Santifícalos con La Verdad.
Ciudad de
México, Enero 26 del 2018.
DEL
LIBRO
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
23 de 130
De sorpresa en sorpresa
Villa Garlla, Mediolanum
Iunius XXVIII
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César
Todos
tenemos mucho trabajo pendiente qué hacer y hemos de terminarlo pronto, porque
en tres días debemos dejar Villa Garlla para nuestro viaje de regreso en
familia a Capreæ, a Novus Villa
Garlla, nuestra nueva residencia. Yo
responderé todas las misivas que así lo requieran, entre ellas la de Ícaro y
Galo, nuestros emissarii con el
Fariseo.
Villa Garlla, Mediolanum, Iunius XXVIII, del
Año XX del
Reinado de Tiberio Julio César
Emissarii
Ícaro y Galo:
Información
Iunius XXVI recibida. Proceder
correcto. Todo lo ‘no entendible’ para Ustedes tiene significado útil
para mí; aunque ‘no entiendan’, repórtenlo porque
para mí sí es valioso. Vayan a Athenæ con EL Fariseo. Reporten nombres
de a quien contacta y si es posible, oficio o razón del contacto. Esta misiva
deben recibirla en Athenæ; las siguientes suyas, enviarlas a Capreæ. Buen
trabajo, sigan así.
¡Ave
César!
Tribunus
Legatus Veritelius de Garlla
Entrego
la misiva a Tadeus, para que sea enviada hoy mismo a Genua y embarcada en la liburna de correo del Emperador a Roma,
de donde será enviada a Capreæ y de
allí a Athenæ, en donde la recibirán los emissarii
en ocho días. Desde allá ellos habrán de
enviarme al menos cuatro misivas, que solo leeré cuando lleguemos a Novus Villa
Garlla. Así funciona la correspondencia
dentro de las venas del Imperio; hay más de veinte mil hombres moviéndose por
el territorio y los mares conquistados llevando y trayendo órdenes, movimientos
de personas, clima, requerimientos y confirmaciones de suministros, avances de
tropas propias o del enemigo; todo lo que sucede es informado, porque la
información es vital. Además de la
rapidez con que debe ser manejada, también es importante su veracidad y confiabilidad,
pues en torno a ella se toman todas las decisiones de comando en el Ejército
Imperial Romano. Y qué decir de la
confidencialidad, su cuarta característica, y para mí, inseparable de las
demás.
El
“Christus Mandatus” ha empezado a
desplegar sus alas de información; éstos apenas son los dos primeros emissarii, de cientos que serán
manejados dentro del Proiectus Imperator que ha sido puesto en nuestras
manos; todos sabrán que sus reportes deberán ser: verâcis, opportûnus, expeditus y confidentialis. Tan solo con los escritos de tabellarius (correo), jamás en la
Historia de la Humanidad se leerá más de alguien, como se hará del Imperio
Romano y sus Maxîmums Imperatoris.
Llevo seis horas continuas dictando a
los scriptôris, misivas de respuesta
para los Generales Legionarios en el frente y las Provincias; y se presenta en
la officîna ubicada en la biblioteca
del teatro, en donde suelo trabajar cuando estoy en Villa Garlla, mi buen hijo
Gallio, el más pequeño de los varones, y me dice, con su ya cambiante voz de
niño a hombre:
–
Patis; ya es
hora de la cena, ya nos han llamado; pero podrías antes, aunque sea muy
brevemente, decirme qué es el “Christus Mandatus”; verás Patris, ayer cuando
dijiste ese nombre, sentí que algo oprimía mi corazón y no me dejaba respirar;
y me preocupé mucho. Pero hoy en la
mañana, cuando me desperté y miré al Sol, sentí lo mismo; y vi un signo y oí
una voz que simplemente decía: ¡Ven!, ¡Ven!
El signo era la forma de un pez.
Mira, te lo dibujo:
><>Al que se le acaba de ir la voz, la respiración, y todos los demás sentidos es al Patris del muchacho; ni siquiera podía sentir mi corazón. Quedé enmudecido unos instantes y solo pude recargarme en el respaldo de la silla sollum en que estaba sentado; de no haber sido por eso, mis piernas no me hubiesen aguantado. Pero cuando volteé a mirar a Tadeus, su estado era ‘katatóniko’, estaba con una parálisis total: quedó encorvado de los hombros, con la boca abierta, y los ojos de tal forma desorbitados, que espantaban; le desperté de inmediato diciéndole:
–
¡Tadeus, Gallio
ha dicho que la cena está servida!; ni siquiera me volteó a ver, solo cerró
ojos y boca. En seguida dije; ¡¡Vamos para allá!
