“¡Señor,
auméntanos la Fe!”
Domine, adauge
nobis fidem
Riviera
Maya, México; Abril 3 del 2020.
Tomado de la Colección de Folletos
EL CREDO. SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA
P. Emiliano Jiménez Hernández, C.N.
Grafite Ediciones – Bilbao España
2006
CREO EN DIOS…
CREO EN JESUCRISTO…
POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU
SANTO…
C)
MUERTO
La
muerte en la cruz era una maldición.
Cristo se hizo maldito para librarnos de la maldición a nosotros, a
quienes la ley condenaba a muerte. San Pablo lo asienta con vehemencia a los
Gálatas:
“… Cristo nos rescató de la maldición de la
ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: “Maldito
el que está colgado de un madero”, a fin de que llegara a los gentiles, en
Cristo Jesús, la bendición de Abraham, y por la Fe recibiéramos el Espíritu de
la Promesa.” (Gal 3,13-14)
“Era
necesario”, repite constantemente el Nuevo Testamento, que Cristo sufriera la
muerte de malhechor. (Lc 27,7) Es lo que
San Pablo, al convertirse, encuentra ya en las comunidades cristianas como
confesión de fe: “Porque os transmití, en
primer lugar, lo que yo a mi vez recibí; que Cristo murió por nuestros pecados,
según las Escrituras.” (1Co 15,3)
Jesús
muere como el Siervo de Dios, de cuya pasión y muerte dice Isaías que es un
sufrimiento inocente, soportado con paciencia; voluntario, querido por Dios, en
favor de muchos. (Is 53,6-10) Al ser una
vida con Dios y de Dios la que se entrega a la muerte, este morir es salvación
nuestra.
Como
buen Pastor, Cristo “da la vida por las
ovejas” (Jn 10,15); se entrega a sí
mismo como rescate por todos” (1Tm 2,6) “entregándose Él por nuestros pecado para librarnos de este mundo
perverso” (Ga 1,4), que “yace en
poder del Maligno.” (1Jn 5,19) Él, que no conoció pecado, se hizo por
nosotros pecado, para que en Él fuéramos justicia de Dios.
En
resumen, “Él, siendo rico, se hizo pobre
por nosotros, para enriquecernos con su pobreza.” (2Co 8,9) Este intercambio admirable, suscitó la
admiración constantes de los Padres de la Iglesia. Según su confesión de fe, Jesucristo, como
nuevo adán, recapituló en sí a todo el género humano y lo unió de nuevo con
Dios. “Por su infinito amor, Él se hizo lo que somos, para transformarnos en
lo que Él es.” – San Ireneo
No
solo es Buen Pastor, Jesús en también nuestro Cordero pascual inmolado, “El Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo.” (Jn 1,29), “rescatándonos de
la conducta necia heredada de nuestros padres, no con algo caduco, oro o plata,
sino con la sangre preciosa de Cristo, Cordero sin defecto ni mancha.” (1Co
6,20)
Cristo
se entrega a sí mismo en ofrenda al Padre por nosotros. Entra en la pasión con miedo y temblor en su
cuerpo y en su espíritu, pero con obediencia filial al Padre. Ya en la cruz pide perdón por los que le
matan. Y en medio del abandono, también
divino, en un grito de confianza entregó su vida a Dios. Así murió.
Por ello, su sacrificio es el cumplimiento divino de todos los otros
sacrificios, que solo eran prefiguraciones lejanas de este único sacrificio,
ofrecido una vez para siempre.
No
son sacrificios lo que Dios quiere, sino la entrega filial que hace Jesús en
obediencia al Padre. Hay muchísimos
textos que nos anuncian el amor salvífico de Dios, que Jesucristo, por su
obediencia y entrega, aceptó en nuestro nombre, para reconciliarnos con Dios y
romper las barreras que separaban a los hombres entre ellos. “Cristo es nuestra paz.” (Ef 2,14)
En
él quedó definitivamente superado el abismo que, a causa del pecado, separaba
al hombre de Dios, a los hombres entre sí y al hombre de sí mismo. La muerte de Cristo ha hecho de la cruz –con sus
dos travesaños– el signo de la victoria sobre todos los poderes enemigos de
Dios y del hombre.
Y
al destruir la muerte, surgió la vida.
Pues, “del costado de Cristo
dormido en la cruz, nació la Iglesia.” San Agustín. Por el agua del Bautismo cristiano, es injertado
en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, muriendo con él, siendo
sepultado en Él. Y en la Sangre de la
Eucaristía proclamamos su muerte hasta que Él vuelva. (1Co 11,26)
v v v
Orar sirve, es bueno para nuestra alma y
nuestra mente, más aún, si estamos en cuaresma.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
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por el gusto de proclamar El Evangelio.
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