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sábado, 6 de julio de 2019

De mi libro: "El Evangelio según Zaqueo" - 18 - LOS HIJOS DE ZEBEDEO



LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA,
SON PARTE DE MI LIBRO
“El Evangelio Según Zaqueo”
(EL ARCA EDITORES - 2004)
Una muy personal forma de ver,
La Vida Humana de Dios Hecho Hombre.

“Santifícalos con La Verdad.
Tu Palabra es La Verdad.”


Riviera Maya, Q.R., México;
Julio 7 del 2019.

18 DE 40

JUAN Y SANTIAGO,
LOS HIJOS DE ZEBEDEO

Si María amaba profundamente a Leví (como ya lo he dicho), por Juan el hijo de Zebedeo, sentía un amor maternal fuera de este mundo. Este pequeño que conoció a Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm a la edad de 12 años, quedó impactado con su presencia, su sapiencia y su formidable manera de predicar.

Juan era angelical.  Un niño hermoso, alegre y bueno. Era trabajador, obediente, preocupado por los demás; y con una espiritualidad que nadie igualaba o superaba. Desde muy pequeño se había interesado por las cosas Divinas, por los mandatos celestiales, por los designios de Dios. Desde que conoció a Jesús de Nazaret le pedía a su hermano Santiago, que era casi diez años mayor que él, que lo acompañara a la sinagoga en donde Jesús fuese a predicar.

No siempre lo hacía, pero tanto Zebedeo como su esposa, arreglaban todo para que el muchacho se presentara en el lugar y oyera al Divino Maestro. La sensibilidad de Juan siempre fue manifiesta, tenía un don especial al respecto.

Juan hablaba maravillas de Jesús algunos años antes de ser Ungido; decía que era el Verdadero Rabón, el último Profeta, el Ángel de Dios y su Misericordia. Cuando Juan conoció a María la madre de Jesús, quedó prendado de su grandísima gracia, que había recibido al concebir a Dios Encarnado. Era tal la propensión que el muchacho tenía por las cosas divinas, que palpaba de inmediato su esencia, su razón de ser, su trascendencia. Así le había ocurrido tanto con Jesús como con María. Ese sobrenatural sentido de lo Celestial, lo marcaba y siempre lo demostró.

Juan vivió pendiente de la vida y obra de Jesús durante cinco años, antes de ser llamado por Él Señor. Incluso cuando conoció a Juan el Bautista, le siguió como su discípulo hasta que éste mismo le dijera que se fuera con el Mesías, con el Cordero de Dios, con el hijo de Dios Vivo, con Jesús de Nazaret. Juan estuvo presente en el Bautismo de Jesús, que fue el inicio de su Ministerio. Él presenció el Divino Acto de Unción del Mesías en el momento en que hacían presencia Él Señor nuestro Dios, su Espíritu Santo y el Hijo de Dios hecho hombre.

Para este joven galileo la Divinidad de su amado Maestro, nunca sería una duda, ni un ápice de incredulidad. En la forma en que lo vivió, así lo transmitió y lo difundió para beneficio de todos. Era tal la seguridad de Juan respecto de la esencia Sobrenatural de Jesús, que cuando lo sepultaron, estaba seguro de que no había muerto, de que permanecía vivo. Allí, al lado de María durante todo el tiempo, ésta lo consolaba y le animaba esperando los próximos sucesos.

Juan llamaba a María “Kermae” que quiere decir sin mancha. Siempre que la saludaba se hincaba ante ella, como haciendo una reverencia ante un ser supremo.  Por supuesto que María le corregía de inmediato y le conminaba a no volver a hacer, pero Juan lo repetía insistentemente. Los dos tenían una identificación muy especial basada en un amor sobrenatural que Juan percibía como nadie más. Está muy claro cuál fue la verdadera razón por la cual Jesús, en la crucifixión, le encargó precisamente al joven Apóstol que se preocupara de su Madre.

Santiago el hermano de Juan era un hombre recio, de pocas palabras y muy apegado a sus ideas y tradiciones. Santiago defendía todo lo que hacía y creía, hasta arriesgando su vida. Era del tamaño de un roble o de un gran cedro y tan solo por eso, imponía su voluntad frente a los demás. A diferencia de Juan, que era todo recato, buenos modos y una impecable de hablar, Santiago era impulsivo e irreflexivo.

