¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de
México, Diciembre 22 del 2017.
Del Libro
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
18 de 130
Operâris,
opêras, operândum
Insûla Capreæ,
‘Novus Villa Garlla’
Iunius XXII
Año XX del
Reinado de Tiberio Julio César
Regresamos
a la Villa y nos encontramos con la sorpresa de que el Emperador comerá con
todos nosotros, por lo que el Palacio de Oriente ha sido preparado para el
evento. El día es espléndido, por lo que
han colocado varios tricliniums en el
hermoso jardín, en medio de carpas que resguardan del Sol. Toda la gente se afana en sus labores, pues
hacía mucho tiempo que Tiberio César no venía a este lugar; en la gran entrada,
bajo el dintel del frontón, me espera el General Fitus Heriliano quien
seguramente me dará la noticia:
–
¡Tribunus
Legatus Veritelius de Garlla!, me recibe con toda marcialidad el
hombre. Nuestro Emperador comerá en su mansión esta tarde. Ya he ordenado que todo se encuentre
dispuesto para su llegada; espero con ello no importunarle.
–
De ninguna
manera, General Heriliano; le digo, agregando: al contrario, le agradezco su valiosa intervención y prestancia.
–
También espero
no haberle incomodado con las órdenes respecto a la nave que le trajo desde
Ostia, la cual hemos regresado a su dueño con hombres que debían viajar a Roma
desde aquí; y espero que la substituta le parezca conveniente para sus nuevas
labores,
me dice orondo el soldado, sabiendo que la respuesta no puede ser otra que de
admiración.
–
Creo que es más
de lo que yo pude haber pensado, General Fitus, le digo.
–
Que todo sea
para el bien de este “Christus Mandatus” que tan preocupado tiene a nuestro
amado Tiberio César, Tribunus Legatus; estoy seguro que Usted es la mejor
decisión para esa encomienda, no en balde le ha escogido como su segundo al
mando militar.
–
Solo Europa,
General, le
corrijo.
–
‘Solo Europa’,
mi querido Comandante –me responde de inmediato– lo demás son solo piedras y agresores contra Roma.
–
También en
Europa los hay, General Heriliano, de interrumpo.
–
Es cierto, pero
finalmente aceptarán al Magno Imperius Romanus por algunos siglos más; en
cambio aquéllos, nunca, porque no son como nosotros; de Asia, Iudae, Ægyptus,
Cyrene o Mauritania, todos difieren con Roma, en alguna u otra cosa; me contesta
rebatiendo.
–
Tiene razón, General
Fitus, pero para ello estamos nosotros, para que se civilicen igual que Roma, le digo.
–
Que los dioses
le iluminen, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla. ¡Ave Tiberio César!, se despide de
mí, montando su corcel.
–
¡Ave César,
General Pretoriano Fitus Heriliano!, le contesto.
–
Ah!, la comida
no es gala, es ‘familiaris’, me ha dicho Tiberio César, dice jocosamente
el fiel servidor cuando se retira.
Una
reunión ‘familiaris’ con el
Emperador, significa que no deben ser tratados asuntos de Estado durante ese
tiempo; cualquiera será desviado o desatendido.
Pero una de estas reuniones también significa que el grupo con el que
está el César le es muy personal; lo cual, obviamente, compromete al máximo. En el estrechísimo círculo del Emperador, y
especialmente en el de Tiberio César, cuanto más cerca se está de él, más
recato, probidad y buenas costumbres se han de demostrar; de forma contraria,
no se es digno de él. La edad, los
problemas, el sinnúmero de traiciones y decepciones que Tiberio ha vivido, lo
han hecho un hombre muy duro hasta consigo mismo; no era así antes, pero como
es hoy, para mí, esta perfectamente justificado.
