LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA,
SON PARTE DE MI LIBRO
“El
Evangelio Según Zaqueo”
(EL ARCA
EDITORES - 2004)
Una muy personal forma de ver,
La Vida Humana de Dios Hecho Hombre.
“Santifícalos con
La Verdad.
Tu Palabra es La
Verdad.”
Playa del
Carmen, Mayo 26 del 2019.
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EL
KARMEL
Gamaliel
debió haber tenido 30 años de edad Había destacado en la Ramat de Jerusalén por
sus acertados estudios sobre cronología de la Torá y era un muy querido miembro
del Sanedrín, a pesar de su juventud. Si
solo él preguntó acerca del Niño Jesús, fue porque ‘algo’ le dijo que ese
infante tenía cualidades que no poseían los humanos, que había tenido contacto
con una ‘persona’ muy especial.
Este
mismo Gamaliel será dentro de muchos años educador de Saulo de Tarso, en La Ley
y Los Profetas. Saulo primero será un
gran perseguidor del Evangelio y después, ya como Pablo, será el Apóstol de los
gentiles por obra de Jesucristo.
Gamaliel nunca se olvidará de encuentro con Jesús; seguirá su
trayectoria desde los primeros días de su predicación; hasta podrá contarse
entre los ‘conocidos del Señor’ pero nunca será ni discípulo ni apóstol. Sus temores lo dominarán hasta la muerte.
Ante
todo esto, ¡quién dice que el Ministerio de Jesús no empezó mucho antes de los
30 años de edad?! Se los vuelvo a
repetir: Él recibió a esa edad al Espíritu Santo, es cierto, cuando fue
Bautizado; pero su Predicación la inició mucho tiempo antes. Yo creo sinceramente, que esta fue la prueba
más grande de Jesús de Nazaret, tener que esperar. Y también creo que ésta precisamente fue la
razón por la que empezó su Ministerio con grandes obras y demostraciones;
porque frente a todo lo que había visto, oído y conocido, le ‘urgía’ que todo
el Mundo lo conociera. Los milagros de
Jesús de Nazaret fueron miles, no solo esos pocos que los Evangelistas nos
narran; se escribieron ésos para conocimiento de nosotros, pero la gente que se
vio beneficiada con ellos se cuenta por miles y miles. Solo los indignos no los recibieron.
El
Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, sin embargo, muchos n se dieron
cuenta del hecho o no lo quisieron reconocer y permanecieron a un lado de su
caminar por este mundo y otros inclusive, se hicieron instrumentos del mal para
contrarrestar los efectos de su mensaje de salvación. Por supuesto que la ‘clase poderosa de
Israel’, Fariseos y Escribas, tenían el conocimiento para deducir y comprobar
su venida; solo que ‘no era conveniente’ que el pueblo lo supiera; si eso se
conocía ellos perderían todo, absolutamente todo: poder, influencia y riquezas,
o hasta su propia vida.
Así
pues, el evento del Niño Perdido tiene sus motivos, no es fortuito o casual;
tal parece que este Pequeño Dios que habitó entre nosotros lo preparó para
anticiparles: ‘Ya llegué, prepárense para
los cambios que han de venir. No se
opongan, que de cualquier forma se efectuarán’.
Jesús
siempre fue de ésos que te tocan una sola vez en tu vida y te la cambian para
siempre. Algunos aprovechamos ese
‘toque’ para iniciar las reparaciones de los males cometidos; pero otros al
contrario, parecen ser ‘poseídos’ por fuerzas ocultas y no tan solo no corrigen
el camino hacia e bien, sino que arrecian su participación en el engaño, en la
confusión, en la perdición. Me refiero
aquí a los Fariseos. Algunos de ellos,
como Gamaliel, vivieron el ‘encuentro con el Mesías’ esa Pascua del Año 12 de
la Vida de Jesús de Nazaret, y vivían cuando lo ‘juzgaron y sentenciaron a
muerte’.
