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jueves, 20 de diciembre de 2018

De mi libro: V.G.A.G. - 70 - Juan Apóstol en Patmos


Santifícalos con La Verdad.

Ciudad de México, Diciembre 21 del 2018.

DEL LIBRO
Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil
70 de 130

Ephesus, Episcopâtus Ephesiens
Novembris II
LXVI Anno Domini

IOHANNÊS APOSTÔLUS EN PATMOS

Pernoctamos en el campamentum instalado por la tropa en las costas cercanas a Ephesus; nuestra salida será a la hora Tercia del Día, esperando vientos propicios para una navegación sin contratiempos; ‘a velas llenas’, como dice el Præfecto Abdera.  Los vientos fríos en esta época del año son como cuchillas en la piel para los humanos, pero son como impulso de vida en las velas de las naves.  Las setenta millas romanas que surcaremos, deberán tomarnos cinco horas para su trayecto, por lo que el viaje será breve y agradable.

Patmos es la isla del extremo Poniente del Dodecanesus Archipiêlagus, frente a las costas de Pamphilia; son doce islas pequeñas y decenas de islotes aún más chicos, escasamente habitadas que van desde Rhodas en el extremo Meridional, hasta Maicus en el Septentrional.  Sus aguas son poco profundas y difíciles de sortear, por la cantidad de ‘salientes’ rocosos que se multiplican en ellas.

La Isla de Patmos tiene la forma de dos delphînis jugueteando, unidos en sus trompas justo a la mitad del macizo rocoso que las forma.  Las playas o arenales son muy escasos y en cambio los acantilados se yerguen por doquier.  Está casi totalmente desolada, salvo por algunos helénicos que se asientan en la zona Septentrional, lo cual nos permitirá apartar para el Apóstol Juan la zona Meridional en su salvaguarda.



                                                                                 
Una Centuria completa de Legionarios (que se forma de los hombres que vienen con nosotros), estará en prácticas navales de asalto y desembarco (con diez liburnas pequeñas), y será comandada por un Præfecto de Navis; ellos serán la custodia del Apóstol Juan.  Se rotarán por cada estación del año, solo con hombres aprobados para la encomienda.  Solo naves del “Christus Mandatus” (con correo o visitantes autorizados) podrán atracar o fondear estas aguas; todas las embarcaciones diferentes serán consideradas como non gratas y agresoras, por lo que serán atacadas de inmediato.  También estarán con el Apóstol cinco scriptôris, quienes además serán sus asistentes.

Las fortificaciones e instalaciones militares, así como el domus de Iohannês Apostôlus, serán construidas de inmediato con materiales del lugar; todo cuanto haga falta será traído de Canea ex profeso.  Así, no será por nosotros que algo le suceda al Joven Apóstol; y con la ayuda de nuestro Señor Iesus Christi, ni el mismísimo Satanás podrá hacerle algún daño.


+ + +


Patmos Insûla, Episcopâtus Ephesiens
Novembris III
LXVI Anno Domini

BATALLA NAVAL EN EL MARE ÆGEUM

Con el campamentus provisional levantado, habiendo disfrutado la noche anterior de una gran cena en honor del Apóstol Juan y deleitarnos con sus palabras; a primera hora del día, y con las instrucciones debidas a cada integrante del corpus militia, partimos hacia Canea, nueve de las once naves de la flota.  Solo se quedan dos para cumplir la misión que nos ocupa, con los mejores cien hombres que hemos traído y el segundo al mando de Silenio Abdera, quien será el instructor por los próximos cuatro meses. 

Regresamos a Novus Villa Garlla Canea los trescientos Soldados Legionarios restantes (sin contar nautas ni remerii); nuestra pequeña ‘campaña’ ha concluido en su primera etapa y la travesía ha sido todo un éxito.  Una vez más, el amparo del Sanctus Spirîtus se ha hecho sentir; solo así me explico la eficiencia y eficacia que hemos alcanzado en nuestras ‘misiones relámpago’.  Las doscientas millas que nos separan de casa, las cubriremos en un día largo de navegación, dieciocho horas continuas, o más, en el mar.  Tomaremos subtusventus hacia las Islas del Ægeum, en línea recta hasta Creta.

