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sábado, 18 de mayo de 2024

LA VIAE CAELI - (7)

“Hazme un instrumento de tu Paz…”

San Francisco de Asís

 

Riviera Maya, México; Mayo 19 del 2024. 

LA ViÆ cÆli

El camino al cielo

Antonio Garelli

 



V Estación:

 

Aparición a

María de Magdala

 

 

Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se le apareció primero a María Magdalena, de la que había sacado siete demonios.

 

Evangelio según San Marcos 10, 9

 

 

Estaba María (Magdalena) junto al sepulcro llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos Ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies.  Dícenle ellos: "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella les respondió: "Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto."

Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.  Le dice Jesús: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?  Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré."  Jesús de dice: "María."  Ella se vuelve y le dice en hebreo: "Rabbuní" -que quiere decir "Maestro"-.  Dícele Jesús: "No me toques, que todavía no he subido al Padre.  Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios."

Evangelio según San Juan 20, 11-17

+ + +

 

María de Magdala (Magadán) o María Magdalena, la mujer de la cual Jesucristo expulsó a siete demonios (es muy probable que uno por cada pecado capital), y que la cautivó en el alma hasta llegar a ser la más fiel de sus discípulos.

En tiempos de Jesucristo, las tierras de Magdala podían presumir varias cosas (y no poco importantes): tener la mansión personal  más grande y lujosa de toda Galilea (propiedad de María); a la mujer más hermosa de toda Palestina; y a la más grande pecadora de toda la comarca, La Magdalena.  Pero Jesús de Nazaret la cautivó con el mensaje de amor del Evangelio, de la Buena Nueva que libera y salva, para alcanzar el Reino de los Cielos.  La Magdalena cambió; tanto, que mereció una Aparición personal del Señor Resucitado. 

Ya en otro de mis libros (El Evangelio según Zaqueo – El Arca – 2005) me di el gusto de escribir algo sobre La Magdalena y Jesús de Nazaret; lo voy a reproducir tal como lo escribí en su momento, porque ahora nos sirve:


“. . . En Magadán conoció a una mujer de mala reputación, dedicada a la vida displicente y desenfrenada de lujuria y sensualidad, la cual sin embargo, cuando conoció a Jesús, fue tocada por su recia personalidad e inició con su ayuda la corrección de sus actos y el arrepentimiento de su vida pública. María de Magadán (de allí lo de la Magdalena), tuvo la honrosísima oportunidad de tratar a Jesús de Nazaret como su amigo, como su Maestro y como su Señor. Ella fue la primera mujer que, sin ser de su familia, vendió todo cuanto poseía, dejó su vida pasada y se dedicó por completo a ser ‘discípula’ del Mesías. María La Magdalena, junto con las que venían con María Madre, formará parte del exclusivo grupo de mujeres que seguían a Jesús.


Esta mujer extraordinariamente bella, se manejaba con sus ‘encantos’ en las altas esferas de la sociedad, la política y el gobierno, ya fuera judío o romano. Era una de las preferidas del Rey Herodes Antipas, el cual la hacía asistir a sus fiestas en Tiberíades ataviada de las joyas más exclusivas del reino, que él mismo le había regalado. Igualmente, los procuradores romanos como Filipo y Pilatos fueron siempre sus anfitriones y protectores. Esos eran los niveles de La Magdalena; que alguien pudiese contarla entre sus invitados significaba que ese individuo realmente tenía poder, influencia o dinero. Por supuesto que todos los recaudadores de impuestos éramos poca cosa para ella. Hasta el mismo Zaqueo de Jericó.


El palacio de María en Magadán estaba construido en la colina más exclusiva de la ciudad y abarcaba una gran extensión de terreno al que uno no podía acceder libremente ni por tierra ni por mar. Había más de 100 sirvientes es esa mansión que contaba con más de 40 habitaciones con el lujo más extraordinario que uno pudiera imaginar.


Todo eso era ella y más; pero el Señor la tocó y cuanto la Magdalena había sido, empezó a desaparecer. Herodes Antipas empezó a odiar a Jesús de Nazaret mucho tiempo antes de que éste iniciara su ministerio; María de Magadán fue la causa.

