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jueves, 12 de octubre de 2017

Veritelius de Garlla -8- En Florentia (1) (Camino a Roma)

¡Alabado sea Jesucristo!

Ciudad de México, Octubre 13 del 2017.

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil
8 de 130

EN FLORENTIA
Iunius XVII

Estamos arribando a Florentia a la primera hora de la segunda vigilia, en donde todavía hay una tenue luz en el firmamento.  Llegaremos directamente al cuartel en donde se realizarán los honores de bienvenida y la presentación de armas de los Centuriones de la Legión asentada en esta plaza.  Florentia es de particular interés para el Ejército Imperial, pues aquí se realizar las copias de los planos que se usan en la milicia como apoyo de las campañas de expansión; estos esquemas son realizados con observaciones directas efectuadas por los milicianos de avanzada, que, vestidos de civiles, incursionan en el territorio enemigo como simples viajeros o comerciantes, registrando la topografía del lugar, especialmente: ríos, arroyos y lagos; valles, montes, cerros y montañas; asentamientos humanos, si los hubiere; así como los abastecimientos naturales de alimentos y materiales; en fin, toda aquélla información que un General Legionario pueda necesitar para realizar sus incursiones con el mínimo de costos y, por supuesto, de bajas humanas.  El entrenamiento de todos los hombres en el Ejército Imperial es muy costoso, por eso, el bien más preciado de Roma son sus hombres.

