Santifícalos con La Verdad.
Ciudad de
México, Julio 27 del 2018.
DEL
LIBRO
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
49 de 130
Cesarea de Palestina, Provincia de Iudae
Januarius XIX
Año XXIV del Reinado de Tiberio Julio César
XXXVII A. D.
IMPERIALIS LEX, LEX MORTALIS.
Es
la hora segunda del día y estamos arribando al puerto romano más habilitado del
extremo oriental del Mare Nostrum, en
donde desembarcar solo implica atracar la nave, ese es Cesarea de Palestina. Selenio Abdera ha superado sus tiempos
anteriores y afortunadamente no hemos tenido contratiempos en el mar. Me recibe el Tribunus Legatus de Asia Menor, Lauro Pietralterra, quien está más
preocupado que yo por los acontecimientos.
Le informo las órdenes de Tiberio Julio César al respecto, haciéndole
saber también mis planes para esta misión.
Partimos de inmediato para Hierosolyma,
en donde espero ver a los Apóstoles.
Tremus
Aquilae, quien ahora es mi Asistente, en substitución de Tadeus Tarquinii, ha
seleccionado cincuenta hombres para que nos acompañen; galoparemos por la costa
hasta Jaffa, desde donde subiremos a Hierosolyma. Les ha instruido para vita reactiônis sumo, lo que significa que ante cualquier intento
de ataque, los hombres pelearán a muerte desde el primer instante; no habrá
defensa en las formaciones, solo ataques mortales. Todas las estaciones de vigía en el camino
han sido alertadas de nuestro paso, por lo que no debe presentarse ninguna
detención en nuestro viaje. Son solo
ochenta millas de distancia, por lo que llegaremos a la Fortaleza Antonia antes
de la segunda vigilia, pero con obscuridad total y con un frío estremecedor. Obviamente, todas las Fuerzas Militares Imperiales
están en estado de alerta máxima.
El Imperio
Romano ha logrado su hegemonía gracias a lo que ofrece a los pueblos
conquistados, antes que a su fuerza militar; el Derecho Romano, las formas de
comercio, y el mismo gobierno, son maneras más efectivas para conquistar, que
las ensis, gladius o dagas de hierro
que usamos en la guerra para cortar, rasgar y hender los cuerpos de nuestros
enemigos en batalla. Pero cuando los
acuerdos políticos o diplomáticos no pueden consolidarse, Roma no tiene otra
opción que su Imperialis Militia. En todos los pueblos opera la misma Iustitia Romana; toda la gente está
sujeta a la misma Lex Romana; para
toda la gente libre es válido el mismo Honoris
Romano.
Un ejemplo de esto, es la prohibición en todo el Territorio del
Imperio Romano, de ejecutar a cualquier individuo con resoluciones y dictámenes
de juicios diferentes a los romanos. (Y
esto es lo que se ha violado ahora: se ha dado muerte a un ser humano, sin un
Juicio Romano; y peor aún, el muerto era un Ciudadano Romano por Designio: Cæsar Ius Latii ad arbitium.) Sin embargo, cuando estos medios son
rechazados o transgredidos por cualquier persona o grupo de personas, entonces
solo queda la temidísima “Imperialis Lex,
Lex Mortalis”, que son las órdenes del Emperador. Sobre éstas no hay nada, absolutamente nada;
todo está debajo de ellas.
El
asunto que debemos resolver, tiene implícita una Imperialis Lex, nada ni nadie puede modificarla, so pena de muerte;
incluyéndome yo. Por eso son tan temidas
estas ordenanzas, porque no dejan opción, solo aplicación.
Hace
una hora tocó la diana del inicio de la segunda vigilia y estamos llegando a la
Fortaleza Antonia, en Hierosolyma. Es muy noche ya, pero de todas formas
intentaré hablar con el Apóstol Petrus;
así que vamos (solo doce hombres), directamente al Cenacûlum en donde con seguridad estarán reunidos los Apóstoles; o
bien en la casa de Juan, hijo de
Zebedeo; el único otro lugar que conozco de este laberinto de ciudad.
–
¡Ave César! ¡El
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla desea hablar con el Apóstol Pedro!, grita Tremus con
su furiosa voz, al golpear con ímpetu la puerta de la casa.
–
¡Shalom, Shalom,
Veritelius!, ahora abrimos; responden desde adentro.
–
¡¡Apóstol
Petrus, Apóstoles todos, qué gran alegría es verles!!, les digo en
cuanto abren el portón de la entrada.
