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viernes, 8 de agosto de 2025

EL EVANGELIO SEGÚN ZAQUEO (16)

“… Señor, quédate con nosotros...”

San Cleofás en Emaús 

Riviera Maya, México; Agosto 9 del 2025. 

LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA, SON PARTE DE MI LIBRO

“El Evangelio Según Zaqueo”

(Antonio Garelli – El Arca Editores – 2004)

 


 

PREDICANDO EN QUINERET

 

Como todo un incógnito, durante más de tres años se presentó Jesús de Nazaret en la Sinagoga de Cafarnaúm para predicar.  A nadie dijo hasta entonces sus antecedentes, nunca supieron su procedencia ni su genealogía; para todos solo era un hombre capaz de leer los sagrados libros en el Sabat y explicar el contenido y significado de los mismos.  Algunos de los asiduos asistentes a estas celebraciones eran pescadores residentes de Cafarnaúm, como Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo, quienes en compañía de su madre realizaban las costumbres de los oficios del Día de Cesación. 

También asistían con frecuencia Simón y Andrés su hermano; y esporádicamente gente de Bethsaida, como Felipe.  Mateo no perdía la ocasión en sus visitas a Cafarnaúm; siempre estaba presente para admirar a su querido amigo Jesús de Nazaret.  Oírlo leer, verlo expresarse, tratar de entender lo que les hablaba, los mantenía a todos expectantes, con toda la atención puesta en su predicación más que en su persona.  Comparando sus conclusiones con las de otros Rabboni o fariseos.  Pero todavía no era el tiempo para manifestarse; y Jesús se escabullía entre todos a fin de que no fuese abordado por la gente.

Igual se repetía cada siete días en un lugar diferente; ya fuera en Betsaida, en Corozaín, en Genesaret o en Tiberíades, en esa lujosa sinagoga que Herodes había construido en la villa edificada para beneplácito de los conquistadores romanos.  Todos quedaban maravillados de las enseñanzas de este nuevo Rabí, del cual nadie sabía nada, a quien ninguno podía identificar plenamente; excepto Leví, quien en forma callada mantenía su amistad con él y para quien “algo tenía de diferente” este hombre que había conocido años atrás.

De vez en vez Jesús regresaba a Nazaret para ver a sus padres y familiares, para departir con ellos y para predicar en la pequeña, pero acogedora sinagoga, de lo que para muchos era “su pueblo natal”.  Todos enmudecían al instante que él subía al estrado con el libro que leería entre sus manos.  Pasmados, absortos con sus palabras, nadie siquiera era capaz de moverse; la gran mayoría eran parientes suyos que al saber que Jesús, el hijo de María y José, regresaba al pueblo, todos querían saludarlo, abrazarlo, estar con él.  Esas ocasiones, dentro de la sinagoga sucedían cosas muy extrañas que no se acostumbraban en otros lugares. 

Por ejemplo: en el primer asiento del recinto (que frecuentemente estaba ocupado por el Rabboni y sus invitados), sentaban a María y a José.  Algo terriblemente desusado, ya que las mujeres ocupaban las últimas filas en la sinagoga.  Pero aquí no.  Era tal el gusto por ver a Jesús, por estar con él, que la concurrencia casi en su totalidad era parientes del señor.  María y José abrían sus ojos al máximo para no perder detalle de cuanto hiciera su queridísimo “hijo”; pues bien sabían ellos que quien realmente estaba hablándoles era el mismísimo Hijo de Dios, Dios Él mismo.

La atención presta; los oídos aguzados; los ojos sin parpadear hasta el endurecimiento, que solo cedía con la humedad de una lágrima de felicidad derramada sin querer.  José y María estaban plenos de un gozo que no se contenía en sus cuerpos humanos y que los rebasaba ante la admiración de ver tan cercana la aparición pública del Mesías, ante el seguro cumplimiento de todo cuanto les había sido dicho por Gabriel, el Ángel de Dios.  Ese mismo varón que ahora se presentaba ante ellos, era el mismo Niño Dios, Joven Dios y Hombre Dios que habían criado, procurado, protegido y amado durante veinticinco largos, angustiosos e increíblemente felices años.  La felicidad de María y José se podía palpar al momento de felicitarlos por su hijo; por la buena labor “que ellos habían realizado” en Jesús.  Quienes abrazaban a María o a José después de esos maravillosos momentos, “sentían” su estado de felicidad; era como si transmitiesen “algo” no material a quien los tocara.

