LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA,
SON PARTE DE MI LIBRO
“El
Evangelio Según Zaqueo”
(EL ARCA
EDITORES - 2004)
Una muy personal forma de ver,
La Vida Humana de Dios Hecho Hombre.
“Santifícalos con
La Verdad.
Tu Palabra es La
Verdad.”
Riviera Maya, Q.R., México;
Julio 7 del 2019.
18 DE 40
JUAN Y
SANTIAGO,
LOS
HIJOS DE ZEBEDEO
Si
María amaba profundamente a Leví (como ya lo he dicho), por Juan el hijo de
Zebedeo, sentía un amor maternal fuera de este mundo. Este pequeño que conoció
a Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm a la edad de 12 años, quedó impactado con
su presencia, su sapiencia y su formidable manera de predicar.
Juan
era angelical. Un niño hermoso, alegre y
bueno. Era trabajador, obediente, preocupado por los demás; y con una
espiritualidad que nadie igualaba o superaba. Desde muy pequeño se había
interesado por las cosas Divinas, por los mandatos celestiales, por los
designios de Dios. Desde que conoció a Jesús de Nazaret le pedía a su hermano
Santiago, que era casi diez años mayor que él, que lo acompañara a la sinagoga
en donde Jesús fuese a predicar.
No
siempre lo hacía, pero tanto Zebedeo como su esposa, arreglaban todo para que
el muchacho se presentara en el lugar y oyera al Divino Maestro. La
sensibilidad de Juan siempre fue manifiesta, tenía un don especial al respecto.
Juan
hablaba maravillas de Jesús algunos años antes de ser Ungido; decía que era el
Verdadero Rabón, el último Profeta, el Ángel de Dios y su Misericordia. Cuando
Juan conoció a María la madre de Jesús, quedó prendado de su grandísima gracia,
que había recibido al concebir a Dios Encarnado. Era tal la propensión que el
muchacho tenía por las cosas divinas, que palpaba de inmediato su esencia, su
razón de ser, su trascendencia. Así le había ocurrido tanto con Jesús como con
María. Ese sobrenatural sentido de lo Celestial, lo marcaba y siempre lo
demostró.
Juan
vivió pendiente de la vida y obra de Jesús durante cinco años, antes de ser
llamado por Él Señor. Incluso cuando conoció a Juan el Bautista, le siguió como
su discípulo hasta que éste mismo le dijera que se fuera con el Mesías, con el
Cordero de Dios, con el hijo de Dios Vivo, con Jesús de Nazaret. Juan estuvo presente
en el Bautismo de Jesús, que fue el inicio de su Ministerio. Él presenció el
Divino Acto de Unción del Mesías en el momento en que hacían presencia Él Señor
nuestro Dios, su Espíritu Santo y el Hijo de Dios hecho hombre.
Para
este joven galileo la Divinidad de su amado Maestro, nunca sería una duda, ni
un ápice de incredulidad. En la forma en que lo vivió, así lo transmitió y lo
difundió para beneficio de todos. Era tal la seguridad de Juan respecto de la
esencia Sobrenatural de Jesús, que cuando lo sepultaron, estaba seguro de que
no había muerto, de que permanecía vivo. Allí, al lado de María durante todo el
tiempo, ésta lo consolaba y le animaba esperando los próximos sucesos.
Juan
llamaba a María “Kermae” que quiere
decir sin mancha. Siempre que la saludaba se hincaba ante ella, como haciendo
una reverencia ante un ser supremo. Por
supuesto que María le corregía de inmediato y le conminaba a no volver a hacer,
pero Juan lo repetía insistentemente. Los dos tenían una identificación muy
especial basada en un amor sobrenatural que Juan percibía como nadie más. Está
muy claro cuál fue la verdadera razón por la cual Jesús, en la crucifixión, le
encargó precisamente al joven Apóstol que se preocupara de su Madre.
Santiago
el hermano de Juan era un hombre recio, de pocas palabras y muy apegado a sus
ideas y tradiciones. Santiago defendía todo lo que hacía y creía, hasta
arriesgando su vida. Era del tamaño de un roble o de un gran cedro y tan solo
por eso, imponía su voluntad frente a los demás. A diferencia de Juan, que era
todo recato, buenos modos y una impecable de hablar, Santiago era impulsivo e
irreflexivo.