       ¡Ave Tiberio Julio César! ¡Ave Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, me recibe con un grito estruendoso el General a cargo, Antonio Cardo, de Hispania, un fornido y chaparrón Legionario Romano.
       ¡Ave César!, le contesto, desmontando del corcel, el cual toma de inmediato un ayudante.
       ¡Tribunus Legatus, es un altísimo honor tenerle entre nosotros!, nunca por estas tierras llega alguien con tan alta investidura, me dice.
       Aquí, General Antonio Cardo, la investidura del Ejército Imperial es usted, le respondo;  y espero que toda Florentia lo note así.
       Es mi deber, Tribunus, y así lo hago.
       Reporte sus novedades, le digo caminando juntos hacia mi habitación.
       Todo en Pax Romana, Tribunus; la tropa cumple sus labores de adiestramiento, vigilancia y encargos especiales según nos asignan. Me responde gallardamente; agregando de inmediato: Mañana al medio día Tribunus Legatus, ha sido usted invitado a una ‘disceptación’ que tendrá lugar en “La Academia” con el Senador Toribio Cunes; el tema de la misma, será sobre religiones.
       ¿Qué está usted diciendo, General  Antonio Cardo?
       Esas son las palabras que contiene el mensaje escrito que he recibido hoy mismo en la mañana, Tribunus Legatus, me responde angustiado.
       ¿Usted no sabe lo que es disceptar, General?
       No Tribunus, no lo sé.
       Es platicar o discutir sobre un punto, dando razones.
       Gracias Tribunus Legatus, jamás se me olvidará, me responde.
       Pero, dígame, le vuelvo a preguntar, ¿qué es eso de ‘La Academia’?
       Tribunus, entiendo que es una especie de escuela griega en donde solo hablan y hablan; ya he estado en esas reuniones, pero no acabo por entender de qué se tratan.  Tienen un bellísimo edificio detrás de las colinas camino a Fisolus, en donde está el anfiteatro; parece un templo griego, pero es circular como si fuese romano; sin embargo, no tienen ninguna escultura de algún dios, ni realizan sacrificios de ninguna especie; solo hablan, preguntan y responden por horas.
       Estudian filosofía, eso es lo que hacen. ¿Cuántos son y dónde viven, General Antonio Cardo?
       Los que hablan son pocos; algunos vienen de otros lugares, como es el caso de mañana, en donde hay otros invitados junto con usted; pero los que escuchan, son decenas, Tribunus.
       ¿Cuándo llegó el Senador Toribio?, le pregunto.
       Está aquí desde hace cinco días, Tribunus.
       Si hay un Senador, no es un asunto de religiones, es un asunto político y eso sí es preocupante. ¿Quiénes son los demás invitados?
       Una sacerdotisa griega de Atenas llamada Sofía; un ‘shamán’ egipcio de Alejandría de nombre Hamed; y un fariseo levita de la ‘diaspora’, (ese lugar no sé dónde está, Tribunus), que se llama Misael y viene de Cafarnaúm de la Provincia de Judea; y nuestro Sacerdote Alphonsus.
       La diáspora, no es un lugar, General, es una nación peregrina en muchos pueblos; así se llaman los israelitas que no regresaron a su tierra después de cautiverio en Mesopotamia.  Y el chamán, es un veneficus, un brujo.
       ¡Ave César! Cuánta gracia de sabiduría ha recibido usted de los dioses, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla; definitivamente, como usted no hay otro. Se atreve el hombre a decir; y solo sonrío ante la sana admiración que ha mostrado.
       ¿Qué pasaría si le dijera que mi estancia en Florentia es solo por esta noche, General Antonio Cardo?
       También el Senador Toribio Cunes lo ha pensado como posible, y él ha dicho que le agradecería su estancia solo al ‘simposium’, Tribunus.
       Simposio, General; es una palabra griega para conferentia, plática, reunión.
       Gracias, Tribunus.
       Bueno, pues no tengo opción; el asunto no es de religiones, es político y por supuesto que no me puedo ir estando un Senador aquí; más aún habiéndome invitado él mismo. 
       También ha dicho el Senador, Tribunus Legatus, que se honraría de tenerle en la casa Domus Senate para su hospedaje.
       No, eso no lo voy a hacer.  Me quedaré aquí en el cuartel.  Mañana iremos al lugar de la reunión; mi escolta vigilará el interior del edificio; usted encárguese del exterior del mismo y los accesos de vías y caminos.  Estoy seguro que asistirá mucha gente, General Antonio Cardo, por lo que deberá usted estar preparado para posibles tumultos; solo podrá entrar al edificio en número adecuado de personas, las sobrantes serán repelidas por mi escuadra, por lo que deberá usted impedirles el paso a los que quieran contraponer esta orden.  Lleve una centuria completa; armada, pero con varas para disuadir un grupo iracundo; las armas solo serán usadas hasta que caiga herido el primero de nuestros hombre.  ¿Ha entendido todo General?
       Sí, Tribunus Legatus, sus instrucciones son bastante claras.
       ¿Preparó usted algunos alimentos para esta noche, General?
       ¡Por supuesto, Tribunus, por supuesto estamos preparados!
       Están invitados los Jefes de Cohors y los Centuriones, cada uno de ello puede traer a su mejor soldado también.  Haga una sola mesa, a la cual nos acercaremos para tomar las viandas, que comeremos parados.  La cena es Non memoria oscuratta est” (“Sin perder la conciencia”), y solo hasta el toque de la diana de la primera hora de la tercera vigilia.
       ¡Ave César!, Tribunus, es usted una bendición de los dioses.
       No General Antonio Cardo, no lo soy; mañana tendremos trabajo de campaña ‘ad intra’, y usted y sus hombres tienen que prepararse y estar en la mejor condición de guardia que puedan dar. ¿Entendió, General?, concluyo preguntando para que el soldado se preocupe.
       Perfectamente, Tribunus Legatus, será un honor estar a sus órdenes.
       Bien, solo un poco de aseo personal para que vayamos a cenar.
       Le esperamos, Tribunus. ¡Ave César!, se despide golpeando su pecho con fuerza.

Si la responsabilidad más importante que tiene ahora el Ejército es conservar en paz las fronteras del Imperio, la obligación suprema del Senado es emitir las leyes necesarias, para que todos los pueblos que forman la élite de Roma convivan dentro de los cauces requeridos para la Pax Romana.  La jurisprudencia tiene que ir regulando todas las actividades de los ciudadanos, de los libertos y de los esclavos dentro de ámbitos de convivencia mutua; la producción, el comercio, el tráfico de personas, animales y mercancías; así como las actividades en sociedad deben estar contenidas en leyes, ordenamientos y decretos muy claros para su aplicación y cumplimiento.  Estas, y muchas otras acciones, son obligaciones insoslayables del Senado y el Ejército Imperial; es menester concordar en ello.