Pago Divino en vida.  Así es Dios con quienes le aman; con quien es capaz de donarse, de entregarse, de cederse ante el Señor.  Así les “pagó” a ellos, a María y José, por su dedicación en vida, por haberse cedido, por su donación.  Nadie, absolutamente nadie ha recibido tan grande distinción.  Ni Moisés, ni Elías; ningún humano, salvo María y su amado esposo José, ha sentido la felicidad de Dios en su cuerpo, en su carne y en su alma como humano.  Solo ellos fueron plenos de la Felicidad Divina en vida humana. 

La Cena del Sabat con Jesús presente, se convertía en todo un acontecimiento en Nazaret.  Las puertas y las ventanas de la casa de José se abrían de par en par, para que los que no cupieran en e interior de la construcción, pudieran ver desde afuera lo que sucedía adentro.  María y sus hermanas tenían ya todo preparado, pues saliendo de la sinagoga todos los que habían estado presentes se dirigían a su casa para celebrar el Sabat.  José, en un acto de profunda devoción, cedía a su hijo adoptivo (que solo él sabía que era así), conducir las oraciones a Dios y las bendiciones de lo que comerían.  Había ocasiones en que no solo asistían los parientes de Jesús, sino que se unían a ellos docenas de personas.  Solo María y José se percataban de la “multiplicación” de los alimentos; ellos sabían qué cantidad habían preparado y sin embargo, para todos alcanzaba y sobraba.  José lloraba profusamente de alegría, sentado al frente de su hijo en la mesa, al constatar los milagros que el Mesías haría.  Nadie lo notaba, solo ellos dos sabían lo que estaba sucediendo.  Jesús entonces se levantaba del asiento y los consolaba con un amor único, con amor de Dios.  Hacer hablar a Jesús era muy fácil: solo tenían que estar reunidas unas cuantas personas para que él iniciara el monólogo.  Nadie se atrevía a interrumpirlo, a cuestionarlo, a contradecirlo.  Cuanto decía era la verdad.

Solo un levita vivía en Nazaret; era el encargado de la procuración de las leyes, la recaudación del diezmo y a administración de perdón de las faltas según la Ley Mosaica.  Era un anciano que vivía solo auxiliado por uno de los primos de Jesús, por Santiago, e hijo de la hermana de María (el que después sería conocido como El Menor), muchas pláticas habían tenido Jesús y él. 

Lo recordaba bien cuando niño recién llegado de Egipto; lo tenía presente en sus andares y avatares en la preparación de la peregrinación anual al Templo que organizaban María y José; siempre le hacía preguntas respecto de significado del viaje.  El hombre era poco instruido y a menudo no podía responderle a Jesús.  Pero como el Niño sí lo sabía, regresaba para darle la respuesta correcta.  El levita se llamaba Eleaza (que significa Dios da) y Jesús le amaba profundamente.

Y como Nazaret era población de tercera categoría, solo un fariseo habitaba en el poblado, era otro anciano que había dejado atrás sus mejores años; sobrevivía ayudado por las mujeres de la comunidad y padecía las injurias de los hombres del pueblo que solo veían en él una carga económica que tenían que soportar. 

A éste lo asistía Judas, el hermano mayor de Santiago; quien más tarde sería identificado como el Tadeo.  Este fariseo era incapaz de enseñar a leer y escribir, pues sus ojos ya no veían.  Sus enseñanzas eran orales y muy confusas.  Se llamaba Josué (Dios es salvación).

También recordaba con gran precisión al Niño Jesús con sus constantes preguntas y afirmaciones.  Pero mejor recordaba a Jesús adolescente, al que se ‘perdió’ durante la ida Pascual al Templo.  Este pobre hombre, que ya era mayor entonces, fue quien tuvo que salvaguardar a José en sus angustias de conocimiento ante Jesús, y al mismo Jesús en su juventud.  No le fue fácil transcurrir la vida con unos ‘vecinos’ así.  A él también le amaba el ‘Gran Maestro’, sobrenombre que le puso el fariseo Eleaza al Joven Dios por sus avanzados conocimientos de la Ley y los Profetas.  El hombre siempre sospechó a quien tenía delante de él.  Ya no lo pudo constatar en vida.

Esos eran los ‘antecedentes’ que tuvo Jesús de Nazaret de las clases ‘dominantes’ de la religiosidad judía, de sacerdotes y escribas: dos ancianos olvidados del mundo, pero no de Dios, ya que los puso ante su Hijo a fin de que sintieran su presencia Divina.

