¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de
México, Diciembre 8 del 2017.
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
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AL FIN FRENTE A TIBERIUS IULIUS CÆSAR
“Christus Mandatus”
A
la llegada del Palacio, el General Heriliano se despide de mí, dejándome solo a
la entrada, de donde sale la voz de mi más grande guía:
–
¡“Verito”!,
¡Prototipo Humano del Soldado Legionario Romano!, ¿Cómo está mi General de
Generales?,
me dice el anciano Emperador desde el pórtico de mármol blanquísimo de su
palacio en Monte Solarum.
–
¡Divino Tiberius
Iulius Cæsar!, el placer que siento al verle no tiene comparación con ninguna
alegría que pueda yo tener en mi vida; le doy gracias a los dioses porque le
conserven a Usted con vida para dicha de todos nosotros, respondo con
toda sinceridad su saludo.
–
¡Qué va,
hombre!, la vida debería pararse cuando uno está en pleno vigor y sirve para lo
que ha de servir; la vejez del cuerpo puede derrumbar hasta la lozanía de
juventud más obstinada del espíritu. Me dice y agrega: Te agradezco que hayas dejado tu solariega Villa Garlla y atiendas el
llamado que he hecho. ¿Cómo está Lili, tu maravillosa esposa y tus hijos;
cuántos son ya?
–
¡Divino
Tiberio!, no solo es mi deber y obligación atenderle, cuanto el inmenso gusto
que me provoca el que pueda yo hacerlo; respondo. Mi
familia está muy bien; son ocho los hijos: cuatro hombres y cuatro mujeres;
todos me han pedido que exprese sus parabienes con Usted. Y así de fugaz
como pueda ser una bienvenida, lanza el planteamiento de mi futura labor para
el Imperio.
–
Ya sabes los
antecedentes del horripilante caso, me cuestiona asegurando. Poncio
Pilatus, el inepto Procurador de Iudae, esa conflictiva y arcaica porción de
tierras en el Oriente, ha cometido un gravísimo error: ha dado muerte por
crucifixión al mismísimo Hijo de Dios en la persona de Iesus Nazarenus; ha
invalidado el espíritu de nuestras Leyes argumentando un juicio por demás
estúpido; y por si esto fuera poco, se ha unido a los religiosos judíos para
perseguir a los discípulos del Rabbuni Galileo. Autoridades religiosas judías,
encabezadas por lo que ellos llaman los ‘Sumos Sacerdotes’ han instigado
constantemente al populus para amedrentar a las autoridades militares de la
Procura de Pilato. Pero, dime, “Verito”, ¿Qué sabes tú de todo este asunto?
–
Ante el portento
de su sabiduría al respecto, Divino Tiberio, debería yo contestar que muy poco,
sino es que nada.
–
Pues entonces te
tienes que poner a investigar mucho y rápidamente, pues ante la meta de tu
nuevo encargo del Emperador, tendrás que ser un experto muy pronto para poder
decidir apropiadamente al respecto.
–
Lo haré, Divino
Tiberio, lo haré de inmediato.
–
Fitus Heriliano
te dará todos los documentos de la tabularis que guardamos acerca del caso;
nadie la conoce y ahora estará a tu exclusiva custodia. El asunto ha subido como la espuma de la
leche hirviendo; hay misivas de prominentes hombres de muchos lugares de Asia,
Achaia y Egipto, que solicitan mi intervención en el asunto. Son más de dos mil hombres, los que abogan
por el hecho.
–
Lo atenderé de
inmediato, Divino Tiberio, apenas puedo responderle.
–
“Verito”, quiero
que realices tres trabajos muy importantes para el Imperio y tu Emperador, por Honoris, Legis, Iustitia:
Primero-
Que revises la
legalidad del ‘Juicio’ efectuado por Poncio Pilato; lo dictamines y concluyas
si procede o no; y castigues con el máximo rigor de nuestras Leyes la culpabilidad
de los actores romanos y judíos en el asunto.
Segundo-
Que contactes a
los llamados ‘Discípulos’ del Rabbuni, que hables con cada uno ellos y les
asegures la intervención interesada del Emperador en este asunto.
