¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de
México, Diciembre 20 del 2017.
EL DEMONIO AL
ACECHO DEL MESÍAS
8 DE 77
I.8.- EL VIAJE A JERUSALÉN A LOS DOCE
AÑOS
(Lc
2, 41-49)
“Sus padres iban
todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años,
subieron como de costumbre a la fiesta.
Al volverse ellos pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén,
sin saberlo sus padres.
Creyendo que
estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los
parientes y conocidos; pero, al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su
busca.
Al cabo de tres
días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros,
escuchándoles y haciéndoles preguntas; todos los que oían, estaban estupefactos
por su inteligencia y sus respuestas.
Cuando le vieron
quedaron sorprendidos y su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho
esto? Mira, tu padre y yo, angustiados,
te andábamos buscando.” Él les dijo: “¿Y
por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi
Padre?” Pero ellos no comprendieron la
respuesta que les dio.”
§ § §
La oportunidad se presentó, y además,
en el mejor momento para las malvadas intenciones del Demonio: en Jerusalén,
una ciudad grande y cosmo-polita y en la fiesta más importante de cuantas se
celebraban allí, La
Pascua. Habrá que
agregar que el Joven Dios es un adolescente como cualquier otro: inquieto,
ocurrente, con una resistencia física capaz de vencer a todos los adultos; y
por si esto fuese poco, dentro de Él está toda la vitalidad de Dios encarnada
en hombre (con todo lo que ello significa a estas alturas de su vida), ya
consciente de su misión y con el entendimiento exacto de las circunstancias que
le rodean.
Cuando yo tenía doce años, era capaz de
prepararme mis propios alimentos (y los de mis hermanos, que nunca quisieron
hacerlos), con la comida que mi madre compraba; podía negociar y vender los
frutos de la tierra (del rancho de mi papá) o los bocadillos que preparara mi
mamá (con materias primas de su despensa); podía viajar solo (si ellos me
pagaban el pasaje); podía cazar y pescar (con las armas y los medios que ellos
me facilitaran); y hasta podía discutir de ‘cosas profundas y trascendentales’
con los mayores (siempre que me dieran oportunidad). A los doce años ya se pueden hacer muchas
cosas, siempre limitadas por la dependencia que lo circunscribe a uno.
Pero separarme de mis padres durante
tres días sin que ellos lo supieran, esto nunca pude haberlo hecho, pues el
castigo hubiera sido inenarrable. Claro,
mis papás no eran María y José, y esa puede ser una gran diferencia. Lo anterior, es pensando como un hijo de
familia este momento de la vida de Jesús.
Pero pensando como padre, las circunstancias se ven distintas. Y pensado como los ‘padres humanos’ del Hijo
de Dios, el asunto cambia diametralmente.
Más aún sabiendo que el Demonio está, al acecho del Mesías.
Guardadas las proporciones de la
comparación, yo nací en un pueblo del tamaño de Belén (Tuxpan, Veracruz), y me
perdí por primera vez en una ciudad del tamaño de Jerusalén en tiempo de Pascua
(México, D.F - 1955); y créanmelo, es algo angustiante, desesperante. Es un momento en que uno siente que la muerte
le abruma. Esto, contado como hijo (y
además que nada te haya pasado), hasta parece una ‘aventura’. Pero esta misma
situación, narrada como padre, esto es, que se te pierda un hijo, es muy, muy
diferente.
Quienes hayamos vivido un amargo
momento parecido (el extravío momentáneo o prolongado de un hijo), sabemos que
el corazón puede pararse en cualquier instante; sabemos que puede
matarnos. A mí me sucedió y no se lo
deseo a nadie.
Mamás, imagínense que son María
preguntando:
“–
José, ¿dónde está el Niño?” y
obtener como respuesta un
“–
¿Qué, no está contigo?, pensé que
tú lo traías.”
Ah! No se necesita más, ¡uno puede caer muerto
por la impresión! Ahora imagínense que
¡¡hace tres días que no le ven!!, y además ¡¡¡QUE ES EL HIJO DE DIOS!!!
Ahora papás; imagínense que son José y
que les han hecho esa pregunta, y que ustedes han respondido instintivamente
las mismas palabras que el Santo Esposo. ¡Se perdió el Niño! ¡¡Ése para el cual fui elegido ‘TUTOR’, por
el mismísimo Dios Padre!! ¡A ustedes se
les acaba de perder el Hijo de Dios!
¡¿Qué harían?!
Debió haber sido asfixiante para
ambos. Siempre los he sentido
mucho. ¡Debieron haberse sentido
culpables de todos los pecados del mundo, hasta del pecado de Adán y Eva en el
Edén!
Me acuerdo una ocasión que platicábamos
mi madre y yo de este tremen-do acontecimiento; tan solo leerlo arrancaba
sollozos. También recuerdo que en las
grandes concentraciones de gente a las que asistíamos, ambos cuidábamos a mi
hermano menor; y no obstante, ¡un día se nos perdió! ¡Cómo llorábamos mi mamá y
yo, tan solo de pensar que algo le hubiese pasado! Gracias a Dios nada le sucedió, igual que al Pequeño Jesús. Pero el susto, ¡ni Dios Padre te lo borra!
Tres días solo el Joven Dios a expensas
del Demonio, en una ciudad llena de todo, pero por esos tiempos, ante todo
llena de maleantes, y que no le haya sucedido nada; ¡eso es lo que yo llamo
tener un Ángel de la Guarda
heroico! Éste, definitivamente, tenía toda clase de apoyos desde el cielo,
porque enfrentar las huestes demoníacas solo, ante esa oportunidad, hubiera
sido imposible. Si todos tenemos Ángel
de la Guarda ,
¡Jesús debió haber tenido Querubín!, esto es, alguien con muchos ángeles a su
cargo, porque a esta ‘almita’ había que cuidarla mucho más y mejor; no se
trataba de la nuestra, se trataba de Dios hecho hombre.
Lucano, a quien la Santísima Virgen
María le contó este acontecimiento muchos años después, lo describe tan
exquisitamente, que el hecho parece irrelevante, inocuo, carente de cualquier
mal. Pero no es así, pues el Demonio
está, al acecho del Mesías. A mí me
surgen algunas interrogantes con un alto contenido de preocupación: ¿qué comió?, ¿dónde durmió?, ¿quién le
atendió durante tres días? ¡María y José
no, eso ya lo sabemos! Entonces,
¡¡¿quién?!!
Cierto es que viajaban en caravana y
que ya tenían experiencia, pues lo hacían cada año; pero las caravanas se
deshacían al momento de entrar a las ciudades, y especialmente en Jerusalén, en
donde, por razón de la Pascua ,
podía variar su población flotante en más de cinco veces sus habitantes
normales. Por más que fuera acompañado
de tíos, primos y conocidos, el Joven Dios pudo haberse quedado solo y Satanás
aprovechar el momento para su ataque.
¡Por eso yo hablo del Querubín de la Guarda de Jesús!
Seguramente fue a él a quien se le ocurrió que este inquieto adolescente
se fuera a meter al Templo; porque en ese lugar no entraría el Diablo. ¡Solo así, de otra forma no me lo imagino!
Como sea que te llames, Querubín de la Guarda de Jesús de Nazaret,
gracias por estar al pendiente de tan extraordinario adolescente, pues sin tus
cuidados, más de ‘dos’ lo hubiesen lamentado.
¡Cuánto mal pudiste haber hecho Gran Satán, pero no te dejaron! ¡Bendito
sea Dios en sus Ángeles (Querubines) y en sus Santos! ¡Amén!
§ § §
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
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