A
la onceava hora del día en punto, llega al Palacio del Oriente Tiberio Julio
César con toda su guardia y sus invitados; todos se detienen en la Fuente de
Mercurio, a donde desciendo desde el pórtico de entrada del Palacio del Oriente
para recibirlos personalmente:
–
¡Ave Divinus
Tiberius Iulius Cæsar!, saludo a mi máximo guía.
–
¡“Verito”!, qué
gusto verte; venimos a invadir tu nueva morada, por cierto, ¿te ha gustado?,
¿crees que pueda sustituir a la magnífica Villa Garlla?, ¿será suficiente para
tu esposa Lili y para tu batallón de hijos?
–
Divino Tiberio,
Usted jamás invadirá nada mío, porque todo cuanto tengo es suyo, de sí. El Palacio es magnífico, soy indigno de él,
Señor; por supuesto que mi familia amará vivir en este privilegiado lugar,
Señor.
–
Qué te parece
este hombre Claudio, le
dice a su sobrino, quien se para a su derecha; jamás se equivoca, ni siquiera para adular, por más que lo que diga
sea verdad. Y sonríe serenamente.
–
Veritelius,
muchos años sin verte, ¿cómo te ha ido?, me saluda y cuestiona el, para
mí, segundo hombre en el mando del Imperio.
–
¡Honorabilísimo
Claudio!, que los dioses le asistan siempre.
Yo estoy bien y con salud; le contesto.
–
¡Calígula!, llama a su
nieto adoptivo, ¿sabes que este hombre
tiene más tierras en Mediolanum que yo aquí en Capreæ?
–
Sí, Divino
Tiberio, las conozco, le responde el nieto adoptivo; allí estuve en mis prácticas de Estrategia Militar que me dio el mismo
Tribunus Legatus; saludándome en ese instante.
–
¡Magíster
Supremus Calígula!, me honro en saludarte, le digo.
–
¿Saben quién
está en lo alto de la fontis?, pregunta Tiberio a los que allí estamos
presentes (y que por supuesto sabemos quién es); es Mercurius, el Mensajero de
los dioses; como el hombre que vivirá aquí; volteándose para tomarme del
brazo e iniciar, apoyándose en él, el camino de entrada al Palacio.
–
Hacía más de un
año que no venía a este lugar, me comenta Tiberio César, era la casa de invierno; es acogedora en
esa época del año pues el Sol baña el jardín deliciosamente; ya lo verás.
–
Aquí estaremos
entonces, Divino Tiberio, si los dioses así nos lo permiten, le contesto yo.
El
séquito solo son siete personas: Claudio, el hijo del hermano menor de Tiberio;
Calígula, su nieto adoptivo (y seguramente el próximo Emperador); el General
Heriliano, el Prefecto de la Guardia Pretoriana; el Sacerdote Theodorus, guía
espiritual de Tiberio; Camito Apión, Gobernador de Cirene, que está de visita
oficial al César; Sóstenes Kirítis, amigo íntimo de Tiberio; y el Senador
Nalterrum, quien preside las Comisiones Religiosas del Senado Romano. Sumándome yo a todos ellos, somos nueve
personas; esa es la ocupación del triclinium
del centro. Mi asistente Tadeus, los
cuatro Centuriones que me acompañan y
Silenio, el Prefecto Navis, suman siete que ocuparán, junto con dos
personas más, el triclinium de la derecha.
A todos los demás no los conozco; el General Fitus ya habrá dispuesto la
distribución respectiva.
Ya
veo el por qué del ‘familiaris’ dicho
por el General Fitus; todos somos muy allegados al Emperador y nos conocemos
muy bien, o al menos nos sabemos la importancia relativa con Tiberio
César. El banquete, por supuesto, será
Imperial; uno jamás come o bebe igual en ninguna otra parte, aunque quiera
lograrlo. Los majares que le preparan al
Emperador tienen un sabor incomparable; por más que uno se esmere en saber los
condimentos, cuando los come en un lugar distinto, no saben igual; ya lo he hecho en otras ocasiones y no logro
los mismos exquisitos sabores. Espero
que el Maiordomus Haffed tenga esas
virtudes dentro del personal con que atiende el Palacio del Oriente, porque en
Villa Garlla se hacen comidas exquisitas, es cierto, pero no manjares
espléndidos para este singular hombre que es nuestro César.
