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jueves, 23 de enero de 2020

EL CREDO - 16 - QUE NACIÓ DE MARÍA VIRGEN...


“¡Señor, auméntanos la Fe!”
Domine, adauge nobis fidem


Riviera Maya, México; Enero 24 del 2020.


Tomado de la Colección de Folletos
EL CREDO. SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA
P. Emiliano Jiménez Hernández, C.N.
Grafite Ediciones – Bilbao España
2006


CREO EN DIOS…
CREO EN JESUCRISTO…
QUE NACIÓ DE MARÍA VIRGEN…

         - Epifanía del Amor de Dios

La encarnación de Cristo es la Epifanía del Amor de Dios al hombre pecador.  Siendo Él la vida “bajó del cielo para dar vida al mundo” (Jn 6,33-63), para hacernos partícipes de la “vida eterna” (Jn 3,16.36; 10,10), “pasándonos de la muerte a la vida” (Jn 5,24).  Él es Jesús: “Dios salva” (Mt 1,21).  Por ello, pudo decir que “había venido a llamar a los pecadores” y “a salvar lo que estaba perdido” (Mc 2,17; Lc 19,10).

En la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. (Ga 4,4)  Nuestra condición humana en el nacer y nuestra existencia en situación de esclavitud han sido libremente aceptadas por el Hijo de Dios, que quiso participar de nuestra condición humana plenamente.  Se ha hecho hombre hasta el fondo, hasta la muerte, hasta la cruz, hasta el ‘infierno’.

Dios quiso revestirse del hombre que había caído para que “como por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, alcanzando a todos los hombres… Así, y mucho más, la gracia de Dios se desbordó sobre todos por un solo hombre: Jesucristo.” (Rm5, 12, 15 ss) “Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos.  Pues, del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo.” (1Co 15, 21-22)

En un bello texto dice San Ambrosio:
“Pues Él se hizo Niño, para que pudiese hacerse adulto; estuvo en pañales, para que tú pudieses ser desligado de los lazos de la muerte; fue puesto en un pesebre, a fin de que tú lo seas sobre el altar; estuvo en la tierra, para poder tú estar en el cielo; no había puesto el mesón para Él, a fin de que tú “tuvieses muchas moradas en el cielo”. (Jn 14,2) 
Él “se hizo pobre por causa nuestra, siendo rico, para enriquecernos con su pobreza.” (2Co 8,9) ¡Su pobreza es, pues, mi patrimonio, la debilidad del Señor es mi fuerza!  Prefirió para sí la indigencia, para poder ser pródigo con todos.  Los llantos, que acompañaron a los gemidos de su infancia, me purifican.  ¡Mis culpas son lavadas con sus lágrimas! Soy, pues, Señor Jesús, más deudor tuyo por las injurias que has sufrido por redimirme, que las obras que has realizado al crearme.  ¡De nada serviría el nacer sin la Gracia de la Redención!”


B) CONCEBIDO POR EL ESPÍRITU SANTO

         - Jesús Hijo del Padre

En la concepción virginal de Jesús se excluye la colaboración de varón: “Fue concebido por obra del Espíritu Santo.  Sí, el Espíritu Santo – la Ruah de Yahveh– sin embargo, no es el Padre de Jesús.  El Hijo es engendrado “por el Padre antes de todos los siglos” y se hace hombre, siendo engendrado en María por la acción trascendente del Espíritu de Dios.  Como el primer Adán, “figura de aquél que había de venir” (Rm 5,14), fue plasmado por Dios, sin tener por padre a un hombre; así, “el segundo Adán” (1Co 15,47), que recapitulaba en sí a Adán, “debía tener la semejanza de la misma generación” (San Ireneo).

El encuentro entre Dios y el hombre, entre la trascendencia y la historia humana, es real, pero se cumple en el Espíritu.  Es ilusorio sorprender a Dios creando, resucitando, introduciendo a Su Hijo en el mundo.  La acción de Dios no se descubre al margen de la Fe.  La escritura, que surgió en la Iglesia como sedimentación de su experiencia creyente, celebrativa y misionera, sólo se comprende a través de la vida de Fe de la Iglesia.

San Agustín, en sus escritos del Sermón, lo analiza con diligencia:
¿Quién puede explicarlo? ¿Qué inteligencia puede comprender y qué labios expresar, no ya cómo “en el principio era el Verbo”, sino cómo “se hizo carne”, escogiendo a una Virgen para hacerla su Madre y, haciéndola Madre, conservarla Virgen? ¿Cómo es Hijo de Dios sin madre que lo conciba, e Hijo del Hombre sin obra del hombre? ¿Cómo, viniendo a ella, confiere la fecundidad a una mujer, y naciendo de ella, no le quita su integridad? ¿Quién podrá decirlo? Pero ¿quién puede callar?  ¡Qué maravilla admirable! Ni podemos hablar, ni nos es dado callar. ¡Pregonemos fuera lo que dentro no podemos comprender!

Ambos acontecimientos –el divino y el humano– son maravillosos. Uno es de Padre sin madre, otro de Madre sin padre; aquél fiera del tiempo, éste en el tiempo conveniente; uno eterno, temporal el otro; el primero incorpóreo en el seno del Padre, el segundo le da un cuerpo sin violar la virginidad de su Madre; aquél sin sexo, éste sin unión de sexos.

Tened, pues, firme y fija esta idea, si queréis continuar siendo católicos, que Dios Padre engendró a Dios Hijo sin tiempo y que lo hizo de la Virgen María en el tiempo. 
Aquel nacimiento trasciende los tiempos, éste en cambio los ilumina. 
Sin embargo, una y otra natividad son maravillosas: aquélla es sin madre, ésta es sin padre. 
Cuando Dios engendró al Hijo, lo engendró de Sí, no de una madre; cuando la madre engendró al Hijo, lo engendró Virgen, no de hombre. 
Del Padre nació sin principio, de la madre ha nacido hoy con un principio bien determinado. 
Nacido del Padre nos creó; nacido de la madre nos recreó.  
Nació del Padre para que existiéramos; nació de la madre para que no pereciéramos.

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Orar sirve, es bueno para nuestra alma y nuestra mente.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli





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