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jueves, 19 de octubre de 2017

Veritelius de Garlla -9- En Florentia (2) (Rumbo a Roma)



¡Alabado sea Jesucristo!

Ciudad de México, Octubre 20 del 2017.

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil
9 de 130

EN FLORENTIA (2)
Iunius XVII

Los aplausos y gritos de emoción de los asistentes, en nada corresponden a la bienvenida original que se le brindó al Chamán Hamed, pero sin lugar a dudas, su disertación ha arrancado emociones más encendidas de los asistentes.  Yo estoy de acuerdo con él: hay cosas divinas y cosas humanas; cuáles son cuáles y cuándo deben ejecutarse, es el gran dilema de los hombres.  Me pregunto cómo se llamará Martis en esa Religión de Estado que propone el Chamán Hamed; cómo se llamarán Iuppiter y Minerva y todos los demás.  Las felicitaciones personales al Chamán por parte de los invitados han terminado e igualmente en el auditorio, la calma ha regresado; nuestro conductor, el Sacerdote Romano Alphonsus Pío, toma la palabra:
1.                 Muy agradecidos estamos todos con su valiosísima intervención, Chamán Hamed, tomamos nota de su posición positiva respecto de la Religión de Estado. Les recuerdo a todos que las manifestaciones de júbilo o desaprobación están prohibidas durante la exposición del invitado; éstas solo se podrán hacer cuando concluya su intervención.  Ahora, vamos a continuar con nuestra reunión en donde toca la participación del Fariseo Judío, el Rabbuni Misael de Cafarnaúm, de nuestra amada Provincia de Judea.
2.                 Le agradezco, Sacerdote Alphonsus Pío; comienza diciendo el Rabbuni, quien, como yo pensaba, es el segundo orador. “Yo Soy el que Soy”, la forma en que Dios quiere que nos refiramos a Él, ha dicho: “No tendrás otros dioses delante de mí, ni a ellos adorarás ni ante ellos te postrarás. Solo a mí rendirás culto.”  Hace tres mil años Dios decidió ‘hacer su propio pueblo’; y lo comenzó escogiendo para ello al Justo Abrám, el único que fue agradable a los ojos de Dios, quien era de la tierra de Ur de los Caldeos.  Éste, que fue nuestro primer Patriarca, creyó en Dios cuando le dijo: “Vete de tu tierra y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré.  De ti haré una nación grande y te bendeciré.  Engrandeceré tu nombre, para que seas tú una bendición.  Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan.  Por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra.”  Así ha hablado Dios a nuestro Padre Abrám.  “Yo Soy el que Soy” es el creador de todas las cosas; “. . . en seis días creó Dios el cielo y la tierra y todo cuanto hay en ella. . .” dice el Gran Libro de nuestros Padres, la Torá o Pentateuco, que se empezó a escribir hace dos mil años y que se conserva entre nosotros desde la antigüedad.  Dios bendijo a Abrám con Isaac, a Isaac lo bendijo con Jacob y a Jacob con sus doce hijos, que son los hijos de Israel, que es el pueblo escogido por Dios.  Sin embargo, este pueblo a veces ha desobedecido a “Yo Soy” en sus mandatos y ha dejado que sea maltratado por otros pueblos, porque el Señor nuestro Dios nos ha castigado; como fue el caso hace mil quinientos años, cuando nuestros antepasados eran esclavos en Egipto y de donde Dios lo libró con una gran demostración de poder con las diez plagas contra el Faraón; para fundar la nación prometida, en la tierra prometida y dejar evidencia del cumplimiento de la promesa hecha a nuestros padres Abraham, Isaac y Jacob.  