A
pesar de que tuvieron oportunidad de proceder correcto y apegado a la verdad,
esto es, que actuaran éticamente bien, (porque Gamaliel se opuso a ese “juicio”,
igual que se opondría al de los Apóstoles ya muerto el Señor); prefirieron
seguir actuando inmoralmente que aprovechar la oportunidad para realizar el
cambio de su vida y salvarse. Yo se los
puedo asegurar categóricamente parafraseando al Mesías: “...
Estos ... NO... son hijos de Abraham..” por
lo tanto, no se salvaron. ¡Que si lo sé
Yo!
¡Ahora
si me entienden por qué digo que el Señor Jesús inició su Ministerio muchos
años antes de los 30 de edad!
A
los 14 años de edad el Joven Jesús de Nazaret subió por primera vez a un “monte
santo”: El Karmel. Si ya su experiencia
(y la de José, claro está), al subir al Tabor fue magnífica, esta vez fue
celestial. Fue en una mañana a mediados
de la estación de las flores. El Karmel
lucía todo el verdor de que es capaz de revestirse; las flores silvestres de
una multitud de colores y formas cubrían sus amplias faldas y laderas. Ésta fue tierra de Zabulón durante la
repartición de Canaán en tiempo de Josué y los Jueces, pero al cabo de muchas
guerras y disputas, durante la dominación Romana era tierra Fenicia.
Por
la razón que fuere, en el Karmel no se sembraba ni se cosechaba; solo nacía lo
que era silvestre y cuanto fruto hubiera de quien lo recogiera. Sin embrago, poca gente recogía, pues los
salteadores de caminos solo esperaban que alguien trabajara en la pizca, para
ir a robar cuanto pudieran. Debo
decirles que las mejores bayas silvestres de toda Palestina se comían en El
Karmel; rojas, moradas, azules; ácidas, dulces o amargas, de todas había según
uno necesitara.
La
subida es penosa y tardada por lo empinada del monte, que aunque es igual de
alto que el Tabor, dominarlo es mucho más difícil; casi medio día emplea uno
para lograr la cumbre. Pero una vez arriba,
el premio es sin igual: El Mar Grande, en el lado Poniente del monte, se
muestra inmenso, magnífico, hermoso. Los
tonos de azul que uno puede contar entre el mar y el cielo, son como una paleta
de pintor en añil. El aire es tan fresco
y salado que uno siente recuperar existencia perdida al respirarlo
profundamente; huele a mar, huele a vida.
Me imagino que así huele la morada de Dios en el Cielo. Nada se le parece.
Por
un breve tiempo después de haber llegado a la cima, Jesús y José permanecieron
sin hablar, ni siquiera se miraban uno al otro.
(José nunca había subido al Karmel, él estaba más impresionado que
Jesús). Acto seguido, Jesús cayó de
rodillas y gritando con todas sus fuerzas dijo: ¡Elohim, Elohim! ¡Abbá
elem! (¡Señor Dios, Señor Dios! ¡Padre
mío!) José hizo lo propio al
instante, también se hincó; sabía perfectamente bien con quién estaba. Y continuó Jesús diciendo:
¡Qué grandes son tus obras Padre y con
cuánto amor las hiciste para el hombre! Y ahora yo como hombre también, quiero
agradecerte Tu Bondad y Tu Fidelidad.
Que el Cielo y la Tierra te alaben oh! Padre; que nunca cese de
aclamarte Tu Creación, pues en ella se manifiesta Tu Gloria, Tu Poder y Tu
Misericordia. ¡¡Bendito sea el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob que se reveló a todos los hombres!! ¡¡Bendito sea Dios y Bendito sea su Santo
Nombre, por los Siglos de los Siglos!!
Y
allá en el fondo se oyó, también con un gran grito: ¡¡Aleluya!! Era José que se encontraba totalmente
postrado en tierra con los brazos abiertos y boca abajo, esperando que
ocurriera algo sobrenatural que no pudiera él contener. Temblaba y sudaba intensamente.
Y
sucedió: un viento fuertísimo comenzó a mover las nubes del cielo; aparecían
unas y desaparecían otras. Tapaban el
Sol y los descubrían entre un instante y el otro. El cielo se nubló como si fuese a llover con
intensidad, pero el Sol seguía radiante en donde ellos estaban; de repente, una
tenue luz empezó a descender verticalmente sobre la cima del Karmel y una suave
brisa los tocó lentamente.
