¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de
México, Octubre 20 del 2017.
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
9 de 130
EN
FLORENTIA (2)
Iunius
XVII
Los aplausos y
gritos de emoción de los asistentes, en nada corresponden a la bienvenida
original que se le brindó al Chamán Hamed, pero sin lugar a dudas, su
disertación ha arrancado emociones más encendidas de los asistentes. Yo estoy de acuerdo con él: hay cosas divinas
y cosas humanas; cuáles son cuáles y cuándo deben ejecutarse, es el gran dilema
de los hombres. Me pregunto cómo se
llamará Martis en esa Religión de
Estado que propone el Chamán Hamed; cómo se llamarán Iuppiter y Minerva y todos
los demás. Las felicitaciones personales
al Chamán por parte de los invitados han terminado e igualmente en el
auditorio, la calma ha regresado; nuestro conductor, el Sacerdote Romano
Alphonsus Pío, toma la palabra:
1.
Muy agradecidos
estamos todos con su valiosísima intervención, Chamán Hamed, tomamos nota de su
posición positiva respecto de la Religión de Estado. Les recuerdo a todos que
las manifestaciones de júbilo o desaprobación están prohibidas durante la
exposición del invitado; éstas solo se podrán hacer cuando concluya su
intervención. Ahora, vamos a continuar
con nuestra reunión en donde toca la participación del Fariseo Judío, el
Rabbuni Misael de Cafarnaúm, de nuestra amada Provincia de Judea.
2.
Le agradezco,
Sacerdote Alphonsus Pío; comienza diciendo el Rabbuni, quien, como yo pensaba, es el segundo orador. “Yo Soy el que Soy”, la forma en que Dios
quiere que nos refiramos a Él, ha dicho: “No tendrás otros dioses delante de
mí, ni a ellos adorarás ni ante ellos te postrarás. Solo a mí rendirás
culto.” Hace tres mil años Dios decidió
‘hacer su propio pueblo’; y lo comenzó escogiendo para ello al Justo Abrám, el
único que fue agradable a los ojos de Dios, quien era de la tierra de Ur de los
Caldeos. Éste, que fue nuestro primer
Patriarca, creyó en Dios cuando le dijo: “Vete de tu tierra y de tu patria, y
de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te
bendeciré. Engrandeceré tu nombre, para
que seas tú una bendición. Bendeciré a
quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los pueblos de la
tierra.” Así ha hablado Dios a nuestro
Padre Abrám. “Yo Soy el que Soy” es el
creador de todas las cosas; “. . . en seis días creó Dios el cielo y la tierra
y todo cuanto hay en ella. . .” dice el Gran Libro de nuestros Padres, la Torá
o Pentateuco, que se empezó a escribir hace dos mil años y que se conserva
entre nosotros desde la antigüedad. Dios
bendijo a Abrám con Isaac, a Isaac lo bendijo con Jacob y a Jacob con sus doce
hijos, que son los hijos de Israel, que es el pueblo escogido por Dios. Sin embargo, este pueblo a veces ha
desobedecido a “Yo Soy” en sus mandatos y ha dejado que sea maltratado por
otros pueblos, porque el Señor nuestro Dios nos ha castigado; como fue el caso
hace mil quinientos años, cuando nuestros antepasados eran esclavos en Egipto y
de donde Dios lo libró con una gran demostración de poder con las diez plagas
contra el Faraón; para fundar la nación prometida, en la tierra prometida y
dejar evidencia del cumplimiento de la promesa hecha a nuestros padres Abraham,
Isaac y Jacob. Y hablo la verdad, pues
de lo que digo hay evidencia histórica en los templos y tumbas egipcios. (El
disgusto por las palabras del Fariseo, no se oculta en la persona del Chamán
Hamed, quien no deja de moverse incómodo en su silla o sollum. Pero el Rabbuni continúa). O como hace seiscientos años,
cuando por la desobediencia e iniquidad de nuestros padres, fuimos llevados
como esclavos a Babilonia, hasta el día de la liberación por el decreto de Ciro
el Grande, Rey de los Persas; y volvimos a nuestros territorios, la tierra
conocida como Canaán. (Para este momento de su narrativa no hay quien se
sienta agredido, pues nadie de la Mesopotamia ha sido invitado). Y
hace trescientos años, con la dominación helenística que se extendió por todos
los pueblos, arrasando con la espada y con las palabras nuestras costumbres y
nuestra cultura, en pos de la razón y no de la teocracia.
3.
