¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de
México, Diciembre 29 del 2017.
Del Libro
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
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EL VIAJE DE REGRESO
Insûla Capreæ,
Iunius XXIII
Año XX del
Reinado de Tiberio Julio César
La
diana de la última vigilia nos reúne a todos en la fuente de Mercurius; algunos
partimos, otros se quedan, pero todos tenemos muy claro qué hacer y por quién
hacerlo en este “Christus Mandatus”
que se está convirtiendo en una pasión.
De todo lo que he recibido, solo me llevaré el estuche de cuero que
contiene el ‘Juicio de Iesus Nazarenus’
que me entregó el mismísimo Tiberio César; tengo que analizarlo muy
detenidamente y el viaje me dará el tiempo necesario. Doy mis últimas instrucciones a este ejército
de servidores, colaboradores y militares que son ‘Novus Villa Garlla’, palpando
lo emocionado y animosos que todos se encuentran por los eventos de la noche
anterior:
–
¡Ave Tiberio
Julio César, Divino Emperador!, les grito con fuerza.
–
¡Ave César!, me responden a
coro todos.
–
¡Nuestra vida ya
ha cambiado y para bien, por mandato del César! ¡Hagamos lo mejor de nuestra
parte para lograr nuestros objetivos!, los animo a todos; dentro de diez días nos veremos aquí otra vez para continuar con
nuestras labores, en tanto, todos tienen logros qué alcanzar; ¡Hagámoslo por el
Divino Emperador Tiberio Julio César, por el Imperio de Roma y por los dioses
que nos acompañan! ¡Ave César!
–
¡Ave César!,
¡Ave Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!
El
Sol está lanzando sus primeros rayos y nuestra labor inicial será poner a
prueba la liburna y a su osado Præfecto
de navis, el joven Silenio. Más de
dos somos los ansiosos por hacernos a la mar, en realidad, todos los que hemos
embarcado. De treinta remerii que eran,
ahora hay cuarenta y cinco, que son los que se necesitan para realizar el
empuje a remo de la gran nave con la misma distribución de labores que en la
anterior liburna; quince remeros a la izquierda, quince a la derecha, quince
descansando. Seguramente las tres velas
también servirán en esta aventura. La
brisa es buena, el cielo está brumoso y el avance será seguro. Todos tomamos nuestros puestos y se inician
las voces de mando del hábil nauta Abdera; el tambor de ritmo hace sentir su sonido
y vibraciones y la fastuosa nave inicia sus movimientos.
Hasta
el puerto ha bajado el General Pretoriano Fitus Heriliano para despedirnos,
deseándonos toda clase de parabienes, mismos que agradecemos y devolvemos en
reciprocidad. Todo es emoción en la
nave, la tripulación completa ha sido animada por su Prefecto, quien les ha transmitido el inmenso gusto de su contacto
con el Emperador; todos a su manera, estamos llenos, henchidos de los bríos con
que nos animó Tiberio César. Nada le
falta a esta nave, ni siquiera los llamativos colores blanco y dorado que tenía
la otra, solo para causar pena. Los
nautas de velas por supuesto que también son más; se han multiplicado por dos y
todos se preparan a la orden para desplegar los inmensos lienzos que tomarán el
viento para empujar la embarcación.
Apenas
dejamos la pequeña bahía de Capreæ y
sentimos el aire fresco del mar abierto; a la orden dada, caen estrepitosamente
las velas que se llenan de inmediato del ansiado viento. Los remeros se prodigan en dar impulso y
poder colocar la nave en su mejor lugar; el Centurión del Mar Silenio Abdera no
deja de gritar instrucciones a todos, las cuales son cumplidas de
inmediato. Estamos llegando a la punta
meridional poniente de la isla, en donde voltearemos a estribor hacia el
Septentrio rumbo a Ostia. En lo alto del
acantilado, justo en el Palacio de Poniente Meridional, se ven las siluetas de
dos personas que nos saludan desde la cima: son Sóstenes Kirítis, el naviero
Cretense y Camito Apión el Cireneo.
