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domingo, 30 de junio de 2019

De mi libro "El Evangelio según Zaqueo" - 17 - NATANAEL BARTOLOMEO DE JERUSALÉN


LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA,
SON PARTE DE MI LIBRO
“El Evangelio Según Zaqueo”
(EL ARCA EDITORES - 2004)
Una muy personal forma de ver,
La Vida Humana de Dios Hecho Hombre.

“Santifícalos con La Verdad.
Tu Palabra es La Verdad.”


Riviera Maya, Q.R.; México
Junio 30 del 2019.


17 DE 40


NATANAEL BARTOLOMÉ DE JESURALÉN

El viaje de Jesús a Jerusalén siempre tomaba el camino de los valles de Samaria, muy pocas veces pasó por Jericó, pues prefería el camino de Emaús para llegar a la gran ciudad.  Ni siquiera entonces le pude conocer, pues no paraba en ninguno de esos lugares, sino hasta llegar a Judea.  Los trayectos los usaba para reconocer las labores del campo (que en esa ruta los sembradíos son muy extensos), así como los arduos trabajos que realizaban los jornaleros. 

Entre Naím y Emaús se realizarán algunos de los milagros del Señor, pero sobre todo, esas tierras le mostrarán los afanes de la gente buena, humilde y sencilla al Hombre Dios.  No que Él lo necesitara como Dios, sino que le serviría como hombre, pues su predicación estará dirigida precisamente a este tipo de personas.

Ya llegado a Jerusalén, Jesús no pernoctaba en ella; tenía en Betania muchos y muy buenos amigos.  Allí vivían Lázaro y sus hermanas Marta y María.  También era de esa población el que sería el más rico de sus Apóstoles: Bartolomé.  Natanael Bartolomé (que era su nombre verdadero), no era muy aceptado en Betania.  Mucha gente lo tildaba de gran pecador, porque tenía amistades de todos los confines del mundo; todos eran gentiles (no muy bien vistos por los judíos).  Bartolomé se dedicaba a guardar dinero ajeno.  Las caravanas iban y venían por toda Palestina con cargamentos de productos tan variados como extraños; todo se vendía y se compraba en estas provincias siempre interesantes para los reyes o emperadores del momento. 

Igual con Persas que con Heleno-macedonios; con Ptoloméicos egipcios que con Romanos; estas tierras siempre se vieron favorecidas con el comercio.  Eran tales los peligros que se vivían en los caminos, que resultaba muy conveniente no viajar con el producto de las ganancias obtenidas, por lo que muchos mercaderes y comerciantes contrataban a gente honrosa que cuidase su oro y su plata hasta su regreso a estos pueblos.  Esta custodia se paga muy cara, pero era más segura.  Este era el trabajo de Natanael.

Jesús lo conoció en una de las múltiples fiestas y comidas que organizaban Lázaro y sus hermanas (prominentes ricos de Betania por sus extensas propiedades de olivares); ellos, junto con Felipe, presentaron a Bartolomé con el Señor, quien de inmediato cautivó al ‘egipcio (que es como le conocían en Betania –por ser nieto de un Ptolomeo que casó con una judía- y cuya descendencia había ya nacido en Judea), por su gran sabiduría y su extraordinaria presencia.  Natanael había sido enviado por sus padres a estudiar a Alejandría, la fastuosa ciudad del decadente imperio ptoloméico del siglo anterior.  En ese lugar pasó Jesús sus primeros años de vida, por lo que la identificación entre ambos resultó inmediata.

Natanael era un hombre culto, rico y poderoso; igual que Lázaro, pero con la ventaja de que él conocía a muchos gentiles, extranjeros de tierras tan distantes como la India, y eso, a pesar de lo que murmuraban muchos, era muy conveniente en Palestina.  Lázaro era ‘más judío’, Bartolomé ‘menos apegado a las tradiciones’, sin dejar de ser judío y cumplir con las enseñanzas y preceptos del Pueblo de Israel.  Felipe y Natanael también se conocían, y junto con Tomás y Judas Iscariote, los de Jerusalén, formaban el grupo ‘no galileo’ ni de pescadores que seguía al Jesús.