Tercero-
Y éste es el más
importante, que dejes constancia escrita de tus investigaciones para la posteridad;
para que se vea que Roma pudo haberse equivocado en la persona de su representante,
pero que corrigió en aras del Honoris,
Legis, Iustitia, que son nuestras máximas de existencia.
Concluye el anciano Emperador sus
señalamientos y yo respondo de inmediato:
–
Será un honor,
Divino Tiberius, le
respondo ante las abrumadoras tareas que ha descrito.
–
Tendrás que
viajar mucho y además tienes poco tiempo, pues a mí ya no me queda mucha vida y
quiero ver resultados antes de que muera y Calígula herede el trono del
Imperio.
–
Eso no será
problema, Divino Tiberio, mi familia sabe que yo primero soy de Usted y del
Imperio, y luego de ellos; respondo ante su preocupación.
–
Yo no quiero que
esa bellísima familia viva sin padre; y tus principales labores las realizarás
en Iudae, Asia y Achaia, teniendo que viajar hasta aquí para informarme; entonces,
he dispuesto que vivas con tu esposa Lili y tus hijos en la villa Oriente, que
es la del valle, en donde te hospedarás desde hoy con toda tu gente. Villa
Garlla puede cuidarse sola, no así tu amado Imperator, querido “Verito”.
–
Sus deseos,
Divino Tiberio, son mandatos de vida para mí.
Le
respondo pensando en las consecuencias de tal decisión.
–
Quiero que
funciones de manera autónoma a todas las estructuras de gobierno del Imperio y
el Senado; a nadie reportarás nada, excepto a mí. Tus labores son confidenciales como secretum
maxîmum para todo el mundo; solo Tiberius Iulius Cæsar debe enterarse de las
mismas. Para ello he firmado este
decretum que te faculta a todo lo que tú decidas hacer. Solo podrás contar con una centuria de
hombres que serán pagados con recursos del propio Emperador. Sin embargo, para cuanto haya que gastar de
tu parte, en este cofre está tu nueva fortuna: cien mil aureus de los que
puedes disponer como quieras para el buen logro de tu meta. Antes del Ivierno habrás de tener los
primeros resultados. Amado “Verito”,
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, ¡designatum est! ¡Que Iuppiter, Minerva,
Iuno y Mars te guíen en tus labôris et laborem!
–
¡Ave Divinus
Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum!
Así,
he quedado constituido; ¡El César ha dicho, por lo tanto, hágase!
Me
ha dejado sumamente impresionado el aspecto de Tiberio Julio César; es cierto
que ya es un hombre mayor, pues tiene setenta y cinco años y sus preocupaciones
son vastísimas, pero su avejentamiento es evidente; tiene el pelo completamente
blanco y muy escaso; sus arrugas se han pronunciado tanto que ya parecen surcos
en su blanca y desgastada piel; está tan delgado que pareciera que se romperá
en cualquier momento; y lo encorvado de su espalda, ofende el recuerdo del erguido
Legionario Imperial que siempre fue.
Todo esto le ha sucedido o se le ha pronunciado mucho más en tan solo
tres años; así cobra el poder; en vida.
Ya lo creo que esté preocupado por este asunto: más de dos mil personas
y más de diez ciudades –como han dicho él y los senadores,– son un caso para
preocuparse; más aún, tratándose de la Provincia de Iudae, la que paga los más altos impuestos per cápita al Imperio Romano.
¡Cien
mil aureus!, ni en sueños pensé
verlos juntos; ¡¡son más de dos mil libras de oro!! ¡¡¡Ni todos mis botines de guerra
juntos!!! Y vivir en el mismo lugar que
el Emperador; ¡¡vaya, esto supera por mucho hasta mis más ambiciosas
pretensiones!! Verdaderamente que le
angustia a Tiberio César el problema para otorgar tal cantidad de
concesiones. Por supuesto, de mi parte
se hará cuanto sea necesario para cumplir el mandato del Emperador.
Ahora
quedan claras muchas cosas y uniendo cabos, el asunto es el siguiente:
I) Juzgar con
evidencias contundentes e irrefutables a Poncio Pilatus como Militar en Procura
y a los Jefes religiosos del lugar.