Yo
no me he despegado ni un solo instante de Tiberio, quiero atenderle en todo lo
que sea necesario; además, no quiero perder detalle de su estancia. Igual está haciendo a prudente distancia
Tadeus, mi asistente, pues también él sabe de la importancia de esta visita
para su Tribunus Legatus. Estamos en el gran pórtico interior de la
entrada, justo antes del pasillo de las columnas que da al jardín, en donde el
César se ha detenido un momento.
–
¿Quiénes son tus
hombres, “Verito”?,
quiero conocerlos, preséntamelos; me
cuestiona inesperadamente el Emperador.
–
Al acto, Divino
Tiberio;
le contesto, y a una señal mía se acerca Tadeus, mi asistente, quien a su vez
ha hecho lo mismo para los Centuriones. Nuestro Divino Emperador quiere conocerles
personalmente; les digo. Preséntense cada uno con él.
–
Tadeus
Tarquinii, Divino Tiberio César, Centurión Legionario, Asistente del Tribunus
Legatus Veritelius de Garlla, dice el hombre profundamente
emocionado, hincado con una rodilla al suelo y viendo de frente a Tiberio.
–
¿Eres judío,
Tadeus?, le
pregunta.
–
No, Divino
Emperador; soy etrusco. Le contesta de inmediato.
–
Es curioso, tu
nombre es hebreo y quiere decir ‘alabanza’, ¿lo sabías?; le comenta
Tiberio César; darás gracias por llamarte
así.
–
No, Señor, no lo
sabía; responde
él.
–
Tadeus, ¿sabes
quién es Mercurius?,
vuelve a cuestionar el César.
–
Sí, Divino
Emperador, es un hijo de dioses que nos cuida a los hombres.
–
Has respondido
bien, Tadeus, te felicito; porque tú tendrás que cuidar a un Mercurius humano,
que es tu Tribunus Legatus, por mandato mío.
Si algo le sucede a él, te las verás conmigo, le dice el
Emperador al impresionado Centurión, ¿me
has entendido?
–
Sí, Divino
Tiberio César, he comprendido, responde el soldado.
–
Diófanes Pireo,
Divino Emperador Tiberio César, Centurión Legionario al servicio de Usted y del
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla.
–
El muy claro;
eso es su significado Diófanes; ¿siempre es muy claro para hablar, Verito?, me pregunta
Tiberio.
–
¡Vaya que si lo
es!, respondo
al César.
–
Tremus Aquilae,
Divino Tiberio César, Centurión Legionario al servicio del Tribunus Legatus
Veritelius de Garlla.
–
Tremendus, digno
de ser temido; eso es lo que tu nombre quiere decir Tremus, y junto con tu
apellido diría: ‘el águila de temerse’; muy poco amigable, diría yo. ¿Lo sabías
tú?, dice
Tiberio.
–
No, Divino
Emperador, no lo sabía; pero le agradezco que me lo diga.
–
Marcus Ponte,
Divino Tiberio César, Centurión Legionario al servicio de Usted y del Honorable
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, que me ha acogido. Explica el ‘más
joven de la tropa’.
–
Otro nombre
judío; de dónde eres, Marcus, le pregunta Tiberio.
–
De Calabria,
Divino César, pero soy Ciudadano Romano.
–
¡Pues, claro que
lo eres! Si no, no podrías ser ni soldado Legionario ni Centurión del Ejército
Imperial, hombre. Le
dice sonriendo Tiberio César. Tu nombre quiere decir amargo en hebreo; yo
no sé por qué, pero tu nombre completo significa ‘el punto amargo’; una
advertencia, parece.
