¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de
México, Noviembre 10 del 2017.
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
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ROMA AUGUSTA,
URBI ET ORBI
Los
documentos que me está entregando este hombre, son información clasificada a la
que solo algunos tenemos acceso. Yo la
puedo copiar, pero las ‘tabulae’
originales deben ser devueltas cuanto antes, a menos que el Senado autorice su
reubicación a otra biblioteca autorizada, como la que existe en Villa Veritas.
–
Como son muchas
las piezas, Tribunus Legatus, me dice el Tribuno Aurelio Sueto, me he permitido hacerle además un compendium
que sea más fácil de leer para Usted; espero le sirva.
–
Estoy muy agradecido
con la fineza de sus atenciones, la eficacia de su labor y el interés de su
servicio
–le expreso serio y firme– pronto
estaremos en contacto para futuros requerimientos que nos demande el Imperio y
su Divino Emperador; (en ese momento saco de mis alforjas un anillo de oro
que dice ‘Veritas-Solum’ y le digo): Que este presente recuerde nuestra amistad,
Tribuno Aurelio Sueto. ¡Ave César!
–
¡Ave César,
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!
Y,
ahora, a la Curia Iulia, sede del
Senado Romano; la cual físicamente es el centro geográfico de los Foros
Imperial y Romano, y espiritualmente el corazón del Imperio; al menos, así lo
manifiestan los senadores. El edificio
rectangular es magnífico desde el pórtico, impecablemente blanco y limpio; con
sus ocho columnas de estilo romano, de fuste liso y capitel corintio, rematando
al techo con hojas de higuera, labradas con exquisito gusto; la impresionante
puerta de entrada, que pareciera requerir la fuerza de muchos hombres para
cerrarla o abrirla, en madera de ciprés, entintada en marrón obscuro; y
cruzando el umbral, el gran salón de sesiones del Senado: más mármol blanco en
el piso, pulido hasta el reflejo y forrado de esa gran carpeta de tonos
magenta, púrpura, blanco, verde y añil;
puesta allí para reducir el frío del pétreo piso. Las paredes de marquetería,
de mármol de tantos colores que uno no podría ni imaginar, como vistiendo de
manera elegante las salidas de los seis frontones falsos de mármol banco, como
nichos esperando ser ocupados, que asoman en las pares Oriente y Poniente. Y qué decir del techo, con sus plafones
cuadrados de cedro rojo, profusamente tallados con guirnaldas, flores y cintas
victoriosas; que al recibir la luz de las ventanas superiores, bailan su maravillosa
danza de profundidades y sombras. Belleza, solo hermosura derrocharon sus
constructores hace más de cincuenta años; y aquí sigue el edificio, inmutable
al tiempo y a los hombres, con sus ideas, razones y sentimientos.
La
sesión será extraordinaria, solo cinco senadores, que son la comisión
designada, y yo, que seré el ejecutor de tal o tales hechos que serán expuestos.
Los cuatro guardias pretorianos de la entrada, no se moverán de allí,
serán vigías sordos y mudos de cuanto puedan llegar a escuchar. Nadie más habrá en la Curia Iulia; me
pregunto ¿qué tan importante es el asunto para tratarlo de esta forma?
–
¡Ave César!
¡Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, me llama una voz desde el centro del
salón de sesiones, hacia donde volteo de inmediato.
–
¡Ave Tiberio
Julio César!, ¡Honorable Senador Flavio Nalterrum, qué gusto me da verle!, contesto
impostando el tono.
–
Pase, por favor,
Tribunus Legatus; estaremos en el Salón Augusto del fondo, para mayor comodidad
y privacidad. Le agradezco mucho que haya atendido con tanta prestancia mi
nota, yo sé que a usted ya no debemos importunarlo para ningún asunto, pero
solo seguimos la recomendación hecha por el Emperador Tiberius Iulius Cæsar.
–
Estoy a su
mandato, Senador Nalterrum, al del Divino Tiberio César y al de Roma; le respondo
mientras caminamos el largo salón hasta alcanzar el final del mismo, en donde
se encuentra la Silla Curulis.
–
Ya nos esperan
los senadores que me asistirán en el asunto que hoy nos ocupa; son cuatro y
todos especialistas muy escogidos; me anticipa, en tanto hace el ademán de
cederme el paso al interior del Salón Augusto, al cual tan pronto entro,
saludo:
–
¡Ave Tiberio
Julio César!
–
¡Ave César,
Tribunus Legatus!, me
contestan todos.