El viento es fortísimo, y nuestro Præfecto de Navis, Silenio Abdera está feliz; nada hay que le dé más gusto que la velocidad en el mar.  Llevamos cuatro horas en el mar y estamos en el canal marino que dejan las Islas del Mare Ægeum y el Dodecanesus Archipiêlagus; justo al momento en que el vigía del mástil mayor grita a todo pulmón: 
       ¡¡Navis a proa estribor!!; ¡son muchas Præfecto; y no se ven amigables!
       ¡¡Todo el mundo a sus puestos de ataque!!, ordena el experimentado marinûs, cuya primera ‘batalla’ fue hace treinta y tres años; en una refriega que le preparé con naves romanas simuladas como ‘cartaginesas’, en el primer viaje que hicimos de Capreæ a Genua en la “Liburna Christina” que estaba recién construida.
       ¡¡Navis a popa estribor Præfecto!!
       ¡Es una emboscada! ¡Remos de guerra al instante! ¡Nauta de señales!
       Al Mandato, señor. Contesta el susodicho.
       ¡Indique a las demás naves que se preparen para atacar en columna vertical a toda vela y fuerza de impacto!
       ¡Sí, señor! Responde el hombre  e inicia los movimientos para las señales.
       ¡Ave Tribunus Legatus!, responden las tropas que nos rodean.
       ¡Centurión de Escolta!, vuelve a gritar Silenio.
       ¡Al mandato, señor!, responde mi guardaespaldas.
       ¡Vista de cathafracta de hierro al Cónsul y llévelo al camarote de popa; aguarde allí cerrado por completo!  Usted no estará en batalla; si quiere morir, cubra con su cuerpo el del Cónsul Imperator y que Dios le ayude.
       Será un honor, señor; le responde el Centurión Legionario al Magíster.
       Amárrense juntos a la columna del cubículo porque los impactos serán muy fuertes; agrega el hábil Abdera.
       ¡Todo mundo amarrado en sus puestos! Deberán resistir los impactos frontales con el ‘rostrum’ de proa a toda vela.

Es nuestra primera batalla naval verdadera en todos estos años, y resulta que yo ya soy un anciano que debe ser amarrado junto con su guardaespaldas para que no le maten; o he vivido años extras o esta es mi oportunidad de morir.  La primera parte de mi reflexión es cierta: ningún Garlla ha vivido tantos años; la segunda parte, en verdad que no me preocupa; estoy dispuesto a morir, pero a morir luchando, no encerrado y fuera de combate.  Esperaré al final; si es que el buen Silenio cae herido de muerte, yo saldré en su reemplazo.

La Liburna “Sanctæ Mariæ Cæli III” se mueve a gran velocidad; cualquier cosa capaz de navegar que impacte este fortísimo navío, será hecha añicos de un solo golpe. Y esto lo comprobamos casi al mismo tiempo que termino mis pensamientos: el estruendo del golpe es tal, que podría haberse escuchado a más de una milla de distancia; y los gritos de dolor son desgarradores, más aún si está uno encerrado sin poder anticipar con la vista lo que suceda.  Ha sido tan efectivo el golpe, que nuestra nave no ha perdido fuerza de empuje y se siente el viraje a babor para retomar ataque frontal; las órdenes del Præfecto fluyen como agua de un manantial; el zumbido de lanzamiento de catapultas y ballestas se escuchan con claridad, igual que el grito de acierto del lanzador que ha acertado su blanco.

Jamás había yo vivido el fragor de una batalla encerrado entre cuatro paredes; parece como si fuese un sueño del cual no se puede despertar y en el que uno no tiene posibilidad alguna de actuar a favor de alguien.  Es desesperante solo oír lo que sucede, sin poder ver, hacer o sentir los sucesos.  El aviso de un segundo impacto se oye con claridad y un instante después el estruendoso impacto, junto con el rechinar de maderos, los desesperados gritos de dolor, los zumbidos de flechas, lanzas y saetas de ballestas y las explosiones producidas por los lanzamientos de las catapultas.  Es un infierno de sonidos, una locura de olores, una desesperación incontrolable de pensamientos sincrónicos e imaginaciones de los sucesos reales en el exterior.

Silenio Abdera, amarrado en el puente del timón, solicita a los vigías de mástil los informes sobre la situación de nuestras naves, a lo que le responden:
       ¡Todas en batalla, señor! Responde el hombre de la cima de la liburna.
       ¡Giro a estribor timonel!, ordena el Præfecto, sintiéndose de inmediato el corte del mar, el golpeteo de las olas y el tirón del viento por el cambio de rumbo de la invencible Liburna “Sanctæ Mariæ Cæli III”
       ¡Impacto al frente!  Grita con toda su fuera el nauta de timón.

Nuevamente se presenta la secuencia de ruidos, voces y gritos desgarradores de dolor y los contrarrestantes de euforia y alegría por el éxito logrado ante el daño infringido al enemigo.

Cinco giros a toda vela, cinco impactos frontales a toda fuerza, cinco naves enemigas hundidas al instante; ni siquiera han tenido la oportunidad los agresores de intentar un abordaje.  Por lo que escucho son más de cincuenta naves contra las que estamos peleando, pero debido a la velocidad, fuerza y movilidad de las nuestras, solo han recibido impactos con los poderosos y fortísimos rostrum de las proas romanas.  Deduzco también que las embarcaciones de nuestros atacantes son considerablemente más pequeñas y débiles, pues no alcanzan a detener el impulso mortal de nuestra liburna.

Ha empezado a llover sin clemencia y el frío cala hasta los huesos; los giros de ataque no cesan y ya hasta he perdido la cuenta de cuántos impactos llevamos.  La algarabía de nuestros hombres no disminuye, lo que asegura que estamos venciendo al enemigo.  La batalla lleva más de tres horas y parece no tener fin.  La táctica que ha seguido nuestro flamante primus pilus marinûs Silenio Abdera, ha sido evitar los abordajes; lo cual significa que nuestros agresores no contaban con la movilidad de nuestras naves y la versatilidad de los nautas y marinûs, así como la efectividad de disparos de ballestas de los Soldados Legionarios.  Si no fuera por el terrible viento que azota el mar, solo por la cantidad que ellos son, en caso de un abordaje, ya estaríamos muertos.

Han cambiado el plan de ataque los agresores helénicos y achaius, con los que han sido identificados los enemigos; ahora evaden los contactos y navegan a babor y estribor de nuestra liburna.  De un lado de proa a popa y del contrario de popa a proa; en verdad que son muchas naves las que nos atacan, pues tienen hasta para agredir por los dos flancos.  Las flechas y proyectiles que lanzan han empezado a impactar  la Liburna “Sanctæ Mariæ Cæli III”; esto no nos conviene ya que su superioridad numérica se acrecentaría en la lucha cuerpo a cuerpo.  Silenio tiene que realizar un viraje intempestivo, para volver a su plan original.

Todavía lo estoy pensando, cuando se siente el feroz giro a babor para encontrar casi inmediatamente el blanco a ser golpeado y hundir de esa manera una más de sus limitadas embarcaciones; arrancando otra vez los gritos eufóricos de nuestra gente por el impacto certero que se ha logrado. 

Pero en el acercamiento de la naves, y debido a la lluvia de flechas que estos infames lanzan, tres han logrado penetrar nuestro camarote de popa por los respiraderos que lo circundan; una se ha clavado en la pared derecha de la habitación, otra en un brazo de mi guardaespaldas y la última ha golpeado el borde superior de mi cathafracta, desviándose hacia arriba y clavándose en la parte alta de mi pecho, entre la clavícula y el cuello; ha penetrado tanto que me impide respirar y hablar.  Tulio Méver, mi guardaespaldas e hijo de Camilus Méver, se ha percatado del hecho y corta de inmediato nuestras amarras para ir a avisar a Selenio Abdera de lo ocurrido.  La presencia del Præfecto es inmediata para valorar la situación, y ante la gravedad, ordena al Nauta de Señales la retirada.

Aprovechando las condiciones del clima, que son favorables para nosotros, y la velocidad las liburnas por el impulso de los remerii, tomamos rumbo Meridional.  Las escaramuzas navales han durado más de cinco horas, abarcando una gran área en la conflagración, pero siempre en dirección de Canea; por lo que nuestro rumbo es retomado con facilidad.  En poco más de dos horas, las nueve embarcaciones nos dirigimos a casa sin perseguidores hostiles a la vista; hay muchos heridos (empezando por el anciano Cónsul Imperator), pocos muertos y ninguna liburna incapaz de navegar.  Los partes de batalla serán reunidos más tarde para saber nuestros resultados; pero por ahora, a todos lo único que les interesa es saber de mi salud.

Me han recostado sobre dos sillones solium emparejados a lo largo y cubierto con varias mantas, pues el frío es aterrador; la flecha todavía la tengo clavada en mi cuello, pero la herida no sangra en lo más mínimo, por lo que mis hombres han decidido no mover el proyectil del lugar; están impresionados por el hecho de que yo no esté perdiendo sangre, aún con la saeta encajada. 

Lo que realmente se me dificulta es respirar, pues jalar aire a mis pulmones por la nariz o por la boca, es un dolor inenarrable; cada vea que hago el intento por recuperar inspirando profundamente, hay un ardor en la herida como el de un hierro candente.  Por supuesto, articular palabra alguna es imposible.

Hemos navegado a toda vela y remos por más de tres horas y la noche empieza a cubrirnos; las nueve liburnas han formado una isla flotante, y todos los Navis Præfecto se encuentran en la Liburna “Sanctæ Mariæ Cæli III” aguardando noticias sobre mi estado de salud.  Ya puedo mover los brazos y las piernas, pero al menor intento de girar la cabeza, el dolor que se presenta es tal, que flaquea mis miembros y casi me hace perder el conocimiento por su terrible intensidad. 

Me muero de hambre y sed porque no he comido ni bebido absolutamente nada desde que partimos de Patmos; ni siquiera agua me han dado por temor a que me ahogue.  Silenio y Tulio Méver, a quien ya han extraído la flecha de su brazo, no se han movido de mi lado; su angustia está de manifiesto en los rostros y no saben qué hacer conmigo.  Allí, recostado sobre el respaldo del solium, y del todo consciente, les hago la seña de querer escribir algo; al instante me proporcionan una hoja de papirus y una plumilla con tinta, en la cual les escribo con dificultad:

“Que todos recen; como nos ha enseñado el amado Tito Episcôpus; un ‘Padrenuestro’ seguido de quince ‘Aves Marías’; durante diez veces. ¡Pero con pasión, Silenio, que recen con pasión!

Al instante se oyen las instrucciones de los dos comandantes fuera del camarote, reuniendo a todos los hombres en la cubierta de la Liburna “Sanctæ Mariæ Cæli III”; todos somos Christiani bautizados, condición sine qua non para pertenecer al “Christus Mandatus”, por lo cual todos mis hombres, Legionarios o Marinûs saben rezar. 

El coro es impresionante, solo voces graves masculinas se oyen; me imagino que igual se habrá escuchado aquél Glorioso Día del Nacimiento del Niño Dios en Belén, cuando el Ángel del Señor anunciaba el acontecimiento a los pastores y estando con él, “. . . una tropa numerosa de la militia celestial que alababan a Dios y cantaban: ‘¡Gloria a Dios en las alturas!, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad’. . .”, según narra Lucanus en el Evangelio que él escribió, a dictado de la Santísima Virgen María, la Madre de nuestro Señor Iesus Christi.  Así hoy yo, que sigo con mi pensamiento cada una de las invocaciones que ellos entonan a plena voz, uniéndome a las fervorosas iaculatorîus.


† † †


Orar sirve, oremos por nuestros Pueblos.

De todos ustedes afectísimo en Cristo

Antonio Garelli



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