Respondemos igualmente saludando nosotros levantando los brazos; y, a
una orden dada por el audaz nauta, que no he entendido en sus palabras pero sí
en su acción, todos los remos dejan el agua y en forma perpendicular a la
misma, permanecen erguidos un instante en forma de saludo, cayendo después en
vilo, hasta golpear la superficie de nuevo.
Bello gesto, me ha gustado el saludo.
Silenio
Abdera ha dejado el timón en manos de su contramaestre y ha bajado hasta donde
yo estoy;
–
¡Ave César,
Tribunus Legatus!, me
saluda.
–
¡Ave César,
Prefecto Silenio!;
le respondo.
–
Señor, como
Usted sabe –me dice –,
todas las embarcaciones tienen un nombre y es costumbre de la gente del
mar ponérselo en el primer viaje que haga; igualmente, las velas deben tener un
signo que nos identifique; dejando de ser blancas como son ahora. Le pediría que me diera el nombre de nuestra
Nave, puesto que Usted es su máxima autoridad y me dijera el signo que usaremos
en adelante.
–
Con mucho gusto,
Silenio, la llamaremos CHRISTINA,
porque en ella realizaremos nuestros viajes para cumplir con el “Christus
Mandatus” que tenemos; y su símbolo será por ahora, una línea formando un pez; para que nos reconozca Neptuno. ¿Te parece bien, Silenio?
–
¡Magnífico, Señor!
Estamos
cruzando ahora la línea Septentrional de
Capreæ, y empezamos a ver la parte de atrás del gran Templo de Júpiter,
Juno y Minerva, con sus colosales dimensiones todo en mármol banco, sobre el
Monte Solarum. Al pié del Templo podemos
observar tres figuras humanas, son el Divino Tiberio César, que porta una gran
bandera roja con el Águila Imperial, signo del Emperador; y está flanqueado por
El Sacerdote Romano Theodorus Cautonia y por el Senador Flavio Nalterrum,
despidiéndose de nosotros, a quienes igualmente saludamos con brazos y remos. Nuestra próxima parada será el Puerto de
Ostia.
Con
el cambio de temperatura provocado por el Sol, la brisa marina toma un impulso
muy favorable para nuestras velas, por lo que los remeros han levantado sus
largas y poderosas palas. La nave se
desliza exquisitamente sobre las aguas, ganando distancia a favor de nuestra
dirección; ya pronto Capreæ es un
pequeño punto en el horizonte y el animoso Præfecto
Silenio, no deja de gritar en parte órdenes y en parte exclamaciones
jubilosas por el desempeño de su nave:
–
¡Esta Venturosa
Nave solo necesitaba un nombre!, Tribunus Legatus, me grita desde
el puesto de mando encima del camarote de popa; ¡parece impulsada por tritones y llevada a guarda en las manos de
Neptuno! ¡Creo que le ha gustado
llamarse CHRISTINA, Señor! vocifera el hombre lleno de emoción.
–
Así parece
Silenio;
le contesto, en tanto el viento sigue su labor.
–
En la travesía
de ida tuvimos buenas ráfagas a barlovento, Señor, aunque con un poco de lluvia
que hacía pesado nuestro avance; pero
ahora no lloverá y el viento nos trae como en punta de flecha. Haremos muy buen tiempo en el trayecto,
Tribunus Legatus. Hacia Capreæ hicimos cinco vigilias, Señor; si seguimos como
hasta ahora, podremos llegar en cuatro a Ostia; y si es así, ya tengo qué
contarles a mis nietos, Señor.
–
Habrá más,
Silenio, mucho más que les puedas contar, si los dioses nos lo permiten; le respondo al
sagaz nauta.
