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jueves, 2 de abril de 2020

EL CREDO - 26 - C) MUERTO


“¡Señor, auméntanos la Fe!”
Domine, adauge nobis fidem


Riviera Maya, México; Abril 3 del 2020.


Tomado de la Colección de Folletos
EL CREDO. SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA
P. Emiliano Jiménez Hernández, C.N.
Grafite Ediciones – Bilbao España
2006


CREO EN DIOS…
CREO EN JESUCRISTO…
POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO…


C) MUERTO

La muerte en la cruz era una maldición.  Cristo se hizo maldito para librarnos de la maldición a nosotros, a quienes la ley condenaba a muerte. San Pablo lo asienta con vehemencia a los Gálatas:
… Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: “Maldito el que está colgado de un madero”, a fin de que llegara a los gentiles, en Cristo Jesús, la bendición de Abraham, y por la Fe recibiéramos el Espíritu de la Promesa.” (Gal 3,13-14)

“Era necesario”, repite constantemente el Nuevo Testamento, que Cristo sufriera la muerte de malhechor. (Lc 27,7)  Es lo que San Pablo, al convertirse, encuentra ya en las comunidades cristianas como confesión de fe: “Porque os transmití, en primer lugar, lo que yo a mi vez recibí; que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras.” (1Co 15,3)

Jesús muere como el Siervo de Dios, de cuya pasión y muerte dice Isaías que es un sufrimiento inocente, soportado con paciencia; voluntario, querido por Dios, en favor de muchos. (Is 53,6-10)  Al ser una vida con Dios y de Dios la que se entrega a la muerte, este morir es salvación nuestra.

Como buen Pastor, Cristo “da la vida por las ovejas” (Jn 10,15); se entrega a sí mismo como rescate por todos” (1Tm 2,6) “entregándose Él por nuestros pecado para librarnos de este mundo perverso” (Ga 1,4), que “yace en poder del Maligno.” (1Jn 5,19) Él, que no conoció pecado, se hizo por nosotros pecado, para que en Él fuéramos justicia de Dios. 

En resumen, “Él, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza.” (2Co 8,9)  Este intercambio admirable, suscitó la admiración constantes de los Padres de la Iglesia.  Según su confesión de fe, Jesucristo, como nuevo adán, recapituló en sí a todo el género humano y lo unió de nuevo con Dios.  Por su infinito amor, Él se hizo lo que somos, para transformarnos en lo que Él es.” – San Ireneo  

No solo es Buen Pastor, Jesús en también nuestro Cordero pascual inmolado, “El Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (Jn 1,29), “rescatándonos de la conducta necia heredada de nuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, Cordero sin defecto ni mancha.” (1Co 6,20)

Cristo se entrega a sí mismo en ofrenda al Padre por nosotros.  Entra en la pasión con miedo y temblor en su cuerpo y en su espíritu, pero con obediencia filial al Padre.  Ya en la cruz pide perdón por los que le matan.  Y en medio del abandono, también divino, en un grito de confianza entregó su vida a Dios.  Así murió.  Por ello, su sacrificio es el cumplimiento divino de todos los otros sacrificios, que solo eran prefiguraciones lejanas de este único sacrificio, ofrecido una vez para siempre.

No son sacrificios lo que Dios quiere, sino la entrega filial que hace Jesús en obediencia al Padre.  Hay muchísimos textos que nos anuncian el amor salvífico de Dios, que Jesucristo, por su obediencia y entrega, aceptó en nuestro nombre, para reconciliarnos con Dios y romper las barreras que separaban a los hombres entre ellos.  “Cristo es nuestra paz.” (Ef 2,14) 

En él quedó definitivamente superado el abismo que, a causa del pecado, separaba al hombre de Dios, a los hombres entre sí y al hombre de sí mismo.  La muerte de Cristo ha hecho de la cruz –con sus dos travesaños– el signo de la victoria sobre todos los poderes enemigos de Dios y del hombre.

Y al destruir la muerte, surgió la vida.  Pues, “del costado de Cristo dormido en la cruz, nació la Iglesia.” San Agustín.  Por el agua del Bautismo cristiano, es injertado en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, muriendo con él, siendo sepultado en Él.  Y en la Sangre de la Eucaristía proclamamos su muerte hasta que Él vuelva. (1Co 11,26)


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Orar sirve, es bueno para nuestra alma y nuestra mente, más aún, si estamos en cuaresma.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli





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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.


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