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sábado, 24 de agosto de 2019

De mi libro "El Evangelio según Zaqueo" - 25 - EL INICIO DEL MINISTERIO



LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA,
SON PARTE DE MI LIBRO
“El Evangelio Según Zaqueo”

(EL ARCA EDITORES - 2004)


Una muy personal forma de ver,
La Vida Humana de Dios Hecho Hombre.

“Santifícalos con La Verdad.
Tu Palabra es La Verdad.”


Riviera Maya, Q.R., México;
Agosto 25 del 2019.

25 DE 40


EL INICIO DEL MINISTERIO

Cuenta Mateo, y lo cuenta bien, que a los 30 años de edad Jesús se retiró al desierto a fin de lograr su purificación cuaresmal de cuerpo y alma. Igual que aquéllos 40 días que Dios mantuvo a la Tierra completa bajo el agua después del Diluvio, en tiempos del Patriarca Noé; igual que aquellos 40 años que el Señor hizo vagar en el desierto del Sinaí a nuestros padres, al mando de Moisés, para que se purificara el pueblo de Israel de la generación inicua que había sacado de Egipto el día de la Liberación. Igual que el ayuno de 40 días realizado por el Profeta Elías al final de su ministerio, antes de ascender en carro de fuego hacía el Señor.

Así lo hizo Jesús de Nazaret para consagrarse a su Ministerio del Evangelio; ya nada se lo impediría; ni las torcida costumbres de la sociedad de su tiempo (en la cual solo los hombres mayores de treinta años podían ejercer la predicación de los Sagrados Escritos en las sinagogas), ni los impedimentos ‘legales’ de Escribas y Fariseos respecto de comprobar sus conocimientos acerca de la ley y los Profetas; ya nada detendría la difusión de la Buena Nueva, estaba en puerta y nada ni nadie la detendría.

Durante dos lunas completas el Maestro se alejó de todos; los rumores acerca de su muerte se empezaron a propagar como fuego en granero. Unos decían que las fieras lo habían devorado; los que lo habían visto dominarlas, estaban seguros de que eso no sería. Otros argumentaban que había sido emboscado y llevado como esclavo a una nación lejana; quienes sabían de su gran poder de convencimiento y de sus extraordinarias habilidades, no aceptaban el planteamiento. Unos más que se había ahogado en el Mar de Galilea; para quienes conocían su poder encima de la naturaleza, rechazaban también tal hipótesis.

Fueron Juan y Andrés, los hermanos de Santiago de Zebedeo y Simón el Cefas, respectivamente, los que dieron una luz de certeza y esperanza: 

“Nosotros lo hemos visto Bautizarse con Juan el Bautista, nuestro Maestro; y hemos visto también cómo fue Ungido por Dios. Juan a su vez nos ha dicho: “He aquí el cordero de Dios que quita el pecado el Mundo…”, ciertamente que está vivo y oculto de nosotros, preparándose para algo extraordinario.”

Y lo extraordinario empezó a suceder, Jesús reapareció en Nazaret, su pueblo de la infancia; en donde estaban sus familiares, en donde creía que encontraría el eco magnifico de sus obras. Fue para visitar a su querida Madre y a José, su padre adoptivo, quienes no lo veían desde hacía mucho tiempo. Allá fue el Señor después de su ayuno en el desierto de Efraím.

María y José ya habían oído los rumores que se propagaban de la muerte de Jesús, obviamente, ellos no hicieron caso alguno al respecto; antes al contrario, se alegraron en gran medida de los acontecimientos. Cuando finalmente le pudieron ver en persona, ambos estallaron en un gran gozo y lloraban de alegría al volverse a juntar con su Hijo muy amado. José sabía que ‘había llegado el momento’; sabía que los infinitos frutos de sus desvelos, de sus apuros y de sus angustias, por cuidar y educar ‘al Hijo de Dios Niño, Adolescente y Hombre’, habían valido todas las penas sufridas. El joven que había salido de casa hacía cinco años, ahora era un hombre corpulento, fuerte, seguro y presencial.

María estaba abrazada a la cintura de su Hijo con una fuerza tal, que parecía que se fundiría en él. Ella pequeña y fina, él enorme y fuerte. A su lado José saltaba de alegría, bailando, cantando y palmeando los Salmos más alegres que conocía; todo se volvió bullicio en la pequeña casita. Era tanto, que empezaron a llegar parientes y vecinos para participar de la alegría de la Sagrada Familia de Nazaret.

Este día, si éste era el día, había sido esperado por todos: Emmanuel (El Señor está con nosotros) hacía presencia viva, real, en toda su infinita dimensión; con todo su significado, trascendencia y Divinidad. Ya José, ya María, ya Jesús; cada uno tenía sus propios pensamientos referentes a los acontecimientos que estaban por presentarse.

Cada cual, como siempre, estaba ubicado en el lugar exacto de su dimensión, de su presencia, de su accionar. Nunca fallaron, nunca se desubicaron, nunca se perdieron en el seno de sus vidas. Los tres habían sido guiados por Dios para arribar a este momento en la plenitud de su vida, en la razón de su existir, en el papel exacto que les tocó vivir. Jamás uno tuvo que adelantarse al otro; nunca aquél tuvo que hacer por éste sin razón; siempre se distinguieron por ser una familia llena de humildad, de misericordia, de comprensión y de amor.

Por eso fueron los elegidos, por eso solo ellos serían lo que eran: El hijo de Dios hecho Hombre; la Madre de Dios entre los hombres; el padre adoptivo del Hijo de Dios en el Mundo. ¡¡Nadie como ellos!!

Todas las angustias, todas las emociones, todos los recuerdos; todo absolutamente todo cuanto ellos vivieron juntos pasó por sus mentes el día en que Jesús de Nazaret se presentó al Mundo, primero ante su amadísima familia, ya lleno del Espíritu Santo, ya purificado, para dar inicio a la verdadera razón de su vida humana: ser El Mesías, El Cristo, El Salvador, El Redentor, El Cordero de Dios que quita el pecado del Mundo.

Si ese fuera el hecho, María y José podrían morir en este mismo momento, en este preciso instante y decir: “Cuanto mandaste que hiciera Señor, he hecho; mi vida ha valido en toda su dimensión solo por Ti”.

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Orar sirve, es bueno para nuestra alma y nuestra mente.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli





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