Jesús predicaba horas y horas con esta gente; Él sabía lo conveniente que resultarían sus mensajes para la propagación de su Evangelio.  Es bien cierto que no fue su posición social o económica lo que motivó al Señor a llamarlos a su ministerio, sino el interés que mostraron en todo cuanto les dijo, siendo los personajes que eran.  El Mesías se rodeó de todos los tipos de personas que necesitaría para el buen logro de sus objetivos como hombre.

Felipe de Betsaida no era galileo; si algo aborrecían los gerasianos era ser confundidos como galileos. Además, eran dominios del tetrarca Filipo, no de Herodes ni de los procuradores romanos de Judea o Samaria. La gente de Betsaida era arrogante, desinteresada, casi insensibles a todo cuanto ocurría en Galilea y en la orilla occidental del Lago de Genesaret; al cual nunca nombraban como Mar de Galilea, su rivalidad con los vecinos era tal, que para subir a Jerusalén preferían el camino de Gerasa, por las llanuras de Gadara y Pella, que aprovechar las mejores vías con las que contaba Galilea camino de Samaria. Para los gerasianos la desembocadura del Jordán en el Lago de Genesaret, era un buen indicador para delimitar hasta donde llegaba Galilea y en dónde empezaban sus tierras.

Esto es importante mencionarlo, porque Felipe se constituyó en el más influyente de los discípulos de Jesús de Nazaret con las autoridades civiles romanas y religiosas judías. Buen amigo de Natanael (a quien le presentó a Jesús), tenía muchos ‘conocidos’ en la Decápolis y en Perea, gentiles en su mayoría. El paso de Felipe por Jericó siempre se convertía en un acontecimiento, pues sus caravanas para la venta de caballos y camellos eran muy bien recibidas. En mi casa Felipe, junto con Mateo Y Natanael, llegaba a permanecer más de siete días, de tal forma que podían celebrarse dos sabats con toda la circunstancialidad que la celebración permitía.

Felipe viajaba con criados y sirvientes en tal número, que sus campamentos consumían todo lo que se les pudiera vender de alimentos, los cuales nunca cargaban desde Betsaida, ya que siempre se abastecían en los pueblos de sus trayectos.

Felipe era el ‘gran negociador’ del “grupo de discípulos” que seguían al Señor. Inclusive Jesús se divertía y gozaba con este tipo de acciones de su querido amigo. Felipe fue de los elegidos por el Maestro en los primeros días de su ministerio; tal fue su entrega, que dejó todo por seguirlo. Siempre le fue fiel, nunca le abandonó ni le negó. Fue uno de los más activos en la propagación del Evangelio del Señor, aprovechando sus múltiples amistades fuera de Palestina.

El caso de Judas Iscariote, fue muy distinto a todos los demás. Este era el clásico oportunista de las situaciones que se le presentaban. De igual forma hacía tratos con los de un bando que con los del otro, solo para sacar ventajas personales. En mi casa estuvo muchas ocasiones; antes de conocer a Jesús de Nazaret, era el mejor informante que yo tenía en toda la región de Samaria y Perea para localizar a los comerciantes – judíos o gentiles – que no querían pagar los impuestos del Imperio. Después, cuando se unió a los discípulos y al Maestro para ser uno de ellos, acudió a mi casa para comunicarme cuanto sucedía entre Jesús y la violenta estirpe de Fariseos y Saduceos. Era muy hábil en sus negociaciones, en sus engaños, en la forma en que comprometía al otro para su propio provecho. Yo quedé admirado cuando supe que era uno de los Apóstoles, que fue Jesús mismo quien lo eligió. También a él lo necesitaría el Mesías a fin de que se cumpliese cabalmente cuanto de Él estaba escrito.

Judas de Cariot fue la constancia de que quien no quiere salvarse, aún que haya tenido la grandiosa oportunidad de convivir con el Redentor, si no se realiza un sincero arrepentimiento de los males hechos y los pecados cometidos, no se alcanza la salvación. A este tristemente célebre judío lo dominó la soberbia, la maldad, el egoísmo y su torcida voluntad. A mí y  a muchos que cambiamos nuestro proceder, nos quedó muy claro aquello que con tanta atingencia dijo Jesús de Nazaret (y registró tan bien Mateo), “…No todo el que me dice ¡Señor!, ¡Señor!, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos…”

Triste destino es el nuestro, si apartamos de nuestra vida a Jesucristo.