Y hablo la verdad, pues de lo que digo hay evidencia histórica en los templos y tumbas egipcios. (El disgusto por las palabras del Fariseo, no se oculta en la persona del Chamán Hamed, quien no deja de moverse incómodo en su silla o sollum. Pero el Rabbuni continúa).  O como hace seiscientos años, cuando por la desobediencia e iniquidad de nuestros padres, fuimos llevados como esclavos a Babilonia, hasta el día de la liberación por el decreto de Ciro el Grande, Rey de los Persas; y volvimos a nuestros territorios, la tierra conocida como Canaán. (Para este momento de su narrativa no hay quien se sienta agredido, pues nadie de la Mesopotamia ha sido invitado).  Y hace trescientos años, con la dominación helenística que se extendió por todos los pueblos, arrasando con la espada y con las palabras nuestras costumbres y nuestra cultura, en pos de la razón y no de la teocracia.
3.                 ¡Un momento, Fariseo Misael!, interrumpe la Sacerdotisa Sofía, la ateniense, no estamos aquí para una clase de historia del pueblo judío; sino para, ecuménicamente, decidir si conviene o no una Religión de Estado en el Gran Imperio Romano. (Ésta no se aguantó y rompió las reglas del debate, pues estaba muy claro que no debería interrumpirse al orador.  El Fariseo ni siquiera voltea a ver a su increpadora, y solo mira al Sacerdote Alphonsus Pío, esperando que intervenga.)
4.                 ¡Orden!, ¡Orden!, ¡Orden!; grita con desesperación el Sacerdote Romano, pues toda la concurrencia habla, grita y lanza improperios contra el Rabbuni¡Les pido a todos su silentium et ordinis! No dejemos que la barbarie se apodere de nosotros, gente culta y digna del Imperio Romano.  Habrá tiempo para las contraposiciones y los debates, pero en pleno uso de nuestra cultura, como gente civilizada.  Por favor Rabbuni, continúe. Con esas palabras, la calma vuelve.
5.                 Israel no puede dejar sus creencias y sus costumbres, continúa el Fariseo Misael, pues hacerlo sería desobedecer nuevamente a Dios, y su castigo caería sobre nosotros.  La Ley y los Profetas de nuestro pueblo, siempre han sido inspirados por Dios; sus palabras están llenas de verdad y sus mandatos se cumplen irremediablemente. Todas las calamidades de Israel han sido profetizadas por los hombres de Dios: Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel; por poner un ejemplo,  todos han hablado por boca de Dios.
6.                 Dime, profeta, ¿quién profetizó qué les pasaría con los Romanos?, interrumpe abruptamente una voz tan fuerte que parecía la de algún hijo de los dioses.
7.                 Daniel.  El profeta Daniel lo asienta en la interpretación del sueño de Nabucodonosor; contesta de inmediato el Fariseo, que cada vez me intriga más con sus conocimientos de algo que yo no sé prácticamente nada.  Y continúa el Rabbuni:
8.                 Desde hace más de cincuenta años, tenemos la “estancia por acuerdo”, de tropas del Imperio Romano que ayudan a mantener el orden; ciertamente no lo consideramos una invasión, pues nuestra nación nunca ha estado en guerra contra Roma, pero deliberadamente tener que aceptar una Religión de Estado diferente de la que ya tenemos en Israel, sería inadmisible para nuestro pueblo.  Una actitud de parte del Gobierno Romano prohibiendo nuestra religión y costumbres, sería considerada altamente hostil, más aún si se tiene en cuenta que nosotros pagamos muy altos tributos por ello.  Ya en otros tiempos nuestra nación ha sufrido esos improperios, con el Imperio Selúcida, por ejemplo; y lo único que ellos lograron, fue darnos a los Héroes Macabeos.