Con
mucho cuidado saco del fino estuche de piel, las hojas del “Iudicîum Iesus Nazarenus”; este juicio
lo voy a leer tan detenidamente, que si fuese necesario, hasta me lo aprenderé
de memoria. Esta será la primerísima labor que yo realice en el “Christus Mandatus”, para alivio de las
preocupaciones de Tiberio César: el “Juicio de Poncio Pilatus”. Ningún militar del Ejército Imperial Romano
debe permitirse ‘ser’ manejado por otro; no importa cuáles sean las
circunstancias. Honor, esa es la
salvaguarda más preciada en la milicia: “Honoraris
mortis, semper meliorîs indignîtas vita”. (La muerte honorable siempre será mejor que la vida indigna). Eso lo sabemos todos los militares en
activo o en reserva; a algunos les parece que puede haber otras formas; otros
se animan a creer que lo que han hecho está bien; y hay hasta los que presumen
impunidad. Eso no existe entre mis tropas
(que son millones de hombres) y si aparece o se presenta, debe ser cortado de
raíz ipso facto. Poncio Pilatus ha deshonrado al Ejército
Imperial, al Emperador y al Imperio Romano; nada tiene qué estar haciendo vivo,
pero nadie debe asesinarle; primero ha de ser deshonrado en su persona, en su
nombre y en su recuerdo y luego morir. Honoris, Legis, Iustitia.
Es
cierto que a ningún muerto le hace bien la justicia, pues ya está muerto; pero
también es cierto que la honra de alguien debe ser restablecida, aún después de
su muerte; pues la memoria en los vivos, trasciende nuestra existencia. Si de algo sirviera lo que haremos en este “Christus Mandatus” para Iesus Nazarenus, que sea para su
memoria, para el honroso recuerdo de su existencia. Después de leída esta parodia de ‘juicio’,
serán citados a comparecer ante mí en Cesarea de Palestina, antes del “Juicio a
Poncio Pilatus”, las siguientes personas:
MILITARES ROMANOS A DECLARAR
A
‘I’, Militar Administrativo El Secretario
de las Cortes Civiles y Militares
Régulo,
Soldado Legionario El Centurión de la
Guarnición Romana
A
‘II’, Soldado Legionario El
Jefe de la Guardia de Castigos
Cassius,
Soldado Legionario El Centurio de la
Escuadra de Reos
AUTORIDADES CIVILES Y RELIGIOSAS A DECLARAR
Anás Sumo
Sacerdote Judío
Caifás Sumo
Sacerdote Judío
Herodes
Antipas Tetrarca de
Galilea y Perea
José
de Arimatea Miembro del
Consejo Judío
Qué
oportuno fue Camito Apión al informarme que él conoce a Simón de Cirene, este
hombre será fundamental en el Juicio contra nuestros Militares; lo haré viajar
con nosotros hasta Cesarea de Palestina y Hierosolyma,
(Yerushalayim como le dicen ellos), pues su testimonio es valiosísimo. Las misivas se redactarán como sigue:
Roma, Augusta; Urbe del Orbe, Iunius XXIII, del
Año XX del
Reinado de Tiberio Julio César
El
Nombre del Citado:
A
efectos de llevar al cabo Audiencia de Declaraciones, se le cita a Usted (Nombre del Citado) a comparecer ante el
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla,
Plenipotenciario de Tiberio Julio César, Emperador Romano, el día XVI de Iulius del Año XX del Reinado de
Tiberio Julio César, en el Puerto de
Cesarea de Palestina; a la hora III del día señalado.
Su
ausencia será tomada como insurrección y desobediencia al César, y se le considerará reo de muerte.
¡Ave
César!
Tribunus
Legatus Veritelius de Garlla
Es
casi es mediodía y a mí se me ha ido el tiempo leyendo y tratando de entender
por qué se sucedieron las cosas según están descritas en esta relación del
‘juicio’; creo que lo importante será saber el entorno político, religioso y
social del lugar y del momento en que se dieron estas situaciones. Antes de hablar siquiera una palabra con el
Procurador Poncio Pilatus, tengo que recibir toda la información que haya
disponible, de todas las personas involucradas.
Aquí solo cuatro son mencionadas por su nombre y cuatro más se deducen;
pero estoy seguro que debe haber muchas más que puedan ser útiles para esta
importante investigación. No quiero, ni
debo, cometer ningún error u omisión.
