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sábado, 2 de agosto de 2025

EL EVANGELIO SEGÚN ZAQUEO - (14)

“… Señor, quédate con nosotros...”

San Cleofás en Emaús 

Riviera Maya, México; Agosto 2 del 2025. 

LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA, SON PARTE DE MI LIBRO

“El Evangelio Según Zaqueo”

(Antonio Garelli – El Arca Editores – 2004)


 

20 AÑOS DE JESÚS DE NAZARET

Cuando Jesús de Nazaret cumplió 20 años de edad, la influencia del Imperio Romano se arraigaba en las tierras de la ‘Provincia de Judea’, como se le conocía oficialmente a estos lugares, hasta el grado de borrar casi por completo a la cultura ptoloméica egipcia e incluso a los ya decadentes helénicos.  Roma había tomado lo mejor de ellos y le plasmaba su ‘propio sello imperial’ para difundir todo conocimiento como la ‘nueva cultura universal’, al estilo suntuoso de todo cuanto hacían. 

Obtener la Ciudadanía Romana era un derecho que no todo el mundo podía conseguir; se necesitaban muchas cosas, como la renuncia a los orígenes propios, que ningún judío estaba dispuesto a otorgar.  Dada esta confrontación de desprecios mutuos, ni los judíos querían ser romanos, ni los romanos acababan por reconocer a los judíos como una verdadera provincia del imperio.

Los enfrentamientos entre ‘libertadores’ judíos y legionarios romanos se multiplicaban por todo el territorio de Judea.  Muchos de ellos tomaban como centros clandestinos de operación, algunos de los pueblos de Samaria y Galilea, en donde eran mal vistos aún por sus compatriotas o correligionarios. Varios poblados cerca de Nazaret eran constantemente patrullados por guardias del Procurador y a menudo ocurrían enfrentamientos mortales entre los bandos.

A nada de esto era ajeno Jesús de Nazaret.  Él sabía ‘perfectamente’ (como que era Dios), todo el acontecer de estos tiempos, lugares y personas.  A menudo se topaba en los caminos con las tropas romanas que se desplazaban de un lugar a otro para sofocar levantamientos esporádicos de ‘salvadores’ mesiánicos.  Había un gran movimiento de escribas, fariseos y saduceos, cada cual con sus propios seguidores, que hacían lo posible por llamar la atención del pueblo y reivindicarse con las masas como los ‘libertadores’ auténticos en cumplimiento de las profecías que hacían referencia al verdadero Mesías.

Para este joven hombre de Nazaret, el que verdaderamente sería El Mesías, Cristo Jesús, todas estas falacias solo inquietaban la parte humana que contenía a Dios.  Siempre le costó mucho trabajo permanecer en silencio ante tantas mentiras y abusos; siempre quiso intervenir para solucionar de una buena vez por todas, tantos engaños, que no obtenían nada más que muertes innecesarias de todos los grupos beligerantes.  El Verbo Encarnado (como le llamó Juan, uno de los hijos de Zebedeo), luchaba constantemente contra su naturaleza humana a fin de esperar ‘su momento’, ‘el tiempo señalado’, ‘el cumplimiento de los días’ para iniciar su predicación.

María sufría junto con Él estas angustias; José no se cansaba de ‘aconsejarlo’ respecto de su proceder.  Ellos hacían lo mejor que podían, siempre tratando de serle útiles, de cumplir con su deber de madre de Dios y padre adoptivo del Mesías.  Estos diez años de su vida humana fueron los más difíciles para el Hijo del Hombre.  La Buena Nueva urgía en su predicación y sin embargo, Jesús de Nazaret tenía que esperar los ‘tiempos humanos’, porque el  Mandato del Padre habría de llegar en el momento justo.

Las salidas de Jesús a las ciudades cercanas, e incluso a Jerusalén, se repetían más a menudo y duraban más tiempo.  María y José ya no hacían más que rezar, ante la imposibilidad de acompañarlo en esos trayectos.  El Niño Dios había crecido más que suficiente.  Su labor como ‘padres y educadores’ del Hijo de Dios había terminado.  Hicieron todo cuanto estuvo a su alcance para solventar ‘tan especial encargo’ en sus necesidades humanas; le amaron antes de nacer, le protegieron en su nacimiento, le cuidaron en su crecimiento, le procuraron en su desarrollo. 

Se ha hecho ya un hombre joven, fuerte, bello, sano y vigoroso.  Su inteligencia y sus conocimientos les superan por mucho; su divinidad es cada vez más evidente, pues se manifiesta en todo su ser y todo su hacer; María lo observa pasmada con sus grandes ojos color de cielo, los cuales se inundan de lágrimas de felicidad, al ver en qué se ha convertido aquél pequeñín que un día nació de sus entrañas. 

José no quita sus ojos de encima de él, admirado de que su ‘pequeño Jesús’ ha alcanzado ya pleno desarrollo.  En cada oportunidad que tiene eleva sus plegarias de agradecimiento a Dios por haberle escogido para ser su ‘padre adoptivo’.  El corazón de José salta y se estremece cada vez que platica con Jesús; él sabe bien que con quien realmente habla es con Dios Hecho Hombre.  Muchas ocasiones ha sido testigo presencial de sus prodigios; ha vivido, disfrutado y gozado la presencia de Dios en el mundo: primicia suya, de nadie más.