En este momento interrumpo mi atención al discurso del Fariseo Misael de Cafarnaúm, para escribir una nota que dice:

Florentia, Iunius XVII, del
 Año XX del Reinado de Tiberio Julio César
        
         Honorable Tribuno Aurelio Sueto:
                  
         Le saludo desde Florentia, en donde participo junto a su colega,
         el Senador Toribio Cunes, en un simposio para deliberar sobre la                            conveniencia de una Religión de Estado en el Imperio Romano. 
         Le agradecería facilitarme cuanto documento exista en la
         Biblioteca del Senado acerca de  “Los Macabeos”, de Israel
         (Provincia Romana de Judea). 
         En mi estancia en Roma me daré el gusto de saludarle personalmente.

                                                                  ¡Ave César!
                                               Tribunus Legatus Veritelius de Garlla

Llamo de inmediato a mi asistente Tadeus, que está detrás de mí, y le ordeno:
9.                 Asigne a su mejor hombre para que entregue de inmediato esta misiva en Roma, no requiero respuesta inmediata; pero él deberá regresar con nosotros a Perusia o Terni.  Ah! Tadeus, en este momento no haga honores, ni me salude, ni se despida; discretamente salga, entregue la nota y regrese aquí mismo.
10.            . . .

Ni una sola palabra dijo el buen soldado; debió haberle costado mucho trabajo lograrlo, ya que esto es algo que se convierte en instinto de tanto hacerlo.  Para cuando me reencuentro con el público, el Fariseo sigue lidiando con los presentes y sus interrupciones, en razón de sus planteamientos sobre los inconvenientes de la Religión de Estado y sus impedimentos para dar cumplimiento a cualquier ley que sea emitida al respecto.  Le oigo decir:
11.            El Señor nuestro Dios está por encima de cualquier mandato humano; todos los Israelitas sabemos esto y estamos dispuestos a vivirlo en nuestra propia persona; esto es, estamos dispuestos a morir si fuese necesario. Muchos mártires conocemos por esta razón, los más grandes Ananías, Misael y Azarías, en tiempos del Profeta Daniel, a quienes el Ángel del Señor salvó del horno en done iban a ser quemados vivos por Nabucodonosor en Babilonia.
12.            Y tu Dios ¿todavía les habla, Rabbuni?, vuelve otro a interrumpir y el Fariseo imperturbable le contesta:
13.            Sí, ciudadano romano, todavía nos envía señales muy claras.  Déjenme decirles cómo ha intervenido el Señor en esta reunión.  Cuando yo fui invitado, sabía que seríamos cinco los participantes; sin embargo, somos seis, porque aprovechándonos todos de que el Tribunus Legatus Veritelius de Garlla pasaba por Florentia, fue invitado sin dar aviso a ninguno de los convocados a este simposium; lo cual, ‘desde el punto de vista del Derecho Romano, no es justo, pues las partes no lo habían convenido’.  Y aquí hay dos signos muy importantes que para mí son clara manifestación de Dios.  Cinco personas colocadas en un plano como puntas de una estrella, dan el siguiente signo:

14.            Y éste, es un signo que para nosotros significa un anuncio luminoso de muy buena aceptación; pero finalmente fuimos seis; y si hacemos lo mismo con las personas, colocarlas como puntos de una estrella, el signo sería el siguiente:

15.            Que es el signo de la Estrella de David; lo cual significa para mí que el anuncio luminoso viene directamente de Dios. ¡Pero hay algo más importante aún! ¡Quien cambió la forma de la estrella es el Tribunus Legatus, lo que significa que será él el que reciba el mensaje luminoso del Señor! ¡Para mí está tan claro como la geometría y razones suyas sobre cálculos y posibles usos; ¡Para mí esto es una manifestación Divina en un Gentil, no en un Judío!!
16.            ¿Sabe usted Tribunus Legatus qué encomienda lo lleva a Roma?
17.            No, le respondo más sorprendido que indispuesto.
18.            Pues entonces tome todo esto como un signo claramente descifrado para usted, por alguien a quien usted nunca debió haber conocido; a mí, un fariseo del pueblo Judío al que Dios ha cruzado en su camino en el momento exacto, en el lugar exacto, para el asunto exacto.  Esos son los signos y esos sus significados; así habla Dios y sí. . . ¡Todavía habla para que le escuchemos, Ciudadanos Romanos! Termina el Rabbuni con un tono de voz fuerte, determinante y seguro.

El silencio en el recinto es abrumador, todos hemos quedado impactados con la explicación que el Fariseo nos ha dado y la cantidad de ‘signos’ o ‘significados’ que hay encerrados entre tantas ‘coincidencias’.   Los más impactados son los religiosos, quienes, estupefactos, no logran asimilar el acontecimiento.  Tratando de retomar el asunto y el simposio (que a él tanto le interesa), el Senador Toribio Cunes toma la palabra, diciendo:
19.            ¡Ciudadanos Romanos! Sin lugar a dudas el momento ha sido por demás emocionante e inolvidable; sugiero a todos que tomemos un receso para degustar los alimentos que amablemente han puesto a nuestra disposición en el pórtico y pasillos exteriores de este recinto; y regresemos a nuestro simposio al toque de las trompetas de aviso.

Es lo más cuerdo y oportuno que le he oído decir al insoportable político.  Yo ya tuve suficiente, así que partiremos de inmediato hacia nuestro destino: Roma.  Me despido de todos los invitados argumentando la necesidad de mi urgente llegada a la Urbe, lo cual todos parecen entender; no sé si por lo que ha ocurrido con el Fariseo Misael de Cafarnaúm, o simplemente porque comprenden que debo partir.  A este Rabbuni nunca más lo perderé de vista en mi vida; a partir de hoy, como tanta otra gente que existe así ya, este hombre estará vigilado por el resto de sus días para bien del Imperio.  Él no lo sabrá, pero yo estaré informado cada vez que lo necesite de: qué ha hecho, cuándo lo hizo, con quién lo hizo y dónde lo hizo; algunas veces hasta sabré qué dijo o qué le dijeron. 

