“¡Señor,
auméntanos la Fe!”
Domine, adauge
nobis fidem
Riviera
Maya, México; Marzo 13 del 2020.
Tomado de la Colección de Folletos
EL CREDO. SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA
P. Emiliano Jiménez Hernández, C.N.
Grafite Ediciones – Bilbao España
2006
CREO EN DIOS…
CREO EN JESUCRISTO…
POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU
SANTO…
A)
PADECIÓ…
La
hora de la Pasión es la hora de Cristo, la hora señalada por el Padre para la
salvación de los hombres en la pasión de Su Hijo. “Porque
tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca
ninguno de los que crean en Él, sino que tenga vida eterna.” (Jn 3,
16) “El
que no perdonó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros.”
(Rm 8, 31)
Siendo
la hora del Padre, es la hora de la glorificación del Hijo y de la salvación de
los hombres. La Pasión es la hora de
pasar de este mundo al Padre y del amor a los hombres hasta el extremo (Jn 13,1).
Por ello, la hora también es de la glorificación del Padre en el Hijo.
(Jn 17,1) Con la entrega de su Hijo a la
humanidad, Dios se manifiesta plenamente como Dios: Amor en plenitud. No cabe un amor mayor.
En
sus Sermones, San Agustín lo enfatiza
diáfanamente:
“Cree, pues, que bajo Poncio Pilato fue
crucificado y sepultado el Hijo de Dios.
“Nadie tiene amor más grande que
el que da la vida por los amigos.” (Jn15,13) ¿De veras es el amor más grande?
Si le preguntamos al Apóstol, nos
responderá: “Cristo murió por los
impíos.” Añadiendo: “Cuando éramos
sus enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.” (Rm
5, 6-10)
Luego, en Cristo hallamos un amor mayor, pues dio la vida por sus enemigos, no por sus amigos.
¡No te ruborice, pues, la ignominia
de la Cruz! ¡Todo un Dios no vaciló en tomarla por ti! “Préciate, como el
Apóstol, de no saber más que de Jesucristo, y de éste, Crucificado.” (1Co
2,2)”
San Agustín,
Obispo
de Hipona
En
La Pasión, Cristo lleva a cabal cumplimiento todas las figuras del amor
apasionado de Dios por los hombres, así lo predica San Melitón de Sardes:
“Ya el Señor había dispuesto
previamente y prefigurado sus sufrimientos en los Patriarcas, los Profetas y en
todo el pueblo…
Si quieres que el misterio del
Señor se te esclarezca, dirige tu mirada a Abel, similarmente matado; a Isaac,
similarmente atado; a José, vendido; a Moisés, abandonado; a David, perseguido;
a los Profetas, similarmente sufrientes a causa de Cristo; dirige tu mirada a
la oveja inmolada en Egipto; hacia Quien hirió a Egipto y salvó a Israel por la
sangre…
¡Con su espíritu inmortal mató a la
muerte homicida! Él es, en efecto, quien por haber sido conducido como un
cordero e inmolado como una oveja (Is 23,7), nos libró de la servidumbre del
mundo –como de la tierra de Egipto–, nos desató los lazos de la esclavitud del
demonio –como de la mano del Faraón– y selló nuestras almas con su propio
espíritu y los miembros de nuestro con su propia sangre. Él es quien cubrió la muerte de vergüenza y
quien enlutó al diablo, como Moisés al Faraón…
Él es la Pascua de nuestra
salvación. Él es quien soporta mucho en
muchos: Quien fue matado en Abel, atado en Isaac, siervo en Jacob, vendido en
José, abandonado en Moisés; inmolado en el cordero, perseguido en David y
deshonrado en los Profetas…
Él es quien fue colgado en la cruz,
sepultado en la tierra. Él es el cordero
sin voz y degollado –nacido de María, la inocente cordera–, el elegido del
rebaño, el arrastrado a la inmolación, el sacrificio al atardecer, el sepultado
al anochecer. Él es quien fue muerto en
Jerusalén, porque curó a los cojos, limpió a los leprosos, llevó a la luz a los
ciegos, resucitó a los muertos…
¡Por eso Padeció!
Homilía sobre La Pascua
San Melitón de Sardes
Orar sirve, es bueno para nuestra alma y
nuestra mente, más aún, si estamos en cuaresma.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
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