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viernes, 2 de febrero de 2018

V.G. -24- Estancia en Villa Garlla, Mediolanum

Santifícalos con La Verdad.

Ciudad de México, Febrero 2 del 2018.

DEL LIBRO
Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil
24 de 130

Villa Garlla, Mediolanum
Iunius XXX
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

Hoy es nuestro último día de trabajo en Villa Garlla, ya que mañana a primera hora, saldremos a Genua, que en carreta y raeda y con damas, son dos jornadas de viaje; una hasta Tortonus y la otra hasta los muelles del puerto.  Eso significará  nuestro feliz traslado de: familia, colaboradores, cosas y animales (sí, porque los pequeños animales de compañía no pueden faltar), hacia nuestro destino Capreæ.  Hoy, entonces, todos debemos de terminar con los pendientes; mañana no habrá tiempo más que para viajar.

Para mí (y para el “Christus Mandatus”), esta estancia en Mediolanum ha representado un gran avance en conocimientos, asimilación, entendimiento y contactos, de un sinnúmero de aspectos relacionados con tan increíble empresa: las evidencias para la Historia.  Gallio, Tito y los ‘iudaicus’ de Villa Garlla, han dejado evidencia de la ‘más que simple trascendencia humana’ del proyecto, llegando a quedar muy claras las ‘evidencias Divinas’ en varias manifestaciones.  Creo que esta es una parte a la que tendremos que irnos acostumbrando: no estamos solos en el manejo de lo relacionado con el encargo de Tiberio Julio César; ‘alguien’ o ‘algo’ nos acompaña.  No se cuántas, pero serán muchas las actitudes, conceptos, formas y esencias que habrán de cambiar (en el transcurso de este trabajo que se está convirtiendo en apasionante búsqueda de situaciones); para finalmente llevarnos a La Verdad.  Tampoco yo poseo toda La Verdad, pero ya ha quedado de manifiesto que hacia allá vamos, porque los hechos indican que así es; muchas ideas, ‘saberes’ y ‘sentires’ que antes tenían muchas personas por separado, ahora se están convirtiendo en una sola forma de verdad buena para todos; esto es la razón de la razón, lo cual es, por definición, La Verdad.  Si como decía Aristóteles: “El Bien es aquello que todas las cosas buscan”;  entonces, “La Verdad es la posesión de todo Bien”.

Tres años me llevó construir Villa Garlla y en solo tres días la he de dejar, quizás para siempre.  Tenía muchas ilusiones para este lugar, ya hasta había iniciado los planos para los domus de mis hijos mayores ya casados; esto, definitivamente no podrá ser, porque yo no contaba con el  “Christus Mandatus” y mucho menos con la invitación del Divino Tiberio para vivir junto a él en Capreæ

                   “Destino, destino cruel, sabes desde hoy qué pasará
                   y nada dices a los mortales sobre su devenir;
                   piensas que mejor es por ellos descubrir,
                   lo que de cualquier forma sucederá”.

Eso dice Séneca; yo no creo en el destino así.  Si acaso existe, éste se fabrica.



Villa Garlla - Mediolanum - Tortonus
Iulius I
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

Dos carruajes raeda, en donde en uno van Lili mi amada esposa con Venus, la más pequeña de mis hijas; y en la otra Minerva, Vesta y Diana, mis otras tres flores; tres carretas llenas de enseres y haberes de lo más variados que uno pueda imaginar; y treinta corceles que montan hijos, centuriones y otros tantos colaboradores, formamos la caravana completa de gente que dejamos Villa Garlla con rumbo a Genua y Capreæ.  Algunos retornarán, como el caso de Julio y Octavio, mis hijos mayores, y otros, no sabemos si algún día regresemos.  Las expresiones van desde la alegría total, hasta la tristeza abrumadora; cada cual según su propio estado de ánimo del momento.  Nuevamente el camino de salida de la Villa se ha llenado de gente que nos despide de muchas formas: unos lloran nuestra partida, otros animan a los desconsolados de la caravana o de las vallas y otros felices nos desean toda clase de parabienes.  Las despedidas siempre son así, reúnen los más diversos sentimientos.