Suena el toque de la diana de la última vigilia; una centuria de hombres y dos escuadras de caballería, todos comandados por el General Legionario Antonio Cardo, se dirigen hacia la comunidad muy exclusiva de Fisolus, cruzando el Río Arnus, pasando las colinas del Poniente.  Éste es un lugar dedicado a las ciencias y las artes desde hace mucho tiempo, la gente que habita este lugar es singular en su actuar y son también diferentes en sus pensamientos; no son muy proclives hacia la milicia ni hacia la política, por lo que dos autoridades máximas de estos ámbitos, el Senador Toribio Cunes y yo, no seremos muy bien vistos.  Las habilidades personales para el manejo de multitudes serán puestas a prueba tanto en él como en mí. 

Una hora antes del mediodía, la gente comienza a llegar al lugar de la reunión; son, como yo lo había pensado, una gran cantidad de personas, todas diferentes al populus romano; en los colores de sus vestidos también se ve la capacidad económica que tienen: hay telas tan blancas como una nube cúmulus, tan rojas como el carmesí, tan azules como el Mare Nostrum y tan amarillas como el crocus de Iberia.  Todos portan pendientes, anillos, brazaletes y pulseras de oro con piedras preciosas incrustadas; han llegado de lugares tan distantes como Tarraco en Hispania, Parisn en Gallia, Cartago o Siracusa; también hay gente de Athenæ, Corinthus y Yerushalayim.  Por supuesto, hay venidos de Roma, Pompeii, Cirene y Alexandria; esta no es una reunión cualquiera, es un gran simposio.  El Senado debiera avisarnos sobre estas concentraciones; es obvio que de ésta no teníamos información suficiente, pues la presencia de guardias del orden hubiera sido inexistente si no me entero del asunto.

Las construcciones del lugar son singularmente desproporcionadas a las de Florentia; mientras aquí el espacio es mucho entre cada edificio, allá todo está más amontonado; aquí todo es mármol y cantera, allá piedra y madera.  Los jardines en este lugar son tan bellos como cualquier pincio en Roma, que en nada se parecen a las sucias calles de Florentia.  Cuando yo arribo, ya lo han hecho los religiosos invitados, solo falta el Senador Toribio que llegará aquí con sus tres guardias pretorianos asignados, que a éstos son a los que realmente quiero ver para darles mis instrucciones, pues son hombres capaces de muchas atrocidades en el uso de la fuerza. 

Finalmente ha llegado el Senador, con retraso, como ellos acostumbran; desciende del carruaje estilo raeda que le transporta y se dirige hacia mí, que  permanezco en el pórtico del edificio con mis hombres esperando su arribo.  Son tres sus guardias, los que, al notar mi presencia, saludan inmediatamente con los honores respectivos; les indico que solo uno pasará y los otros dos quedarán a la entrada junto con los de mi escuadra.  La puerta principal conduce a un pasillo hacia el interior; justo a la entrada, nos recibe el Sacerdote romano Alphonsus Pío ataviado con una toga pallium blanca, a la usanza de los antiguos pobladores Latinos de hace dos siglos, quien nos invita a ingresar al recinto.

La construcción es una copia del Panteón de Agripa en Roma, como edificación circular; solo que aquí tiene veinticuatro columnas exteriores con un pasillo circundante que remata en el amplio pórtico de la entrada.  Todo está cubierto de mármol blanco y esculpido en el más clásico estilo Corintio.  En el interior, hay un graderío de cantera amarilla con tablones de roble como asientos, que dan cabida a más de un millar de espectadores, acomodados de manera concéntrica a una plataforma que hace las veces de escenario.  El techo abovedado, recubierto con galerías de madera tallada, tiene es su cúspide una abertura que permite el paso de la luz solar, iluminando el lugar de tal forma, que no son necesarias las antorchas y candelas para el efecto.  Un recinto magnífico, ciertamente; y si es público, pertenece al Senado, no al Ejército Imperial.