A
estos dos precisamente fue a los segundos que llamó el Señor y con ello estaba
demostrando cómo serían sus Apóstoles. Si tomamos en cuenta que los primeros
dos también son un par muy desigual (Pedro y Andrés), entonces confirmamos que
el Cristo venía para causar admiración y dar de qué hablar. Pedro era como
Santiago; y Andrés era igual que Juan.
A
Santiago la Virgen Madre (que era tan fina y pequeña como una figurilla de
cerámica de caolín), lo dominaba con los ojos; le disminuía sus atrabancados
impulsos con gráciles movimientos de sus pequeñas y suaves manos. En muchas
ocasiones en que los Fariseos, Escribas o Saduceos atacaban verbalmente a
Jesús, o le increpaban en lo que Él predicaba, se levantaba este gran roble y
se encaminaba hacía el que increpaba, causando la expresión de asombro de los
asistentes. Siempre estaba María en medio del camino; y el gran tronco se
apaciguaba. Juan tejía las redes; Santiago las jalaba. Juan hacía frases y
sentencias; Santiago las hacía cumplir. Así eran los “hijos del trueno” como
los llamó el Señor.
Muchas
ocasiones cuando Jesús bordeaba el Mar de Galilea para llegar a Cafarnaúm en
sus viajes de ‘escrutinio’, saludaba a Zebedeo y a Santiago (Juan era muy
pequeño aún, y su madre lo mantenía en casa), y conversaba con ellos respecto
de sus quehaceres diarios y del rudo trabajo de la pesca. Ambos, padre e hijo,
enseñaban y ordenaban al grupo de pescadores con los cuales realizaban sus
faenas. Ellos dos siempre vieron a Jesús de Nazaret a ‘un ser muy especial’,
algo así como un profeta, un Elegido. No estaban equivocados en lo mínimo.
Para
Santiago la presencia de Jesús era familiar, pues en varias ocasiones lo
acompañó hasta Betsaida y Gerasa, del otro lado del lago. En estas
oportunidades se dio la oportunidad de platicar con el Señor, a quien tomó
siempre como ‘un hombre muy culto’, una combinación entre Rabboni como los de
antes y de Fariseo como los de ahora. En cambio Juan, el primer día que lo vió
en una Sinagoga, no tardó en clasificar al Divino Maestro como un Profeta, un
Ungido, Alguien venido de Dios. Así de diferentes eran estos dos galileos que
Él Mesías escogería como sus primicias Apostólicas.
Las
barcas de Zebedeo eran varias y grandes; se necesitaban tres hombres para
navegarlas, sin contar pescadores, durante los momentos de captura de los
peces. Jesús les acompañó en algunas ocasiones en sus salidas al mar; Él amaba
ese trabajo tan demandador de verdadera fuerza y destreza; lo comparaba a
menudo con el arado de la tierra mojada, que ha de ser revuelta después de las
lluvias de la estación fría. A Santiago no le disgustaba el trabajo como
pescador, aún que prefería las labores anteriores y posteriores a la captura.
Un día Jesús le dijo algo a ese respecto:
Pescar es anticipar las bondades de Dios. No se ha
de esperar en el tiempo a que el producto del trabajo
pueda ser utilizado. Se pesca y se gana tiempo, que es vida. Se pesca y se gana
alimento para la vida. Cuando se siembra, se trabaja duro en la limpieza de la
tierra, en el arado del campo, en la siembra de las semillas, en el riego y
cultivo de la parcela; más sin embargo, todavía no es la cosecha, que podrá o
no darse. Lleva tiempo, que es vida. En cambio pescar, es recibir directo de
Dios lo que Él ya había hecho.
Todos
amaban a María como su propia madre. Cuando Misia, la esposa de Zebedeo y madre
de Santiago y Juan, murió de repente, ya iniciado el Ministerio del Señor, la
primera en enterarse fue María quien los acogió con una de sus clásicas
expresiones de amor profundo:
El Señor Nuestro Dios me ha hecho un nuevo encargo:
que los tome a los dos como a mis hijos. Su querida madre Misia ha sido llamada
al seno de nuestro Padre Abraham y nos ha dejado. Sin embargo, y sabiendo ella
que su vida la están dedicando a la Buena Nueva, se ha ido en Paz.
Santiago
y Juan lloraron un día completo por la muerte de su querida madre, después de
lo cual, siempre fueron consolados por esta nueva Madre de Todos que era María,
la Madre de Jesús de Nazaret.
Ʊ Ω Ʊ
Orar sirve, es bueno para nuestra alma y
nuestra mente.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
También me puedes seguir en:
Solo
por gusto de proclamar El Evangelio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario