Santifícalos con La Verdad.
Ciudad de
México, Diciembre 21 del 2018.
DEL
LIBRO
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
70 de 130
Ephesus,
Episcopâtus Ephesiens
Novembris II
LXVI Anno Domini
IOHANNÊS APOSTÔLUS EN PATMOS
Pernoctamos
en el campamentum instalado por la
tropa en las costas cercanas a Ephesus;
nuestra salida será a la hora Tercia del Día, esperando vientos propicios para
una navegación sin contratiempos; ‘a velas llenas’, como dice el Præfecto Abdera. Los vientos fríos en esta época del año son
como cuchillas en la piel para los humanos, pero son como impulso de vida en
las velas de las naves. Las setenta
millas romanas que surcaremos, deberán tomarnos cinco horas para su trayecto,
por lo que el viaje será breve y agradable.
Patmos
es la isla del extremo Poniente del Dodecanesus
Archipiêlagus, frente a las costas de Pamphilia;
son doce islas pequeñas y decenas de islotes aún más chicos, escasamente
habitadas que van desde Rhodas en el
extremo Meridional, hasta Maicus en
el Septentrional. Sus aguas son poco profundas
y difíciles de sortear, por la cantidad de ‘salientes’ rocosos que se
multiplican en ellas.
La Isla de Patmos tiene
la forma de dos delphînis
jugueteando, unidos en sus trompas justo a la mitad del macizo rocoso que las
forma. Las playas o arenales son muy
escasos y en cambio los acantilados se yerguen por doquier. Está casi totalmente desolada, salvo por
algunos helénicos que se asientan en la zona Septentrional, lo cual nos
permitirá apartar para el Apóstol Juan la zona Meridional en su salvaguarda.
Una
Centuria completa de Legionarios (que se forma de los hombres que vienen con
nosotros), estará en prácticas navales de asalto y desembarco (con diez liburnas pequeñas), y será comandada por
un Præfecto de Navis; ellos serán la custodia del Apóstol Juan. Se rotarán por cada estación del año, solo
con hombres aprobados para la encomienda.
Solo naves del “Christus Mandatus”
(con correo o visitantes autorizados) podrán atracar o fondear estas aguas;
todas las embarcaciones diferentes serán consideradas como non gratas y agresoras, por lo que serán atacadas de
inmediato. También estarán con el
Apóstol cinco scriptôris, quienes
además serán sus asistentes.
Las
fortificaciones e instalaciones militares, así como el domus de Iohannês Apostôlus,
serán construidas de inmediato con materiales del lugar; todo cuanto haga falta
será traído de Canea ex profeso. Así, no será por nosotros que algo le suceda
al Joven Apóstol; y con la ayuda de nuestro Señor Iesus Christi, ni el mismísimo Satanás podrá hacerle algún daño.
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Patmos Insûla, Episcopâtus Ephesiens
Novembris III
LXVI Anno Domini
BATALLA NAVAL EN
EL MARE ÆGEUM
Con
el campamentus provisional levantado,
habiendo disfrutado la noche anterior de una gran cena en honor del Apóstol
Juan y deleitarnos con sus palabras; a primera hora del día, y con las
instrucciones debidas a cada integrante del corpus
militia, partimos hacia Canea, nueve de las once naves de la flota. Solo se quedan dos para cumplir la misión que
nos ocupa, con los mejores cien hombres que hemos traído y el segundo al mando
de Silenio Abdera, quien será el instructor por los próximos cuatro meses.
Regresamos
a Novus Villa Garlla Canea los
trescientos Soldados Legionarios restantes (sin contar nautas ni remerii);
nuestra pequeña ‘campaña’ ha concluido en su primera etapa y la travesía ha
sido todo un éxito. Una vez más, el
amparo del Sanctus Spirîtus se ha
hecho sentir; solo así me explico la eficiencia y eficacia que hemos alcanzado
en nuestras ‘misiones relámpago’. Las
doscientas millas que nos separan de casa, las cubriremos en un día largo de
navegación, dieciocho horas continuas, o más, en el mar. Tomaremos subtusventus
hacia las Islas del Ægeum, en línea
recta hasta Creta.