Cuando llegamos a Mediolanum el espectáculo es similar, solo que aquí se han agregado los veinte mil hombres que integran el Ejército Imperial Romano en esta plaza y que vociferan ¡Ave Tribunus Legatus Veritelius de Garlla! a nuestro paso; el mismísimo General Magíster Legionario se ha hecho presente en la ‘despedida’ del pueblo a nuestra caravana.  Yo agradezco los honores que me brindan, pues ha sido un acto sincero y espontáneo de parte de toda la gente.  Una gran parte de esta población tiene que ver con los productos que se cosechan en las tierras, o los que se procesar en los molinos y fábricas de Villa Garlla; ya saben que nada cambiará, pues mis dos hijos permanecerán aquí.

Esta siempre será una gran plaza para el Imperio, su ubicación geográfica estratégica demanda una gran atención, por lo que desde hace tres años en que yo decidí radicar aquí, se iniciaron los inmensos trabajos de ‘urbanarum’ que incluyen vías, edificios, plazas, templos, teatros, circus y por supuesto, el cuartel militar solo superado en extensión por el Campus Martis Romae.  Los  proyectos están planeados para ser ejecutados consecutivamente en los próximos cien años.  Si Roma dejara de ser la Capitalis Imperialis, Mediolanum será la única otra urbe que podrá responder a tal señorío.  Aquí no hemos usado mármol blanco, lo hemos puesto de cien colores; y lo que quedará de piedra, supera en el exquisito acabado a cualquiera que haya en todo el Imperio.  Por eso la gente de esta urbe dice muy a menudo: “Desde Garlla se construye Mediolanum”.

Cabalgan a mis costados Julio y Octavio; el primero ya en uniforme de Magíster Legionario y el segundo en túnica y toga (acentuando su status civilis), quienes se quedarán al frente de todos los proyectos in opperandi que yo he iniciado en la Seconda Urbis Imperialis que es mi queridísimo Mediolanum, ‘Un Lugar A la Mitad de la Tierra’.
       Es increíble Patris, me dice Julio mi hijo mayor, ni los dos hombres que dejas juntos podrán igualar lo que has logrado en Mediolanum; para toda esta gente eres un auténtico “Patricius Imperialis”.
       ¡Claro que lo lograrán!, le respondo emocionado; yo no pierdo batallas Magíster Iulius de Garlla, para eso las planeo y escojo a mis mejores hombres, para ganarlas; y en esta guerra, he hecho lo mismo. ¡Por supuesto que Ustedes lograrán esto y más!
       Magíster Iulius, Usted haga su parte, yo me encargaré de la mía; dice Octavio optimistamente. Pero lo que sí es cierto Patris, es que nunca alcanzaremos tu tamaño y gloria; podríamos igualar cada cual en su lugar lo que tú hayas hecho, pero sería sumándonos, nunca dada uno.  ¡Felicidades, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, para mí usted es un ejemplo de vida a seguir!, concluye Octavio.

Las lágrimas asoman e inundan mis ojos, pero el llanto debe ser contenido, no es momento para él ahora.  Nunca, en ningún ‘desfilum’ me había sentido tan emocionado; y esto, para mí, es pago inmerecido en vida de los dioses.  Por fin salimos de la Vía de los Césares, como hemos llamado a la avenida que unirá definitivamente a Mediolanum con la Vía Æmilia, y enfilamos a trote hasta Tortonus, en donde pernoctaremos.

La estación militar de Tortonus es muy pequeña, a penas habrá espacio para dos escuadras de legionarios y una de caballería; sin embargo estos hombres han hecho maravillas para nuestra llegada, ¡hasta han lavado y pintado con cal los cobertizos, para la feliz estancia de mi familia!  Igualmente han preparado una cena especial (nada de guisos caldosos de campaña) consistente en codornices asadas y verduras frescas con vinagre y aceite; realmente son muy considerados y consentidores.  Solo Julio y Octavio me han acompañado a campañas; todos los demás ignoran lo que es la estación de comando el campo de batalla.  Hoy tendrán una idea de ello, pero solo una idea.

Nuestro avance ha sido muy lento, en razón de las carretas y las raedas que transportan a las mujeres.  Hemos utilizado todo el día para llegar hasta aquí.  Tortonus es la mitad del camino entre Mediolanum y Genua; y a este paso, todo parece indicar que mañana dormiremos en la Domus Garlla de Genua.