En el círculo del escenario, que está cubierto con una gran carpeta de color púrpura que lo cubre casi en su totalidad, han colocado seis sillas solium para sentarse o reclinarse, una para cada invitado.  Los lugares están ya asignados, habiéndonos sentado juntos al Senador y a mí, lo cual desde muchos puntos de vista, no es lo mejor, así que espero a que todos se detengan delante de su solium y camino hasta el que está de frente a la entrada y lo más retirado del Senador; el de ese lugar es el Fariseo, por lo que no tengo problema de solicitarle el cambio, a lo cual él accede, afortunadamente.  El guardia pretoriano del Senador Toribio Cunes se coloca detrás de él y Tadeus, mi asistente, lo hace conmigo; el General Antonio Cunes permanecerá afuera. El Sacerdote Alphonsus Pío, es el más extrañado con el movimiento que acabo de provocar, pero con una mueca de amabilidad y asentando con la cabeza, le hago entender que de esa forma es mejor.  El hombre acepta, no sin mostrar su disgusto al respecto; supongo que el orden de disertaciones habrá cambiado de como él lo tenía planeado.  No importan esas pequeñísimas situaciones, lo que sí es realmente importante es la seguridad de los asistentes y que no nos tomen como un solo plano al Senador y a mí en las posiciones del debate que puedan presentarse durante la sesión.