–
Sí, Tribunus
Legatus,
dijo Tadeus con total ausencia de marcialidad.
–
Ven, Gallio, hijo
mío,
le dije cariñosamente, ahora en la cena
les voy a contar algo acerca de ello.
–
Gracias, Patis,
qué bueno que lo harás.
Despedí
a todo el mundo y nos encaminamos al domus
cruzando la plaza de Villa Garlla; al pasar por enfrente del templo, alcancé a
ver una lámpara de aceite encendida y, cuando me dirigía hacia allá, Gallio me
dijo:
–
Yo la encendí,
Patis, se la dediqué a Neptunus; para que nos cuide en nuestra travesía marina
hacia Capreæ.
Mi
estupor fue aún mayor; ya ni saliva tenía para recuperar las fuerzas perdidas y
a penas le dije:
–
Ah!, que bien
que lo hayas hecho. Entonces me dijo
el muchacho:
–
Patis, no vayas
a comentar lo que te he dicho. Que quede
entre nosotros.
–
Así será, hijo
mío, le
respondí.
Esto
no me gusta nada. Es cierto que el
muchacho se ha distinguido por una espiritualidad poco común entre los varones
de su edad, e igualmente comparado con todos en la familia, pero este súbito
crecimiento de su misticismo me parece alarmante; más aún en algo tan
enigmático como el “Christus Mandatus”.
Las
viandas han sido sensacionales, ya extrañaba la frescura de los ingredientes
con que se cocina en mi amado domus;
y además, la comida ha sido mi preferida: carne de res en salsa de quesos,
fundidos en vino mosto. ¡Nada es mejor que eso!
En
el triclinum del domus solo estamos la familia: tres varones en el lado derecho,
tres damitas en el lado izquierdo y uno de cada uno de ellos, al que le toque
en rigurosa y cuidada rotación, junto a sus padres. Aún Julio hace respetar el turno (y es cuando
se anima a comentarme sus peores ideas, para que yo deba tener recato en la
respuesta); cada cuatro veces, el turno es diferente. Como dice mi amada esposa Lili: “familiaris militia”. Cuando hemos concluido de cenar, y
sabiendo que las más pequeñas terminarán dormidas, les digo:
–
Lo que voy a
comentarles, dentro de cien años será del conocimiento de todo el mundo
civilizado y seguirá siendo propio de Roma; y dentro de miles de años, lo
conocerán los lugares más recónditos de la Tierra, pero seguirá siendo
Romano. Pero ahora solo lo sabrán
ustedes y algunos pocos más que estamos incluidos en el “Christus Mandatus”;
trátenlo, pues, confidencialmente, con respeto, ‘no se lo cuenten a nadie’; (esto último se
los digo en voz baja a mis pequeñas flores: Vesta, Diana y Venus; haciéndoles
la señal con mi dedo en la boca).
–
¡Ya dinos,
Patis!,
dice el joven Gallio.
–
Hace noventa y
cuatro días, fue asesinado un hombre en crucifixión; su nombre era Iesus
Nazarenus, en la ciudad de Hierosolyma, en la Provincia de Iudae.
–
Si fue
crucificado, el hombre debió haber tenido un juicio, dice Tiberio
interrumpiéndome; y le callan todos los demás.
–
Y en efecto lo
tuvo. Es una farsa, el tal juicio, una
pantomima estúpida; y lo peor es que quien condujo ese abominable juicio, el
juez, pues, fue un Soldado Legionario: Poncio Pilatus, Procurador de Iudae.
–
Solo él lo pudo
haberlo hecho, Patris, pues él es el Procurador y por Lex Romana así debe ser. Vuelve a
participar Tiberio, ganándose otro regaño de todos, ahora incluida la madre.
–
Sí, advocâtus, le digo, así es.
Lo malo de este asunto, es que cincuenta días después de la muerte de
Iesus Nazarenos, sus seguidores, que suelen ser conocidos como los Apóstoles, o
Los Doce, convocaron una reunión en Hierosolyma en la cual estuvieron presentes
más de dos mil iudarum de todas las Provincias del Imperio en donde viven estos
hombres; dicen que había gente de Panfilia, Frigia, Cyrenaica, Ponto, Capadocia
y hasta de la misma Roma.
–
¿A qué fueron,
Patis?, ahora
es Gallio el que participa.
–
¡Eso no importa
ahora, ‘niño’!, le
dicen sus hermanos mayores.
