¡Alabado sea Jesucristo!
EL DEMONIO AL ACECHO DEL MESÍAS
2 DE 77
I.2.- LA ANUNCIACIÓN Y
CONCEPCIÓN DE JESÚS
(Lc
1, 26-38; Mt 1, 18-25)
“Al sexto mes (de que Isabel,
la esposa del sacerdote Zacarías concibiera),
fue enviado por Dios el Ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el
nombre de la virgen era María.
Y entrando, le
dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.”
Ella se conturbó
por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo.
El ángel le
dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a
concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre
Jesús. Él será grande y será llamado
Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará
sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”.
María respondió
al ángel: “¿Cómo será esto, pues yo no conozco varón?”
El ángel le
respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado
Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu
pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de
aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.”
Dijo María: “He
aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.”
Y el ángel
dejándola se fue.”
Evangelio según San Lucas
“. . . La
generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada
con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró en cinta por
obra del Espíritu Santo. Su marido José,
como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en
secreto.
Así lo tenía
planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José,
hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en
ella es del Espíritu Santo. Dará a luz
un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados.”
Todo esto
sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: “Ved
que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel,
que traducido significa: “Dios con nosotros”.
Despertado José
del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su
mujer. Y no la conocía hasta que ella
dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús.”
Evangelio según San Mateo
§ § §
Todo parece tan inofensivo, que apenas
podríamos darnos cuenta de la imperiosa intervención Divina en estos dos
momentos. ¿Por qué hubo necesidad de
enviar al Ángel del Señor, a Gabriel (hebreo:
El Hombre de Dios), en persona ante María y en sueño a José? Porque el Demonio estaba, al acecho del
Mesías.
Desmenuzo un poco este asunto. Cuando Dios nos creó, nos hizo ‘inferiores a los ángeles por un poco’
como dice San Pablo a los Hebreos (2, 9); entonces, ¿por qué el Ángel Gabriel
se presenta ante la virgen María con tanta deferencia hacia ella? Ah!, pues,
¡porque él sabe quién es esa Mujer! Es la ‘llena de gracia’, ‘la que tiene al
Señor’, la que será la madre del ‘Hijo del Altísimo’. Gabriel no está frente a cualquier ser
humano, no. El Ángel está delante de la
preferida de Dios y ha sido enviado para fortalecer la voluntad de María; para
que al momento en que ella tome su decisión ‘libre y voluntariamente’, sea en
concordancia con el Plan de Divino para la Salvación del mundo.
Y aquí está lo importante: la
voluntad. Una vez creados, Dios nos
quiso hacer diferentes a las plantas y a los animales (los otros seres con
vida), y nos dotó de su magnífico don de la voluntad. Este instrumento para uso del libre albedrío,
siempre ha sido respetado por Dios al extremo; tanto es así, que cuando fue
usado en el Jardín del Edén por Adán y Eva (con la intervención previa de La Serpiente , el Demonio),
Yahveh permaneció firme en el respeto de las decisiones allí tomadas. Prefirió que ‘entrara el pecado en el mundo’,
antes que invalidar su decisión de que los seres humanos fuéramos libres y con
voluntad propia. ¡Cuánto le iba a costar a Dios a partir de ese momento,
habernos hecho ‘a su imagen y semejanza’
(Gn 1, 24)!
¡Ya me imagino la angustia del Arcángel
Gabriel ante la respuesta de la doncella de Nazaret!: “¿Cómo será esto, pues yo no conozco varón?” Se suponía que aquella
mujercita estaría feliz después de tan descomunal anuncio; ¿cómo, entonces,
esta hermosísima criatura respondía con una pregunta? Por el uso de la voluntad, porque María era
libre. ¡Y esto, por supuesto que lo
sabía el Demonio! Satanás sabía que Dios respetaría la decisión de María. ¡Y ese momento era su única oportunidad
(igual que en el Edén), para hacer fracasar una vez más el Plan de Dios respecto
de su obra máxima, la
Humanidad !
Así pues, Yahveh dejaba en la decisión
del ser humano la acción final. Dicen a
este respecto muchos Padres de la
Iglesia , que “Toda la Creación se detuvo; nadie
respiró siquiera, ante la respuesta de María.” ¡Solo imagínense que, en pleno uso de su
facultad de decidir, la más Digna de todas las mujeres le hubiese contestado al
Ángel Gabriel que ese anuncio no era para ella, que se había equivocado, que
buscara otra! Sí, imagínenselo bien, ¡no hubiera habido Redención!; pues si
María no aceptaba, el mismo Dios no hubiera podido encarnarse. Así de grave era el asunto. Por eso el Demonio estaba al acecho, para
impedirle a Dios la
Redención. Por eso
Gabriel fue enviado personalmente a María, para explicarle la importancia de su
ser, de su trascendencia, de su infinito valor en la Creación y la Humanidad.
