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sábado, 27 de julio de 2019

De mi libro:"El Evangelio según Zaqueo" - 21 - ANDRÉS Y SIMÓN DE BETHSAIDA



LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA,
SON PARTE DE MI LIBRO
“El Evangelio Según Zaqueo”
(EL ARCA EDITORES - 2004)

Una muy personal forma de ver,
La Vida Humana de Dios Hecho Hombre.

“Santifícalos con La Verdad.
Tu Palabra es La Verdad.”


Riviera Maya, Q.R., México;
Julio 28 del 2019.

21 DE 40


ANDRÉS Y SIMÓN, LOS DE BETHSAIDA

Por Andrés y Simón Jesús tenía una gran predilección. Uno paciente y espiritual, el otro impetuoso y práctico. Uno dispuesto y humilde, el otro incrédulo y hosco; así como eran los hijos de Zebedeo. Tanto Andrés como Simón eran los más pobres de los Apóstoles que Jesús escogió, pero igualmente, serían los que marcarían el rumbo de los discípulos cuando el Señor se fuera.

Andrés (junto con Juan), fue el primero que abogó por los gentiles aun estando el Maestro vivo; y Simón Pedro sería el que recibiría el mandato de dar a conocer a los no judíos el Evangelio del Señor. A estos dos, de acuerdo a como les fuera en su pesca, era como hacían. Habían nacido en Betsaida, pero casi siempre vivieron en Cafarnaúm; a veces pescando por si solos, otras acompañando a otros pescadores del lago (como a Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo), en las faenas de captura de cardúmenes ocasionales.

Simón nunca pagó ni impuestos ni diezmo; siempre hacía cuanto pudiera para abstenerse de esta obligación. Decía que era demasiado pobre para que, además de eso, todavía tuviese que dar de su muy escaso dinero. Era un tozudo difícil de enfrentar, hasta Santiago, que era también un hombre fortísimo, evadía los enfrentamientos físicos (muy acostumbrados entre los galileos), contra Simón. Yo podría decir con toda certeza, que en toda la ribera del Genesaret no había hombre más fuerte que Simón.

Leví hablaba mucho de él, poniéndolo como un ejemplo de reciedumbre, sana necedad (por ignorancia o candidez) y líder natural en grupos o confrontaciones. Los gritos de Simón se podían escuchar por todos los muelles y atracaderos de Cafarnaúm; cuando él llegaba con sus cargamentos, era mejor dejarle espacio para sus maniobras, pues de manera contraria, fácilmente podía iniciar un altercado verbal en el cual siempre ganaría Simón.

Era tanto lo que me había contado Mateo de estos hombres, que cuando estuvieron en mi casa por primera vez, ya sabía yo qué haría cada uno. Andrés era un galileo común, de mediana estatura y muy enfermizo; por lo cual Simón tenía que esforzarse de más en el manejo de arreos de la pesca.

Mientras Simón ya había desembarcado los canastos para la venta que realizaría Andrés, éste aún luchaba por sostener solo la barca sin poderla atracar; al instante iniciaban los gritos de Simón en contra de su hermano. Llegando en su auxilio, Pedro con un solo brazo lograba dominar el bote, por grande que fuera. A Andrés no le quedaba más remedio que retirarse a vender en la orilla del lago o en el gran mercado de Cafarnaúm, no sin antes soportar las burlas de todos por lo que Simón arengaba contra él.

Así los conoció Jesús desde jóvenes adolescentes. Así los vió vivir su trabajo; sus alegrías y sus tristezas; sus logros y sus fracasos; sus necesidades y sus angustias. Jesús siempre tuvo aspecto de ‘patricio’ de personaje importante, de culto y educado. Antes de que Él iniciara su predicación, ya Simón le gritaba “Rabón-elel” (Maestro de Dios), al momento en que el Señor se acercaba por la orilla del lago, viniendo de Nazaret o de Cafarnaúm. Todos volteaban a verle, pues tan grande título (y más viniendo de Simón), no se le otorgaba a nadie. Esta gente sencilla descubrió pronto la Divinidad de Jesús, aún que nunca se hayan manifestado totalmente convencidos de ello. Precisamente por eso los escogió el Señor para ser ‘pescadores de hombres’.

La fortaleza física de Simón era tal, que desde entonces Cefas (la roca que ancla) era su sobrenombre; con el Petra (piedra grande) que el Señor le puso, lo único que cambió fue para qué se usaba la piedra, no la piedra en sí, que era lo que mejor representaba a Simón: un monolito difícil de mover o de manejar.

Jesús siempre estaba impecablemente limpio y estos pescadores no eran un portento de higiene, por supuesto; sin embargo, a menudo se le veía conversando con ellos. Todos sabemos que este oficio, el ser pescador, era repudiado en general, pues la gente que a ello se dedicaba olía de manera muy desagradable, por lo que eran evitados.  Mas no por Jesús, que inclusive gozaba de su compañía.

Quizá por ello fueron los primeros elegidos: cuatro pescadores, cuatro repudiados, cuatro personas ‘no muy apreciadas’ por todos. Pero con suficientes cualidades para seguir y proclamar el Evangelio, para llevarlo adelante ante cualquier dificultad, ante cualquier embate contra la fe o ante cualquier agresión física. Para conservar, custodiar y difundir la Palabra de Dios entre los hombres, también se necesitaba a rudos como Santiago y Pedro; a angelicales como Juan y Andrés; a ricos y poderosos como Natanael y Simón; a influyentes como Leví y Felipe. Todos eran necesarios, hasta los arrepentidos como yo.

Ver a Jesús muy temprano en la madrugada después de la pesca, con Santiago, Juan, Andrés y Simón, comiendo pescado fresco asado en las brasas, era una estampa común; ellos convivieron con el Mesías antes, durante y después de haber sido Ungido por Dios, por eso, aún Leví les reconoce ser preferidos del Señor. Mateo es quien narra más eventos con Jesús de Nazaret y los pescadores galileos, aún que él mismo lo conociera de mucho tiempo atrás.

El acercamiento logrado entre ellos era evidente, contagiaba, llamaba a disfrutarlo, a convivirlo, a ser parte del mismo. Jesús vivía con estos hombres la libertad que disfrutó en los montes de Nazaret y los valles de Caná y Naím. Ambas épocas que, como hombre, el Divino Maestro siempre llevó consigo, incluso en su predicación, en donde con sus parábolas, recordaba los lugares y los momentos más felices de su vida; como Niño Dios, como Joven Dios y como Hombre Dio.


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Orar sirve, es bueno para nuestra alma y nuestra mente.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli





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