–
Sí, sí importa, contesto con
angustia por la pregunta y ‘de quien vino ésta’, porque el “Christus Mandatus” en resumen, es lograr tres cosas:
“Honôris, Legîs, Iustitîa”, esto es juzgar a Poncio Pilatus; Conocer a los Discípulos de Iesus Nazarenus
para garantizarles la Pax Romana; y dejar evidencia escrita suficiente, de todo
cuanto se haga para el ‘juicio de la historia’ sobre Tiberio Iulius Cæsar en la
posteridad.
–
¡Solo a ti te
encargan esas cosas, Patris!, dice Julio sorprendiéndose del encargo, ¡Ya lo ves, no es bueno ser muy importante!
Y sonríe sanamente.
–
Mi familia y yo,
somos súbditos del Emperador y por lo tanto tenemos que obedecerle, nos guste o
no lo que nos pida. Igual tú, Julio; le respondo.
–
Sí, claro, y
estoy de acuerdo con eso; pero el
alcance de la meta es un trabajo descomunal, vas a tener que vivir noventa años
para acabarlo, replica el hombre consciente del tamaño de la misión.
–
¡Pues Patis los
vivirá, ya lo verán!;
dice Gallio y entonces sí que me preocupo, pues en tanto él ha hablado, he
sentido que mi corazón se acelera un poco más que lo normal.
–
¿Qué más,
Patis?,
dice Minerva, la mayor de las mujeres.
–
Nada más,
pequeña, mía, le
contesto, solo eso significa que tendré
que viajar mucho por todo el Mare Nostrum logrando mi objetivo.
–
¿Y por qué mejor
no van a verte todos a Capreæ, como los Generales aquí y en Roma, Patis?; sugiere ella, y
todos contestan con ademanes.
–
Muchos irán hija
mía, pero yo tendré que buscar a muchos otros, le digo.
–
¿Quiénes son los
Iudarum, Patis?,
pregunta Vesta, la siguiente en edad.
–
Fueron el Pueblo
de Dios, pero ya no lo son; arremete Gallio nuevamente.
–
¡¿Y tú cómo lo
sabes, pequeño sabio?!, le cuestiona Octavio ganándome la pregunta al chico.
–
Mmm, no lo sé; dice aquél
despreocupado y yo no salgo de mi admiración; Ah!, sí, creo que fue Tito, el hijo de Diófanes, el que me lo contó.
–
¡¡¿Quién,
dijiste?!!, le
pregunto hasta elevando un poco la voz.
–
Sí, fue él, responde la
candidez personificada en Gallio.
–
Pues tienes una
gran encomienda mi amado Veritelius, yo creo que esto te llevará algunos
Césares en acabarlo.
Comenta Lili, mi esposa, la que también arranca mi sorpresa.
–
Les vuelvo a
repetir, esto es confidencial, pero por ser mi familia y porque no quiero que
se angustien, se los he dicho.
Villa Garlla, Mediolanum
Iunius XXIX
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César
Creo
que solo pude dormir profundamente una hora.
La diana del fin de la última vigilia, que apenas se escucha a lo lejos,
me ha encontrado despierto; sin poder dejar de pensar en las ‘casualidades’ que me he encontrado precisamente
en Villa Garlla: ‘más de uno’, saben más que yo del fondo de este asunto
llamado “Christus Mandatus”. Para este día, el trabajo consistirá en
terminar con la correspondencia pendiente y una reunión que puede resultar muy,
pero muy interesante. Cuando llegan mis
colaboradores a la officîna, yo ya he
avanzado en varios asuntos militares y de aplicación de códigos de honor. Al presentarse Tadeus le digo:
–
Envía un
Centurión a cada uno de los cuatro oppidum (aldeas) de Villa Garlla, para que inviten a toda la gente que tenga algo que
ver con el Pueblo de Israel o cuantos se identifiquen con algo Iudarum; a una
reunión que tendremos en el teatro hoy a la hora décima. Aquí cenarán ellos y sus familias. Igualmente, aquí deberán estar todos los
scriptôris que tengamos, pues ellos tomarán nota de las preguntas que yo
formule y de las respuestas que reciba.
–
¡Al mandato,
Tribunus Legatus!
–
Pero antes,
Tadeus, quiero que traigas aquí de inmediato a Diófanes, a Tito, su hijo y a su
esposa. Quiero platicar con ellos.
–
Sí Señor, ¡Ave
César!
Tadeus
ya se oye animado, o ya se le olvidó lo que sucedió ayer o no se ha dado cuenta
de la trascendencia del hecho; en cualquier caso, ahora volverá a involucrarse
completamente.