Frecuentemente los viajes de Jesús a Nazaret continuaban hacia el Sur, subiendo hacia Jerusalén.  En Naím tenía muchos conocidos, pero solo uno realmente lo apreciaba: Simón, el Cananeo.  Ellos dos platicaban horas y horas seguidas.  Cuando Jesús llegaba a su casa, la madre de Simón iniciaba la preparación de los alimentos para dos días completos; ella ya lo sabía: Jesús nunca partía el mismo día que llegaba, porque podría transcurrir mucho tiempo antes de que los amigos se volvieran a ver.  Con Simón la narrativa de los Patriarcas era de tal manera expuesta, que podría durar días completos.  El hombre tenía una capacidad asombrosa para contar todo lo sucedido desde Adán hasta Moisés, con la misma Divina sapiencia inspirada al escritor del Pentateuco.  Jesús gozaba al oírlo y se maravillaba que un hombre pudiese tener tan admirables facultades.  Siempre pensó en él para algo más que un simple narrador de la tradición Hebrea, Israelita y Judía.

Su ardor por las tradiciones judías, convirtieron a Simón en un defensor al extremo de las mismas, con lo que fue confundido o señalado como un patriota nacionalista combatiente contra la dominación romana.  Muchos de los líderes de grupos ‘libertadores’ del pueblo de Israel, concurrían a la casa de Simón con frecuencia; bien fuera ‘por consejo’, para ser instruidos en las costumbres del pueblo o simplemente para obtener información que fuera útil para la resistencia contra el Imperio.  Yo mismo llegué a visitar a Simón varias veces en su casa, pues Naím era paso obligado hacia Samaria, que ya era territorio de mis intereses.  El hombre era imponente, influyente y poderoso en el bajo mundo de los rebeldes.

Entre Jesús y Simón no había punto de comparación; uno era prudente y amoroso, el otro rijoso; uno tenía puesta la mirada en los bienes del Cielo, el otro en el poder mundano.  Jesús era prudente, Simón impetuoso.  Nada los asemejaba; nadie podía decir que eran amigos, y sin embargo, los unía un gran afecto y una sincera amistad.  No faltaba la visita de Jesús a la casa de Simón siempre que él pasaba por Caná.

 

- Simón, tengo preparada una misión para ti – dijo un día el Señor -. Ya pronto se empezará a oír del Mesías, del Hijo del hombre, del Salvador; cuando esos rumores lleguen a tu casa, vivirás solo, pues tu madre ya estará descansando en el seno de Abraham.  En ese momento venderás todo lo que tengas, repartirás tu dinero entre los más pobres y te unirás a mí en la predicación del Reino de los Cielos.  En donde yo me encuentre vendrás a mí y juntos haremos la voluntad de mi Padre que me ha enviado.  De hoy a entonces, ni te cases, ni te comprometas, ni te separes de estas tierras y de cuanto hasta hora haces; solo habrás de esperar a oír del Redentor y tu vida cambiará para siempre.

 

- Así será, Señor mío.  Tú ordena, que tu siervo obedece.  Le respondió.

El mandato fue claro y específico.  Para Simón era evidente quien se lo daba.  Él lo conocía muy bien; sabía de quien “podría tratarse” de acuerdo a sus conocimientos de la Ley y los Profetas.  Este, y por esta razón, fue el ‘primer escogido del Señor, incluso antes que Simón, el pescador de Cafarnaúm; a éste Jesús no tuvo que ir a buscarlo ni decirle ya como Ungido, que le siguiera.  Cuando Jesús de Nazaret inició su predicación, Simón el Cananeo simplemente se presentó ante Él y nunca se separó de su compañía.  Todos temían a Simón; Pedro, Andrés, Juan y Santiago; incluso Leví.  Todos conocían su reputación y nunca le habían visto junto al Señor, ni les había comentado acerca de él.  Cuando llegó, los desconcertó sobre manera, algunos llegaron a pensar que las intenciones de Jesús podrían ser bélicas y que Simón sería su lugarteniente.

María conocía muy bien a Simón.  La madre de éste y ella, se frecuentaban con sus respectivos parientes, en fiestas religiosas o reuniones familiares.  En el tiempo que había transcurrido entre la vocación de los primeros discípulos y la llegada de Simón, María había notado la forma en que su Hijo y Señor estaba conjuntando el grupo de seguidores; para María ninguno de los llamados fue sorpresa, simplemente aclaraban su entendimiento respecto de los planes de Dios en los Cielos, con la razón de ser Su Hijo en la Tierra.  Ella bendecía siempre haber sido elegida por Dios para tan grande misterio.

Ʊ + Ω

La próxima entrega será el sábado de la siguiente semana.

 

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De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli

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jueves, 7 de agosto de 2025

CONVENTOS DE NUEVA ESPAÑA (67)

“… Señor, quédate con nosotros...”

San Cleofás en Emaús 

Riviera Maya, México; Agosto 8 del 2025.

