar nuestra fe en Dios, los cristianos nos referimos al Dios “de vivos”, al “Dios de Abraham, Isaac y Jacob” (Ex 3, 6; Mt 22, 32), al Dios de Israel (Sal 72, 18; Is 45, 3; Mt 15, 31), que es el “Padre de nuestro Señor Jesucristo” (2Co 1, 3).  Conocemos a Dios por la historia de salvación de los hombres.  En esta historia Dios se nos aparece, Él abre el camino y acompaña a los hombres en su “peregrinación de la fe”.  La Fe no es otra cosa que recorrer el camino de Dios, apoyados (aman) en Él, que va delante como “columna de fuego o nube”.

El Dios trascendente e invisible, en su amor, se ha hecho cercano, entrando en alianza con Israel, su pueblo.  En la travesía del Mar Rojo, en la marcha por el desierto hacia el Sinaí, en el don de la Tierra Prometida, en la constitución del Reino de David..., Israel experimenta una y otra vez que “Dios está con ellos”, porque Dios es fiel a la alianza por encima de las propias infidelidades de ellos.  Israel se siente llevado por Dios como “sobre alas de águila” (Ex 19, 4).

El Dios de Israel, por tanto, no es un Dios lejano, impasible y mudo.  Es un Dios vivo, que libera y salva; un Dios que interviene en la historia, guía y abre camino a una nueva historia.  Es un Dios en quien se puede creer y esperar, confiar y confiarse.

         - Dios único

La profesión fundamental de Israel es la negación de todos los dioses circunvecinos.  La confesión de fe se opone, simultáneamente al politeísmo y al ateísmo.  “Hay un Dios” es la negación del “hay muchos dioses” y del “no hay Dios”.  El monoteísmo de Israel, en todos sus credos aparece con fuerza en medio del paganismo politeísta de los pueblos vecinos.

Pero, al mismo tiempo que Israel profesa su fe en el único Dios, las historia de la alianza con Dios transcurre de un modo dramático.  Israel constantemente abandona al único Dios vivo para adorar a los ídolos de los pueblos vecinos. Dios, en su fidelidad, llama profetas, que envía como mensajeros suyos al pueblo, que denuncian la infidelidad, el adulterio del pueblo y la fidelidad de Dios: “¿Puede una madre olvidarse de los hijos de sus entrañas?  Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.” (Is 49, 15; y 44, 21; Os 11, 7-9).  Dios se mantiene fiel a pesar de la infidelidad humana. “Pues, los dones y la llamada de Dios son irrevocables.” (Rm 11, 29)

Como negación de los dioses, la confesión de fe en el Dios único significa la negación de la divinización del pan, del eros y del poder, como potencias que, en formas diversas, mueven y subyugan a la humanidad.  La adoración de la fertilidad de la tierra, de la fecundidad humana y del poder, son las tres formas de idolatría, a que se opone el reconocimiento de la unicidad de Dios. 

La aceptación del Dios único, al ingresar en la comunidad cristiana, suponía un cambio radical de la existencia de graves consecuencias.  “¡Muerte a los ateos”!, gritaban los cristianos de los primeros siglos. Pero “la verdad cristiana afirmó siempre que si Dios no es uno, no es Dios.” (Tertuliano).

Hoy han desaparecido todos los dioses antiguos, pero no han desaparecido los poderes en los que se encarnaban, ni la tentación de absolutizarlos buscando en ellos la vida y la felicidad.  Es algo que pertenece a la condición humana, vendida al poder del pecado.  La idolatría de la seguridad, del sexo y del éxito –unificadas en el dios dinero– amenaza al hombre de hoy tanto o más que a los antiguos.  En la medida en que el hombre niega a Dios, en esa medida le persiguen los dioses y le alcanzan, esclavizándole bajo su dominio.

Tomado de la Colección de Folletos
EL CREDO. SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA
P. Emiliano Jiménez Hernández, C.N.
Grafiti Ediciones – Bilbao, España
2006


Orar sirve, es bueno para nuestra alma y nuestra mente.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli





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