LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA,
SON PARTE DE MI LIBRO
“El
Evangelio Según Zaqueo”
(EL ARCA
EDITORES - 2004)
Una muy personal forma de ver,
La Vida Humana de Dios Hecho Hombre.
“Santifícalos con
La Verdad.
Tu Palabra es La
Verdad.”
Riviera
Maya, Q.R., México;
Agosto 25
del 2019.
25 DE 40
EL INICIO DEL MINISTERIO
Cuenta Mateo, y lo cuenta bien, que a los 30 años
de edad Jesús se retiró al desierto a fin de lograr su purificación cuaresmal
de cuerpo y alma. Igual que aquéllos 40 días que Dios mantuvo a la Tierra
completa bajo el agua después del Diluvio, en tiempos del Patriarca Noé; igual
que aquellos 40 años que el Señor hizo vagar en el desierto del Sinaí a
nuestros padres, al mando de Moisés, para que se purificara el pueblo de Israel
de la generación inicua que había sacado de Egipto el día de la Liberación. Igual
que el ayuno de 40 días realizado por el Profeta Elías al final de su
ministerio, antes de ascender en carro de fuego hacía el Señor.
Así lo hizo Jesús de Nazaret para consagrarse a su
Ministerio del Evangelio; ya nada se lo impediría; ni las torcida costumbres de
la sociedad de su tiempo (en la cual solo los hombres mayores de treinta años
podían ejercer la predicación de los Sagrados Escritos en las sinagogas), ni
los impedimentos ‘legales’ de Escribas y Fariseos respecto de comprobar sus
conocimientos acerca de la ley y los Profetas; ya nada detendría la difusión de
la Buena Nueva, estaba en puerta y nada ni nadie la detendría.
Durante dos lunas completas el Maestro se alejó de
todos; los rumores acerca de su muerte se empezaron a propagar como fuego en
granero. Unos decían que las fieras lo habían devorado; los que lo habían visto
dominarlas, estaban seguros de que eso no sería. Otros argumentaban que había
sido emboscado y llevado como esclavo a una nación lejana; quienes sabían de su
gran poder de convencimiento y de sus extraordinarias habilidades, no aceptaban
el planteamiento. Unos más que se había ahogado en el Mar de Galilea; para
quienes conocían su poder encima de la naturaleza, rechazaban también tal
hipótesis.
Fueron Juan y Andrés, los hermanos de Santiago de
Zebedeo y Simón el Cefas, respectivamente, los que dieron una luz de certeza y
esperanza:
“Nosotros
lo hemos visto Bautizarse con Juan el Bautista, nuestro Maestro; y hemos visto
también cómo fue Ungido por Dios. Juan a su vez nos ha dicho: “He aquí el
cordero de Dios que quita el pecado el Mundo…”, ciertamente que está vivo y
oculto de nosotros, preparándose para algo extraordinario.”
Y lo extraordinario empezó a suceder, Jesús
reapareció en Nazaret, su pueblo de la infancia; en donde estaban sus
familiares, en donde creía que encontraría el eco magnifico de sus obras. Fue
para visitar a su querida Madre y a José, su padre adoptivo, quienes no lo
veían desde hacía mucho tiempo. Allá fue el Señor después de su ayuno en el
desierto de Efraím.
María y José ya habían oído los rumores que se
propagaban de la muerte de Jesús, obviamente, ellos no hicieron caso alguno al
respecto; antes al contrario, se alegraron en gran medida de los
acontecimientos. Cuando finalmente le pudieron ver en persona, ambos estallaron
en un gran gozo y lloraban de alegría al volverse a juntar con su Hijo muy
amado. José sabía que ‘había llegado el momento’; sabía que los infinitos
frutos de sus desvelos, de sus apuros y de sus angustias, por cuidar y educar ‘al
Hijo de Dios Niño, Adolescente y Hombre’, habían valido todas las penas
sufridas. El joven que había salido de casa hacía cinco años, ahora era un
hombre corpulento, fuerte, seguro y presencial.
María estaba abrazada a la cintura de su Hijo con
una fuerza tal, que parecía que se fundiría en él. Ella pequeña y fina, él
enorme y fuerte. A su lado José saltaba de alegría, bailando, cantando y
palmeando los Salmos más alegres que conocía; todo se volvió bullicio en la
pequeña casita. Era tanto, que empezaron a llegar parientes y vecinos para
participar de la alegría de la Sagrada Familia de Nazaret.
Este día, si éste era el día, había sido esperado
por todos: Emmanuel (El Señor está con nosotros) hacía presencia viva, real, en
toda su infinita dimensión; con todo su significado, trascendencia y Divinidad.
Ya José, ya María, ya Jesús; cada uno tenía sus propios pensamientos referentes
a los acontecimientos que estaban por presentarse.
Cada cual, como siempre, estaba ubicado en el lugar
exacto de su dimensión, de su presencia, de su accionar. Nunca fallaron, nunca
se desubicaron, nunca se perdieron en el seno de sus vidas. Los tres habían
sido guiados por Dios para arribar a este momento en la plenitud de su vida, en
la razón de su existir, en el papel exacto que les tocó vivir. Jamás uno tuvo
que adelantarse al otro; nunca aquél tuvo que hacer por éste sin razón; siempre
se distinguieron por ser una familia llena de humildad, de misericordia, de
comprensión y de amor.
Por eso fueron los elegidos, por eso solo ellos
serían lo que eran: El hijo de Dios hecho Hombre; la Madre de Dios entre los
hombres; el padre adoptivo del Hijo de Dios en el Mundo. ¡¡Nadie como ellos!!
Todas las angustias, todas las emociones, todos los
recuerdos; todo absolutamente todo cuanto ellos vivieron juntos pasó por sus
mentes el día en que Jesús de Nazaret se presentó al Mundo, primero ante su
amadísima familia, ya lleno del Espíritu Santo, ya purificado, para dar inicio
a la verdadera razón de su vida humana: ser El Mesías, El Cristo, El Salvador,
El Redentor, El Cordero de Dios que quita el pecado del Mundo.
Si ese fuera el hecho, María y José podrían morir
en este mismo momento, en este preciso instante y decir: “Cuanto mandaste
que hiciera Señor, he hecho; mi vida ha valido en toda su dimensión solo por
Ti”.
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Orar sirve, es bueno para nuestra alma y
nuestra mente.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
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Solo
por gusto de proclamar El Evangelio.
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