CONVENTOS DE NUEVA ESPAÑA

(MÉXICO – USA – CENTROAMÉRICA Y EL CARIBE)  -  1519 – 1809


 (ARRIBA)

EX HOSPITAL DE SAN JUAN DE DIOS

Plaza de La Vera Cruz                             

Centro Histórico, México, D.F.

 ORDEN HOSPITALARIA DE S.J.D. - FUNDACIÓN: 1650 - TEMPLO, CLAUSTRO, CONVENTO Y HOSPITAL - 95 m LARGO 65 m ANCHO 

USO: MUSEO FRANZ MAYER

TERRITORIO DE LA + ARQUIDIÓCESIS PRIMADA DE MÉXICO

 

(EN MEDIO)

EX CONVENTO Y COLEGIO DE SAN FRANCISCO JAVIER

Morelia, Michoacán, México 

SOCIETAS IESU (JESUITAS) - FUNDACIÓN: 1651 - TEMPLO, CONVENTO, COLEGIO - 186 m LARGO - 86 m ANCHO

USO: BIBLIOTECA PÚBLICA, CENTRO MULTIDISCIPLINARIO

MERCADO DE DULCES

(QUÉ TRISTE)

TERRITORIO + ARQUIDIÓCESIS DE MORELIA

 

(ABAJO)

EX CONVENTO INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

Tlaxcoaque, México, D.F. 

MONJAS CLARISAS - FUNDACIÓN: 1652 - CLAUSTRO, CONVENTO Y

HOSPITAL DE INDIOS

USO: NINGUNO - LOS DEMÁS EDIFICIOS YA NO EXISTEN.

TERRITORIO DE LA + ARQUIDIÓCESIS PRIMADA DE MÉXICO

+ + +

 

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martes, 5 de agosto de 2025

MÍSTICA - LILIA GARELLI - (DN-12)

“… Señor, quédate con nosotros …”

San Cleofás en Emaús 

Riviera Maya, México; Agosto 6 del 2025.

           MÍSTICA

                                                            Por: Lilia Garelli                                      

 

“…San Ireneo afirma que “el Hijo de Dios existió siempre frente al Padre”

y Orígenes sostiene que el Hijo persevera

 “en la incesante contemplación del abismo paterno…”

Papa Francisco - Dilexit Nos No. 74

 

DILEXIT NOS (12) - Él nos Amó

“Sobre el Amor Humano y Divino del Corazón de Jesucristo”

  

Estimados en Cristo:

Continuamos con el apartado “Perspectivas Trinitarias”, donde el Papa Francisco nos muestra la claridad con la que Jesús dirigía toda su atención hacia la Voluntad de Su Padre, enseñando inclusive a sus apóstoles la importancia de orar al Padre, ante cualquier duda sobre el bien y la verdad de sus decisiones.

El Papa continúa mostrándonos esta cercanía con su Padre, a través de diversos textos evangélicos, como cuando estaba en el monte de los olivos, Jesús oraba a su Padre sabiendo lo que iba a padecer en pocas horas: “…Abba -Padre-, todo te es posible; aleja de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya…” (Mc 14,36).  Siempre se reconoció amado por el Padre: “…ya me amabas antes de la creación del mundo…” (Jn 17,24).  Y Jesús, en su corazón humano, se extasiaba escuchando que el Padre le decía: “…Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección…” (Mc 1,11) (PF – DN No. 73).

Cuando realmente se ama a nivel humano es fácil comprender esa conexión tan íntima del Padre con el Hijo, porque al estar lejos se extraña y más aún se añora estar con el otro, es una sensación de vaciedad o más bien de sentirse incompleto; al haber vivido esta necesidad, entendemos perfectamente los deseos de Jesús de querer estar con el ser amado ¬Su Padre¬ y no poder hacerlo en ese momento; de la tristeza, a la esperanza de poder reencontrarse en el futuro y por lo tanto, el fin de esa añoranza por permanecer en su presencia y compañía.  Ante esta reflexión también podemos comprender por qué Jesús se la pasaba noches enteras orando con el Padre, como nos lo recuerda el Papa Francisco: “…Él decía: “debo ocuparme de los asuntos de mi Padre” (Lc 2,49). Miremos sus alabanzas: “Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: “¡Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra!” (Lc 10,21).  Y sus últimas palabras llenas de confianza fueron: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46) …” (PF – DN No. 74).