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Tortonus - Genua
Iulius II
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

Los aullidos de los lobos del bosque durante toda la noche han mantenido despiertas a nuestras damas, por lo que ahora, al toque de la diana de la última vigilia, todas están profundamente dormidas por el cansancio y el miedo que han sentido; pero no tenemos ninguna opción, habremos de despertarlas y continuar nuestro camino.  El Centurión Legionario a cargo de la estación le ha prohibido a los hombres realizar cualesquiera de las actividades normales que causen ruido, por lo que, aún en la madrugada, no se han oído ni ordenanzas, ni movimientos de tropa, ni gritos de los soldados; pero la luz del Sol es irremediable con el tiempo y tenemos que partir.  Todos hemos tomado nuestro ientaculum o des-ieiunâre como le llaman los helénicos a la primera comida del día; y mis queridas hijas y mi amada esposa lo harán en sus respectivas raedas en camino. Ellas están muy molestas, pero ni toda nuestra paciencia le aumentará horas al día, así que aún con su disgusto, partimos.  Nuestras ‘damas romanas’ no están acostumbradas a estas incómodas travesías y se sienten realmente mal por la falta de su aseo personal; les he prometido que en el Domus Garlla de Genua tendrán todo cuanto necesitan para ello.

Para lo que todos hemos tenido mucho tiempo, es para platicar cabalgando lentamente, algo que yo aprecio enormemente y que haciéndolo con mis hijos, es el deleite máximo de un don de dioses.  Ahora con el Magíster Julio (único título seguro), luego con el terratenientis Octavio, ya con el Legatus Tiberio o bien con el Sacerdos Gallio (todos títulos probables), con cada uno he tenido horas para conversar: ya lea hablo de campañas, ya de asuntos personales, ya comentamos las situaciones que afectan al Imperio o simplemente banalidades que a ellos les interesan; pero he tenido mucho tiempo para disfrutarles.  Lo mismo con mis cuatro flores, que con mi amada esposa.  Y todavía tendremos dos días completos para dialogar.

En Domus Garlla Genua todo está preparado para nuestra estancia; a penas es la hora ottava del día y las mujeres (y también los hombres, por qué no), tendrán suficiente tiempo para su aseo, antes de iniciar los dos días de travesía continua en el mar.  La therma, la cena, el descanso, por lo que sobra del día.


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Genua - Ostia
Iulius III
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

Gallio está fascinado con el signo de nuestras velas en la “Liburna Christina” y me ha agradecido que haya yo tomado ‘el dibujo de su sueño’ para tal efecto; (si supiera que ya estaban; y que es uno de los enigmas que más me preocupan en este momento):
       ¡Patis, qué bonitos han quedado los peces y qué bien se ven con el color azul que has mandado poner en las velas!; ¡Gracias Patis, me dice rodeando y apretando con sus brazos mi cintura, eres un angêlus!
       ¿Y qué es un ángelus, Gallio?, le pregunto.
       Es un mensajero de Dios, Patris; eso pareces tú; me dice pensando él que le estoy entendiendo.
       Los mensajeros de los dioses son héroes inmortales súper poderosos hijo, le digo, y yo no lo soy; ni tengo súper poderes, ni soy héroe ni inmortal.
       Pues para mí lo eres, Patis, y para El Señor Dios, también; insiste él.
       ¿Y quién es El Señor Dios, Gallio?, le pregunto esperando recibir una respuesta contundente de parte del pequeño mystîcus.
       Es quien le dijo a Tiberius Iulius Cæsar que te encargara a ti este trabajo; es Iesus Nazarenus. Me dice perfectamente consciente de sus palabras, quedando todos los que estamos en la escena como incógnîtus.
       Pues me alegro que te haya gustado, Gallio. Me apresuro a decir para que no continúen las preguntas.
        ¡Esta sí que es una gran navis, Tribunus Legatus!, me dice Julio, con estas embarcaciones Britannia caerá postrada a los pies romanos; Patris.
       Ya lo creo que así será; además todos cuantos la vean de ahora en adelante, sabrán que es algo parecido a imbatible; le contesto.