Ellos sienten que su labor y su misión han sido cumplidas; no saben cuánto más serán bendecidos por su fidelidad y por su amor.  Ellos creen que ya nada podrán hacer en el devenir de la vida del Hijo de Dios; que ahora está en las manos del Señor su fortalecimiento, su conocimiento y su realización como Mesías.  Y así es, está en las manos de Dios; pero ellos seguirán siendo sus instrumentos. 

 

EL SUB MUNDO DE GALILEA

 

Los campos no cultivados en el norponiente de Galilea, justo en la franja que tocan con tierras fenicias, son extensiones muy grandes que no pertenecían a nadie por estar en caminos de discordia.  Las ciudades de tiro y de Sidón en la costa, eran grandes conglomerados de gente de todas las naciones conocidas en el Mar Grande.  Sus puertos traían mercaderías (plata laminada, hierro y estaño) y personas (algunas de ellas eruditos de conocimientos desconocidos en Palestina) desde lugares tan distantes como Tarsis, en el extremo Occidental del Mare Nostrum, como lo llamaban los romanos.

Jesús gustaba de visitar estas ciudades precisamente por su conformación multirracial, las cuales los helénicos identificaban como ciudades cosmopolitas y los romanos como urbes.  Para llegar a Tiro, se tenía que atravesar la Cordillera del Líbano, en cuyas cimas, la nieve permanece la mayor parte del año.  De allí su nombre hebreo, cuyo significado es ‘blanco’.  Jesús de Nazaret era un experto en caminar por senderos como estos; José, su padre adoptivo, le había enseñado todo cuanto era necesario para ascender esas cumbres y permanecer en ellas salvaguardando la vida.

En las laderas de esos montes se apreciaba toda la flora silvestre propia de lugar; flores, muchas flores; de todos los colores que uno pudiera desear y de formas tan variadas que superaban cualquier imaginación.  Igualmente, los aromas de esa vasta campiña lo transportaban a uno ‘a las puertas del cielo’.  ¡Cómo gozaba el Joven Jesús esos trayectos!  Empleaba en ellos todo el tiempo que fuese necesario para lograr y mantener el contacto con dios a través de su obra en la Tierra.  Cerraba sus ojos, inhalaba profundamente, permanecía inmóvil para después exhalar abriendo os ojos lentamente. 

Los sonidos eran otra delicia que disfrutar; en los matorrales, en los arbustos, en los árboles, se oía el constante trinar y cantar de las aves.  Se sentaba placenteramente para deleitarse con tantos dones Divinos ¡Ah, que si Él lo disfrutaba, como que Él era artífice de todo ello!  Pocas cosas le entretenían tanto y pocas también le daban esta suprema oportunidad de dialogar con su Padre en los Cielos.

Muchas de las Parábolas de Jesús de Nazaret tienen su origen en estos viajes tan frecuentes del Hombre Dios por este mundo.  Por eso su extraordinaria precisión, por eso su asertividad perfecta, por eso su valiosísima utilidad para enseñarnos Su Palabra, Su Evangelio. ¡Pero por supuesto que todo esto era innecesario, ya que Él era Dios!  Él así lo quiso.  Quiso vivirnos en plenitud.

Me lo imagino platicando con las aves y haciéndolas posarse en su brazo o en su mano; me lo imagino caminando sin veredas, acompañado de las “fieras del campo”: lobos, osos o leones.  Sintiéndolos y dejándose sentir por cada uno de ellos.  ¡Qué benditos animales aquellos que contactaron con Dios Hecho Hombre!  ¡Porque así fue, todos los que contactamos con El Salvador, y quisimos ser salvados, lo conseguimos!  Por eso era el Mesías, por eso era el Hijo de Dios, para salvarnos. 

Y cuántas obras humanas pudo ver Jesús en su vida; de las que llenaban de orgullo a sus constructores al momento de terminarlas, y de las que llenaron de oprobio a quienes no pudieron concluirlas.  De todo vio este Divino Maestro, que aprendió cuanto sabía directamente de la obra de su Padre; en donde todo está inmerso, en donde todo existe, en donde todo es.  Presencia viva de Dios son sus obras.

Muchos, muchos años de su vida humana empleó Jesús de Nazaret para tener acerbo suficiente, no como dios, sino como hombre, para poder ser entendido por los más humildes.  Cristo no filosofó como los humanos, él solo habló de las cosas sencillas, bellas, buenas y verdaderas que Dios ha puesto delante de nosotros para alabarlo.  No complicó su enseñanza con difíciles ideas para razonar, como hacían los fariseos; allanó el conocimiento para que todos lo pudiéramos entender y con ello poder ser adoradores del Padre.  Habló sencillo a los humildes y recio a los necios.  Habló fácil a los desprotegidos y duro a los altaneros.  Predicó para todos en la dimensión y posibilidad de cada uno.  ¡Lo hizo tan bien, que hasta los más pecadores, como yo, encontramos el camino a la santidad, a la salvación de nuestra alma!