Hasta antes de que nosotros hubiésemos entrado, las personas que se encontraban en el recinto habían sido amenizados con un grupo de músicos con flautas y liras; además me doy cuenta de que a todos les han regalado flores de la estación.  Cada vez estoy más intrigado de hacia dónde se dirigirá todo este asunto y cuál es la razón de la ‘insistente amabilidad’ del Senador Cunes.  La audiencia son hombres y mujeres jóvenes, maduros y muy pocos ya mayores.
Apenas pasa del mediodía, cuando se oye el redoble de un tamborín y el agudísimo sonido de un triángulo; acto seguido, el Sacerdote Romano Alphonsus Pío dirige sus palabras a la concurrencia:
       ¡Los dioses de todos las cultos nos honren con su presencia en este lugar!, empieza diciendo, ¡sean todos ustedes bienvenidos a esta primera gran celebración teocrática, en la ya larga existencia de nuestro amado Imperio Romano! ¡Ave Tiberio Julio César! 
       ¡Ave César!, respondemos todos a coro.
       Me alegra mucho contar con la presencia de todos ustedes y de nuestros reverendísimos invitados, continúa el Sacerdote Alphonsus Pío, quienes por diversas fortunas divinas han podido reunirse con nosotros; se los presento a todos y cada uno de ellos: la Sacerdotisa de Culto Helenístico y consagrada a la devoción de Palas Atenea, ¡Sophía de Hellas!, dice levantando la voz y arrancando los aplausos del auditorio.
       El Fariseo de culto Hebreo-israelí, ¡Rabbuni Misael de Cafarnaúm!, vuelven los aplausos; (ese era mi lugar; lo cual quiere decir que después de la sacerdotisa, yo sería presentado en primer lugar de los hombres invitados –creo que le acabo de hacer un gran favor al Sacerdote Romano Alphonsus Pío, pues hubiera presentado a ‘los dos de casa’ juntos, antes que a los demás invitados – sin quererlo, fue bueno el cambio hasta para el protocolo). 
       Nuestra siguiente celebridad es el honorable miembro del Senado Romano, ¡Senador Toribio Cunes, digno representante del pueblo y del sentir de Roma!, aquí hay hasta expresiones de alegría con ¡Ave Senatus!, y continúa.
       Desde la amadísima ciudad hermana de Alejandría, en Egipto, el Chamán Hamed, quien prodiga las virtudes del culto de Horus, dios de la luz y la bondad. Solo aplausos, y muy escasos.
       Y asistiendo a título personal, sin representación oficial, hombre de las confianzas de nuestro queridísimo Ejército Imperial y del Emperador, el Divinus Tiberius Iulius Cæsar, se encuentra con nosotros el ¡Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!  Me levanto de mi asiento y con una reverencia simple agradezco los aplausos y el estremecedor ¡Ave César!, ¡Ave César!, ¡Ave César!, que retumba en el lugar.  Aquello parece un pequeño Circus en Roma. 
       Como todo ustedes saben, continúa diciendo el Sacerdote Romano Alphonsus Pío, este simposium tiene por objeto exponer las posibles conveniencias e inconveniencias que significaría el hecho de llegar a TENER UNA SOLA RELIGIÓN EN EL MAGNO IMPERIO ROMANO, de manera oficial, en donde estuvieran incluidas todas nuestras divinidades, cultos y costumbres, lográndose el anhelo ecuménico que corresponde a nuestra cultura.  Roma siempre ha sido consiente de la universalidad de los pueblos, pero tratándose de un asunto tan importante como legislar, comercializar, transitar y convivir, creemos de suma importancia ‘oficializar’ un único culto a todos los dioses.  Los gritos y aplausos son realmente ensordecedores. Si de esto se trata, yo no tengo nada qué hacer aquí. Esto puede durar días y días; y estoy seguro que no habrá consensus. Solo me quedaré a la exposición del Fariseo Judío, de ellos sé realmente poco; los demás ya sé que van a decir; espero que él no sea el último. Y continúa Alphonsus Pío.
       Iniciaremos en orden de antigüedad de cultura; le pido al Chamán Hamed, de Alejandría, Egipto, que dé inicio a estas disertaciones. (Es correcto que sea él, pues dentro de los ámbitos del Imperio, los egipcios son los más antiguos; pronto incluiremos en nuestro vasto territorio algunos anteriores: La Mesopotamia.  Esto significa que el siguiente después del egipcio, será el Rabbuni Misael, pues los Hebreos son anteriores a los Helénicos. ¿En qué lugar me habrá tocado a mí?, espero ser antes del Senador Toribio Cunes, pues ese hombre puede hablar por días completos; y ni hoy (ni nunca), tengo tiempo para oírle.
       Todos somos hijos de la luz; –empieza diciendo el Chamán Hamed, porque la luz es la que otorga la vida.  Sin ella nada existe, o en su defecto, lo que existe es nada.  Las tinieblas y la oscuridad son el ámbito de la desolación y la muerte; nada producen ésas, solo destruyen.  La luz es producida por el Sol, nuestro magnífico dios Ra; creador y regidor del universo. La luz está contenida en sí misma por el supremo dios Horus; que a la vez es el cielo y la bondad.  La luz lleva al cabo su indispensable función de reproducción en el universo, con la invaluable acción del dios Amón, que junto con Ra, es el padre de todos los dioses, creador de los hombres, los animales, las plantas y todo lo que existe.  Ésta, es la trilogía fundamental del mundo, la que ha dado la vida a todo cuanto hay: Horus – Amón – Ra, ésta debe ser la base de nuestra Religión de Estado en el Magno Imperio Romano, como ya lo fue miles de años antes de nosotros en Egipto, como lo es hasta nuestros días.  Muchos otros dioses hay, y muchos otros se nos manifestarán todavía, pero todos serán hijos de Horus – Amón – Ra, porque ellos son la luz, su nacimiento y su contención. Sigue con su explicación el Chamán Hamed, en perfecto Latín, con lo cual todos podemos entenderle; el hombre sin lugar a dudas en muy culto y capaz de convencer con sus argumentos.  Finalmente, concluye diciendo: Mis muy amados ciudadanos romanos, de lo que me honro, pues también yo lo soy, la Religión de Estado es el sentido más intenso de identificación colectiva que puede existir, ya que no es producto de los hombres, sino don de los dioses.  Por ello, sí es un hecho que debe ser legislado y aplicado a la vida civil, militar y religiosa del Magno Imperio Romano; pero no está en nosotros su triunfo, sino en el deseo de los dioses.  Por lo tanto, si lo hacemos, estaremos siendo parte del bien para todos; si no lo hacemos, nosotros mismos estaremos exceptuándonos de tan glorioso privilegio, dejando la oportunidad a otros, pues la Religión de Estado compete a los dioses, no a los hombres.  Les Bendigo a todos.  ¡Al César he hablado!, ¡Ave César!
       ¡Ave César!, respondemos todos ante tan imprevista y cordial despedida del orador.

† † †


Orar sirve, oremos por nuestros Pueblos.

De todos ustedes afectísimo en Cristo

Antonio Garelli




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De Milagros y Diosidencias.  Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.

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