Son los primeros destellos de la mañana y todos estamos embarcados: mi familia y yo, que somos diez; doce centuriones expertos ballesteri y catapulterii, incluyendo a mis asistentes; más toda la tripulación, casi sumamos cien personas, que es la capacidad máxima de esta nave.   El Præfecto Selenio Abdera se ha lucido nuevamente: ha acondicionado uno de los lugares que nunca hemos usado para transporte de caballos (en donde caben siete animales), instalando diez camas para toda la familia; el espacio ha sido aislado con una pared de tablas de madera y solo se accesa a través de una escalera que ha colocado desde mi cubículo de popa.  Realmente ha quedado perfecto para la travesía que ahora realizaremos hasta Ostia y Capreæ.   Las tres carretas de carga se han embarcado y han zarpado mucho más temprano, en una galera mercante sin remos que las llevarán hasta su destino final; allí viajan también las familias de los centuriones casados que he seleccionado para mi escolta personal.  Todo está listo, así que le doy la orden al Centurio Silenio para zarpar.
       ¡¡Levârum ancoræ!!,  ¡¡¡Aaaa la mare!!!; grita a todo pulmón el emocionado Præfecto de Navis.

Al igual que en Villa Garlla y Mediolanum, en Genua se ha reunido una cantidad muy grande de gente para despedirnos; todos los muelles están ocupados por personas que agitan paños blancos con sus manos y otros colocados en grandes varas, gritando a coro: ¡Ave César! ¡Ave César! ¡Ave César!  Estoy sostenido en la baranda de popa, conteniendo mi llanto, que ya no puede más y está a punto de brotar, cuando se acerca mi amada esposa Lili y me da un fortísimo abrazo y me dice:
       “Hay héroes muertos que deben ser venerados y Comandantes vivos que han de ser aclamados; tú eres de los ésta clase, gracias a los dioses”. 

Entonces mi resistencia termina derrumbándose y rompo en los sollozos más profundos que recuerde en toda mi existencia. Jamás me había sentido tan emocionado; ni siguiera en las entradas triunfales a Roma junto con Tiberio, ante el vitoreo de miles y miles de personas en la Magna Urbe.  Esta gente solo ha venido para mí, y de ello no me había dado cuenta.  Después de esto, uno puede decir tranquilamente: “Ya me puedo morir tranquilo, mi misión está cumplida”; pero no es mi caso, pues me falta el “Christus Mandatus”.

Desde las catapultas de proa y popa Silenio ha dispuesto lanzar hacia los lados de la “Liburna Christina” sendas cargas de piedras incandescentes que, al caer al mar fuera de todo peligro, levantan grandes nubes de vapor y columnas de agua; ante el alarido y aprobación de la gente reunida en la orilla y en los muelles, que continúa coreando: ¡Ave César! ¡Ave César! ¡Ave César!, siendo respondidos  con el ¡Ave Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, por toda la tripulación de la nave.  Todo un espectáculo merecido para ellos e inmerecido para mí, pues yo no soy más que un súbdito militar del Magnus Imperius Romanus.




Ostia - Capreæ
Iulius IV
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

Después de navegar todo el día desde Genua, la noche de ayer transcurrió en el mar profundo a empuje de una sola vela, sin remos y con manejo del timón; la calmada brisa ayudó en el avance y antes de la claridad del amanecer estamos a la altura de Ostia, pero a sesenta kilómetros de la costa, que a penas se aprecia en el horizonte.  El experimento de no fondear en aguas bajas ha dado resultado; el riesgo estaba calculado, pues en esta época del año la noche dura muy poco y casi nunca es profundamente obscura.

Todos duermen en la “Liburna Christina”, solo está despierto en el timón el contramaestre, al que le tocó la última vigilia; lentamente, sin hacer ruido, me uno a él, quien al verme se levanta de inmediato, pero le apuro con mi señal de silencio.  La quietud y el silencio marino a estas horas y en estas condiciones climáticas, es abrumador; solo superado por el que ‘se escucha’ en las altas montañas de los Alppi en Helvêtia o Gallia.  No nos decimos una sola palabra el nauta y yo; con mis manos le hago señales de la profundidad del silencio y lo exquisito del momento.  Él asiente con su cabeza, esbozando una leve sonrisa; cierto de que estoy disfrutando el instante.  Todavía con señas le pregunto dónde está el hombre de la tuba de vigilias, y él, callado por completo, me enseña el áureo lituus retorcido de los sonidos de órdenes; se lo pido y le indico con un ademán que no será tocado.  El hombre sonríe pleno sin hacer un solo ruido.  Solo los eventuales crujidos de las maderas rompen el abrumador silencio de la madrugada náutica; así ha de haber sido el mundo antes de la creación de la vida.