–
¡Veritelius, que
la Paz de nuestro Señor Iesus Christi esté contigo!, qué bueno que has venido,
pues se ha desatado una gran persecución contra la Iglesia en Yerushalayim; en
tan solo quince días hemos dispuesto que todos se dispersen por Iudae y
Samaria, pues un joven Fariseo llamado Saulo de Tarso, ha hecho estragos contra
los nuestros allanando sus casas y destruyendo sus pertenencias. Todo con el apoyo de los Sumos Sacerdotes y
los Fariseos doctores de la Ley.
–
Ese, Saulo de
Tarso, ¿sigue en Hierosolyma?, pregunto de inmediato.
–
No, me responden
ellos, se ha ido hacia Damasco en Syria,
en donde hará lo mismo que ha efectuado aquí, por instrucción de los Fariseos.
–
¿A qué has
venido, Veritelius, y con tanta urgencia?, pregunta el Apóstol Petrus, Jefe de todos ellos.
–
Usted no querrá
saber cuáles son las órdenes que me ha dado Tiberio Julio César, Apóstol
Petrus,
le respondo al Santo Hombre; y peor aún, no puedo dejar de cumplirlas.
–
Nada se
remediará con la muerte de esos malvados, Veritelius, esto ha de suceder porque
así nos lo dijo nuestro Señor Iesus Christi:
“Serán
perseguidos y golpeados en mi nombre; y hasta la muerte os llevarán; pero alégrense vosotros por ser
maltratados por mi causa, porque
su recompensa será grande en los cielos.”
–
Apóstol Petrus,
nada puedo hacer para evitar cumplir mis órdenes; le contesto con
gran pesar. En ese momento aparece la
angelical María, Madre del Salvador; y me dice:
–
¡Shalom,
Veritelius!
–
¡Señora y Madre
mía!; agradezco al Señor que Usted se encuentre bien. Le respondo a la
Santa Mujer.
–
El mal,
Veritelius, solo genera más mal; y la justicia de los hombres no es la Justicia
de Dios. No hagas nada de lo que después
tengas que arrepentirte. Doblega con el
bien al mal hecho.
–
¡Señora mía!,
nada puedo hacer para complacerla en su amorosísimo perdón de los asesinos; en
el Imperio Romano estas chusmas tienen que ser castigadas irremediablemente,
pues de forma contraria, cunden y se multiplican por doquier; y esto, es justo
lo que queremos evitar, que ustedes sean masacrados por extremistas y
fanáticos.
–
Todos nosotros
moriremos en Nombre de nuestro Señor Iesus Christi, Veritelius, eso lo sabemos
bien y lo hemos aceptado como un hecho; me dice el Jefe de ellos.
–
Sí Apóstol
Petrus, le
respondo inmediatamente, es probable que
así sea, pero primero tienen que predicar el Evangelio como el Señor les mandó;
y si este infame acontecimiento se repite en los días futuros, no quedará
ninguno de ustedes para llevar al cabo su Misión; y el “Christus Mandatus”, que
es la mía, tampoco prosperará, queridos Apóstoles y Señora Madre del Mashiaj; y
yo también tengo que obedecer órdenes, ya que en caso contrario, soy hombre
muerto por orden del César. Por el recuerdo
del Divino Rabbuni, no me pidan que desista de cumplir mis encomiendas como
soldado del Ejército Imperial Romano. Todos guardan silencio ante mi
desesperada posición; solo María Madre me repite lo que me ha dicho antes y se
retira al interior del lugar:
–
No hagas nada de
lo que después tengas que arrepentirte, Veritelius. Doblega con el bien al mal hecho.
–
Serán juzgados y
ejecutados mañana en la mañana, les digo a todos; si alguno de ustedes quiere levantar acusaciones por haber sido
testigos de lo que sucedió, ayudaría mucho, pero no es absolutamente necesario,
el cargo de sedición solo requiere la acusación de un oficial romano y eso lo
hará el General Legionario responsable de la plaza.
–
Ninguno de
nosotros asistirá a esos eventos, Veritelius; eso es algo contrario a las
enseñanzas de nuestro Señor Iesus Christi; me responde el Apóstol Petrus.
+ + +
Hierosolyma, Provincia de Iudae
Januarius XX
Año XXIV del Reinado de Tiberio Julio César
XXXVII A. D.