El
viento es fortísimo, y nuestro Præfecto
de Navis, Silenio Abdera está feliz; nada hay que le dé más gusto que la
velocidad en el mar. Llevamos cuatro
horas en el mar y estamos en el canal marino que dejan las Islas del Mare Ægeum y el Dodecanesus Archipiêlagus; justo al momento en que el vigía del
mástil mayor grita a todo pulmón:
–
¡¡Navis a proa
estribor!!; ¡son muchas Præfecto; y no se ven amigables!
–
¡¡Todo el mundo
a sus puestos de ataque!!, ordena el experimentado marinûs, cuya primera ‘batalla’ fue hace treinta y tres años; en
una refriega que le preparé con naves romanas simuladas como ‘cartaginesas’, en
el primer viaje que hicimos de Capreæ a
Genua en la “Liburna Christina”
que estaba recién construida.
–
¡¡Navis a popa
estribor Præfecto!!
–
¡Es una
emboscada! ¡Remos de guerra al instante! ¡Nauta de señales!
–
Al Mandato,
señor. Contesta
el susodicho.
–
¡Indique a las
demás naves que se preparen para atacar en columna vertical a toda vela y
fuerza de impacto!
–
¡Sí, señor! Responde el
hombre e inicia los movimientos para las
señales.
–
¡Ave Tribunus
Legatus!,
responden las tropas que nos rodean.
–
¡Centurión de
Escolta!, vuelve
a gritar Silenio.
–
¡Al mandato,
señor!,
responde mi guardaespaldas.
–
¡Vista de
cathafracta de hierro al Cónsul y llévelo al camarote de popa; aguarde allí
cerrado por completo! Usted no estará en
batalla; si quiere morir, cubra con su cuerpo el del Cónsul Imperator y que
Dios le ayude.
–
Será un honor, señor;
le
responde el Centurión Legionario al Magíster.
–
Amárrense juntos
a la columna del cubículo porque los impactos serán muy fuertes; agrega el hábil
Abdera.
–
¡Todo mundo
amarrado en sus puestos! Deberán resistir los impactos frontales con el
‘rostrum’ de proa a toda vela.
Es
nuestra primera batalla naval verdadera en todos estos años, y resulta que yo
ya soy un anciano que debe ser amarrado junto con su guardaespaldas para que no
le maten; o he vivido años extras o esta es mi oportunidad de morir. La primera parte de mi reflexión es cierta:
ningún Garlla ha vivido tantos años; la segunda parte, en verdad que no me
preocupa; estoy dispuesto a morir, pero a morir luchando, no encerrado y fuera
de combate. Esperaré al final; si es que
el buen Silenio cae herido de muerte, yo saldré en su reemplazo.
La
Liburna “Sanctæ Mariæ Cæli III” se mueve a gran velocidad; cualquier cosa
capaz de navegar que impacte este fortísimo navío, será hecha añicos de un solo
golpe. Y esto lo comprobamos casi al mismo tiempo que termino mis pensamientos:
el estruendo del golpe es tal, que podría haberse escuchado a más de una milla
de distancia; y los gritos de dolor son desgarradores, más aún si está uno
encerrado sin poder anticipar con la vista lo que suceda. Ha sido tan efectivo el golpe, que nuestra
nave no ha perdido fuerza de empuje y se siente el viraje a babor para retomar
ataque frontal; las órdenes del Præfecto
fluyen como agua de un manantial; el zumbido de lanzamiento de catapultas y
ballestas se escuchan con claridad, igual que el grito de acierto del lanzador
que ha acertado su blanco.
Jamás
había yo vivido el fragor de una batalla encerrado entre cuatro paredes; parece
como si fuese un sueño del cual no se puede despertar y en el que uno no tiene
posibilidad alguna de actuar a favor de alguien. Es desesperante solo oír lo que sucede, sin
poder ver, hacer o sentir los sucesos.
El aviso de un segundo impacto se oye con claridad y un instante después
el estruendoso impacto, junto con el rechinar de maderos, los desesperados
gritos de dolor, los zumbidos de flechas, lanzas y saetas de ballestas y las
explosiones producidas por los lanzamientos de las catapultas. Es un infierno de sonidos, una locura de
olores, una desesperación incontrolable de pensamientos sincrónicos e
imaginaciones de los sucesos reales en el exterior.