–
¡Honorables
Senadores! Presento a ustedes al Ciudadano Romano Veritelius de Garlla,
Tribunus Legatus de nuestro Ejército Imperial Romano, desde hoy en comisión
especial del Emperador Tiberio Julio César.
A
todos les conozco; alguna vez en mi vida activa de Comandante Militar, algo
tuve que ver con cada uno. Seguramente
Tiberio los ha escogido a todos; solo falta saber a qué se dedican ahora, lo
que inicia haciendo el Senador Flavio Nalterrum:
–
El Honorable
Senador Homero
Suetonius de la Comisión de Credos,
Doctrinas y Religiones, del Senado Romano.
El Honorable Senador Milos Piridión de la Comisión para Asia, Siria y Palestina del Senado Romano.
El Honorable Senador Artemius
Laericum de la Comisión de Honor y Justicia Militar del Senado Romano.
El Honorable Senador Silvio Bequani de la Comisión de Jurisprudencia Provincial del Senado Romano.
Finalmente
se empieza a aclarar el asunto. Por las
comisiones representadas (de las más de noventa que tiene el Senado Romano), el
problema es el siguiente:
“Un
militar romano de alto rango, ha cometido una grave falta; en algún lugar de las provincias de Oriente, que ha ofendido seriamente a los cultos autorizados por el Senado”.
No
creo estar equivocado, pero esperaré pacientemente el proceso lento, tedioso y
sinuoso que estos hombres de la política romana suelen realizar en estos
casos. En el Salón Augusto, todas las
paredes están adornadas con mosaicos de las grandes batallas ganadas por
Augusto César: Corinto, en Achaia;
Alejandría, en Egipto; Apollonia, en Cyrenaica; Baetica, en Hispania; el
arte desplegado en cada representación es extraordinario, pero en nada se
parece a la realidad de cada uno de los eventos que quieren recordar. En el salón están colocadas seis sillas
sollum, para que cada uno se siente o recueste según desee, y han sido
dispuestas como un hexágono; justo en el momento de darme cuenta de la forma de
su distribución, vienen a mi memoria las palabras del Fariseo Misael de
Cafarnaúm, allá en Florentia, en ocasión del Simposio que tuvo lugar en esa
plaza: “. . . es el signo de la Estrella
de David; lo cual significa para mí, que el anuncio luminoso viene directamente
de Dios. . .” Qué extraño es todo esto.
–
Tribunus Legatus
Veritelius de Garlla, ¿qué sabe usted acerca de un hombre llamado Iesus
Nazarenus?, me
pregunta tajante el Senador Flavio.
–
Honorable
Senador Nalterrum, sé muy poco de él; sé que se llama Jesús, que nació en
Nazaret, un lugar que no puedo ubicar bien en la Provincia de Iudae; y que
recientemente ha sido crucificado, junto con otros dos malhechores, por mandato
de Poncio Pilato, Gobernador de la Provincia.
No sé nada más de él.
–
Pues realmente
sabe muy poco, Tribunus Legatus, –me dice el Senador Homero Suetonius de
la Comisión de Credos, Doctrinas y Religiones, del Senado Romano – éste fue un hombre extraordinario, que ha
nacido en nuestro tiempo para marcar la historia de la humanidad. Así está
señalado en el libro de las profecías del pueblo hebreo, muchas de las cuales
tuvieron cumplimiento precisamente en él. Poseía poderes sobrenaturales, como los
de los hijos de los dioses romanos, pero sin límite alguno; e inclusive era
capaz de devolver la vida a los muertos. Este hombre, Jesús de Nazaret, también
está considerado como un gran profeta, no solo para los judíos, sino para todas
las naciones, incluyendo al Gran Imperio Romano.
–
Y si era tan
extraordinario, Senador Suetonius, ¿porqué no usó sus poderes para salvarse de
la infame muerte de ser crucificado?, le pregunto al hombre, sin recibir
respuesta.
–
El hecho,
Tribunus Legatus, me
dice el Senador Artemius Laericum, de la Comisión de Honor y Justicia Militar, es que un militar del más alto rango, ha
cometido un asesinato abusando de sus facultades; lo que ha ocasionado ya
algunas protestas al respecto de varios ciudadanos romanos que se dicen
afectados por el mandato.
–
‘Asesinato y
abusando de sus facultades’ son palabras sumamente comprometedoras, Senador
Laericum,
le respondo, ¿tiene usted alguna
evidencia para emitir esas acusaciones?; tampoco responde.