SEDICIÓN E
INTRANSIGENCIA. . . MUERTE SEGURA
El
juicio que se realizará es militar, por lo que no se permite la entrada de civilis; tiene lugar en el recinto
ubicado en la Fortaleza Antonia (podría decirse que es el mismo sitio en donde Iesus Nazarenus fue ‘juzgado’ por Poncio
Pilatus). Son veinticinco los hombres
presos a ser juzgados, de los cuales quince de ellos, extremistas todos,
declaran hasta con soberbia haber lanzado piedras contra Esteban, hasta
matarle. Los cargos son: sedición,
desobediencia a Mandatos Imperiales, asesinato cruel. La pena es la muerte por
decapitación. Solo serán ejecutados doce
de ellos (tomándose en cuenta la instrucción de Tiberio César); los demás
quedarán en prisión a trabajos forzados.
Dos
de los sentenciados son Fariseos jóvenes, seguidores del Rabán Gamaliel; como Saulo de Tarso y Misael de Cafarnaúm; morirán
por sus estúpidas osadías. Si alguno de todos estos hombres fuese ciudadano
romano, no tiene derecho de apelación al César por la gravedad de los cargos;
además que de hecho, el mismo César es quien les está sentenciando. Los nombres
de los ejecutados serán publicados para conocimiento de todos, en edictos que
se colocarán en las plazas y lugares públicos; los que permanezcan presos serán
enviados a las cárceles militares en Cesarea de Palestina.
El
Rabán Gamaliel, en virtud de su cargo dentro del Sanedrín, no será procesado,
pero sí amonestado; y con la consigna de que si vuelve a participar o a incitar
otro de estos acontecimientos, se le seguirá proceso y condenado a muerte. Por el momento solo será arraigado; no podrá
abandonar Hierosolyma sin permiso.
Son
situaciones sumamente desagradables, pero necesarias; por lo general suelen ser
tomadas como ‘ejemplares’ y ante todo, intimidatorias para futuras acciones
similares. Más aún entre gente como los iudaicus, que todo tratan desde el punto
de vista de su intransigencia teocrática.
El asesinato de Iesus Nazarenus
a manos de los Sumos Sacerdotes y con la irrisoria participación del Procurador
Romano, se dio hace dos años por esta razón, infringir una ley o costumbre
religiosa.
La
convivencia es el signo más representativo de la civilidad; ninguna nación o
pueblo puede preciarse de ser civilizado si no es capaz de aceptar y asimilar
dentro de su sociedad, las diversas formas culturales que la integran. La morâlis
establece los límites de la convivencia pacífica entre personas, señalando todo
aquello que el bien común nos reclama hacer y dejar de hacer en beneficio
propio y del otro. Estos límites deben
estar correspondidos por las prohibiciones establecidas en la lex y los códigos, que a su vez son el
ámbito de acción de la iustitia
respecto de derechos y obligaciones de los individuos.
Al
momento en que todo este proceso se interrumpe en algún punto, es cuando la
intervención de las fuerzas superiores es reclamada en beneficio de la
comunidad, de la conveniencia de la mayoría y de la tolerancia de los límites
de las minorías. Todas las religiones
tienen mandatos que se asientan como insalvables en el cumplimiento de sus
preceptos básicos y fundamentales; igual iudaicus
que sirios, cirenaicos que egipcios, griegos que macedonios, hispanos que
galos; todos los pueblos deben convivir (aún religiosamente), y que el hacer o
dejar de hacer, no prive de sus libertades al que hizo o al que no hizo, sino
que reine el bien común. Esto es algo
que enseña muy bien el Evangelio de Iesus
Nazarenus, por eso crecerá hasta el infinito.
Para
el Imperio Romano la convivencia entre pueblos es fundamental, pues solo en
ella es posible la armonía en un gobierno pluricultural como el nuestro; por eso
la sedición y la intransigencia son severamente castigadas, porque rompen con
la paz colectiva, la Pax Romana. Si los iudaicus
continúan con su intransigencia religiosa provocadora de sedición asesina, van
a tener muchos problemas con el Imperio Romano y con su inseparable honoris, lex, iustitia.
Esta
es una triste página de la historia del “Christus
Mandatus” que quisiera nunca repetir en los años que me queden de vida o en
los que tenga todavía de existencia este Imperialis
Proiectus; los derramamientos de sangre innecesarios duelen tanto al
agredido como al agresor, no son una buena vía para la convivencia.
+ + +
Hierosolyma, Provincia de Iudae
Januarius XXI
Año XXIV del Reinado de Tiberio Julio César
XXXVII A. D.