Dado
que el problema desde el punto de vista militar abarca dos áreas distintas;
Asia (pues Poncio Pilatus Procura en esa zona) y África (de donde han llegado
la mayor cantidad de solicitudes de justicia –Cirene y Egipto– ambas Provincias
Romanas), el único que puede atenderlo
sin ‘intereses personales’ de por medio, soy yo, el Tribunus Legatus para el Continente Europeo.
II) Conocer a
todos los Discípulos de Iesus Nazarenus dándoles seguridad de la Justicia
Romana.
Si
estos hombres han sido capaces de convencer a dos mil seguidores ya, vale más
que se los mantenga libres de preocupación respecto de la Justicia Romana, pues
de un problema de creencias religiosas puede derivarse otro de descontento
social, que en el caso de los judíos esto no es nada difícil.
III) Dejar
suficiente evidencia escrita de todo cuanto se haga para el juicio de la
posteridad, que es en realidad lo que le aterra a Tiberio Julio César.
Aquí
creo que la culpa es mía, por anticipado; hace quince años, cuando yo era
General Comandante de Legión en Belgium, los reportes de guerra al Emperador
fueron cambiados en su totalidad, precisamente a la forma en que yo los
enviaba. Recuero mis continuos viajes a
Roma para la instrucción de oficiales de alto rango al respecto. Además, Tiberio César siempre ha querido
evidenciar con documentos sus logros, pues su abuelo, Octavio César Augusto,
siempre tuvo una tabula, una hoja
completa, con qué respaldar sus irrefutables solicitudes al Senado Romano;
ésta, pues, es herencia de gobierno.
Tengo
seguras tres respuestas de las siete preguntas que existen: qué haré (un compendio enorme de
información), cuándo lo haré (ya) y dónde lo haré (aquí mismo); pero no sé cómo lo haré, ni con quién
lo haré, ni cuánta información he de
recabar, ni cuál debo seleccionar. Ah!
También tengo muy claro algo más: en Invierno debo estar entregando los
primeros resultados a Tiberio Julio César.
Empezaré por leer el Juicio de Iesus Nazarenus.
La
comida será de gran gala, como siempre y como corresponde al Emperador Romano;
el salón es de tal manera grande en el Palacio Meridionalis, que si quitásemos
los triclinium que han puesto, cabría
una Centuria de Legionarios de pié, armados con lanzas y con el espacio
requerido para maniobras. Es probable
que estemos reunidos treinta comensales; hay gente de todas partes del Imperio:
de Gallia, de Hispania, de Germania y
Belgium, los que reconozco por los atuendos; también hay de Egipto y
Cirene; y ni qué decir de la zona del Mare Aegaeum; también hay del extremo
oriente del Mare Nostrum.
Quizás
todos vengan a rendirle honores a Tiberio Julio César, o a solicitarle alguna
concesión, o simplemente a visitarle porque hayan sido invitados. Hay un sirviente detrás de cada reclinum personal perfectamente parado y
sin estorbar; en el centro, como siempre, está el gran espacio por donde
deambulan los servidores de las viandas; y en cada extremo corto del salón,
están ubicadas dos grupos con un sinfín de instrumentos musicales haciéndolos
sonar en perfecta armonía. No hay ruido
ni estridencias, todo está en calma, propiedad y serenidad.
Los
banquetes de Tiberio César siempre se han distinguido por sobrios, ya que en
ellos el vino siempre está medido; uno se puede beber la jarra que han puesto
para cada quien, al principio (lo cual sería mal visto), durante lo que dure la
comida, o al final de la misma (lo cual también sería mal visto), pero no
tendrá más vino que esa jarra; así sea un Rey Teutón, un Príncipe Galo o un
guerrero Dálmata. Además, las
invitaciones de Emperador siempre son a plena luz del día, nunca en la tarde o
en la noche. Los excesos en la mente de
nuestro Divino Emperador son inexistentes, amén de muy criticados los que sean
visibles; sin embargo, Tiberio siempre ha sido prudente y sabe retirarse sin
estropear la reunión; pero bacanales en un domus
de Tiberius Iulius Cæsar, jamás.
