Santifícalos con La Verdad.
Ciudad de
México, Julio 4 del 2018.
DEL LIBRO
EL DEMONIO AL
ACECHO DEL MESÍAS
36 DE 77
IV.3.- LA MUJER ADÚLTERA
(Jn
8, 1-11)
“Más tarde se
fue al Monte de los Olivos. Pero de
madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles.
Los escribas y
fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le
dicen: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas
mujeres. ¿Tú qué dices? Esto lo decían para tentarle, para tener de
qué acusarle.
Pero Jesús,
inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero como ellos insistían en preguntarle, se
incorporó y dijo: “Aquel de vosotros que esté libre de pecado, que le arroje la
primera piedra.” E inclinándose de
nuevo, escribía en la tierra.
Ellos, al oír
estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos;
y se quedó solo Jesús con la mujer, la cual seguía en medio.
Incorporándose
Jesús le dijo: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?” Ella respondió: “Nadie, Señor.” Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete,
y en adelante no peques más.”
¡Maestría de maestrías! ¡Dios ha hablado! Satanás quiere la confusión, el desorden, la
muerte; y Jesucristo otorga el perdón.
Esa es la diferencia: el Príncipe de las Tinieblas urge por la
decadencia humana; y el Señor apresura la salvación de los pecadores.
Los actos impuros de la sensualidad
humana son de los más castigados por la
Ley de Moisés; en el Decálogo (o Diez Mandamientos) son
prohibidos en dos ocasiones. Las penas
impuestas (según el Levítico), llegaban hasta ‘requerir’ la muerte por
lapidación de los infractores, como en este caso; pues los problemas de salud
física y mental eran los que se cuidaban con mayor sigilo entre los israelitas
durante sus campamentos deambulando por el desierto, una epidemia pudo haber
sido desastrosa para su subsistencia. El
Deuteronomio abunda en recomendaciones para evitar estas desviaciones a la
moral y procurar el bien común del pueblo.
Con todo esto de antecedente, era muy difícil que el Divino Maestro se
les ‘escapara’ a los servidores del Demonio; allí estaban otra vez los escribas
y fariseos tratando de hacerle caer en desacierto. Pero ya se sabe, esta es una labor inútil,
pues el Mesías no falla.
Con frecuencia se confunde a esta
pecadora con María de Magdala (la
Magdalena ), pero no es ella.
También se dice que es aquélla que vierte en los pies de Jesús un
perfume muy costo, pero tampoco es; ya que ésta es María, la hermana de Lázaro,
su gran amigo. Esta, pues, es otra
mujer, pecadora también, pero que habrá de recibir el perdón (y por lo tanto la
posibilidad de la Salvación ),
del mismísimo Jesucristo.
Los cuatro Evangelios están llenos de
menciones a ‘las mujeres que acompañaban
al Señor’, dentro de las cuales están incluidas su Santísima Madre
(Inmaculada Ella), y María Magdalena (la gran pecadora y endemoniada que se
arrepintió y dedicó su vida a Cristo Jesús). Realmente espero que esta otra
mujer, de la cual no conocemos su nombre, haya podido ser incluida en esa
lista; pues de una muerte segura (de acuerdo a la Ley ), recibió el perdón y la
cancelación de su lapidación en pleno Templo y con todas las acusaciones en
contra. Quiero creer que su
agradecimiento fue tal, que cambió su vida por completo para seguir a Jesús de
Nazaret.
Pero lo que en verdad me agrada de este
evento es la maestría del Mesías para evadir el acecho del Demonio. Le dicen: “. . . Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés nos mandó en la Ley
apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué
dices?. . .” El planteamiento es
correcto y acertado; más aún, tiene un fundamento ineludible: La Ley de Moisés. Si Él hubiese dicho que procedieran como
decían, no hubiese estado mal. ¡Pero
estuvo mejor, aún!, sacó a relucir su tamaño de Salvador, no de justiciero
condenador. Por eso estoy seguro que ‘La
Misericordia de
Dios es infinita’, porque ante el pecado evidente, Dios encuentra la forma
del perdón.
Hasta pensó qué contestarles, porque de
inicio “. . . Jesús, inclinándose, se
puso a escribir con el dedo en la tierra. . .”; lo cual quiere decir que no
les hizo caso, porque ya sabía de dónde venía el acecho. Sin embargo, la respuesta es contundentemente
misericordiosa: “Aquel de vosotros que
esté libre de pecado, que le arroje la primera piedra.” ¡Qué tamaño de
disuasión! Y también, ¡qué magnificencia de perdón! Por supuesto, el único que podía lanzar una
piedra (entonces y ahora, en virtud de su perfección), era Él; pero eso no era
lo que Él quería: Jesucristo quería que se viera cómo se ‘vence con el bien al
mal’. ¡Y qué manera de lograrlo!
Obviamente, nadie lanzó ninguna piedra,
pues todos eran pecadores; pero el relato de San Juan nos deja una enseñanza
mejor: “. . . Ellos, al oír estas
palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos. . .”,
lo que significa que a más vida, tenemos más ocasión de pecado, pues el Demonio
está, ¡al acecho de todos! El colofón es
por demás extraordinario, ni qué decir de él: “. . . Incorporándose Jesús le dijo: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha
condenado?” Ella respondió: “Nadie,
Señor.” Jesús le dijo: “Tampoco yo te
condeno. Vete, y en adelante no peques más.”
Fue bueno el intento, Satanás; pero
otra vez insuficiente. ¡El Divino Maestro continúa incólume ante tus ataques!
§ § §
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
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