Tocan
con mucha prudencia a la puerta del cubícûlum
de la popa, en donde he estado ‘refugiado’ todo este tiempo para concentrarme
en mis labores:
–
¡Ave César,
Tribunus Legatus!, me
dice Tadeus.
–
¡Ave César,
Tadeus!, ¿qué
se ofrece?, le digo.
–
Es hora de
comer, Señor; estamos exactamente a la mitad de distancia a Ostia y han pasado
seis horas de nuestro último alimento, por lo que ha sido preparada la comida temprana,
antes de llegar a Roma, Tribunus Legatus.
¿Nos quiere acompañar?, además, hay algo que debe ver.
La
vela frontal ha sido pintada con brea, con el signo que le había sugerido a
Silenio como nuestro; un pez, para ser aceptados por Neptuno; y realmente les
ha quedado muy bien, me gusta como se ve.
SIGNO
DE LAS VELAS EN LA LIBURNA “CHRISTINA”
<><
–
Es provisional,
Tribunus Legatus, me
dice el Prefecto, en Ostia haré que
pongan la que definitivamente estará allí siempre; me gusta mucho la forma y el
significado que Usted le dio, Señor.
–
La comida es
especial, Tribunus Legatus, añade Tadeus, pues todos queremos agradecerle
habernos permitido hablar con el Emperador el día de ayer; realmente ha sido lo
más cerca que hemos estado de la Gloria, Señor.
–
Además, interrumpe el
nauta Silenio, es la primera comida a
bordo que se realiza en esta primorosa Liburna “CHRISTINA”, como la ha llamado
Usted, Señor; y eso hace la ocasión muy especial.
–
Bien, pues, les digo, vayamos a donde han servido los alimentos.
–
¡Ave César!,
¡Ave César!, ¡Ave César!, ¡Ave César!, repiten sin cesar todos los hombres de
la tripulación, que se han parado bordeando la cubierta en su totalidad,
animados y gustosos de la ocasión.
–
¡Ave Tiberius
Iulius Cæsar, Divinus Imperator! Les interrumpo con el más sonoro grito
que puedo emitir.
–
¡Ave César!,
¡Ave Tribunus Legatus!, me responden a una sola voz.
–
¡Solo los dioses
saben por qué estamos todos juntos, por qué somos nosotros los elegidos y qué
será de nuestras vidas en el futuro!, les digo con voz firme; lo que a nosotros toca, es desempeñarnos de
la mejor forma posible para agradarlos.
Los
caminos de todas nuestras vidas, ellos han querido cruzarlos en estos momentos desconcertantes y gloriosos;
nosotros solo somos una insignificante
pieza de sus movimientos, pero debemos responder con la grandeza que ellos merecen.
Todas estas emociones son plenamente naturales
y debemos tomarlas como bendiciones divinas, pues pudieron haber sido otros los que las estarían viviendo;
¡pero somos nosotros las que las
disfrutamos, por mandato de nuestros dioses! ¡Seamos, pues, dignos tan grande distinción! les encomio a
todos.
–
¡Ave Tribunus
Legatus Veritelius de Garlla! ¡Ave César!, corean todos.
La
comida es toda marina y de excelente calidad, no puedo dejar de admirarme por
ello; tanto es así, que llamo aparte a Tadeus y a Silenio y les pregunto que
cómo han obtenido todo. Y la respuesta
es más sorprendente aún: – ¡Ya estaba
todo en la nave, Señor! – me dicen. Nosotros solo la hemos preparado. Ni duda
cabe, pues, somos privilegiados.
–
Yo tengo que
aprender muchas cosas de Usted, Señor, me dice Silenio, como sus mandatos respecto del vino en las reuniones; pero a la gente
del mar eso le costará mucho trabajo realizarlo.