Nazaret siempre fue un poblado demasiado pequeño para Jesús, quien desde que era niño se interesó por las grandes ciudades.  Ese viaje anual que realizaban sus padres a Jerusalén en ocasión de la Pascua, le motivaba mucho.  Igualmente, los viajes que hacía con José a Cafarnaúm y a Cesarea, eran muy de su agrado principalmente por conocer personas de muy diversa mentalidad, cultura o costumbre. 

A los 25 años de edad, Jesús, ya todo un hombre, cambió su residencia a Cafarnaúm en la margen meridional del Lago de Tiberíades.  Desde allí tenía más fácil acceso a varias poblaciones de la Galilea del Mar: Bethsaida, Corozaín, Queneret y la modernísima Tiberíades con todo el esplendor romano.  Precisamente en esos lugares conocerá a la gran mayoría de sus Apóstoles, a esos hombres que conformarán su multifacético grupo de elegidos con los cuales iniciará su Ministerio, la propagación de la Buena Nueva.

María y José se quedan provisionalmente en Nazaret.  Entre sentimientos de paciencia y desesperación, aguardarán el llamado final de su querido Hijo, para cuando Él inicie su predicación.  María trabajará incansablemente para que toda su familia le acompañe, se una a ella, al momento indicado para seguir a su amado Hijo.  Sus primas, tías y sobrinas formarán parte de este grupo.  Igualmente lo harán algunos de los familiares de Jesús, como Santiago el Menor y Judas Tadeo.  Muchos de ellos, a instancias de María se unirán con gran gozo y alegría. 

José por su parte siente la obligación se seguir con su trabajo material, para poyar a su amadísimo hijo adoptivo y Señor, en lo que él pueda.  María y José pasarán a formar, junto con sus familiares más cercanos, el selecto grupo de discípulos de Jesús de Nazaret desde el principio de su obra.  Sin embargo, no todos sus parientes se unirán a Jesús; los escépticos y reservados permanecerán al margen de su obra.

Los mercados de Cafarnaúm son un arco iris de productos; todos los pescadores del lago traen aquí sus productos para la venta, igual hacen los agricultores de la franja de Queneret, que en su fértil llanura cultivan toda clase de frutas, legumbres y verduras para consumo de las ciudades y aldeas del Mar de Galilea. 

Pero no solo existen aquí galileos: hay sidonios y tirios; samaritanos y sirios; egipcios y griegos y por supuesto romanos, muchos romanos que disfrutan su estancia en las placenteras villas de la Provincia de Judea; cónsules y políticos, generales y legionarios, comerciantes y nobles.  De todo hay en Cafarnaúm.  Uno podía encontrarse con gente de las Galias o de Persia; macedonios o árabes.  Tan variada como Jerusalén o Cesarea, pero con un número mucho menor de habitantes, esa es Cafarnaúm.

Eliú de Sanabris era el jefe de publicanos de Galilea, mi contraparte en tan maravilloso lugar.  Me consta que él y Jesús se reunieron en varias ocasiones para tratar asuntos relacionados con el constante cierre de la sinagoga de Cafarnaúm.  Este hombre, aunque galileo, era un verdadero enemigo de las tradiciones judías, de las obligaciones religiosas y del pago del diezmo al templo y los levitas. 

Por gente como él, como Eliú de Sanabris, el odio de los jerarcas judíos en contra de los publicanos se incrementaba día con día.  Jesús lo conoció por intercesión de Felipe, el hombre de Bethsaida que se dedicaba al comercio de influencias entre Romanos y Judíos.  Tantas eran las ocasiones en que escribas, fariseos y saduceos arengaban al pueblo para oponerse al pago de impuestos al Imperio, que Herodes le encargó directamente a este Eliú de Sanabris el control de tales revueltas, las cuales solucionaban cerrando la sinagoga.  Por supuesto, estas medidas solo enardecían más a la gente (que sin ser religiosos y sin usar la sinagoga como deberían), se empecinaban en conservar abierto el lugar.

La sinagoga de Cafarnaúm era una construcción monumental, que no correspondía al tamaño de la ciudad ni a la religiosidad de su gente.  Sin embargo, era el centro de reunión más frecuentado por los judíos y galileos.  Era espaciosa en su interior, tenía todos los enseres requeridos por la jerarquía farisaica; contaba también con un gran pórtico y hasta un atrio de buen tamaño. 

Igualmente, contaba con una escuela para el estudio de los agrados escritos, la Ley y los Profetas.  En esta Yeshiva inició Leví sus estudios para fariseo, impulsado por los consejos de su buen amigo de la infancia, Jesús de Nazaret, para solo dejarlos cuando tuvo que viajar a las escuelas de Jerusalén y Perge.


Ʊ + Ω

 

La próxima entrega será el sábado de la siguiente semana.

 

Orar sirve, nuestra alma lo agradece y nuestra mente también.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli 

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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.

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