El Espíritu Santo tiene un papel especial en el Corazón de Cristo, al que como bien nos recuerda el Papa Francisco en las palabras de San Juan Pablo II: “…el Corazón de Cristo es “la obra maestra del Espíritu Santo” (…) a la que Jesús atribuyó la inspiración de su misión (Lc 4,18/ Is 61,1) …” (PF – DN No. 75). Bien nos decía Jesús, “les conviene que yo me vaya, para que pueda enviarles al Espíritu Santo”, tanto los apóstoles como seguramente nosotros no entendemos cabalmente estas palabras, hasta que lo reflexionamos de forma clara y profunda; es el Espíritu Santo el que nos ayudará a comprender los misterios de una fe verdadera y una comprensión clara de los misterios de Dios, porque nosotros solos no podemos, por ello el Papa Francisco insiste en recordarnos las palabras de San Juan Pablo II en su Mensaje con motivo del centenario de la consagración del género humano al Sagrado Corazón realizada por León XIII:  “… sólo el Espíritu Santo puede abrir ante nosotros esta plenitud del “hombre interior”, que se encuentra en el Corazón de Cristo.  Sólo Él puede hacer que desde esta plenitud alcancen fuerza, gradualmente, también nuestros corazones humanos…”

Dentro de esa perspectiva trinitaria de la que nos habla el Papa en este apartado, debemos captar cómo es que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo deben ser tan importantes para nosotros y el concepto unificador de la gracia que recibimos al ser considerados hijos de Dios; por ello transmito textualmente lo que nos dice el Papa Francisco:  “…La acción del Espíritu Santo en el corazón humano de Cristo provoca sin cesar esa atracción hacia su Padre; y cuando nos une a los sentimientos de Cristo por la gracia, nos hace participar de la relación del Hijo con el Padre, es “el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir ¡Padre!” (Rm 8,15). (PF – DN No. 76).

Las enseñanzas de Jesús nos llevan siempre a darle gloria al Padre, por ello les decía a sus apóstoles, “el que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9); por ello el Papa Francisco nos dice: “…nuestra relación con el Corazón de Cristo se transforma bajo ese impulso del Espíritu, que nos orienta hacia el Padre, fuente de la vida y último origen de la gracia.  Cristo mismo no desea que nos detengamos sólo en él.  El amor de Cristo es “revelación de la misericordia del Padre”.  Su deseo es que, impulsados por el Espíritu que brota de su Corazón, “con él y en él” vayamos al Padre.  La gloria se dirige hacia el Padre “por” Cristo, “con” Cristo y “en” Cristo. (PF – DN No. 77).

En efecto, el Padre es la esencia, fuente de la vida de todo lo creado, y de ahí se desprende su Hijo, quien nos ha enviado a salvarnos de la muerte y el Espíritu Santo que nos ayuda a santificarnos para volver al Padre.  “…De ahí que la Liturgia, bajo la acción vivificadora del Espíritu, siempre se dirige al Padre desde el Corazón resucitado de Cristo…” (PF – DN No. 77).

“…el Corazón del Salvador invita a remontarse al amor del Padre, que es el manantial de todo amor auténtico …” 

San JPII – 1999 – Centenario de la Consagración del

género humano al Sagrado Corazón, por Papa León XIII

Papa Francisco, Dilexit Nos. No. 77

Afectísima en Jesucristo,

Lilia Garelli

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domingo, 3 de agosto de 2025

APARICIONES MARIANAS - (21a.) - XXI - VIGÉSIMA PRIMERA

“Domine, mane nobiscum...”

San Cleofás en Emaús 

Riviera Maya, México; Agosto 4 del 2025.

APARICIONES MARIANAS

LUGAR:     Fátima, Portugal

VIDENTE:  Jacinta, Francisco y Lucía

AÑO:           1917 A.D.

PETICIÓN: Profecías y Rezo  Rosario

FIESTA:     13 de Mayo 


Nuestra Señora de Fatima

 

Santuário de Fátima

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De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli

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sábado, 2 de agosto de 2025

EL EVANGELIO SEGÚN ZAQUEO - (14)

“… Señor, quédate con nosotros...”

San Cleofás en Emaús 

Riviera Maya, México; Agosto 2 del 2025. 

LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA, SON PARTE DE MI LIBRO

“El Evangelio Según Zaqueo”

(Antonio Garelli – El Arca Editores – 2004)


 

20 AÑOS DE JESÚS DE NAZARET

Cuando Jesús de Nazaret cumplió 20 años de edad, la influencia del Imperio Romano se arraigaba en las tierras de la ‘Provincia de Judea’, como se le conocía oficialmente a estos lugares, hasta el grado de borrar casi por completo a la cultura ptoloméica egipcia e incluso a los ya decadentes helénicos.  Roma había tomado lo mejor de ellos y le plasmaba su ‘propio sello imperial’ para difundir todo conocimiento como la ‘nueva cultura universal’, al estilo suntuoso de todo cuanto hacían. 