–
“Non memoria oscuratta est” (“Sin perder la
conciencia”); si es a eso a lo que te refieres, Silenio, le digo, déjame aclararte que ese dominio de uno
mismo no depende del trabajo que se desarrolle, ni si es en tierra o en el mar;
eso depende del hombre. Ustedes ya no
pertenecen a ninguna otra División del Ejército Imperial, ahora son un grupo
especial de colaboración y apoyo para el Tribunus Legatus Veritelius de Garlla,
así lo ha dispuesto nuestro Divino Emperador; yo no los escogí, lo hizo alguien
más grande que yo; y por ello mismo, acato su disposición y orden. Ni tú, ni ninguno de tus hombres, ni ahora ni
después, tiene justificados comportamientos indeseables o de perdición de la
conciencia; somos seres humanos, no animales, sin importar si somos
trabajadores de la tierra o del mar. El
dominio de las pasiones personales, es el camino inicial del dominio de los
demás. Tú no eres guía de todos estos
nautas solo por tus conocimientos; lo eres porque eres capaz de gobernarlos. Si tú estás fuera de gobierno, ¿quién les
gobernará a ellos? ¿Tu superior?, ¿Tu subalterno? No, Silenio, solo tú eres su
líder, y el líder siempre ha de estar “Non memoria oscuratta est”. ¿Entendió soldado?
–
Perfectamente,
Tribunus Legatus; disculpe mi atrevimiento ‘aclaratorio’.
–
¿Quién está en
el timón, Præfecto?, le
inquiero al marino.
–
El
contramaestre, Señor, me responde.
–
¿Y ha bebido?, le vuelvo a
preguntar.
–
¡Por supuesto
que no, Tribunus Legatus! Ahora él está al comando; me responde
inocentemente el joven nauta.
–
No Præfecto,
nadie está al comando de esta nave más que usted; a menos que esté muerto o
esté herido e imposibilitado. La
responsabilidad de qué suceda aquí, siempre será suya; no importa a quien se la
encargue ‘por el momento’; no la puede delegar, ¿me entiende?; si usted decide
irse a beber, por el ‘motivo’ que se le ocurra, y este hombre encalla o choca
la nave, ¿es responsabilidad de él porque usted lo puso al comando? Por
supuesto que no, Præfecto; lo que suceda porque usted ‘difiera’ o ‘reasigne’
sus propias responsabilidades, no lo libera del cargo de culpabilidad
irresponsable, ¿entiende, marino?
–
¡Sí, Señor,
entiendo perfectamente!
–
¿Quién está en
el timón, Præfecto?, le
pregunto de nuevo al nauta.
–
El
contramaestre, Señor; ¡pero yo sigo al comando, Tribunus Legatus!, responde el
soldado habiendo entendido la lección.
–
¡Bien, Silenio
Abdera!, ya nos vamos entendiendo, ¿verdad?
–
Sí, Señor,
perfectamente,
me responde orondo el hombre; y en Tadeus y en mí arranca una grata sonrisa
–
Y ahora, tal
como dicen nuestros enemigos, les comento, a los cuales siempre derrotamos: “Vayamos, comamos y bebamos, que
mañana no sabemos si podamos”; y ante la terriblemente equivocada frase,
los tres reímos con fuerza y nos disponemos a comer y beber con prudencia.
El
Ejército Imperial Romano en cada una de sus divisiones, es el reflejo directo
de sus superiores al mando; eso se aprecia fácilmente desde las Centurias, las Manipulus y las Cohortes. Las Legiones son el vivo reflejo de sus Generales y las
Fuerzas de un Tribunus, hablan mucho del modo de Comando que se ejerce; en
Europa todos los hombres enlistados en las Armas Romanas saben cuál es el
pensar de su Tribunus Legatus. Desafortunadamente el Imperio Romano es más
que ‘simplemente Europa’, también hay África-Gaetulia y Asia Menor; pero allá
vamos para poner orden, el orden de Tiberio Julio César.