Lo más célebre que le sucedió a Tomás (y que registró Juan el hijo de Zebedeo), fue su incredulidad respecto a las apariciones del Maestro después de su resurrección. Pero debo decirles que Tomás así había sido desde siempre, no en balde todos lo conocíamos como el Dídimo que en el mejor lenguaje arameo significa “mellizo”, y esto no porque tuviera un gemelo, sino porque había que decirle dos veces todo para que estuviera seguro de cuanto uno le expresara.

Tomás no se creía nada de nadie; era tan desconfiado, que jamás preguntaba lo que no supiera o no entendiera. Dejaba pasar algún tiempo para dilucidar la verdad, o afrontaba a quien pudiera, con señalamientos que le darían luz en su insipiencia. Este mismo método usó cuando le dijeron acerca del Señor. Tomás era un vago, un bueno para nada que vivía de lo que su prolífera familia le regalaba o le encargaba. Ya casi cumplía treinta años cuando Jesús lo llamó a su Ministerio y nada bueno había logrado en su vida. Ni siquiera estaba cerca de casarse o de tener algún compromiso formal para ello. Su padre, que ya había muerto, había dejado herencias pagadas para que su vástago pudiera contraer matrimonio. Nunca lo hizo, porque no lo necesitó.

Pero eso sí, siempre fue fiel al Mesías, era capaz de entregar su vida por Él (como lo hizo), sin ningún temor; perfectamente confiado de Jesús. Tomás apenas sobrevivió al Señor, ya que fue muerto inmediatamente después de Santiago el hijo de Zebedeo, en una de las muchas redadas de seguidores de Jesús de Nazaret hechas por los Fariseos.

La última Bienaventuranza no la dijo Jesús de Nazaret en el Sermón de la Montaña, la dijo ya resucitado y ante la incredulidad de Tomás: “…Tú crees porque has visto. Bienaventurados aquellos que creen sin ver…” Yo amo a Tomás más que a los otros once, porque con su forma de ser le arrancó al Señor tan amplia Bendición para todos los que, como yo, nunca vieron uno de sus milagros o de sus maravillas y creímos en Su Palabra, en Su Evangelio, en Sus Promesas. ¡Bendito sea Tomás, que hizo que El Salvador nos bendijera!

Esas palabras de contrición pronunciadas por Tomás, son una verdad absoluta acerca de Jesucristo: “Señor mío y Dios mío”. Las dijo perfectamente consciente de su error al negar la aparición de Jesús resucitado, pero las dijo también por nuestra redención en Él, para que ninguno de nosotros dudara como el “mellizo”, este buen hombre que no creía en lo primero que le dijeran, que tenía que comprobar todo.

Convivir con estos hombres que yo había conocido en su ‘vida mortal’, ahora dedicados por completo al ministerio del Mesías, fue una bendición que el Señor me concedió. Con estos cuatro que ahora he mencionado (Natanael Bartolomé, Judas de Cariot, Felipe de Betsaida y Tomás de Jerusalén), yo departí muchas veces el pan y la sal de mis banquetes. Junto con Leví, les disfruté conviviendo sanamente en mi mansión. Eran gente de muy diversa procedencia, y de costumbres poso afines, y sin embargo, nos entendíamos muy bien. Sin lugar a dudas yo mismo los hubiera elegido para realizar algo junto con ellos, aún a Judas del cual uno siempre tendría que cuidarse.

Estos cuatro ‘los apóstoles no galileos’, siempre fueron el qué decir de todos los demás discípulos; si Judas Iscariote, porque era el que se encargaba de los abastecimientos del nutrido grupo y manejaba el dinero con que contaban; si Felipe porque seguía usando sus influencias para ‘llamar la atención’ del Señor; si Tomás porque no acababa de integrarse completamente al grupo.

Ninguno de Los Doce fue seleccionado de improviso; todos habían sido meticulosamente analizados para su cometido final. A todos trató Jesús de Nazaret antes de elegirlos y todos le conocieron a Él antes de iniciar su ministerio. No era casual su encuentro, ni eventual su adhesión al grupo de discípulos y después de Apóstoles. Jesús recorrió toda la Palestina durante cinco largos años, entes de ser Ungido como El Mesías.


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Orar sirve, es bueno para nuestra alma y nuestra mente.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli





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