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sábado, 9 de septiembre de 2017

DESASTRES NATURALES.

¡Alabado sea Jesucristo!

Ciudad de México, Septiembre 9 del 2017


“Pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará.”
 Jesucristo
(Mt 24, 13)

DESASTRES NATURALES, NADA QUÉ
VER CON EL FIN DEL MUNDO.

Muy estimados todos en Cristo Jesús:

No tengo ni la menor dudad de que el autor del mail que me ha llegado hoy, es uno de esos ‘queridos hermanos milenaristas’ (los que profetizan cada cambio de Siglo el fin del mundo); no pone su nombre, por eso no pongo el apodo o sobrenombre que usa.  No sé si es hombre o mujer, porque tampoco lo señala.  Entonces, solo me aprovecho de su ‘recordatorio’, para hacer un comentario respecto de los desastres naturales que estamos viviendo en México; y que algunos usan (como este del mail), en plan morboso para predicar sus catastrofismos.

No, no estamos en el fin del mundo.  Ese momento, cuando llegue, será mucho peor.  Desde que tengo uso de razón (o mejor dicho, desde que me acuerdo), he vivido (y sobrevivido, gracias a Dios), fenómenos naturales devastadores.

En 1955 (yo tenía cuatro añitos, pero la impactante imagen se quedó grabada para siempre), en mi querido Tuxpan, Veracruz, hubo una inundación enorme. La conocemos como “La Creciente”.  Todos los tuxpeños perdimos algo o a alguien, durante ese horripilante evento.  Llovió mucho en la sierra y el mar no aceptaba más agua, porque había marea alta; entonces toda esa inmensidad acuosa se estacionó en Tuxpan.  El río, siempre hermoso, se volvió mortal; subió su caudal normal en SEIS METROS; lo que ocasionó muchas pérdidas humanas y materiales.  Para nosotros parecía el fin del mundo, pero no fue así, a Dios gracias.

En 1957 (huyendo de ciclones, ‘nortes’ e inundaciones) mis padres se trasladaron a la hermosísima Ciudad de México; apenas unos meses y el ‘inolvidable’ “Temblor del 57” nos paralizó el corazón a todos.  La Ciudad de los Palacios quedó muy mal herida y mucha gente murió. Nos regresamos a Tuxpan; y obviamente volvimos a sufrir los desastres que el agua causa cuando está bronca y en grandes cantidades.

Regresamos a México, D.F. en 1961. Desde ese año hasta la fecha, yo podría relacionar más de 20 terremotos de gran intensidad. ¡Más de veinte! Pero entre todos, cómo olvidar el 19 de Septiembre de 1985 –adelanto mis oraciones, homenaje y recordatorio luctuoso a los más de 50,000 muertos de esa tragedia– (sí, el gobierno estimó que ‘alrededor de 10 mil muertos’, falso, como siempre).  Yo nunca había ‘sentido’ la muerte tan cerca, fueron los minutos más aciagos de mi vida.  Parecía el fin del mundo, pero tampoco fue; y otra vez: gracias Dios.

El jueves pasado, día 8, pensé que íbamos a vivir otro episodio de desaliento nacional –y en realidad lo estamos viviendo, pero con mucho menos consecuencias– porque temblores, huracanes, inundaciones y mucho dolor, nos acechan a los mexicanos.  Pero ya sabemos qué hacer y cómo sobrevivir, por Gracia de Dios.

Por favor, no le hagan caso a estos inhumanos sectarios protestantes que tenemos en México; ellos viven de la desgracia, nosotros sobrevivimos por la Fe en Dios.  La estamos pasando muy mal en México con huracanes, temblores y más desastres naturales; pero de ninguna manera creemos que esto es El Fin del Mundo; como ellos (los de las sectas) andan vociferando. 

Vivimos en una zona sísmica, luego entonces: tiembla; y a veces muy fuerte.   Vivimos en el hermosísimo territorio de la Nación Mexicana, bañada por un Océano, un gran Golfo y un espectacular Mar; a la altura del Trópico de Cáncer, por lo tanto: hay lluvias, tormentas tropicales y huracanes.  Sufrimos los males que esto nos causa, pero también gozamos los bienes que conlleva.  Ofrezcamos nuestros sufrimientos y aguardemos el Bien que vendrá.

 “Mas de aquel día y hora nadie sabe nada; ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino solo el Padre.” (Mt 24, 36)

Orar sirve, oremos por nuestros Pueblos.

De todos ustedes afectísimo en Cristo

Antonio Garelli




También me puedes seguir en:

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil



De Milagros y Diosidencias.  Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.

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