Todavía
estoy impresionado del conocimiento que tiene Tiberio Julio César respecto del
significado de los nombres y la maestría con la que lo manejo ante mis hombres
en Capreæ; seguramente uno de sus
múltiples eruditos o especialistas religiosos habrá integrado una lista con
todos ellos. Sería muy bueno conseguirla
y tener una copia que yo pueda usar, porque me daría algún conocimiento sobre
nombres y palabras que los iudarum
usan. A mí me ahorraría mucho tiempo y
me quitaría muchas ‘penas’ de desconocimiento.
Han
llegado Tadeus, Diófanes, Tito (de apenas doce años de edad) y su madre; por
supuesto, se ven algo preocupados, pues ser llamados por mí a solas, siempre es
de tomarse en cuenta. Les recibo de la
mejor forma posible, aunque sé que ello muchas veces tampoco ayuda, para que se
sientan en confianza. Comienzo por
explicarles de qué se trata el “Christus
Mandatus”, haciéndoles la misma recomendación que dije a mi familia ayer:
es un asunto confidentialis. Lo que me interesa es saber de dónde sacó
Tito la información sobre ‘El Pueblo de Israel como Pueblo escogido de Dios’;
si ésta es correcta y si es algo que me sirva para mis investigaciones sobre el
asunto que a todos nos ocupa.
–
¡Ave César,
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla! Me saluda de forma impecable el
Centurión Legionario que es el hombre.
–
¡Ave César!,
Diófanes, le
respondo y le digo: El asunto no es
militar ni está relacionado con algo ‘malo que haya sucedido’; simplemente
quiero platicar con los tres para que me enseñen algo que ustedes saben y yo no
conozco y que creo que me puede ser muy útil.
–
Al mandato,
Señor, vuelve
a cuadrarse Diófanes.
–
Vengan,
sentémonos en el pórtico del teatro para estar más cómodos; les invito a
los tres y se nos une Tadeus.
–
Sí Señor.
–
Ustedes son una
familia que tiene ‘algo’ especial; los tres son griegos y sin embargo manejan
conocimientos de los iudae, algunos, más allá del simple saber. Por ejemplo, ayer, Gallio mi hijo, contestó a
una pregunta que me hacían de quiénes son los judíos, diciendo que eran ‘el
Pueblo escogido de Dios’; dime, Tito, ¿quién te enseñó eso?
–
Mi abuela,
Señor, me
contesta, la madre de mi madre. Me
volteo con la esposa de Diófanes, Mónica, a quien le pregunto:
–
¿Su madre era
Judía?
–
Sí, Señor,
fueron habitantes de Edirne, Achaia, desde hace muchas generaciones, cuando la
Diáspora de Babilonia se disolvió. Todos mis ancestros eran Levitas y como las
antiguas enseñanzas del Gran Libro ya no iban a ser aplicadas en su plenitud (y
entonces los levitas ya no serían ayudados por las demás tribus de Israel para
su subsistencia, pues ya no servirían en el Templo), ellos decidieron no
regresar a Palestina, sino irse a tierras que tuvieran más oportunidades de
trabajo. Por eso llegaron hasta Grecia
después de haber caminado de forma errante desde Mesopotamia; de eso hace
cientos de años Señor, Veritelius de Garlla, me contesta ampliamente ella.
–
¿Cuál es el Gran
Libros, Mónica?,
le inquiero.
–
La Torah,
Tribunus Legatus, el libro en donde están los grandes designios de Dios para su
pueblo Israel.
–
¿Usted lee,
escribe y habla arameo, Mónica?
–
No, Señor, a las
mujeres judías no nos enseñan a leer ni a escribir, eso solo los hombres que
asisten a la Yeshiva, la escuela para varones.
Nosotras solo aprendemos a través de la Mishná, que son nuestras
tradiciones orales. Pero las mujeres iudae debemos aprender todo, y más aún las
levitas, pues es obligación de la madre enseñar en casa a los hijos, que por
ser levitas, son especiales.
–
¿Y en qué radica
lo especial?, Mónica, le pregunto.
–
En que solo los
hijos de levitas pueden ser sacerdotes del Divino Dios, Tribunus Legatus,
ninguno más de las doce tribus; me responde la mujer, que por lo que puedo
apreciar, ella sí ‘aprendió muy bien’.
–
Diófanes, tu
hijo, tu esposa y tú, se van a Capreæ con nosotros.
–
Sí, Señor, los
que Usted ordene haremos nosotros; pero su hijo mayor, Julio, quiere que me
quede en Villa Garlla, ayer me lo pidió.
–
Yo hablaré con
él; porque ‘su patris’ y ‘el Emperador’ quieren que te vallas a ‘su insûla’. Le digo
sonriendo por la respuesta.