¡Un momento,
Fariseo Misael!,
interrumpe la Sacerdotisa Sofía, la ateniense, no estamos aquí para una clase de historia del pueblo judío; sino
para, ecuménicamente, decidir si conviene o no una Religión de Estado en el
Gran Imperio Romano. (Ésta no se aguantó y rompió las reglas del debate,
pues estaba muy claro que no debería interrumpirse al orador. El Fariseo ni siquiera voltea a ver a su
increpadora, y solo mira al Sacerdote Alphonsus Pío, esperando que intervenga.)
4.
¡Orden!,
¡Orden!, ¡Orden!;
grita con desesperación el Sacerdote Romano, pues toda la concurrencia habla,
grita y lanza improperios contra el Rabbuni. ¡Les
pido a todos su silentium et ordinis! No dejemos que la barbarie se apodere de
nosotros, gente culta y digna del Imperio Romano. Habrá tiempo para las contraposiciones y los
debates, pero en pleno uso de nuestra cultura, como gente civilizada. Por favor Rabbuni, continúe. Con esas
palabras, la calma vuelve.
5.
Israel no puede
dejar sus creencias y sus costumbres, continúa el Fariseo Misael, pues hacerlo sería desobedecer nuevamente a
Dios, y su castigo caería sobre nosotros.
La Ley y los Profetas de nuestro pueblo, siempre han sido inspirados por
Dios; sus palabras están llenas de verdad y sus mandatos se cumplen
irremediablemente. Todas las calamidades de Israel han sido profetizadas por
los hombres de Dios: Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel; por poner un
ejemplo, todos han hablado por boca de
Dios.
6.
Dime, profeta,
¿quién profetizó qué les pasaría con los Romanos?, interrumpe
abruptamente una voz tan fuerte que parecía la de algún hijo de los dioses.
7.
Daniel. El profeta Daniel lo asienta en la
interpretación del sueño de Nabucodonosor; contesta de inmediato el Fariseo,
que cada vez me intriga más con sus conocimientos de algo que yo no sé
prácticamente nada. Y continúa el Rabbuni:
8.
Desde hace más
de cincuenta años, tenemos la “estancia por acuerdo”, de tropas del Imperio
Romano que ayudan a mantener el orden; ciertamente no lo consideramos una
invasión, pues nuestra nación nunca ha estado en guerra contra Roma, pero
deliberadamente tener que aceptar una Religión de Estado diferente de la que ya
tenemos en Israel, sería inadmisible para nuestro pueblo. Una actitud de parte del Gobierno Romano
prohibiendo nuestra religión y costumbres, sería considerada altamente hostil,
más aún si se tiene en cuenta que nosotros pagamos muy altos tributos por
ello. Ya en otros tiempos nuestra nación
ha sufrido esos improperios, con el Imperio Selúcida, por ejemplo; y lo único
que ellos lograron, fue darnos a los Héroes Macabeos.
En este momento
interrumpo mi atención al discurso del Fariseo Misael de Cafarnaúm, para
escribir una nota que dice:
Florentia, Iunius XVII, del
Año XX del
Reinado de Tiberio Julio César
Honorable
Tribuno Aurelio Sueto:
Le
saludo desde Florentia, en donde participo junto a su colega,
el
Senador Toribio Cunes, en un simposio para deliberar sobre la conveniencia de una Religión de Estado en el Imperio
Romano.
Le
agradecería facilitarme cuanto documento exista en la
Biblioteca
del Senado acerca de “Los Macabeos”, de
Israel
(Provincia
Romana de Judea).
En
mi estancia en Roma me daré el gusto de saludarle personalmente.
¡Ave
César!
Tribunus
Legatus Veritelius de Garlla
Llamo de
inmediato a mi asistente Tadeus, que está detrás de mí, y le ordeno:
9.
Asigne a su
mejor hombre para que entregue de inmediato esta misiva en Roma, no requiero
respuesta inmediata; pero él deberá regresar con nosotros a Perusia o
Terni. Ah! Tadeus, en este momento no
haga honores, ni me salude, ni se despida; discretamente salga, entregue la
nota y regrese aquí mismo.
10.
.
. .
Ni una sola
palabra dijo el buen soldado; debió haberle costado mucho trabajo lograrlo, ya
que esto es algo que se convierte en instinto de tanto hacerlo. Para cuando me reencuentro con el público, el
Fariseo sigue lidiando con los presentes y sus interrupciones, en razón de sus
planteamientos sobre los inconvenientes de la Religión de Estado y sus
impedimentos para dar cumplimiento a cualquier ley que sea emitida al
respecto. Le oigo decir:
11.