–
Nikko Fidias,
Divino Emperador Tiberio César, Centurión Legionario recientemente escogido por
el Tribunus Legatus Veritelius de Garlla para su escuadra, y el humano más
agradecido con los dioses en este momento, Señor, solloza emocionado
el joven soldado.
–
‘El hijo de la
diosa Victoria’, le
dice el Emperador; sí, seguramente tú le
pondrás las guirnaldas a “Verito”. Sé
fuerte, hijo; lo anima Tiberio, pero
no pierdas la sensibilidad, le advierte.
–
Camilus Méver,
Divino Tiberio César, Centurión Legionario recién incorporado a las fuerzas del
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla y también muy agradecido de los dioses
por conocerle.
–
‘Ministro del
Templo’, es latín antiguo y eso significa tu nombre, pero tu apellido es
germánico, ¿es así?,
comenta el César.
–
Sí, Divino
César; mi padre no lo cambió, porque dijo que seríamos los primeros teutones
romanos y así no desapareceríamos.
–
Y así será,
joven Camilus; le
augura Tiberio.
–
Silenio Abdera,
Divino Emperador Tiberio César, Præfecto de navis, tan nuevo en este celestial
grupo, que al que más le ha servido toda esta presentación es a mí, Divino
César, le
dice el desconcertado nauta-liburna arrancando una gran sonrisa de Tiberio César.
–
De modo que éste
es el aguerrido nauta de la liburna, dice Tiberio riendo a pleno. ‘Silencioso’, eso es tu nombre; y haces más
honor a la obediencia de las órdenes que a como te llamas, buen marino y
soldado. ¡“Verito”!, sabes que les gritó maldiciones a los Pretorianos que
‘invadieron’ su liburna, desde que los vió bajar hasta que Fitus lo cayó desde
el muelle. Narra con felicidad Tiberio el acontecimiento.
–
No. Divino
Tiberius, no sabía del acontecimiento; le respondo admirado.
–
Buen grupo,
Tribunus Legatus; como de costumbre, Usted siempre ha hecho buenos grupos de
trabajo, por eso es quien es Usted, mi querido “Verito”, por eso ahora tiene lo
que tiene. Me dice mi Divino Tiberio Iulius Cæsar, quien me conmueve casi hasta las
lágrimas.
–
Gracias, Divino
Tiberio, muchas gracia, alcanzo a decirle.
Uno
por uno, a todos tomó parte y a todos dio de sí mismo; ese es Tiberio Julio
César, Divino Emperador del Imperio Romano, el hombre que más admiro en la vida
por sus valores, su sapiencia, su sentido de la justicia, su paciencia y su
sensibilidad. Es difícil no admirar a
alguien así; es difícil no tomarlo como Divino, sabiendo que no lo es; es
difícil pensar que es simplemente un mortal.
El
Maiordomus Haffed, suena una campana
de cristal de roca, del más puro estilo fenicio, para llamar nuestra atención y
hacernos pasar al área donde cenaremos. Los triclinium
han sido acomodados en la esquina inferior izquierda del jardín, frente a la
estatua y fuente de la diosa Maia, la madre de Mercurius; y a un costado de la
fuente de Vesta, la diosa protectora del hogar; que con su blancura hermosean
todos los verdes, que son vida, en este lugar.
En el cielo no hay una sola nube y el Sol cae a plomo sobre el Palacio;
pero con las carpas dentro de las que estaremos, gozaremos de la temperatura
agradable del atardecer que se prolongará hasta el final de la primera
vigilia. Hay flores por doquier, todas
ella con perfumes frescos y aromas agradabilísimos; y la música no se quedará
atrás, pues han dispuesto dos orquestas, una a cada extremo de los triclinium laterales.