–
Quiero decirle,
Señor,
me dice la madre en voz baja, que Tito
tiene un ‘don’ muy especial para el aprendizaje de los asuntos relacionados con
Dios; y aunque sabe que él sabe que nunca podrá ser sacerdote, pues su padre es
gentil, o sea, no es iudaicus, siempre ha guardado la esperanza de que el Señor
le llame.
–
¿Y en qué radica
‘su don especial’ Mónica?, le inquiero.
–
En que él sabe
más cosas del iudaismus y de los Sagrados Preceptos, que lo que yo le he
enseñado, pues yo sé qué sé y qué no le he enseñado y sin embargo él sabe.
–
De llama
dedutiônis, Mónica; el conocimiento puede reproducirse en los hombres por la
capacidad que tenemos de deducir, a veces con acierto, a veces no. Tú le has enseñado muchas cosas, él puede
deducir otras. Sí es un don especial; se
tiene para todas las artes y todas las ciencias; como tu marido en el Arte de
la Guerra; nunca ha estudiado y sin embargo puede deducir cosas que no son
evidentes.
–
Pero es algo
más, Tribunus Legatus, ni yo ni nadie le ha hablado del ‘Mashiaj’ y él
constantemente nos lo menciona; yo de eso he aprendido mucho. En ese momento volteo para preguntar a Tito
al respecto.
–
Cuéntame, Tito,
quisiera saber todo lo que tu sabes del Mesías; ¿Quién es el ‘Mashiaj’?
–
El Christus, el
Hijo de Dios Vivo, Jeshua Nzaret, Iesus Nazarenus, ese es, El Ungido, El
Salvador, El Redentor. Mi sorpresa es
descomunal; el infante ha contestado con la seguridad de un guerrero
adiestrado, sin un ápice de duda en sus palabras. Me repongo del ‘momento’ y le pregunto al
adolescente:
–
Dime, Tito, le vuelvo a
preguntar: ¿de qué Dios es Hijo este
Christus, Iesus Nazarenus?, ¿Quién le ungió?, ¿A quién va a salvar? Y ¿de qué
va a redimir?
–
Su Padre es “Ya
Havá Wé Hayá”, el Único Dios Verdadero, y Él mismo le ungió, para salvar al
mundo de la fuerza del pecado.
Ahora
sí tengo que respirar profundo porque lo siguiente me hará ver como un
estúpido, como un ‘neophytus’ (lo
cual efectivamente soy, y no me apeno), de todo lo relacionado con el pueblo iudaicus.
–
Dime, Tito, si
este Dios no es Iuppiter, ni Zeus, ni Amón-Ra, ni Baal, ni Sin, ¿quién es este
Dios?
–
Es El Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de Israel. Me contesta el muchacho, perfectamente
sereno.
–
Qué interesante
es todo esto, Tito, ¿dónde lo has aprendido?
–
El Señor me lo
ha dicho, Tribunus Legatus.
–
Bien, Tito, la
gente está empezando a llegar y tengo que atenderles, ¿podríamos platicar más
en otra ocasión? Le
digo al joven maravilla.
–
Por supuesto
Tribunus Legatus, cuando Usted lo ordene.
Creo
que tratando de saber de ‘las grandes culturas’ de la humanidad, solo he
perdido el tiempo; y además, he despreciado a una que ha tenido que ver con
todas y, a pesar de haber sido oprimida por ellas, las ha subsistido. Tengo que leer la Torá urgentemente. Este joven Tito tiene ‘algo’; no le voy a
perder por nada del mundo.
De
las ochocientas personas que habitan en Villa Garlla, han venido a la reunión ‘pro-iudarum’ unas cien (sin contar
niños); lo que significa que uno de cada ocho individuos tiene antecedentes iudae, o al menos, se siente relacionado
con ellos. Es una relación muy alta para
ser una nación tan pequeña y que a lo más que ha llegado en toda su historia es
a tener un Rey como Salomón. La otra
parte de trascendencia de este pueblo, es la que no acabo de entender. Toda la gente cabe en el auditorîum del teatro (dejaremos a los niños en la plaza), por lo
que la reunión será más sencilla; solo tendrán que responder cuatro preguntas y
las respuestas las tomarán los scriptôris
que tenemos:
I) ¿Qué les une al pueblo iudarum o por qué se identifican como iudae?
II) ¿Quién es para ustedes el ‘Mashiaj’?
III) ¿Cuál es la misión del Mesías en
el mundo?
IV) ¿Ya vino, está con nosotros o
vendrá?
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
Tu Palabra es La Verdad.
También me puedes seguir en:
Solo por el gusto de
Proclamar El Evangelio
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