Obtener la Ciudadanía Romana era un derecho que no todo el mundo podía conseguir; se necesitaban muchas cosas, como la renuncia a los orígenes propios, que ningún judío estaba dispuesto a otorgar.  Dada esta confrontación de desprecios mutuos, ni los judíos querían ser romanos, ni los romanos acababan por reconocer a los judíos como una verdadera provincia del imperio.

Los enfrentamientos entre ‘libertadores’ judíos y legionarios romanos se multiplicaban por todo el territorio de Judea.  Muchos de ellos tomaban como centros clandestinos de operación, algunos de los pueblos de Samaria y Galilea, en donde eran mal vistos aún por sus compatriotas o correligionarios. Varios poblados cerca de Nazaret eran constantemente patrullados por guardias del Procurador y a menudo ocurrían enfrentamientos mortales entre los bandos.

A nada de esto era ajeno Jesús de Nazaret.  Él sabía ‘perfectamente’ (como que era Dios), todo el acontecer de estos tiempos, lugares y personas.  A menudo se topaba en los caminos con las tropas romanas que se desplazaban de un lugar a otro para sofocar levantamientos esporádicos de ‘salvadores’ mesiánicos.  Había un gran movimiento de escribas, fariseos y saduceos, cada cual con sus propios seguidores, que hacían lo posible por llamar la atención del pueblo y reivindicarse con las masas como los ‘libertadores’ auténticos en cumplimiento de las profecías que hacían referencia al verdadero Mesías.

Para este joven hombre de Nazaret, el que verdaderamente sería El Mesías, Cristo Jesús, todas estas falacias solo inquietaban la parte humana que contenía a Dios.  Siempre le costó mucho trabajo permanecer en silencio ante tantas mentiras y abusos; siempre quiso intervenir para solucionar de una buena vez por todas, tantos engaños, que no obtenían nada más que muertes innecesarias de todos los grupos beligerantes.  El Verbo Encarnado (como le llamó Juan, uno de los hijos de Zebedeo), luchaba constantemente contra su naturaleza humana a fin de esperar ‘su momento’, ‘el tiempo señalado’, ‘el cumplimiento de los días’ para iniciar su predicación.

María sufría junto con Él estas angustias; José no se cansaba de ‘aconsejarlo’ respecto de su proceder.  Ellos hacían lo mejor que podían, siempre tratando de serle útiles, de cumplir con su deber de madre de Dios y padre adoptivo del Mesías.  Estos diez años de su vida humana fueron los más difíciles para el Hijo del Hombre.  La Buena Nueva urgía en su predicación y sin embargo, Jesús de Nazaret tenía que esperar los ‘tiempos humanos’, porque el  Mandato del Padre habría de llegar en el momento justo.

Las salidas de Jesús a las ciudades cercanas, e incluso a Jerusalén, se repetían más a menudo y duraban más tiempo.  María y José ya no hacían más que rezar, ante la imposibilidad de acompañarlo en esos trayectos.  El Niño Dios había crecido más que suficiente.  Su labor como ‘padres y educadores’ del Hijo de Dios había terminado.  Hicieron todo cuanto estuvo a su alcance para solventar ‘tan especial encargo’ en sus necesidades humanas; le amaron antes de nacer, le protegieron en su nacimiento, le cuidaron en su crecimiento, le procuraron en su desarrollo. 

Se ha hecho ya un hombre joven, fuerte, bello, sano y vigoroso.  Su inteligencia y sus conocimientos les superan por mucho; su divinidad es cada vez más evidente, pues se manifiesta en todo su ser y todo su hacer; María lo observa pasmada con sus grandes ojos color de cielo, los cuales se inundan de lágrimas de felicidad, al ver en qué se ha convertido aquél pequeñín que un día nació de sus entrañas. 

José no quita sus ojos de encima de él, admirado de que su ‘pequeño Jesús’ ha alcanzado ya pleno desarrollo.  En cada oportunidad que tiene eleva sus plegarias de agradecimiento a Dios por haberle escogido para ser su ‘padre adoptivo’.  El corazón de José salta y se estremece cada vez que platica con Jesús; él sabe bien que con quien realmente habla es con Dios Hecho Hombre.  Muchas ocasiones ha sido testigo presencial de sus prodigios; ha vivido, disfrutado y gozado la presencia de Dios en el mundo: primicia suya, de nadie más.

Ellos sienten que su labor y su misión han sido cumplidas; no saben cuánto más serán bendecidos por su fidelidad y por su amor.  Ellos creen que ya nada podrán hacer en el devenir de la vida del Hijo de Dios; que ahora está en las manos del Señor su fortalecimiento, su conocimiento y su realización como Mesías.  Y así es, está en las manos de Dios; pero ellos seguirán siendo sus instrumentos. 