 

Esta mujer nació algunos años antes de Jesús; su padre había sido un riquísimo hacendado de Cafarnaúm y su madre una belleza sulamita digna de Salomón. Al padre lo mataron en una emboscada para robarle y la madre vivía en Roma con él Cónsul del Emperador encargado de la Provincia de Judea. Para esta mujer no había imposibles, todo lo conseguía, todo tenía, hasta lo que uno no puede imaginar.

 

Jesús y la Magdalena se conocieron en la plaza de Magadán, un Sabat al medio día. El Maestro pronto cumpliría 30 años y María tenía un poco más que eso.  Él estaba sentado sobre un murete que contenía la embestida de las aguas crecientes del lago y enfrente de Él, perfectamente sentados y ordenados, absortos por cuanto oían, estaban casi todos los niños que vivían en Magadán. Había más de doscientos infantes de todas las edades; les enseñaba acerca de la Palabra de Dios, pero solo le contaba y explicaba los hechos narrados en los Sagrados Escritos, que tenían algo que ver con niños y niñas.   Les hablaba de Abraham e Isaac; de Jacob y Benjamín; del nacimiento de Moisés y su salvación en el Nilo; de las hijas e hijos de David y Salomón. Nunca en toda la historia de estos lugares había existido un Rabboni que le enseñara la Escritura solo a los niños; eso fue lo que maravilló a María, que un Fariseo estuviera enseñando a los pequeños.

 

Una de las razones del escandaloso comportamiento de María de Magadán, a parte de su belleza; era que la mujer no podía tener hijos, y en lugar de ofrecer su estado de infertilidad a Dios, ella misma había dicho que se lo ofrecería al Demonio, en despecho de ser estéril.  Ella acostumbrada a salir de paseo a las plazas de las ciudades, precisamente para poder observar a los niños con sus madres; para ella eran vitales esos recorridos, pues llenaba su alma con algo que nunca llegaría a tener, un hijo.

 

María Magdalena hizo parar a su escolta de inmediato al ver rara la escena y le ordeno a uno de sus sirvientes que fuera con el Rabí y le dijera que ella lo quería ver.  Al instante aquel eunuco se presentó frente a Jesús y le transmitió el mensaje. Jesús le respondió:

“Dile a tu ama que si su alma no es como niña, nunca podrá entrar al Reino de los Cielos. Que no son las maravillas las que tienen que ir a uno, sino que uno debe ir y alcanzar las maravillas.”

 

Cuando la Magdalena se dio cuenta de que el siervo venía de regreso solo, sin el “Rabí”, se incorporó del diván en que viajaban esperando la respuesta a su solicitud.  Su asombro ya era excepcional, pues nunca un hombre había dejado de atender de inmediato una solicitud suya.  El sirviente repitió palabra por palabra de la respuesta del Maestro y ella no cabía en su admiración. Jesús, concentrado en lo que hacía, ni siquiera la veía en su accionar.  

 

La distancia que había entre ellos eran como cien pasos, ya que los niños sentados en semicírculos ocupaban gran parte de la plaza.  María de Magadán descendió de su diván, y con la mirada fija en el “Rabí”, inició su recorrido lenta y gallardamente tratando de impresionar a todos los asistentes.  Y lo logró; conforme avanzaba, en una línea recta desde donde ella estaba hasta Jesús, se iban levantando los que estaban sentados para permitirle el paso libremente.  

 

La escena fue trepidante, pues Jesús permanecía sentado, inmóvil en su lugar y la ‘gran mujer de Magadán’ (que quizá nunca había pisado ese suelo), se dirigía contoneado hacía él.  Aquella cabellera de hilos de seda color azabache que cubría su cabeza, contrastaba en gran medida con la blancura de su rostro en el cual, a forma de incrustación, resplandecían dos luceros azules en forma de almendras. Sus labios eran como una cereza envuelta en dulce de miel. Sus finísimos vestidos de seda de Gaza y las muchas joyas que portaba impresionaban a todos sobremanera. Faltando 10 pasos para llegar a Él, María se detuvo sin decir una sola palabra, mirando fijamente a Jesús, quien jugueteaba con los rizos dorados de un niño.

