“¡Señor,
auméntanos la Fe!”
Domine, adauge
nobis fidem
Riviera
Maya, México; Enero 24 del 2020.
Tomado de la Colección de Folletos
EL CREDO. SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA
P. Emiliano Jiménez Hernández, C.N.
Grafite Ediciones – Bilbao España
2006
CREO EN DIOS…
CREO EN JESUCRISTO…
QUE NACIÓ DE MARÍA
VIRGEN…
- Epifanía del Amor de Dios
La
encarnación de Cristo es la Epifanía del Amor de Dios al hombre pecador. Siendo Él la vida “bajó del cielo para dar vida al mundo” (Jn 6,33-63), para hacernos partícipes
de la “vida eterna” (Jn 3,16.36;
10,10), “pasándonos de la muerte a la
vida” (Jn 5,24). Él es Jesús: “Dios salva” (Mt 1,21). Por ello, pudo decir que “había venido a llamar a los pecadores” y
“a salvar lo que estaba perdido” (Mc
2,17; Lc 19,10).
“En la plenitud de los tiempos, Dios envió a
su Hijo, nacido de mujer, bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo
la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. (Ga 4,4) Nuestra condición humana en el nacer y
nuestra existencia en situación de esclavitud han sido libremente aceptadas por
el Hijo de Dios, que quiso participar de nuestra condición humana
plenamente. Se ha hecho hombre hasta el
fondo, hasta la muerte, hasta la cruz, hasta el ‘infierno’.
Dios
quiso revestirse del hombre que había caído para que “como por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la
muerte, alcanzando a todos los hombres… Así, y mucho más, la gracia de Dios se
desbordó sobre todos por un solo hombre: Jesucristo.” (Rm5, 12, 15 ss) “Porque, habiendo venido por un hombre la
muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues, del mismo modo que en Adán mueren
todos, así también todos revivirán en Cristo.” (1Co 15, 21-22)
En
un bello texto dice San Ambrosio:
“Pues Él se hizo Niño, para que
pudiese hacerse adulto; estuvo en pañales, para que tú pudieses ser desligado
de los lazos de la muerte; fue puesto en un pesebre, a fin de que tú lo seas
sobre el altar; estuvo en la tierra, para poder tú estar en el cielo; no había
puesto el mesón para Él, a fin de que tú “tuvieses muchas
moradas en el cielo”. (Jn 14,2)
Él “se
hizo pobre por causa nuestra, siendo rico, para enriquecernos con su pobreza.” (2Co 8,9) ¡Su pobreza es, pues, mi
patrimonio, la debilidad del Señor es mi fuerza! Prefirió para sí la indigencia, para poder
ser pródigo con todos. Los llantos, que
acompañaron a los gemidos de su infancia, me purifican. ¡Mis culpas son lavadas con sus lágrimas!
Soy, pues, Señor Jesús, más deudor tuyo por las injurias que has sufrido por
redimirme, que las obras que has realizado al crearme. ¡De nada serviría el nacer sin la Gracia de
la Redención!”
B)
CONCEBIDO POR EL ESPÍRITU SANTO
- Jesús Hijo del Padre
En
la concepción virginal de Jesús se excluye la colaboración de varón: “Fue concebido por obra del Espíritu Santo.” Sí, el Espíritu Santo – la Ruah de Yahveh–
sin embargo, no es el Padre de Jesús. El
Hijo es engendrado “por el Padre antes de todos los siglos” y se hace hombre,
siendo engendrado en María por la acción trascendente del Espíritu de
Dios. Como el primer Adán, “figura de aquél que había de venir” (Rm
5,14), fue plasmado por Dios, sin tener por padre a un hombre; así, “el segundo
Adán” (1Co 15,47), que recapitulaba en sí a Adán, “debía tener la semejanza de la misma generación” (San Ireneo).
El
encuentro entre Dios y el hombre, entre la trascendencia y la historia humana,
es real, pero se cumple en el Espíritu.
Es ilusorio sorprender a Dios creando, resucitando, introduciendo a Su
Hijo en el mundo. La acción de Dios no
se descubre al margen de la Fe. La
escritura, que surgió en la Iglesia como sedimentación de su experiencia
creyente, celebrativa y misionera, sólo se comprende a través de la vida de Fe
de la Iglesia.
San
Agustín, en sus escritos del Sermón,
lo analiza con diligencia:
¿Quién
puede explicarlo? ¿Qué inteligencia puede comprender y qué labios expresar, no
ya cómo “en el principio era el Verbo”,
sino cómo “se hizo carne”, escogiendo
a una Virgen para hacerla su Madre y, haciéndola Madre, conservarla Virgen? ¿Cómo
es Hijo de Dios sin madre que lo conciba, e Hijo del Hombre sin obra del
hombre? ¿Cómo, viniendo a ella, confiere la fecundidad a una mujer, y naciendo
de ella, no le quita su integridad? ¿Quién podrá decirlo? Pero ¿quién puede
callar? ¡Qué maravilla admirable! Ni
podemos hablar, ni nos es dado callar. ¡Pregonemos fuera lo que dentro no
podemos comprender!
Ambos
acontecimientos –el divino y el humano– son maravillosos. Uno es de Padre sin
madre, otro de Madre sin padre; aquél fiera del tiempo, éste en el tiempo
conveniente; uno eterno, temporal el otro; el primero incorpóreo en el seno del
Padre, el segundo le da un cuerpo sin violar la virginidad de su Madre; aquél
sin sexo, éste sin unión de sexos.
Tened,
pues, firme y fija esta idea, si queréis continuar siendo católicos, que Dios
Padre engendró a Dios Hijo sin tiempo y que lo hizo de la Virgen María en el
tiempo.
Aquel
nacimiento trasciende los tiempos, éste en cambio los ilumina.
Sin
embargo, una y otra natividad son maravillosas: aquélla es sin madre, ésta es
sin padre.
Cuando
Dios engendró al Hijo, lo engendró de Sí, no de una madre; cuando la madre
engendró al Hijo, lo engendró Virgen, no de hombre.
Del
Padre nació sin principio, de la madre ha nacido hoy con un principio bien
determinado.
Nacido
del Padre nos creó; nacido de la madre nos recreó.
Nació
del Padre para que existiéramos; nació de la madre para que no pereciéramos.
Orar sirve, es bueno
para nuestra alma y nuestra mente.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
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