Hacía
tres años que no estaba en Capreæ (y
precisamente a este lugar, nunca me había tocado venir); pero ahora estoy como
anfitrión-invitado (o será mejor invitado-anfitrión), por lo que tengo que
poner mucha atención a los detalles (que son en lo que más se fija Tiberio
César), para cuando yo solo sea ‘anfitrión’.
Por supuesto, cada quien espera hasta ser asignado en su lugar, lo que
hará Haffed, el Maiordomus del
Palacio; solo al César no acomoda, pues él puede sentarse donde guste, pero
todos los demás irán de acuerdo a un status
muy depurado para estas ocasiones, seiscientos años de historia y antecedentes
así lo señalan.
‘Algo’
me dice que esta velada será inolvidable para todos los que participamos en
ella; si Tiberio nos ha reunido, es por una razón muy especial. El Emperador ha dado muestras a lo largo de
su vida pública, que es toda, de serenidad, mesura e inteligencia en sus
decisiones de Estado. Es fácil deducir
quiénes tenemos en este momento un encargo del César, común en nuestras
responsabilidades y funciones para el corto tiempo; Fitus, Theodorus, Nalterrum
y yo, estamos ligados por el ‘Christus
Mandatus’ instituido por Tiberio; Claudio y Calígula, siempre habrá que
tomarlos en cuenta, son familia imperial; pero Camito Apión y Sóstenes Kirítis,
no me quedan claros todavía; seguramente no tengo suficiente información al
respecto, algo vital para mí.
Ya
todos dispuestos en nuestros lugares, vuelve a sonar la campana fenicia y ahora
es Tiberio César el demandante de la atención de todos, quien desde su lugar,
al centro del triclinium central, nos
dice:
–
¡Ave Roma!, inicia el
anciano jerarca.
–
¡Ave César!,
¡Ave César!, ¡Ave César!, retumba a coro la emoción.
–
¡Queridos
súbditos del Imperio Romano!, reunirme hoy con todos ustedes es motivo de gran
alegría para mi alma, pues algo que desde hace tiempo me oprime el corazón, ya
tiene Operâris, opêras, operândum;
está en camino de su solución. Me
refiero a lo que entre todos hemos conocido como “Christus Mandatus”. En esta labor seremos comandados por nuestro
gran amigo y fiel servidor del Imperio, el Tribunus Legatus Veritelius de
Garlla, ha quien he designado Plenipotenciario en todo el territorio del Imperio Romano, a fin de que alcance las
metas que le he señalado, en los tiempos que le he marcado.
Solo un
hombre como él, con su capacidad de mando, conocimiento y cultura, sensibilidad hacia las cosas
celestiales, y fiel soldado de Roma puede
representarnos a todos en este “Christus Mandatus”.
Por
supuesto, la ayuda de todos ustedes en el buen desarrollo de sus acciones es fundamental, por lo que los
conmino a su entrega total por Roma. De su labor saldrá para el Mundo y para la
Historia todo cuanto habrá de
saberse de este asunto. Todos los aquí
reunidos tenemos algo que hacer desde
hoy; muchos serán adicionados en su momento, ¡hagámoslo
por el Imperio!, ¡Ave Roma!
–
¡Ave César!,
¡Ave César!, ¡Ave César!, respondemos todos.
Por
supuesto que estoy muy emocionado; es la encomienda más grande que me haya
hecho el Imperator Tiberius s Cæsar en los veinte años que los dioses me han unido a él, a su
Divina Embestidura y al Imperio Romano.