Me
ha sentado en el triclinium principal
y, más honor aún, a su derecha; después de eso, uno puede esperar que pase cualquier
cosa: que el César lo adule públicamente, que el discurso del orador en turno
haga algo similar; o que sea uno el del discurso improvisado y adulatorio de la
concurrencia; personalmente yo aborrezco las tres cosas. Por supuesto, todo el mundo ve al que está a
la dextra del Imperator, los que le
conocen saludan amablemente; los que no, preguntan sin cesar, hasta lograr
saber de quién se trata. Todos los
comensales deberán estar ya presentes en sus lugares antes de que se presente
el Emperador; de manera contraria, uno ya no podría entrar al salón. Así son Tiberio César y sus Guardias
Pretorianos, incluido Fitus Heriliano.
Pero portar un arma ahí, ‘peccâtum maxîmus est’; es considerado intento
de asesinato contra el César. Por eso: “Capreæ: inexpugnabilis Insûla.”
¡Ave César! ¡Ave
César! ¡Ave César!, saludamos
todos con fuerte voz al momento en que
el Emperador hace acto de presencia; todo él es blanco y color flor de durazno,
ese rosa pálido que se acerca al albeo.
Sus joyas son en oro purísimo, pero apenas suficientes: una corona de
laureles exquisitamente entrelazada, un brazalete y dos anillos; uno en la mano
derecha y otro en la izquierda. Los
aplausos también tienen que ser moderados y él mismo pone la medida;
simplemente toma su lugar al momento en que desea que cesen. Yo, por supuesto, estoy muy nervioso, a pesar
de ser una más de muchas comidas a las que he asistido con el Emperador. Igualmente, nunca he sido sentado como Tribunus Legatus en otro lugar que no
sea su derecha; claro, siempre he estado con él en Europa y nunca le he
acompañado ni a Asia ni a África, en donde yo cambiaría de posición
indudablemente.
–
“Verito”, me da
mucho gusto que estés aquí, alegras mis difíciles estancias; te lo digo con
sinceridad, desde el momento en que te vi llegar, mi alma se alborozó, mi
corazón se detuvo un momento y después tomo fuerzas redobladas. Me dice con su suave voz de anciano
agradecido.
–
Divino Tiberio
César, eso es inmerecido de su parte para un humilde servidor de Usted y del
Imperio;
le contesto profundamente emocionado.
–
“¡Verito eres
terrible!”, me
dice con voz más baja aún y acercándose un poco hacia mí; tú siempre contestas lo que tu interlocutor espera que digas, yo
podría hasta adivinar tus acertadas respuestas; nunca fallas, nunca te
equivocas, siempre en la línea de la corrección y la prudencia. ¿Qué dicen de eso tu querida Lili y tus ocho
hijos grandes y pequeños? (Nada contesto porque no se qué dicen al
respecto, nunca me lo había puesto a pensar; la próxima vez que esté en Villa
Garlla se los voy a preguntar.)
–
Creo que estarán
conformes.
Balbuceo una respuesta.
–
Yo creo que no,
“Verito”, ¿por qué no les preguntas, mejor? Y se sonríe sanamente viéndome
como a un hijo que se ha extrañado por algún tiempo. Yo simplemente sonrío y asiento con la
cabeza.
–
Lo haré Divino
Tiberio César; le
digo y repite él conmigo casi al unísono:
–
Lo haré Divino
Tiberio César; ¡Ya ves! Casi lo adivino, sonríe el hombre. Mañana quiero que nos veamos muy temprano en
el Templo de Iuppiter que está en el Monte Solarum, tengo que hacerte unas
confidencias y enseñarte algunas cosa que te servirán en el nuevo trabajo que
tienes; ¿cómo es que lo llamaron tus ‘queridos’ Senadores?; a sí, “CHRISTUS
MANDATUS”, “La Orden de Cristo”, sí de eso vamos a hablar largo y tendido tú y
yo. Pero eso será mañana, ahora come y
no bebas mucho vino, soldado “Verito”, me dice dándome una palmada en la
espalda.