Dos de nuestros hombres se quedarán como in vestigatoris del Fariseo Misael de Cafarnaúm; a partir de hoy son emissarii del Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, con comanda, asignación, sello lacrado y firma mía.  No se sabe a dónde irán ni cuándo regresarán; son solteros, no dejan familia que extrañar.  Serán gemellus uno del otro; si uno fuese herido de muerte, el otro podrá informarme desde cualquier puesto militar del acontecimiento y allí mismo será provisto de otro compañero que él escoja para ser acompañado.  Si los dos muriesen, yo sería informado de inmediato por el Centurión o el Guardia Pretoriano que haya sido notificado del deceso de los hombres.  Todos mis hombres saben desde hace diez años, cuando fui nombrado Magíster Legatus en Galia por Tiberio Julio César, que esta eventualidad les puede ocurrir.  Nada de ello es malo, pues continúan en el Ejército Imperial, bajo mi mando, sumando años de servicio en la milicia y con una muy buena paga desde el momento en que yo les comisione.

Estamos a tres horas del inicio de la primera vigilia, lo cual significa que podremos llegar a Perusia en ocaso de verano, esto es, con luz en el firmamento.  Nos despedimos efusivamente de nuestros soldados que he asignado como emisarios, deseándonos todo cúmulo de parabienes.  Son Ícaro y Galo, solteros, diestros y confiables, nada mejor se puede pedir.  Ellos empiezan su comisión exactamente en ese instante; les proveo de suficientes ‘aureus’ para su manutención y les recuerdo nuestra máxima: “Ad Imperator, sempre fidelis”.  Esa es la vida del Legionario Romano: siempre ser fiel al Emperador; los traidores no duran mucho, ni en el Ejército Imperial, ni con vida.  Nos dirigimos al cuartel lo más rápido posible, solo para cambiar caballos frescos que resistan la jornada a galope de tres horas; no habrá tiempo para comer y solo lo haremos hasta arribar a Perusia.  Me parece que es bueno el ayuno, hasta nos conviene; en los últimos días hemos comido muy bien, y la verdad, demasiado.


Perusia es una de las ciudades etruscas más antiguas que existen; en la conquista que la República hizo de ella, hubo necesidad de destruirla casi en su totalidad, pues sus pobladores hicieron del lugar el último bastión de Etruria contra Roma. ¡Trescientos años ha de eso! Ahora ya se sienten romanos. Debo decirlo: Perusia es una ciudad más antigua que nuestro querido Mediolanum; solo que éste, nunca ha sido destruido, siempre está en construcción solamente.  El lomerío de estos lugares otorga terrenos excelentes la siembra de verduras y vegetales; así como para la crianza de ganado bovinus, y con ello todos sus derivados, especialmente la leche y los quesos que se producen en grandes cantidades; para la Gran Urbe, éste es uno de sus centros de abasto de alimentos más importante.

Desde el punto de vista militar, Perusia cuenta con una posición estratégica muy importante para Roma, pues está a la mitad de los mares Adriaticum y Thyrrenum a la altura de Ancona y Orbetus; una línea de contención excelente al Septemtrio de la Urbe.  Igualmente, de arriba a abajo de la península, Perusia es la mitad donde todos los caminos convergen. Los abastecimientos de hombres y armas pueden darse desde los dos mares o desde la misma Roma; y sus estrechos pasos en el principio y final de los valles del Río Tiberis, dan oportunidades naturales para el desarrollo de batallas o enfrentamientos armados.  La plaza tiene un gran bastión del Ejército Imperial, más de cinco Legiones Romanas, cada una con su Magíster o su General, con uno de ellos como primus pilus de todas las fuerzas allí asentadas.  Son también campamentos de reclutamiento y entrenamiento de triarii, los nuevos soldados que son adiestrados en el manejo de las armas y las estrategias de batalla de la milicia romana. 

Para nuestros próceres del Imperio, Julio César y Augusto César, Perusia siempre fue prioridad; de igual forma lo es para Tiberio César hoy día.  Aquí hay gente tan formada en el ‘arte de la guerra’, que son asignados como adiestradores de tropas en las ciudades más importantes de las Provincias; Gobernadores, Generales Magíster y hasta Tribunus, nos afanamos por conseguir de estos valiosos elementos del Ejército Imperial Romano.

La cabalgata ha sido extenuante, hemos recorrido seiscientos cincuenta estadios, una jornada a trote sin descanso; galopamos en los valles y trotamos en las subidas de las lomas para conservar los caballos y finalmente lo hemos logrado: llegamos a Perusia al inicio de la segunda vigilia.  Estamos hambrientos, exhaustos y terriblemente sucios de barro y sudor; es tiempo de relajarse y descansar, mañana saldremos hacia Roma sin descanso.

† † †


Orar sirve, oremos por nuestros Pueblos.

De todos ustedes afectísimo en Cristo

Antonio Garelli




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De Milagros y Diosidencias.  Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.

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