Silenio
Abdera, amarrado en el puente del timón, solicita a los vigías de mástil los
informes sobre la situación de nuestras naves, a lo que le responden:
–
¡Todas en
batalla, señor! Responde
el hombre de la cima de la liburna.
–
¡Giro a estribor
timonel!,
ordena el Præfecto, sintiéndose de
inmediato el corte del mar, el golpeteo de las olas y el tirón del viento por
el cambio de rumbo de la invencible Liburna
“Sanctæ Mariæ Cæli III”
–
¡Impacto al
frente! Grita con toda su fuera el nauta de timón.
Nuevamente
se presenta la secuencia de ruidos, voces y gritos desgarradores de dolor y los
contrarrestantes de euforia y alegría por el éxito logrado ante el daño
infringido al enemigo.
Cinco
giros a toda vela, cinco impactos frontales a toda fuerza, cinco naves enemigas
hundidas al instante; ni siquiera han tenido la oportunidad los agresores de
intentar un abordaje. Por lo que escucho
son más de cincuenta naves contra las que estamos peleando, pero debido a la
velocidad, fuerza y movilidad de las nuestras, solo han recibido impactos con
los poderosos y fortísimos rostrum de
las proas romanas. Deduzco también que
las embarcaciones de nuestros atacantes son considerablemente más pequeñas y
débiles, pues no alcanzan a detener el impulso mortal de nuestra liburna.
Ha
empezado a llover sin clemencia y el frío cala hasta los huesos; los giros de
ataque no cesan y ya hasta he perdido la cuenta de cuántos impactos
llevamos. La algarabía de nuestros
hombres no disminuye, lo que asegura que estamos venciendo al enemigo. La batalla lleva más de tres horas y parece
no tener fin. La táctica que ha seguido
nuestro flamante primus pilus marinûs
Silenio Abdera, ha sido evitar los abordajes; lo cual significa que nuestros agresores
no contaban con la movilidad de nuestras naves y la versatilidad de los nautas y marinûs, así como la
efectividad de disparos de ballestas de los Soldados Legionarios. Si no fuera por el terrible viento que azota
el mar, solo por la cantidad que ellos son, en caso de un abordaje, ya
estaríamos muertos.
Han
cambiado el plan de ataque los agresores helénicos y achaius, con los que han sido identificados los enemigos; ahora
evaden los contactos y navegan a babor y estribor de nuestra liburna. De un lado de proa a popa y del contrario de
popa a proa; en verdad que son muchas naves las que nos atacan, pues tienen
hasta para agredir por los dos flancos.
Las flechas y proyectiles que lanzan han empezado a impactar la Liburna
“Sanctæ Mariæ Cæli III”; esto no nos
conviene ya que su superioridad numérica se acrecentaría en la lucha cuerpo a
cuerpo. Silenio tiene que realizar un
viraje intempestivo, para volver a su plan original.
Todavía
lo estoy pensando, cuando se siente el feroz giro a babor para encontrar casi
inmediatamente el blanco a ser golpeado y hundir de esa manera una más de sus
limitadas embarcaciones; arrancando otra vez los gritos eufóricos de nuestra
gente por el impacto certero que se ha logrado.
Pero
en el acercamiento de la naves, y debido a la lluvia de flechas que estos
infames lanzan, tres han logrado penetrar nuestro camarote de popa por los
respiraderos que lo circundan; una se ha clavado en la pared derecha de la
habitación, otra en un brazo de mi guardaespaldas y la última ha golpeado el borde superior de mi cathafracta, desviándose hacia arriba y clavándose en la parte alta
de mi pecho, entre la clavícula y el cuello; ha penetrado tanto que me impide
respirar y hablar. Tulio Méver, mi
guardaespaldas e hijo de Camilus Méver, se ha percatado del hecho y corta de
inmediato nuestras amarras para ir a avisar a Selenio Abdera de lo
ocurrido. La presencia del Præfecto es inmediata para valorar la
situación, y ante la gravedad, ordena al Nauta de Señales la retirada.