TRAS LOS INCITADORES
Dada
la evidencia que tenemos de su participación intelectual en el asesinato del
Mártir Esteban, por las declaraciones de los que sí fueron procesados y
sentenciados legalmente, Misael de Cafarnaúm y Saulo de Tarso habrán de ser
arraigados en sus lugares de residencia; el primero en Ephesus y el segundo en
Tarso. Yo mismo firmo y giro las actas
que ordenan estas acciones como producto de las sentencias del Tribunal Militar
integrado para el juicio.
En
el caso de Caifás y Pilatus, y debido a la gravedad del asunto, su importancia
dentro de la esfera política y al proceso judicial en su contra (en ocasión del
juicio contra Poncio Pilatus por la muerte de Iesus Nazarenus, que presidí hace dos años), ambos serán acusados
de sedición contra las Fuerzas Imperiales Romanas ubicadas en Palestina; habrán
de ser detenidos y serán sujetos a un juicio militar; el primero por
reincidencia de sedición y el segundo por traición al Emperador como Ciudadano
Romano. La sentencia es la decapitación
pública en el lugar en el que sean apresados, o muertos a espada si oponen
resistencia.
+ + +
Hierosolyma, Provincia de Iudae
Januarius XXII
Año XXIV del Reinado de Tiberio Julio César
XXXVII A. D.
REENCUENTRO CON
LOS APÓSTOLES
En
verdad ya no sé cuál sea mi posición delante de los Apóstoles, los Discípulos,
la Comunidad de Hierosolyma y sobre
todo frente a María Madre, pues no pude hacer lo que ellos me solicitaban
respecto del perdón de los sediciosos; pero realmente no tenía ninguna opción
ante la posición y órdenes de Tiberio César.
Debo reunirme con ellos y saber su postura respecto del “Christus Mandatus” (que incluye al
Emperador y a mí mismo), pues de eso depende nuestra futura labor. El encuentro será en el Cenacûlum, ese lugar tan especial para todos ellos que se encuentra
ubicado en la parte más alta de la Ciudad de David, entre los Jardines Reales
del Palacio de Herodes y la casa del Apóstol Juan.
Solo
me reciben los Apóstoles Petrus, Juan
y Santiago el Menor; acompañados de María Madre, la Magdalena y María de
Cleofás. Su semblante es serio, sin ser
severo (supongo que no hay severidad hacia el prójimo en los sanctus); todos me miran como diciendo:
‘ahora cómo va a justificarse’ (menos María Madre, a quien sus ‘luceros azules,
ventana de cielo y paz’, delatan su misericordia); ya se han enterado de los
desagradables acontecimientos, los cuales, en definitiva, reprueban en su forma
y en su fondo. Es el Apóstol Petrus quien toma la palabra después del
prolongado silencio:
–
Shalom, Veritelius, me saluda el
Apóstol Jefe más por una atención, que queriendo hacerlo realmente. Es
bueno que hayas venido porque hay algunas cosas que debes saber. En muchas y muy diversas ocasiones, nuestro
Señor Iesus Christi nos dijo que ‘seríamos perseguidos por su causa’; tal y
como lo ha escrito nuestro Hermano en el Señor, Mathêo Apóstol, en los escritos
que te ha enviado en donde narra las santísimas palabras del Divino Rabbuni al
respecto:
“Bienaventurados
seréis cuando os injurien y os persigan y digan con
mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra
recompensa será grande en los
cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”.
Esto es Verbum Domini,
Veritelius, y ha de cumplirse cabalmente.
Ni tú ni el César podrán
impedirlo, ni ahora ni nunca; por lo tanto, son innecesarias e injustificadas las muertes de nuestros agresores,
quienes en todo caso, aguardarán el
Juicio del Señor.
Entendemos que eres un hombre sujeto a órdenes
superiores que has de cumplir con
precisión; pero tú debes comprender que nada hay en la tierra por encima de los Mandatos de Cristo; ni siquiera el
“Christus Mandatus”, que es una orden
del César que te hace actuar entre nosotros.
Debes prometernos Veritelius, que estas masacres
nunca más volverán a suceder, en tanto tú
las puedas evitar; pues de forma contraria, no eres de Iesus Nazarenus, El
Mashiaj, sino que sigues siendo de un hombre, del César, y no de Dios, Iesus
Christi, para quien finalmente hoy trabajas.
Todos los que seguimos al Señor debemos estar conscientes de esto y aceptar
la Voluntad de Dios sine
qua non, Veritelius, inclusive tú.
