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viernes, 12 de abril de 2013

TRANSMISIÓN DE LA FE


¡Venga Tu Reino!

Abril 12 del 2013

¿CÓMO PODRÍA TRANSMITIR MIS
EXPERIENCIAS DE FE A LOS DEMÁS?
 

Mis queridos, todos, en Jesucristo:
 

A veces creemos que solo los grandes dilemas, valen la pena para construir con ellos un medio de transmisión de fe.  Y no es así.  Al contrario de lo que pudiésemos pensar, las situaciones ‘perfectamente comunes y corrientes’, son las que llaman la atención de la más de la gente. 
 

Para empezar, he de decirles que la ‘transmisión’ de esos hechos o experiencias, no depende de nosotros, sino del Espíritu Santo.  Una vez más, nosotros no somos lo importante, ni lo que nosotros hacemos; sino para quién lo hacemos.  Quienes crean en la acción del Espíritu Santo o la hayan visto, saben de lo que estoy hablando. Me refiero a una Diosidencia.  Quienes no crean en ello o nunca les haya sucedido algo que solo se explica con el Paráclito; les sugiero esperen su momento, porque les va a llegar.  Nada más una cosa, cuando llegue ese instante, no sean incrédulos o escépticos; sino agradézcanlo a Dios y préstense para actuar.



Todos sabemos de situaciones que antes no podían suceder y que con la intervención del Espíritu Santo, no tan solo sucedieron, sino que ocurrieron de mejor forma que como habíamos pensado.  A mí la que más me gusta recordar es “Pentecostés – La Venida del Espíritu Santo”.  El áspero pescador que tomó la palabra, Simón Pedro, no era de ninguna manera un gran orador;  vaya, no sabía ni hablar correctamente, pues aún con Espíritu Santo, todos se dieron cuenta que era galileo.  Nada más imagínense a un capataz de una barca de pescadores, para que me entiendan lo que quiero decirles.

 
¿Han vivido o convivido con pescadores en sus faenas de trabajo? Todos son tozudos, fuertes y malhablados; esto es, en lugar de adjetivos calificativos, usan groserías o ‘palabrotas’.  Un pescador, cuando habla, grita; por lo tanto, cuando el capataz quiere que los demás oigan sus instrucciones, grita más que todos. Ese era Simón Pedro.



Cuando Dios Hecho Hombre acabó su labor en la Tierra, subió al Cielo a sentarse a la diestra del Padre (con todo derecho, pues lo que hizo lo hizo bien) y le dejó el camino abierto al Paráclito, a Dios Espíritu Santo, para que Él continuara la labor iniciada. 



Solo que le dejó nueve galileos: dos parientes del Señor, un zelote, un vendedor de caballos, un recaudador de impuestos y cuatro pescadores; casi, casi, para que no pudiera hacer nada.  Esos son los flamantes Discípulos del Señor; cierto también estaban Bartolomeo Natanael, Tomás el Dídimo y Judas Iscariote, los tres judíos de Jerusalén.



Y a pesar de eso, el discurso de Pedro en Pentecostés, es una prueba evidente de lo que un hombre puede hacer, si se deja ayudar por Dios Espíritu Santo. Por supuesto que el Paráclito esta esperándonos para difundir nuestras experiencias de Fe, pero lo tenemos que hacer en pleno uso de nuestra voluntad. Él no impone nada, Él ayuda, allana el camino para que nosotros nos luzcamos, pero solo si queremos.  Como quiso Pedro.



No tengo ni la menor duda de que todos tenemos algo que enseñar en la transmisión de la Fe, pero tampoco me queda duda alguna, respecto de que esto debe ser en apego a los lineamientos de verdad, justicia y amor que Dios nos ha marcado; por eso necesitamos al Espíritu Santo, para que se haga Su Voluntad y no la nuestra.



Y dirá alguien: ‘Sí, pero, ¿dónde hacerlo?’  No saben dónde, pero sí quieren hacer algo. Perfecto, vayan a su Parroquia y díganle al Párroco aquellas hermosísimas palabras de Isaías: “Aquí estoy yo, Señor; envíame a mí.”  Así nada más: “Padre, ¿qué quiere que haga?” No tengan duda, esas oportunidades no las pierde Dios Espíritu Santo ¡¡nunca!! Allí mismo les va a asignar sus responsabilidades; porque ya les estaba esperando.



Saben escribir, ¡escriban!  Hoy la Internet es una herramienta buenísima para predicar a Cristo y su Evangelio.  Saben hablar, ¡hablen! Hay una cantidad increíble de posibilidades en la radio, la televisión y otros medios de difusión masiva al alcance de todos.  Es falso que no todos tengamos la posibilidad de acceder a esos medios, yo ya lo hice; y si lo hice yo, lo hace cualquiera.  ¿No me creen? Bueno, ¡¡cuando menos inténtenlo!!  Nunca sabrán de qué son capaces, si no lo intentan al menos una vez.



Un Ejemplo. Somos 120 millones de mexicanos; ¡¡¡CIEN MILLONES, NO SE SABEN LOS SACRAMENTOS!!!  ¿Qué, no son un buen campo para enseñar, cien millones de personas?  Imagínense cómo hacerle para que todos se los aprendan. El papelito que hagan se reproducirá, al menos, cien millones de veces.



No armen grandes campañas que requieran la intervención del Arzobispo Primado de México, no sean soberbios; integren pequeñas ayudas que sean fácilmente aplicables en su Parroquia; sean humildes. No inventen necesidades, imagínense soluciones (e impleméntenlas), a las necesidades que ya tiene su parroquia.  La Iglesia no nace cuando decidimos ayudarla; simplemente nos unimos a la ayuda de alguien con dos mil años de necesidades.  La Iglesia no necesita ‘salvadores’, ya tiene Uno y es Santísimo; la Iglesia requiere de mis manos para llevarle la salvación a muchos.



Finalmente lo único que importa es que uno, SOLO UNO, de esos cien millones de nombres, diga el mío cuando le pregunten ‘quién te enseñó la Fe que te está salvando.’  Porque. . . “Quien salva un alma, salva la suya.”
 

Suyo afectísimo
 
Antonio Garelli

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