Los
veintiún años de diferencia en la edad entre Tiberio y yo siempre han sido un
beneficio paternal para mí; cuando le vi por primera vez, en Achaia, sofocando
levantamientos de espartanos, yo tenía veintiocho años y él cuarenta y
nueve. Las batallas fueron cruentísimas,
pues para los de Esparta morir no importaba y nosotros teníamos que luchar
denodadamente para vencerlos; yo era Centurión y en la batalla de Lacedemonia
tuve que encargarme de tres centurias a la vez, pues sus comandantes habían
sido abatidos, logrando inclusive el mejor avance de las fuerzas romanas y el
menor número de caídos. Los dioses lo
quisieron.
En
la revisión de los resultados de esa batalla, cada Centurión pasaba al frente
de los Generales (en presencia de Tiberio, que entonces ya era Heredero al
Trono de Augusto César), y rendía cuentas de sus hombres y armas. Por la circunstancia de haber dirigido las
tres Centurias, hube de pasar tres veces para responder a las preguntas del
General a cargo, notándolo de inmediato Tiberio y diciendo:
–
¿Cuál es tu
nombre Centurio?,
preguntó él.
–
Veritelius,
Señor,
le respondí.
–
¿Por qué
reportas tres Unidades de Centuria?
–
Porque yo las
guié, ante la caída de sus Centuriones comandantes, Señor.
–
Buen trabajo,
soldado; ¿en dónde naciste?, cuestionó.
–
En Roma, Señor,
en Villa Veritas.
–
¡Por los dioses,
un Patricio en batalla!, exclamó Tiberio;
y nadie lo sabía. Más valía tiene tu
esfuerzo, pues que sin necesitarlo, blandes la espada con denuedo por
Roma. Este hombre será desde hoy Jefe de
Cohors, Generales; yo firmaré su ascenso.
Están ante el prototipo del soldado Legionario Romano; ya lo verán, será
más grande que ustedes.
Dijo el
verdaderamente Patricio (nieto de Augusto César, el Emperador, pues yo no lo
era, ni lo soy), y Comandante General de las Legiones Romanas en Achaia, que
estaba allí entre nosotros.
–
Veritelius, me dijo, tu abuelo fue un político que el pueblo
romano nunca debe olvidar; la verdad
y la sinceridad (que a él siempre le caracterizaron), han de ser nuestras insignias
de vida. Felicidades por tu valiente
entrega que, seguro estoy, Mars ha querido que enseñaras hoy.
–
Gracias, Señor,
Comandante General; solo
pude contestar.
Así
nos conocimos Tiberio y yo; desde entonces, nunca hemos dejado de tener
contacto. De allí me transfirió a sus
zonas de lucha de expansión del Imperio en Belgium y Germania en donde me
concedió dos ascensos más: a General Comandante y a General Magíster Legionario. Veintiséis largos años de tratar a tan
insigne persona, que hoy es nuestro amadísimo Emperador. Solo los dioses saben qué hicieron en aquél
memorable instante.
El
banquete ha durado ya varias horas y Tiberio Julio César se levanta de su reclinum solium para partir. El desfile de celebridades que han venido a
saludarle a su lugar ha sido tal, que seguramente el hombre está más que
agobiado que disfrutando. En cada saludo
me ha presentado con su invitado como Tribunus
Legatus; y yo no creo poder recordarlos a todos si me los encuentro en otra
ocasión. Esto es una desventaja, pues
ellos sí lo harán. Yo aprovecharé para
partir también, pues además del mucho trabajo que tengo que iniciar, también
tengo que descansar del viaje marino (sin dormir) que hemos realizado. Aquí en el palacio de la esquina Poniente
Meridional la fiesta continuará; aquí se quedarán los invitados, en las más de
cincuenta habitaciones que tiene esta magnífica construcción. Tiberio César vive hora en el Palacio del
Centro el más silencioso de todos; nosotros nos quedaremos en el Palacio del
Oriente, el que pronto será ‘Novus Villa
Garlla’ y donde dejaré el inmenso cofre de aureus y al Centurión Nikko Fidias (desarmado) para resguardo. Ya he pensado su trabajo.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
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Solo por el gusto de Proclamar El Evangelio
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