Aprovechando
las condiciones del clima, que son favorables para nosotros, y la velocidad las
liburnas por el impulso de los remerii, tomamos rumbo Meridional. Las escaramuzas navales han durado más de
cinco horas, abarcando una gran área en la conflagración, pero siempre en
dirección de Canea; por lo que nuestro rumbo es retomado con facilidad. En poco más de dos horas, las nueve
embarcaciones nos dirigimos a casa sin perseguidores hostiles a la vista; hay
muchos heridos (empezando por el anciano Cónsul Imperator), pocos muertos y
ninguna liburna incapaz de navegar. Los
partes de batalla serán reunidos más tarde para saber nuestros resultados; pero
por ahora, a todos lo único que les interesa es saber de mi salud.
Me
han recostado sobre dos sillones solium
emparejados a lo largo y cubierto con varias mantas, pues el frío es aterrador;
la flecha todavía la tengo clavada en mi cuello, pero la herida no sangra en lo
más mínimo, por lo que mis hombres han decidido no mover el proyectil del
lugar; están impresionados por el hecho de que yo no esté perdiendo sangre, aún
con la saeta encajada.
Lo
que realmente se me dificulta es respirar, pues jalar aire a mis pulmones por
la nariz o por la boca, es un dolor inenarrable; cada vea que hago el intento
por recuperar inspirando profundamente, hay un ardor en la herida como el de un
hierro candente. Por supuesto, articular
palabra alguna es imposible.
Hemos
navegado a toda vela y remos por más de tres horas y la noche empieza a
cubrirnos; las nueve liburnas han
formado una isla flotante, y todos los Navis
Præfecto se encuentran en la Liburna
“Sanctæ Mariæ Cæli III” aguardando
noticias sobre mi estado de salud. Ya
puedo mover los brazos y las piernas, pero al menor intento de girar la cabeza,
el dolor que se presenta es tal, que flaquea mis miembros y casi me hace perder
el conocimiento por su terrible intensidad.
Me
muero de hambre y sed porque no he comido ni bebido absolutamente nada desde
que partimos de Patmos; ni siquiera agua me han dado por temor a que me
ahogue. Silenio y Tulio Méver, a quien
ya han extraído la flecha de su brazo, no se han movido de mi lado; su angustia
está de manifiesto en los rostros y no saben qué hacer conmigo. Allí, recostado sobre el respaldo del solium, y del todo consciente, les hago
la seña de querer escribir algo; al instante me proporcionan una hoja de papirus y una plumilla con tinta, en la
cual les escribo con dificultad:
“Que todos recen; como nos ha enseñado el amado Tito
Episcôpus; un ‘Padrenuestro’ seguido de quince ‘Aves Marías’; durante diez
veces. ¡Pero con pasión, Silenio, que recen con pasión!
Al
instante se oyen las instrucciones de los dos comandantes fuera del camarote,
reuniendo a todos los hombres en la cubierta de la Liburna “Sanctæ Mariæ Cæli
III”; todos somos Christiani
bautizados, condición sine qua non
para pertenecer al “Christus Mandatus”,
por lo cual todos mis hombres, Legionarios o Marinûs saben rezar.
El
coro es impresionante, solo voces graves masculinas se oyen; me imagino que
igual se habrá escuchado aquél Glorioso Día del Nacimiento del Niño Dios en
Belén, cuando el Ángel del Señor anunciaba el acontecimiento a los pastores y
estando con él, “. . . una tropa numerosa
de la militia celestial que alababan a Dios y cantaban: ‘¡Gloria a Dios en las
alturas!, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad’. . .”, según
narra Lucanus en el Evangelio que él
escribió, a dictado de la Santísima Virgen María, la Madre de nuestro Señor Iesus Christi. Así hoy yo, que sigo con mi pensamiento cada
una de las invocaciones que ellos entonan a plena voz, uniéndome a las
fervorosas iaculatorîus.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
Tu Palabra es La Verdad.
También me puedes seguir en:
Solo por el gusto de Proclamar El Evangelio
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