Cuando el Sol comienza a teñir el firmamento y por consecuencia la temperatura baja en un instante, algunos remerii y soldados empiezan a despertar, pero al verme en la popa quedan desconcertados y silenciosos.   Cuando el primer rayo de luz surcando el mar toca nuestra “Christina”, finalmente se despierta el Præfecto Silenio, con una cara llena de angustia por las horas extras que ha dormido.  Salta presuroso de su litera y sube a cubierta desesperado por lo que ocurre.  Me ve parado en el puente de popa, desde donde blandeo el pequeño instrumento; y se encamina hacia mí al momento que le hago igualmente la señal de silencio.  Mis dos hijos mayores también ya se han despertado y están sobre cubierta guardando silencio.  Le digo al Centurio de Navis en voz muy baja apoyándome con ademanes:
       Dé todas las instrucciones que tenga que dar sin hacer un solo ruido, ni decir una sola palabra.
       No se puede, Tribunus Legatus; me dice totalmente extrañado el nauta.
       ¡Claro que es posible, Præfecto!, le encaro en voz bajísima, suponga que es plena noche y que no queremos ser ni siquiera escuchados, ¿qué haría?


Para este momento ya muchos están despiertos y a todos hago señales para que guarden silencio.  Y entonces tomo el mando.  Muevo mis brazos cruzándolos encima de mi cabeza para llamar su atención y todos voltean a mirarme.  Inicio por hacerle señales a los nautas de mástiles, que aún no han subido a sus puestos, que bajen las velas despacio, con mucho cuidado, sin hacer ruido.  Los hombres empiezan a trepar por las escaleras de cuerda tratando de no hacer un solo ruido; y al llegar a la cima del mástil hacen descender las velas lentamente.  Cuando éstas se llenan de aire se deja sentir y oír un retumbón de fuerza eólica sobre la superficie de las grandes telas.  Acto seguido me encamino hacia el timonel a quien ordeno solo con señales que dirija la navis con el impulso recibido; para después moverme hasta la proa, bajar donde los remerii e indicarles solo con señales, que inicien su trabajo.  Igualmente le indico al jefe de ritmos que solo haga los movimientos de sus baquetas sin tocar los cueros de sus tambores y a los remerii que muevan sus remos según les indica la mano del hombre.

La extrañeza es generalizada, pero nadie ha hablado, ni siquiera un murmullo; Julio y Octavio permanecen expectantes ante lo que quiero lograr.  Los remos empiezan a tocar muy lentamente el agua y la nave comienza sus movimientos normales oyéndose solo los ruidos producidos por las uniones de las maderas y los rechinidos de los cueros de los remos frotando en sus sostenes férreos.  La brisa ayuda a la maniobra nunca antes realizada y nos impulsa sobre el ligero oleaje, que por el viento y el cambio de la temperatura ha empezado a producirse.  Así les hago continuar por más de una hora con la “Liburna Christina” a buena velocidad.  Todos están sumamente extrañados y yo ya he logrado mi objetivo: navegar sin ser escuchados.  Ya hasta las mujeres se han despertado; entonces, subo al puesto de mando y les grito a todos:
       ¡¡Pravus!! ¡¡Pravus!!, todos son grandes soldados y marinos; lo que han logrado es una evasiva nocturna (pero con luz de día), de nuestra querida “Christina”; ¡¡Bravo, lo han hecho muy bien!! ¡¡Felicidades!!
       ¡¡Pravus!!, Almirante Veritelius de Garlla, me ha dado Usted una gran lección de comando de algo que yo jamás había pensado; ¡¡Bravo, es usted simplemente Mágnum!!; me dice Silenio ante el resultado obtenido.
       Algún día lo haremos a plena noche, ¡vaya preparándose Præfecto!, le contesto al sorprendido nauta.
       Pero, Patris, ¿cómo se te ocurren estas cosas?, se acerca Julio haciendo la pregunta con total desconcierto.
       Imaginación, hijo mío, imaginación es lo primero que necesita un comandante para ganar sus batallas, le digo al Soldado de Garlla; y como vez, no hay edad para ponerla a funcionar; y sonreímos abiertamente.
       ¡¡Præfecto Silenio!!
       Al Mandato, Señor,
       ¡Que nos den alimento a todos ahora mismo!
       ¡Sí, Señor, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!


† † †


Orar sirve, oremos por nuestros Pueblos.

De todos ustedes afectísimo en Cristo

Antonio Garelli



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