Pero para bien de todos, el Ángel actuó
pronto; mejor, mucho mejor que su preciosísima interlocutora: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será
santo y será llamado Hijo de Dios.” ¡Bendito seas Gabriel, por tu
oportunísima intervención! ¡Qué habría sido de nosotros, si tú no hubieses
estado allí!
Y entonces, se presentan las palabras
más hermosas que jamás haya pronunciado mujer alguna: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.” ¡Bendito
sea Dios, porque en la persona de María venció el acecho del Demonio sobre la
humanidad!
Así, sutilmente está Satanás al acecho
de nuestras dudas para apuntarse triunfos en nuestra vida. Así, de forma velada y oculta se parapeta
detrás de nuestras decisiones para hacernos caer ante Dios, para hacernos
pecar.
Y ahora, el otro asunto; el sueño de
José. Aquí hay muchas situaciones que
deben tomarse en cuenta para entenderlo.
José era un hombre justo; apegado a La Ley , a Los Profetas y a Las Tradiciones del
Pueblo Judío. Él era un dignísimo varón
de la casa de David que había encontrado gracia a los ojos de Dios. Era de esos jóvenes que querían dedicarle su
vida al Señor, y que, por no ser levitas, ni instruidos, no podían servir en el
templo. Más aún en su tiempo, en donde
los sacerdotes, los escribas y los fariseos, todos en su gran mayoría levitas,
detentaban el poder sobre el pueblo. Sin
embargo, él había ofrecido a Dios su castidad, su pureza de intención y la
bondad de sus obras; así que era un bienhechor del Templo de Jerusalén a pesar
de quienes, de mala forma, se aprovechaban de sus puestos para oprimir a la
gente.
José le había solicitado a Zacarías, el
último buen sacerdote de Dios en el Templo, una doncella de las que servían en
la atención de los levitas, para que, cuando ya no pudiera ser aceptada allí,
en virtud de su edad, de su salud o por su propia decisión, fuese a vivir en su
casa como su esposa. Eso se usaba
entonces y solo se les permitía a los hombres con una ‘reputación de justos’
muy comprobada. El hombre debería pagar
al Templo cincuenta ciclos de plata, que era el precio de las vírgenes (Dt 22,
29), y la manutención de la doncella; y solo podía desposarla cuando ella
decidiera casarse o cuando sus servicios ya no fuesen requeridos en el
Templo. Estas vírgenes eran aceptadas
como servidoras, después de investigaciones muy escrupulosas por parte de los
levitas en cuanto a su genealogía, dignidad personal y comportamiento
intachable.
María era la virgen que Zacarías había
escogido para José y el acuerdo recién se había formalizado, por lo que ambos
estaban comprometidos; sin embargo, esto era ‘antes de empezar a estar juntos’.
Aquí, desde el punto de vista de la Ley , podrían suceder dos
situaciones muy distintas: José podía reclamarle a Zacarías por el estado de la
doncella; y Zacarías podía acusar a José de la falta de cumplimiento del
acuerdo respecto de la virgen. ¡Qué
grandiosa oportunidad para el Demonio, por eso estaba al acecho! Discordia, al menos eso lograría Satanás si
aprovechaba esta situación. Además, este
hecho debería ser informado por los dos, pues de manera contraria, ninguno
tendría oportunidad de inculpar al otro y ampararse en la Ley.
Por eso dice San Mateo: “. . . Su marido José, como era justo y no quería
ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del
Señor se le apareció en sueños. . .”
Otra vez, ¡imagínense que José hubiese
tomado la iniciativa del reclamo! ¡María habría sido apedreada hasta morir!
¡¡Así lo decía la Ley !!
(Dt 22, 20-21). Por eso la urgencia del Arcángel Gabriel en aclararle el asunto
a José; ¡el Ángel tuvo que usar todos los medios a su alcance para anticipar
los horribles acontecimientos, tuvo que decírselo en un sueño! Nuevamente, ¡Bendito seas Gabriel que
estuviste atento a las oportunidades que podía maquinar el Demonio a su favor,
pero que Tú contrarrestaste en beneficio nuestro! “. . .
Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y
tomó consigo a su mujer. . .”
Indefiniciones,
imperfecciones, olvidos, descuidos; todas estas son buenas situaciones para el
Diablo. Y muchas veces ni queremos
hacerlas o ni tenemos planeado ejecutarlas; pero el rey de las tinieblas no
descansa, siempre está al acecho de nuestros actos. ¡Cuánto más al acecho del Mesías!
§ § §
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
También me puedes seguir en:
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
De Milagros y
Diosidencias. Solo por el gusto de proclamar
El Evangelio.
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