Antes de que ella pudiera hilar una frase, y sin levantar su rostro le dijo el Rabboní:

 

“Solo las almas puras como las de estos niños pueden ver a Dios.

              Porque el amor es pureza y todo lo que Dios es, es fiel, puro y

              amoroso. Siéntete feliz mujer, porque hoy ha iniciado tu alma

su purificación; el Señor te ha permitido que veas hacia adentro de ti misma y que busques la consolación de todo cuanto te aflige.

Muy cerca están María, los días en que te abatirás por amor a tu Señor. Muchos son los dones que has recibido y ninguno de ellos

has usado para tu salvación; sin embargo, por ellos mismos todo

el mundo te recordará, pues tus acciones cambiarán y glorificarás al Señor tu Dios con actos de contrición. Serás como alguien que da lo mejor de si sin esperar recompensa; como quien sabe que sus oportunidades se acaban ya que ha de usarlas a tiempo, aún que por ello le critiquen o le vituperen.

 

La Magdalena quedó como muda, atónita ante lo que había oído no pudo decir nada.  Jesús se levantó y empezó a caminar rodeado de los niños con los que estaba.  En la multitud de la plaza se perdió de la vista de María quien ni siquiera pudo saber quién era.  Rápidamente le ordenó a su escolta que emprendieran el regreso a su palacio. Claro está que en el camino de vuelta a su mansión, María le ordenó a sus asistentes que indagan quién era ese hombre que tan impresionada la había dejado.  No fue difícil encontrarlo; como a la hora nona estaba en la sinagoga enseñando.  Muy discretamente le fueron preguntando a los concurrentes quién era el Rabí que enseñaba; no obstante, pocos le conocían como para atreverse a dar falsa información a la gran señora de Magadán.  Le preguntaron a los escribas y Fariseos; a los Rabinos y Maestros, a los Jefes de la milicia romana y nadie tenía suficiente información para tan enigmático hombre.  Varios días pasaron antes que María supiera algo acerca de Jesús.


En Cafarnaúm le dijeron que Leví, el publicano, era su amigo; que él la podría informar sobre sus dudas.  Pero Mateo no era una persona con la que sus influencias funcionaran de inmediato, ya que él también era un hombre importante, cierto, no tanto como ella, pero lo era.  El día anterior al Sabat, María mando a su administrador a que contactara con Leví para que celebrase con ella la fiesta en su mansión.  La invitación fue por demás desconcertante, ya que Mateo no conocía a esa mujer y solo sabía la mala reputación que tenía. ¿Qué interés tenía y por qué en la fiesta del Sabat?  Mateo aceptó más por curiosidad que por cualquiera otra razón que él pudiese imaginar.

 

El pórtico de entrada del palacio de María Magdalena tenía señales de todas sus pasiones: igual encontraba uno una estatua de Adonis, que una copia de la Torá o un nicho oriental con fuego; todo con el único fin de decorar, de hacerle feliz la estancia a los más variados visitantes. . .”

Lo anterior, es una breve descripción para que nos demos cuenta de quién era María de Magdala.  Cuando San Lucas asienta en su Evangelio que de ella “. . . habían salido siete demonios.” (Lc 8, 2); lo que quiere señalar es que La Magdalena había sido una ´perfecta pecadora’, una mujer que había cometido todos los pecados; que vivía en falta siempre.  Por eso es importante registrar la Aparición personal del Señor a María de Magadán, porque de ser lo que era, una gran pecadora, desde el primer año del Ministerio de Jesús de Nazaret es identificada como ‘seguidora’ del Cristo; alguien reconocida como verdaderamente arrepentida, como digna de ser llamada ‘discípula’ del Mesías.

Y El Señor Resucitado la premia, le enseña personalmente ‘La Viæ Cæli’ (El Camino al Cielo), porque él había dicho: “Arrepentíos, porque el Reino de los Cielos se acerca.  La Magdalena se arrepintió sinceramente, no volvió a pecar y ahora está recibiendo una ‘pequeñísima’ prueba de La Gloria.

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Orar sirve, nuestra alma lo agradece y nuestra mente también.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli 

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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.

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