 

EL SUB MUNDO DE GALILEA

 

Los campos no cultivados en el norponiente de Galilea, justo en la franja que tocan con tierras fenicias, son extensiones muy grandes que no pertenecían a nadie por estar en caminos de discordia.  Las ciudades de tiro y de Sidón en la costa, eran grandes conglomerados de gente de todas las naciones conocidas en el Mar Grande.  Sus puertos traían mercaderías (plata laminada, hierro y estaño) y personas (algunas de ellas eruditos de conocimientos desconocidos en Palestina) desde lugares tan distantes como Tarsis, en el extremo Occidental del Mare Nostrum, como lo llamaban los romanos.

Jesús gustaba de visitar estas ciudades precisamente por su conformación multirracial, las cuales los helénicos identificaban como ciudades cosmopolitas y los romanos como urbes.  Para llegar a Tiro, se tenía que atravesar la Cordillera del Líbano, en cuyas cimas, la nieve permanece la mayor parte del año.  De allí su nombre hebreo, cuyo significado es ‘blanco’.  Jesús de Nazaret era un experto en caminar por senderos como estos; José, su padre adoptivo, le había enseñado todo cuanto era necesario para ascender esas cumbres y permanecer en ellas salvaguardando la vida.

En las laderas de esos montes se apreciaba toda la flora silvestre propia de lugar; flores, muchas flores; de todos los colores que uno pudiera desear y de formas tan variadas que superaban cualquier imaginación.  Igualmente, los aromas de esa vasta campiña lo transportaban a uno ‘a las puertas del cielo’.  ¡Cómo gozaba el Joven Jesús esos trayectos!  Empleaba en ellos todo el tiempo que fuese necesario para lograr y mantener el contacto con dios a través de su obra en la Tierra.  Cerraba sus ojos, inhalaba profundamente, permanecía inmóvil para después exhalar abriendo os ojos lentamente. 

Los sonidos eran otra delicia que disfrutar; en los matorrales, en los arbustos, en los árboles, se oía el constante trinar y cantar de las aves.  Se sentaba placenteramente para deleitarse con tantos dones Divinos ¡Ah, que si Él lo disfrutaba, como que Él era artífice de todo ello!  Pocas cosas le entretenían tanto y pocas también le daban esta suprema oportunidad de dialogar con su Padre en los Cielos.

Muchas de las Parábolas de Jesús de Nazaret tienen su origen en estos viajes tan frecuentes del Hombre Dios por este mundo.  Por eso su extraordinaria precisión, por eso su asertividad perfecta, por eso su valiosísima utilidad para enseñarnos Su Palabra, Su Evangelio. ¡Pero por supuesto que todo esto era innecesario, ya que Él era Dios!  Él así lo quiso.  Quiso vivirnos en plenitud.

Me lo imagino platicando con las aves y haciéndolas posarse en su brazo o en su mano; me lo imagino caminando sin veredas, acompañado de las “fieras del campo”: lobos, osos o leones.  Sintiéndolos y dejándose sentir por cada uno de ellos.  ¡Qué benditos animales aquellos que contactaron con Dios Hecho Hombre!  ¡Porque así fue, todos los que contactamos con El Salvador, y quisimos ser salvados, lo conseguimos!  Por eso era el Mesías, por eso era el Hijo de Dios, para salvarnos. 

Y cuántas obras humanas pudo ver Jesús en su vida; de las que llenaban de orgullo a sus constructores al momento de terminarlas, y de las que llenaron de oprobio a quienes no pudieron concluirlas.  De todo vio este Divino Maestro, que aprendió cuanto sabía directamente de la obra de su Padre; en donde todo está inmerso, en donde todo existe, en donde todo es.  Presencia viva de Dios son sus obras.

Muchos, muchos años de su vida humana empleó Jesús de Nazaret para tener acerbo suficiente, no como dios, sino como hombre, para poder ser entendido por los más humildes.  Cristo no filosofó como los humanos, él solo habló de las cosas sencillas, bellas, buenas y verdaderas que Dios ha puesto delante de nosotros para alabarlo.  No complicó su enseñanza con difíciles ideas para razonar, como hacían los fariseos; allanó el conocimiento para que todos lo pudiéramos entender y con ello poder ser adoradores del Padre.  Habló sencillo a los humildes y recio a los necios.  Habló fácil a los desprotegidos y duro a los altaneros.  Predicó para todos en la dimensión y posibilidad de cada uno.  ¡Lo hizo tan bien, que hasta los más pecadores, como yo, encontramos el camino a la santidad, a la salvación de nuestra alma!