Es muy
bueno que hayas dejado registro de las palabras de nuestro Señor Iesus Christi, cuando estaba ‘siendo
juzgado’ por un subordinado del César
y tuyo, y que dijo:
“. . . No
tendrías sobre mí ningún poder si no se te hubiese dado desde arriba. Por eso es peor el pecado del que me ha entregado a
ti.”
Esto
debe ser para ti como un mandato irreversible, Veritelius; algo que debes grabar en tu corazón para que sea base de
tus acciones. Concluye el Apóstol Petrus su intervención.
–
La vida de los
hombres, Veritelius,
habla la Santa Madre del Salvador, no
debe estar sujeta a las decisiones de los hombres, sino a las de Dios. Nadie tiene derecho sobre la vida humana sino
Aquél que la creó. Eso es lo que te
estamos pidiendo, hijo; que cuides la vida humana; no que desobedezcas al
César, a quien hoy todavía estás sujeto. Tiempos vendrán en que tu sumisión
será directa al Señor y tú mismo querrás entregar tu vida por Él, en lugar de
la de tus hermanos los hombres. Las
palabras de la Santa Mujer han eliminado, de un solo tajo, toda posición de
afrenta que se hubiese acumulado en mí al oír al Apóstol Petrus; han sido como un bálsamo para mi alma, y solo alcanzo a
responder:
–
¡Señora y Madre
mía! ¡Apóstol Petrus!, agradezco al Señor que me hayan recibido en esta ocasión
y que yo haya oído su mensaje de viva voz de ustedes; les respondo a
la Santa Mujer y al Apóstol Vicario; para
mí era vital que esto sucediera.
Ciertamente saben que lo que piden solo está en alguna medida en mis
manos; pero lo que ello sea, se hará como me lo han solicitado.
–
Eso incluye a
Poncio Pilatus, a Caifás, a Misael de Cafarnaúm y a Saulo de Tarso, Veritelius;
tus órdenes respecto a ellos ya han sido recibidas y serán ejecutadas al
instante;
me interrumpe el Apóstol Petrus; tú no
debes contravenir la Voluntad del Señor respecto de sus vidas. Deja que sea como debe ser y no como tú lo
hayas dispuesto. No cambies el plan de
Dios sobre la vida de esos pecadores; por más que en tu ‘iustitia’, sean culpables de un delito que para ti
merece la muerte. Sin duda, ha sido contundente el hombre.
–
Se hará como usted
dice, Apóstol Petrus; le respondo al Christi
Vicarîus.
Sobre
la faz de la tierra, nadie hay quien ordene al César qué hacer. A mí, nadie me ordena qué hacer si no es el
César; sin embargo, hoy ‘algo’ ha cambiado mi vida, he recibido, aceptado y
ejecutado en voluntad, las instrucciones de dos personas que ‘no debieran tener
mandato alguno sobre mis decisiones’: son Mariam,
la Madre del Salvador y Petrus, su
Vicario.
Quién
sabe ‘por qué’, pero les he dado supremacía de decisión en mi vida. Esto es algo ‘muy extraño’, pues yo le juré
al César obediencia hasta mi muerte o la de él, la que sucediera primero, aún
delante de Claudio y Calígula, sus sucesores.
Y nunca he faltado al cumplimiento de ese juramento. Tengo la impresión de que “El Christus Mandatus” nos está rebasando al
César y a mí; y que ése da sus órdenes a través de ‘nuevas personas’. ¿Habrá
alguna forma en que yo pueda explicarle a Tiberius
Iulius Cæsar este sorprendente
cambio? ¿Me entenderá o me mandará
matar?
La
severidad de las palabras del Apóstol Petrus
y la diáfana claridad de las de María Madre, me dan alguna seguridad de lo que
les he ofrecido; una promesa de ‘nunca más’ que no estoy acostumbrado a
dar. Fue severo el César cuando mandó
hasta acá a cumplir sus órdenes; pero ha sido más directo el “Christus Mandatus” con las nuevas
indicaciones:
“Nadie
tiene derecho sobre la vida humana sino Aquél que la creó.”, dijo
María Madre; y
“Deja
que sea como debe ser y no como tú lo hayas dispuesto. No cambies el plan de Dios sobre la vida de esos
pecadores...”,
dijo el Apóstol Jefe.
Así
lo voy a dejar: no tengo ni idea de qué vaya a suceder, pero así lo haré.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
Tu Palabra es La Verdad.
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