A estos dos precisamente fue a los segundos que llamó el Señor y con ello estaba demostrando cómo serían sus Apóstoles. Si tomamos en cuenta que los primeros dos también son un par muy desigual (Pedro y Andrés), entonces confirmamos que el Cristo venía para causar admiración y dar de qué hablar. Pedro era como Santiago; y Andrés era igual que Juan.

A Santiago la Virgen Madre (que era tan fina y pequeña como una figurilla de cerámica de caolín), lo dominaba con los ojos; le disminuía sus atrabancados impulsos con gráciles movimientos de sus pequeñas y suaves manos. En muchas ocasiones en que los Fariseos, Escribas o Saduceos atacaban verbalmente a Jesús, o le increpaban en lo que Él predicaba, se levantaba este gran roble y se encaminaba hacía el que increpaba, causando la expresión de asombro de los asistentes. Siempre estaba María en medio del camino; y el gran tronco se apaciguaba. Juan tejía las redes; Santiago las jalaba. Juan hacía frases y sentencias; Santiago las hacía cumplir. Así eran los “hijos del trueno” como los llamó el Señor.

Muchas ocasiones cuando Jesús bordeaba el Mar de Galilea para llegar a Cafarnaúm en sus viajes de ‘escrutinio’, saludaba a Zebedeo y a Santiago (Juan era muy pequeño aún, y su madre lo mantenía en casa), y conversaba con ellos respecto de sus quehaceres diarios y del rudo trabajo de la pesca. Ambos, padre e hijo, enseñaban y ordenaban al grupo de pescadores con los cuales realizaban sus faenas. Ellos dos siempre vieron a Jesús de Nazaret a ‘un ser muy especial’, algo así como un profeta, un Elegido. No estaban equivocados en lo mínimo.

Para Santiago la presencia de Jesús era familiar, pues en varias ocasiones lo acompañó hasta Betsaida y Gerasa, del otro lado del lago. En estas oportunidades se dio la oportunidad de platicar con el Señor, a quien tomó siempre como ‘un hombre muy culto’, una combinación entre Rabboni como los de antes y de Fariseo como los de ahora. En cambio Juan, el primer día que lo vió en una Sinagoga, no tardó en clasificar al Divino Maestro como un Profeta, un Ungido, Alguien venido de Dios. Así de diferentes eran estos dos galileos que Él Mesías escogería como sus primicias Apostólicas.

Las barcas de Zebedeo eran varias y grandes; se necesitaban tres hombres para navegarlas, sin contar pescadores, durante los momentos de captura de los peces. Jesús les acompañó en algunas ocasiones en sus salidas al mar; Él amaba ese trabajo tan demandador de verdadera fuerza y destreza; lo comparaba a menudo con el arado de la tierra mojada, que ha de ser revuelta después de las lluvias de la estación fría. A Santiago no le disgustaba el trabajo como pescador, aún que prefería las labores anteriores y posteriores a la captura. Un día Jesús le dijo algo a ese respecto:
Pescar es anticipar las bondades de Dios. No se ha de esperar en el tiempo a que el producto del trabajo pueda ser utilizado. Se pesca y se gana tiempo, que es vida. Se pesca y se gana alimento para la vida. Cuando se siembra, se trabaja duro en la limpieza de la tierra, en el arado del campo, en la siembra de las semillas, en el riego y cultivo de la parcela; más sin embargo, todavía no es la cosecha, que podrá o no darse. Lleva tiempo, que es vida. En cambio pescar, es recibir directo de Dios lo que Él ya había hecho.

Todos amaban a María como su propia madre. Cuando Misia, la esposa de Zebedeo y madre de Santiago y Juan, murió de repente, ya iniciado el Ministerio del Señor, la primera en enterarse fue María quien los acogió con una de sus clásicas expresiones de amor profundo:
El Señor Nuestro Dios me ha hecho un nuevo encargo: que los tome a los dos como a mis hijos. Su querida madre Misia ha sido llamada al seno de nuestro Padre Abraham y nos ha dejado. Sin embargo, y sabiendo ella que su vida la están dedicando a la Buena Nueva, se ha ido en Paz.

Santiago y Juan lloraron un día completo por la muerte de su querida madre, después de lo cual, siempre fueron consolados por esta nueva Madre de Todos que era María, la Madre de Jesús de Nazaret.

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Orar sirve, es bueno para nuestra alma y nuestra mente.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli





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