“¡Señor,
auméntanos la Fe!”
Domine, adauge
nobis fidem
Riviera
Maya, México; Febrero 28 del 2020.
Tomado de la Colección de Folletos
EL CREDO. SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA
P. Emiliano Jiménez Hernández, C.N.
Grafite Ediciones – Bilbao España
2006
CREO EN DIOS…
CREO EN JESUCRISTO…
- Madre de la Iglesia…
En
el relato de la anunciación aparece la palabra ‘más importante’ de la historia
de Abraham: “Para Dios nada es imposible.” (Lc 1,37; Gn 18,14) Y la historia de Abraham nos orienta hacia el
centro de la salvación cristiana: el nacimiento de “su descendencia”, es decir Cristo (Gn 3,16), de las entrañas
muertas de Sara nació Isaac como hijo de la promesa; de la esterilidad de una
mujer y de la ancianidad de un hombre, y la promesa divina, nace un hijo.
Dios
con su poder llamó a la existencia a lo que no era, lo mismo que al resucitar a
Jesús abrió a los hombres las puertas de la Vida; Dios, al perdonar el pecado
genera al hombre, justifica al impío. (Rm 4,1ss) Pues bien, de la fe de María y de la sombra
fecundante de Dios, nace en la historia de los hombres el Hijo del Altísimo, el
don supremo de Dios a los hombres. María
creyendo el anuncio del Ángel, concibió la carne del Salvador.
Así
la reconoce y admira San Ireneo:
“Como Eva por su desobediencia fue para sí y
para todo el género humano causa de muerte, así María –nueva Eva– con su
obediencia fue para sí y para nosotros causa de salvación.
Por la obediencia de María se
desató el nudo de la desobediencia de Eva: Lo que por su incredulidad había
atado Eva, lo soltó María con su Fe.”
María
es la primera criatura en quien se ha realizado, ya ahora, la esperanza
escatológica. En ella la Iglesia aparece
ya “resplandeciente, sin mancha ni arruga,
santa e inmaculada” (Ef 5,27), presente con Cristo glorioso “cual casta virgen” (2Co 11,2). Con razón Pablo VI la llamó Madre de Cristo y Madre de la Iglesia: Madre
de la Cabeza y del Cuerpo de Cristo.
Su
seno virginal fue como “el tálamo nupcial,
donde el Esposo Cristo se hizo Cabeza de la Iglesia, uniéndose a ésta para
hacerse así el Cristo total, Cabeza y Cuerpo.” San Agustín.
En esta maternidad eclesial de María se consumará “junto a la cruz de Jesús”, cuando Éste “consigne a su Madre por hijo al discípulo amado y dé a éste por Madre a
la Suya.” (Jn 19, 25.27)
Como
madre nuestra, María, la primera creyente, nos acompaña en nuestro peregrinar y
en nuestra profesión de fe en Jesucristo, concebido por obra y gracia del Espíritu
Santo y nacido de ella, Santa María Virgen.
Sus últimas palabras recogidas en el Evangelio, nos coloca ante su Hijo
bendito para “hacer lo que él nos diga.” (Jn 2,5)
Así,
Jesús, entrando en la historia, ha hecho de nuestra historia la trama de la
intervención de Dios, convirtiendo cada momento en kairós: oferta de gracia y
riesgo de perdición. Jesús, encarnándose
en nuestra historia, ilumina y rescata la Historia Humana con su pasado,
presente y futuro.
Así,
podemos cantar junto con San Basilio:
“¡Dios sobre la Tierra! ¡Dios entre los
hombres! Y no dictando leyes y aterrorizando a los oyentes mediante el fuego,
la trompeta, el monte humeante, la nube y la tempestad (Ex
20, 16-24), sino
dialogando mansa y suavemente con los que tienen la misma naturaleza que la
suya.
¡Dios en la carne! Y no obrando a
intervalos, como en los profetas, sino uniendo a sí la humanidad y mediante la
carne, atrayendo a sí a todos los hombres.
Dios se hizo carne, para matar la muerte oculta en ella; pues la muerte
reinó hasta la venida de Cristo. (Rm 5, 12-16).
Pero luego apareció la bondad salvadora de Dios, salió el sol de la
justicia y la muerte fue absorbida por la victoria” al no soportar la presencia
de la Verdadera Vida.
Dios está en la carne: para
santificar esta carne maldecida, ruborizar la carne débil, unir con Dios la
carne alejada de Él y llevar al Cielo la carne caída.
¿Y cuál fue el taller de esa
disposición salvífica? ¡El cuerpo de Santa María! ¿Y cuáles fueron los
principios de la generación? ¡El Espíritu Santo y la adumbrante (origen) Fuerza del Altísimo!
+ + +
Orar sirve, es bueno para nuestra alma y
nuestra mente.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
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