El Señor nuestro
Dios está por encima de cualquier mandato humano; todos los Israelitas sabemos
esto y estamos dispuestos a vivirlo en nuestra propia persona; esto es, estamos
dispuestos a morir si fuese necesario. Muchos mártires conocemos por esta
razón, los más grandes Ananías, Misael y Azarías, en tiempos del Profeta
Daniel, a quienes el Ángel del Señor salvó del horno en done iban a ser
quemados vivos por Nabucodonosor en Babilonia.
12.
Y tu Dios
¿todavía les habla, Rabbuni?, vuelve otro a interrumpir y el Fariseo
imperturbable le contesta:
13.
Sí, ciudadano
romano, todavía nos envía señales muy claras.
Déjenme decirles cómo ha intervenido el Señor en esta reunión. Cuando yo fui invitado, sabía que seríamos
cinco los participantes; sin embargo, somos seis, porque aprovechándonos todos
de que el Tribunus Legatus Veritelius de Garlla pasaba por Florentia, fue
invitado sin dar aviso a ninguno de los convocados a este simposium; lo cual,
‘desde el punto de vista del Derecho Romano, no es justo, pues las partes no lo
habían convenido’. Y aquí hay dos signos
muy importantes que para mí son clara manifestación de Dios. Cinco personas colocadas en un plano como
puntas de una estrella, dan el siguiente signo:
14.
Y éste, es un signo
que para nosotros significa un anuncio luminoso de muy buena aceptación; pero
finalmente fuimos seis; y si hacemos lo mismo con las personas, colocarlas como
puntos de una estrella, el signo sería el siguiente:
15.
Que es el signo
de la Estrella de David; lo cual significa para mí que el anuncio luminoso
viene directamente de Dios. ¡Pero hay algo más importante aún! ¡Quien cambió la
forma de la estrella es el Tribunus Legatus, lo que significa que será él el
que reciba el mensaje luminoso del Señor! ¡Para mí está tan claro como la
geometría y razones suyas sobre cálculos y posibles usos; ¡Para mí esto es una
manifestación Divina en un Gentil, no en un Judío!!
16.
¿Sabe usted
Tribunus Legatus qué encomienda lo lleva a Roma?
17.
No, le respondo más sorprendido
que indispuesto.
18.
Pues entonces
tome todo esto como un signo claramente descifrado para usted, por alguien a
quien usted nunca debió haber conocido; a mí, un fariseo del pueblo Judío al
que Dios ha cruzado en su camino en el momento exacto, en el lugar exacto, para
el asunto exacto. Esos son los signos y
esos sus significados; así habla Dios y sí. . . ¡Todavía habla para que le
escuchemos, Ciudadanos Romanos! Termina el Rabbuni con un tono de voz fuerte, determinante y seguro.
El silencio en
el recinto es abrumador, todos hemos quedado impactados con la explicación que
el Fariseo nos ha dado y la cantidad de ‘signos’ o ‘significados’ que hay
encerrados entre tantas ‘coincidencias’.
Los más impactados son los religiosos, quienes, estupefactos, no logran
asimilar el acontecimiento. Tratando de
retomar el asunto y el simposio (que a él tanto le interesa), el Senador
Toribio Cunes toma la palabra, diciendo:
19.
¡Ciudadanos
Romanos! Sin lugar a dudas el momento ha sido por demás emocionante e inolvidable;
sugiero a todos que tomemos un receso para degustar los alimentos que
amablemente han puesto a nuestra disposición en el pórtico y pasillos
exteriores de este recinto; y regresemos a nuestro simposio al toque de las
trompetas de aviso.
Es lo más cuerdo
y oportuno que le he oído decir al insoportable político. Yo ya tuve suficiente, así que partiremos de
inmediato hacia nuestro destino: Roma.
Me despido de todos los invitados argumentando la necesidad de mi
urgente llegada a la Urbe, lo cual todos parecen entender; no sé si por lo que
ha ocurrido con el Fariseo Misael de Cafarnaúm, o simplemente porque comprenden
que debo partir. A este Rabbuni nunca más lo perderé de vista en
mi vida; a partir de hoy, como tanta otra gente que existe así ya, este hombre
estará vigilado por el resto de sus días para bien del Imperio. Él no lo sabrá, pero yo estaré informado cada
vez que lo necesite de: qué ha hecho, cuándo lo hizo, con quién lo hizo y dónde
lo hizo; algunas veces hasta sabré qué dijo o qué le dijeron.
Dos de nuestros
hombres se quedarán como in vestigatoris
del Fariseo Misael de Cafarnaúm; a partir de hoy son emissarii del Tribunus
Legatus Veritelius de Garlla, con comanda, asignación, sello lacrado y
firma mía. No se sabe a dónde irán ni
cuándo regresarán; son solteros, no dejan familia que extrañar. Serán gemellus uno del otro; si uno fuese
herido de muerte, el otro podrá informarme desde cualquier puesto militar del
acontecimiento y allí mismo será provisto de otro compañero que él escoja para
ser acompañado. Si los dos muriesen, yo
sería informado de inmediato por el Centurión o el Guardia Pretoriano que haya
sido notificado del deceso de los hombres.