–
Las
inconformidades, Tribunus Legatus, interviene ahora el Senador Milos
Piridión de la Comisión para Asia, Siria y Palestina, proceden de tan diversas provincias como Capadocia, el Ponto, Asia,
Frigia, Panfilia, Egipto, Cirene, y muchas otras; y creemos que esto pueda
derivar en un levantamiento armado de sus ‘discípulos’, que ya en este momento
se cuentan por miles; lo que obviamente debe preocupar al Imperio.
–
Usted habla de
‘miles de discípulos’, Senador, ¿debemos considerarlos como una fuerza hostil
al Imperio?, ¿se han presentado enfrentamientos con nuestros soldados?,
¿cuántos muertos ha habido?; ¿ha sido él el único?; cuatro preguntas
y no hay contestación.
–
La gente que
está solicitando la aplicación del Derecho Romano, Tribunus Legatus, tiene
evidencias del ‘mal manejo de la situación’ –dicen el Senador Silvio Bequani,
de la Comisión de Jurisprudencia Provincial–
y seguramente las usarán en contra de quienes resulten responsables, si no nos
anticipamos a los hechos.
–
¿Conocemos esas
‘evidencias’, Senador? ¿Tenemos el reporte del juicio?; otra vez no hay
respuesta.
Como puede usted darse cuenta, Tribunus Legatus, interviene ahora
el Senador Flavio Nalterrum, este es un
asunto muy complicado de Honoris, Legis,
Iustitia; y que puede desembocar en acciones fuera de control para el
Imperio, lo cual, obviamente, queremos evitar.
Para ello es que nos hemos reunido con Usted, a petición expresa del
Emperador Tiberio César; quien desea verle en Villa Capreæ el día de mañana
mismo. Él le designará personalmente
para esta Comisión, dándole los salvoconductos necesarios, así como los poderes
que el caso amerita, para que se clarifique y resuelva favorablemente esta
desagradable situación. Por supuesto, el
Senado, a través de nuestras Comisiones apoyará en todo lo necesario y
conveniente.
–
Muy bien, senadores, –les respondo – por supuesto que no puedo decir nada al
respecto en este momento, pues como bien han señalado ustedes mismos, ‘sé poco
del asunto’; pero me doy cuenta que no soy el único. Creo que lo más conveniente será reunirme primero
con el Emperador Tiberio César, a fin de saber su postura personal sobre el
tema y la forma en que él quiera que sea investigado y solucionado. Partiré de inmediato con mi escuadra; pero
ver al Emperador mañana mismo, será muy difícil en virtud de la distancia.
–
Hemos anticipado
eso, Tribunus Legatus, me interrumpe el Senador Flavio Nalterrum, está esperándole en el puerto de Ostia una
barca de las llamadas ‘liburnas’, de esas que son muy rápidas, para
transportarle hasta Villa Capreæ al momento en que Usted lo desee; por
supuesto, solo debieran embarcarse personas, ya que la embarcación es pequeña y
los equinos le serían proporcionados allá mismo. Si Usted acepta, estaría adelantando horas
muy valiosas para el arribo a su crucial cita con Tiberio César y el inicio de
los trabajos de esta comisión especial. Por cierto, todo lo relacionado con
este tema, de hoy en adelante, si le parece, lo vamos a llamar simplemente
“Christus Mandatus”, (no entiendo el por qué del nombre del archivo, pero
no voy a preguntar por ahora).
–
Le agradezco sus
atenciones, Senador Flavio Nalterrum, tomaré la embarcación que Usted ha
dispuesto y partiré para Villa Capreæ. A mi regreso estaremos en contacto. Ah! Por cierto,
ojalá pudiésemos manejar todo esto como ‘consilii summo’, algo parecido a lo
estrictamente confidencial de la milicia. ¡Ave Tiberio César!
–
¡Ave César,
Tribunus Legatus!
Estos
hombres viven en su propio mundo, y eso no es lo malo; lo peor que creen que el
mundo es como ellos se lo imaginan. Pero
diez años de Dictadura de Cayo Julio César, cuarenta y un años de Imperio con
Augusto César y veinte años con Tiberio César, nos han enseñado a manejar a los
políticos dentro de su dimensión; todo estriba en no enseñarles más que lo que
piensan que tienen. Esto será lo primero
que yo le pida a Tiberio César en este asunto: confidencialidad militar; un
decreto para no difusión de parte del Senado.
De otra forma, se corre el riesgo de crear una sublevación a nivel
Imperio con un solo muerto: Iesus
Nazarenus.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
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