Santifícalos con La Verdad.
Ciudad de
México, Marzo 14 del 2018.
DEL LIBRO
EL DEMONIO AL
ACECHO DEL MESÍAS
20 DE 77
II.10.- LA TEMPESTAD CALMADA
(Mt
8, 23-27; Mc 4, 35-41; Lc 8 22-25)
“Este día, al
atardecer, les dice: ‘Pasemos a la otra orilla.” Despidieron a la gente y le llevan en la
barca en la que estaba; e iban otras barcas con Él. En esto, se levantó una fuerte borrasca y las
olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. Él estaba en la popa, durmiendo sobre un
cabezal.
Le despertaron y
le dijeron: ‘Maestro, ¿no te importa que perezcamos?’
Él, habiéndose
despertado, increpó al viento y dijo al mar: “¡Calla, enmudece.!” El viento se
calmó y sobrevino una gran bonanza. Y
les dijo: “¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?” Ellos se llenaron de temor y se decían unos a
otros: ‘Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?’”
Gerasa era tierra que los galileos
generalmente evitaban; preferían tener nada que ver con sus vecinos del Mar de
Galilea. Jesús sin embargo, muchas
ocasiones fue a sus pueblos antes de iniciar su Ministerio y varias más ya
ungido por Dios. Esta es una de esas
veces que fue hacia allá y no lo hizo solo, sino en compañía de sus
discípulos. Por supuesto que también ahí
estaba el Demonio al acecho del Mesías. Especialmente en esta ocasión, cuando ha estado
curando a tantos enfermos y expulsando espíritus malignos de tantos infelices
endemoniados en Cafarnaúm, el Divino Maestro quiere hacer un breve descanso en
sus milagros. Se dirigen a Betsaida, del
otro lado del afluente norte del Río Jordán, pero terminan por llegar a Gerasa
tratando de evadir a la gente que les sigue desde la orilla. ¡Qué mejor momento para Satanás, para
complicarle los planes a Jesucristo!
El Lago de Genesaret, que apenas tiene
veintitrés kilómetros de largo por trece de ancho, no es lugar en donde
intempestivamente se puedan juntar corrientes de aire capaces de producir una
marejada que pueda hundir una barca. Sin
embargo, el Príncipe de las Tinieblas puede modificar eventualmente las
condiciones climatológicas, hasta lograr algo poco común o nunca antes visto,
solo con el afán de dañar a Cristo y a los suyos. ¿De dónde apareció tal viento que produjo
olas tan altas y fuertes? Muy simple,
¡el Demonio está al acecho del Mesías!
Hay que hacer algunas consideraciones
sobre este especial momento. Los
ocupantes de la barca no son gente extraña a esos menesteres y lugares, ¡son
pescadores algunos de ellos!; no obstante, los discípulos se asustan: ‘Maestro, ¿no te importa que perezcamos?’,
le dicen después de despertarlo de su tranquilo sueño en la popa. Las olas ya están anegando la lancha y ellos
están realmente preocupados de naufragar; no es poca cosa lo que está
sucediendo. O bien nunca antes les había
pasado y no saben qué hacer ni cómo reaccionar; o simplemente están temerosos
de que a su querido Rabboni le pueda
suceder algo grave que después tengan que lamentar.
Cualesquiera que sea el caso, el
acontecimiento es de tomarse en cuenta (ya que los tres sinópticos lo
registran), ¡y estamos hablando de que los asustados son gente conocedora de
estas labores; son pescadores, ¡y de ese mismo lugar!! Qué susto debió haberles dado el Demonio a
discípulos y Apóstoles, porque a Jesús no; él simplemente se levantó y aplacó
viento y mar con autoridad Divina, como que Él los hizo.
Yo no sé si ustedes han navegado alguna
ocasión, pero en el mar no suceden cosas ‘de repente’, ni cambian las
condiciones climáticas de un instante a otro.
Cambian, sí, pero en horas, en días, no de inmediato. En el mar todo
puede verse con suficiente anticipación (las nubes juntándose, el viento
soplando, las olas aumentando); y las reacciones, ni son inmediatas, ni son
suficientes si no se está preparado ante la impetuosidad de las fuerzas
naturales, contra las cuales nada podemos hacer para contrarrestarlas. O va uno
preparado para lo que ya se sabe que puede ocurrir o en los riesgos se sufren
las consecuencias del descuido. Estos
cambios repentinos de los elementos, solo pueden producirse con la intervención
de ‘alguien’ que tenga dominio sobre
ellos; bien sea para mal, Satanás, o para bien, Dios (en Padre, Hijo o Espíritu
Santo).
Probablemente San Marcos, quien escuchó
este relato de San Pedro (uno de los ‘osados pescadores’ que iba con el Señor),
no sabía bien a lo que se refería su apreciado maestro con las palabras de: “¡Calla, enmudece!”, pero fue el único
que las puso tal cual . Y por lo que
respecta a las preguntas de Jesucristo a sus amados discípulos: “¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no
tenéis fe?”; son muy claras, pues realmente les está diciendo “Ustedes
todavía no creen que yo soy el Hijo de Dios.”
Por eso la interrogante de ellos de grandísima admiración del final:‘. . . Pues ¿quién es éste que hasta el
viento y el mar le obedecen?’ ¡Pues es Dios!, Simón y Andrés, Santiago y
Juan, y todos los demás. ¡Es Dios en la Persona del Hijo; es Dios
hecho hombre!
Por eso lo acecha el Demonio; y por eso
Él responde de inmediato con el bien, para vencer al mal; para que se le vea Su
Divinidad. ¡Nada malo lograste,
Satanás!, solo que el Mesías se luciera otra vez a costa tuya.
§ § §
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
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