Todos mis hombres saben desde hace diez años, cuando fui nombrado Magíster Legatus en Galia por Tiberio
Julio César, que esta eventualidad les puede ocurrir. Nada de ello es malo, pues continúan en el
Ejército Imperial, bajo mi mando, sumando años de servicio en la milicia y con
una muy buena paga desde el momento en que yo les comisione.
Estamos a tres
horas del inicio de la primera vigilia, lo cual significa que podremos llegar a
Perusia en ocaso de verano, esto es, con luz en el firmamento. Nos despedimos efusivamente de nuestros
soldados que he asignado como emisarios, deseándonos todo cúmulo de
parabienes. Son Ícaro y Galo, solteros,
diestros y confiables, nada mejor se puede pedir. Ellos empiezan su comisión exactamente en ese
instante; les proveo de suficientes ‘aureus’
para su manutención y les recuerdo nuestra máxima: “Ad Imperator, sempre fidelis”.
Esa es la vida del Legionario Romano: siempre ser fiel al Emperador; los
traidores no duran mucho, ni en el Ejército Imperial, ni con vida. Nos dirigimos al cuartel lo más rápido
posible, solo para cambiar caballos frescos que resistan la jornada a galope de
tres horas; no habrá tiempo para comer y solo lo haremos hasta arribar a
Perusia. Me parece que es bueno el
ayuno, hasta nos conviene; en los últimos días hemos comido muy bien, y la verdad,
demasiado.
Perusia es una
de las ciudades etruscas más antiguas que existen; en la conquista que la
República hizo de ella, hubo necesidad de destruirla casi en su totalidad, pues
sus pobladores hicieron del lugar el último bastión de Etruria contra Roma.
¡Trescientos años ha de eso! Ahora ya se sienten romanos. Debo decirlo: Perusia
es una ciudad más antigua que nuestro querido Mediolanum; solo que éste, nunca ha sido destruido, siempre está en
construcción solamente. El lomerío de
estos lugares otorga terrenos excelentes la siembra de verduras y vegetales;
así como para la crianza de ganado bovinus, y con ello todos sus derivados,
especialmente la leche y los quesos que se producen en grandes cantidades; para
la Gran Urbe, éste es uno de sus centros de abasto de alimentos más importante.
Desde el punto
de vista militar, Perusia cuenta con una posición estratégica muy importante
para Roma, pues está a la mitad de los mares Adriaticum y Thyrrenum a la altura
de Ancona y Orbetus; una línea de contención excelente al Septemtrio de la Urbe.
Igualmente, de arriba a abajo de la península, Perusia es la mitad donde
todos los caminos convergen. Los abastecimientos de hombres y armas pueden
darse desde los dos mares o desde la misma Roma; y sus estrechos pasos en el
principio y final de los valles del Río Tiberis, dan oportunidades naturales
para el desarrollo de batallas o enfrentamientos armados. La plaza tiene un gran bastión del Ejército
Imperial, más de cinco Legiones Romanas, cada una con su Magíster o su General, con uno de ellos como primus pilus de todas las fuerzas allí asentadas. Son también campamentos de reclutamiento y
entrenamiento de triarii, los nuevos
soldados que son adiestrados en el manejo de las armas y las estrategias de
batalla de la milicia romana.
Para nuestros
próceres del Imperio, Julio César y Augusto César, Perusia siempre fue
prioridad; de igual forma lo es para Tiberio César hoy día. Aquí hay gente tan formada en el ‘arte de la
guerra’, que son asignados como adiestradores de tropas en las ciudades más
importantes de las Provincias; Gobernadores, Generales Magíster y hasta Tribunus, nos afanamos por conseguir de estos
valiosos elementos del Ejército Imperial Romano.
La cabalgata ha
sido extenuante, hemos recorrido seiscientos cincuenta estadios, una jornada a
trote sin descanso; galopamos en los valles y trotamos en las subidas de las
lomas para conservar los caballos y finalmente lo hemos logrado: llegamos a
Perusia al inicio de la segunda vigilia.
Estamos hambrientos, exhaustos y terriblemente sucios de barro y sudor;
es tiempo de relajarse y descansar, mañana saldremos hacia Roma sin descanso.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
También me puedes seguir en:
De Milagros y
Diosidencias. Solo por el gusto de
proclamar El Evangelio.
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