La cena se desarrolla como lo previsto y de cuando en cuando, cada uno
de los asistentes se acerca a felicitar a Tiberio César y aprovechan para
dirigirme algunas palabras respecto de la designación y su probable
participación y ayuda. A todos escucho y
agradezco, pero de los que más interesado estoy son Camito Apión y Sóstenes
Kirítis; precisamente por mi desinformación sobre ellos. Cuando el primero se presenta le escucho con
atención:
–
Tribunus Legatus
Veritelius de Garlla, muchas felicidades –me dice el compacto hombre, y le
agradezco de inmediato– el primer lugar
que tiene que visitar camino a Yerushalayim, es Apollonia, en mi bellísima
Cirene. Allí vive Simón de Cirene, el
hombre que ayudó a Iesus Nazarenus a cargar la cruz de su martirio; yo le
conozco desde siempre y a partir de su contacto con el Christus, su alma y su
vida han cambiado radicalmente hasta convertirlo en un hombre de bien. Tiene divinos poderes y habla maravillas del
Evangelio, La Buena Nueva, que fue el mensaje de este llamado Hijo de Dios. Cuando baje hacia esas tierras inhóspitas,
pero con vergeles apacibles, no deje de visitarme, estaré muy complacido de
recibirle en mi casa.
–
No tenga duda
alguna que lo haré, Procurador Camito Apión, será para mí un honor. Haré que el viaje se planee para estar en
breve con Usted en Apollonia. Le
agradezco su valiosa información.
–
A su mandato
Tribunus Legatus.
Ya
está el por qué de este singular individuo, que no es ni romano ni militar, en
la reunión y dentro del “Christus
Mandatus”; claro que allí estaremos.
La
admiración es igual o mayor cuando se presenta Sóstenes Kirítis. También civil y del cual se sabe muy poco en
los círculos del Emperador:
–
¡Ave César,
Tribunus Legatus!,
me dice plantándose frente a mí.
–
¡Ave Tiberio
Julio César!,
le respondo.
–
Muchas cosas
haremos juntos, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, en este “Christus
Mandatus”; quiero informarle que la liburna que usted usará en sus travesías
marinas, la he construido yo; me informa orondo.
–
¡Vaya, qué gran
sorpresa saberlo!, ciudadano Sóstenes Kirítis; le digo.
–
Como se habrá
podido dar cuenta, la nave es un ‘prototipo muy singular’, que queremos probar
en su desempeño para uso posterior en el Ejército Imperial Romano. Sus informes náuticos son de gran valía para
mí, pues sé que Usted viajará con la liburna a sus plenas capacidades; el
Præfecto de navis a sus órdenes, Silenio Abdera, es un experimentado navegante
al cual conozco desde niño y es un confiable Legionario Romano.
–
Sí, ya lo he
comprobado; le
respondo.
–
De regreso de su
primer viaje a Yerushalayim, Usted habrá recorrido más de tres mil millas, lo
cual por supuesto, es un caudal de información que yo necesito para la
fabricación de las próximas naves, que evidentemente no serán como la suya,
pero muy parecidas.
–
Le entiendo,
Sóstenes; le
digo asentando sus afirmaciones.
–
Muy agradecido
estaré con Usted si prepara unos días de estancia en Canea, en nuestra
amadísima Creta, para realizar las comprobaciones del comportamiento de su
nave;
yo haré lo posible por que su estancia
sea placentera.
–
Con gusto será
hecho de esa forma –le
respondo– le mantendré informado de los
detalles náuticos de su osadía marina, Sóstenes.
–
Gracias Tribunus
Legatus, estoy a sus mandatos. Se despide el naviero.
Con
esto estamos completos. Es increíble, no
hay hombre más informado y con más poder de decisión en el mundo, que el
Emperador Romano. En apenas tres meses
ha conformado un grupo de acciones tal, en las que estamos felizmente
incluidos, que su “Christus Mandatus”
apunta a ser todo un éxito; igual que sus campañas en Germania. Esto es cosa de los dioses, no tengo ni la
menor duda. Ahora, por mi familia hasta Villa Garlla, en Mediolanum. El itinerario será: Capreæ
– Ostia – Roma – Ostia – Genua – Mediolanum
– Villa Garlla. Por mar en la liburna
maravilla que nos ha construido Sóstenes Kirítis, el naviero Cretense, y por
tierra en nuestros briosos corceles.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
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Solo por el gusto de Proclamar El Evangelio
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