Roma
no ha llegado ha ser lo que es por la valentía de sus soldados, o por la osadía
de sus comandantes, o por el arrojo de sus generales; por supuesto que las
cualidades personales para la guerra cuentan, pero en el caso del Ejército
Imperial Romano es la disciplina de la tropa, el apego del mando y la sapiencia
de los estrategas, lo que hace la diferencia entre triunfar y vivir o perder y
morir. Roma no es solamente una fuerza
armada capaz de alcanzar la victoria, Roma es un ideal que busca la
gloria. Y eso solo se logra si hay
suficiente honor en sus hombres, vigorosa aplicación en sus leyes y expedita
repartición de justicia. Esa es la razón
por la que en Roma lo operarios, operan, operando; esto es, que el que deba hacer,
lo haga; y el que lo que haga, lo ejecute íntegramente; para que el bien sea de
todos.
Estamos
arribando a Ostia al inicio de la primera vigilia, esto significa que hemos
hecho ¡doce horas de trayecto!; realmente esta nave es superior a todas las que
haya yo visto y abordado. Ya veremos el reporte de viaje del Silenio Abdera; en
estos casos, los detalles son lo que cuenta.
En el muelle nos esperan tres Centuriones con sus cabalgaduras y cuatro
équidos para nosotros; iremos a Villa Veritas a atender los asuntos que hemos
dejado para resolverse. Desde el cubícûlum de popa llamo al Præfecto de Navis para darle las instrucciones pertinentes, junto con Tadeus.
–
¡Ave César!, se presenta el
hombre, y le digo:
–
Aquí tiene
nuestro itinerario para los próximos días; analícelo, anticípelo en sus
acciones y tome sus decisiones de acuerdo a él.
Hasta que yo le entregue otra tabulae con órdenes diferentes, éstas son
las que rigen al momento. Le entrego
cien aureus para el aprovisionamiento de la nave y para que Usted, ‘a título
personal’, invite a su tripulación ‘a un día libre’ en reconocimiento a su
labor. Vigílese de ser siempre
comandante, Centurio Abdera; en dos días zarpamos a Genua y los quiero a todos
en lista. También nosotros estamos en
campaña, Silenio. ¿Alguna cuestión?
–
¡No, Señor, todo
está muy claro!, ¡Gracias Tribunus Legatus!
–
Igualmente,
Præfecto de Navis Silenio Abdera, le estoy entregando la relación de armas que
deben ser instaladas en la liburna “Christina” mañana mismo; y que le
proporcionarán en el muelle y estancia militar de Ostia. Esta es una embarcación de guerra y por lo
tanto, la nave estará habilitada con las mejores armas que tiene el Ejército
Imperial Romano para estos casos: ballestas móviles de flechas cortas, una por
cada dos hombres; tres ballestas fijas a babor y estribor, que disparan grandes
lanzas y más de una a la vez; dos catapultas de proa y popa para arrojar
contenidos incendiarios; veinte cubos con cuerdas para sacar agua del mar y
apagar incendios a bordo; dagas y espadas cortas, así como escudos metálicos
pequeños para toda la tripulación para el combate cuerpo a cuerpo. El Comandante de Navis en la base le dará
todas las indicaciones que deben seguir Usted y sus hombres para el
asunto. Tendrán ayuda, pero todos sus
hombres han de aprender cómo se manejan esas armas. Ese es su trabajo de mañana, Nauta Abdera.
–
¿Ha
comprendido?, Silenio.
–
¡Sí, Señor!
–
Sobre todo
quiero que ponga especial atención en la instalación despliegue y repliegue de
los escudos blindados laterales de la liburna, son dos enormes lienzos de cuero
y metal que se izan de babor y estribor hacia los mástiles de vela con poleas
múltiples; son una innovación que recientemente se han habilitado en nuestras
naves. Puedes retirarte, Silenio ¡Ave
César!
–
¡Ave César,
Tribunus Legatus!
Ya
ha sido suficiente; nada más haré que descansar en cuanto esté en Villa
Veritas: un baño de therma, un masaje
profundo, un poco de fruta antes de dormir y a descansar; mañana es el tiempo
de revisión de pendientes de Roma.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
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Solo por el gusto de Proclamar El Evangelio
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