El
Joven Dios se empezó a elevar como hasta el nivel de sus rodillas y tenía los
brazos levantados hacia el cielo, hacia donde veía con mucha atención. José permanecía hincado en la tierra
maravillado con todo aquello que veía y oía.
El Padre del Joven Dios había bajado para contactar a Su Hijo, para
manifestarle su aprobación, para dejarle claro que siempre serían uno, que Él
era parte de su Ministerio.
Si
les digo yo que este era el primer “monte santo” que Jesús visitaba, es porque
estamos hablando del Karmel, el lugar donde habitaron en sus cuevas Elías, el
más grande de los Profetas, y Eliseo su discípulo. Desde allí escuchaban Su Palabra para sus
proféticos designios. Era la segunda
ocasión en que el dios de nuestros antepasados, el Dios de nosotros, bajaba al
mundo en este mismo lugar. Aquellas
ocasiones con Elías y Eliseo, con gran estruendo y poder; y esta vez, con su
Joven Hijo presencia humana, con gran suavidad y majestuosidad.
Al
momento en que Jesús volvió a posarse sobre la tierra, un arco iris salió desde
el Monte Carmelo hasta el Tabor, en el Oriente.
Los valles del Sherim se iluminaron de colores brillantes bajo el Gran
Arco de la Alianza con el antiguo Patriarca de la Historia, Noé. Aquel momento fue después de la gran
destrucción del diluvio; ahora, parecía Dios decirnos que su obra de redención
había llegado, que vivía entre nosotros, que estaba pronta a manifestarse.
José
no podía más; lloraba de tanta alegría y felicidad con lo que estaba
presenciado, que allí, hincado donde se había quedado, solo genuflexionaba su
cuerpo desde la cintura para poner cara en tierra y gritar: ¡¡Shalom!!, ¡¡Shalom!! ¡¡A-LE-E-E-LU-YA!! e
inmediatamente su voz se ahogaba en un suspiro profundo tratando de contener el
llanto. Se sentía inmensamente
agradecido por tan Divina manifestación con él presente. Sintió por un momento que Dios quería
agradecerle todo cuanto había hecho por Su Hijo, como padre adoptivo.
Entre
el Carmelo y el Tabor se tejió la trama de Dios para la salvación de las almas;
aquí aprobó Dios la naturaleza humana de Su Hijo, en el Tabor aprobaría la
naturaleza Divina de su humanidad. Aquí
con José, su buen “padre” humano; allá con su propia voz y ante sus más
queridos discípulos: Simón, Juan y Santiago.
Los
Montes de Dios. Cuántos de ellos ligados
a nuestra salvación, a la conservación de la más preciada de sus obras: el
hombre. Desde tiempo inmemorial:
En
el Ararat; el Arca de Noé del diluvio.
En
el Moria; el “sacrificio” con Abraham e Isaac, prototipo del Salvador.
En
el Horeb; la designación de Moisés para la liberación.
En
el Sinaí; la firma de la Alianza con La Ley.
En
Sión; Jerusalén y el Templo, con David y Salomón.
En
el Caramelo; la voz de Dios en sus Profetas, con Elías y Eliseo.
En
el Tabor; la Transfiguración, ante Pedro, Juan y Santiago.
En
el Calvario; la Crucifixión, el Sacrificio del Cordero de Dios.
En
el Olivar; con la Ascensión, finalmente la Redención lograda.
Queda
muy claro, para hablar con Dios, para tener contacto con Él, necesitamos
elevarnos; requerimos dejar abajo nuestra condición humana y proyectarnos (aún
de forma ínfima), hacia las alturas. Los
montes son una buena expresión de ese deseo de “alcanzar” a Dios. Él mismo nos lo ha dejado muy claro; así lo
ha hecho con nosotros.
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Orar sirve, es bueno para nuestra alma y
nuestra mente.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
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Solo
por gusto de proclamar El Evangelio.
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