Nazaret siempre fue un poblado demasiado pequeño para Jesús, quien desde que era niño se interesó por las grandes ciudades.  Ese viaje anual que realizaban sus padres a Jerusalén en ocasión de la Pascua, le motivaba mucho.  Igualmente, los viajes que hacía con José a Cafarnaúm y a Cesarea, eran muy de su agrado principalmente por conocer personas de muy diversa mentalidad, cultura o costumbre. 

A los 25 años de edad, Jesús, ya todo un hombre, cambió su residencia a Cafarnaúm en la margen meridional del Lago de Tiberíades.  Desde allí tenía más fácil acceso a varias poblaciones de la Galilea del Mar: Bethsaida, Corozaín, Queneret y la modernísima Tiberíades con todo el esplendor romano.  Precisamente en esos lugares conocerá a la gran mayoría de sus Apóstoles, a esos hombres que conformarán su multifacético grupo de elegidos con los cuales iniciará su Ministerio, la propagación de la Buena Nueva.

María y José se quedan provisionalmente en Nazaret.  Entre sentimientos de paciencia y desesperación, aguardarán el llamado final de su querido Hijo, para cuando Él inicie su predicación.  María trabajará incansablemente para que toda su familia le acompañe, se una a ella, al momento indicado para seguir a su amado Hijo.  Sus primas, tías y sobrinas formarán parte de este grupo.  Igualmente lo harán algunos de los familiares de Jesús, como Santiago el Menor y Judas Tadeo.  Muchos de ellos, a instancias de María se unirán con gran gozo y alegría. 

José por su parte siente la obligación se seguir con su trabajo material, para poyar a su amadísimo hijo adoptivo y Señor, en lo que él pueda.  María y José pasarán a formar, junto con sus familiares más cercanos, el selecto grupo de discípulos de Jesús de Nazaret desde el principio de su obra.  Sin embargo, no todos sus parientes se unirán a Jesús; los escépticos y reservados permanecerán al margen de su obra.

Los mercados de Cafarnaúm son un arco iris de productos; todos los pescadores del lago traen aquí sus productos para la venta, igual hacen los agricultores de la franja de Queneret, que en su fértil llanura cultivan toda clase de frutas, legumbres y verduras para consumo de las ciudades y aldeas del Mar de Galilea. 

Pero no solo existen aquí galileos: hay sidonios y tirios; samaritanos y sirios; egipcios y griegos y por supuesto romanos, muchos romanos que disfrutan su estancia en las placenteras villas de la Provincia de Judea; cónsules y políticos, generales y legionarios, comerciantes y nobles.  De todo hay en Cafarnaúm.  Uno podía encontrarse con gente de las Galias o de Persia; macedonios o árabes.  Tan variada como Jerusalén o Cesarea, pero con un número mucho menor de habitantes, esa es Cafarnaúm.

Eliú de Sanabris era el jefe de publicanos de Galilea, mi contraparte en tan maravilloso lugar.  Me consta que él y Jesús se reunieron en varias ocasiones para tratar asuntos relacionados con el constante cierre de la sinagoga de Cafarnaúm.  Este hombre, aunque galileo, era un verdadero enemigo de las tradiciones judías, de las obligaciones religiosas y del pago del diezmo al templo y los levitas. 

Por gente como él, como Eliú de Sanabris, el odio de los jerarcas judíos en contra de los publicanos se incrementaba día con día.  Jesús lo conoció por intercesión de Felipe, el hombre de Bethsaida que se dedicaba al comercio de influencias entre Romanos y Judíos.  Tantas eran las ocasiones en que escribas, fariseos y saduceos arengaban al pueblo para oponerse al pago de impuestos al Imperio, que Herodes le encargó directamente a este Eliú de Sanabris el control de tales revueltas, las cuales solucionaban cerrando la sinagoga.  Por supuesto, estas medidas solo enardecían más a la gente (que sin ser religiosos y sin usar la sinagoga como deberían), se empecinaban en conservar abierto el lugar.

La sinagoga de Cafarnaúm era una construcción monumental, que no correspondía al tamaño de la ciudad ni a la religiosidad de su gente.  Sin embargo, era el centro de reunión más frecuentado por los judíos y galileos.  Era espaciosa en su interior, tenía todos los enseres requeridos por la jerarquía farisaica; contaba también con un gran pórtico y hasta un atrio de buen tamaño. 

Igualmente, contaba con una escuela para el estudio de los agrados escritos, la Ley y los Profetas.  En esta Yeshiva inició Leví sus estudios para fariseo, impulsado por los consejos de su buen amigo de la infancia, Jesús de Nazaret, para solo dejarlos cuando tuvo que viajar a las escuelas de Jerusalén y Perge.


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La próxima entrega será el sábado de la siguiente semana.

 

Orar sirve, nuestra alma lo agradece y nuestra mente también.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli 

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