¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de
México, Octubre 13 del 2017.
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
8 de 130
EN FLORENTIA
Iunius XVII
Estamos
arribando a Florentia a la primera hora de la segunda vigilia, en donde todavía
hay una tenue luz en el firmamento.
Llegaremos directamente al cuartel en donde se realizarán los honores de
bienvenida y la presentación de armas de los Centuriones de la Legión asentada
en esta plaza. Florentia es de
particular interés para el Ejército Imperial, pues aquí se realizar las copias
de los planos que se usan en la milicia como apoyo de las campañas de
expansión; estos esquemas son realizados con observaciones directas efectuadas
por los milicianos de avanzada, que, vestidos de civiles, incursionan en el
territorio enemigo como simples viajeros o comerciantes, registrando la
topografía del lugar, especialmente: ríos, arroyos y lagos; valles, montes,
cerros y montañas; asentamientos humanos, si los hubiere; así como los
abastecimientos naturales de alimentos y materiales; en fin, toda aquélla
información que un General Legionario pueda necesitar para realizar sus
incursiones con el mínimo de costos y, por supuesto, de bajas humanas. El entrenamiento de todos los hombres en el
Ejército Imperial es muy costoso, por eso, el bien más preciado de Roma son sus
hombres.
–
¡Ave Tiberio
Julio César! ¡Ave Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, me recibe con
un grito estruendoso el General a cargo, Antonio Cardo, de Hispania, un fornido y chaparrón Legionario Romano.
–
¡Ave César!, le contesto,
desmontando del corcel, el cual toma de inmediato un ayudante.
–
¡Tribunus
Legatus, es un altísimo honor tenerle entre nosotros!, nunca por estas tierras
llega alguien con tan alta investidura, me dice.
–
Aquí, General
Antonio Cardo, la investidura del Ejército Imperial es usted, le respondo; y
espero que toda Florentia lo note así.
–
Es mi deber,
Tribunus, y así lo hago.
–
Reporte sus
novedades, le
digo caminando juntos hacia mi habitación.
–
Todo en Pax
Romana, Tribunus; la tropa cumple sus labores de adiestramiento, vigilancia y
encargos especiales según nos asignan. Me responde gallardamente; agregando de
inmediato: Mañana al medio día Tribunus
Legatus, ha sido usted invitado a una ‘disceptación’ que tendrá lugar en “La
Academia” con el Senador Toribio Cunes; el tema de la misma, será sobre
religiones.
–
¿Qué está usted
diciendo, General Antonio Cardo?
–
Esas son las
palabras que contiene el mensaje escrito que he recibido hoy mismo en la
mañana, Tribunus Legatus, me responde angustiado.
–
¿Usted no sabe
lo que es disceptar, General?
–
No Tribunus, no
lo sé.
–
Es platicar o
discutir sobre un punto, dando razones.
–
Gracias Tribunus
Legatus, jamás se me olvidará, me responde.
–
Pero, dígame, le vuelvo a
preguntar, ¿qué es eso de ‘La Academia’?
–
Tribunus,
entiendo que es una especie de escuela griega en donde solo hablan y hablan; ya
he estado en esas reuniones, pero no acabo por entender de qué se tratan. Tienen un bellísimo edificio detrás de las
colinas camino a Fisolus, en donde está el anfiteatro; parece un templo griego,
pero es circular como si fuese romano; sin embargo, no tienen ninguna escultura
de algún dios, ni realizan sacrificios de ninguna especie; solo hablan,
preguntan y responden por horas.
–
Estudian
filosofía, eso es lo que hacen. ¿Cuántos son y dónde viven, General Antonio
Cardo?
–
Los que hablan
son pocos; algunos vienen de otros lugares, como es el caso de mañana, en donde
hay otros invitados junto con usted; pero los que escuchan, son decenas,
Tribunus.
–
¿Cuándo llegó el
Senador Toribio?, le
pregunto.
–
Está aquí desde
hace cinco días, Tribunus.
–
Si hay un
Senador, no es un asunto de religiones, es un asunto político y eso sí es
preocupante. ¿Quiénes son los demás invitados?
–
Una sacerdotisa
griega de Atenas llamada Sofía; un ‘shamán’ egipcio de Alejandría de nombre Hamed; y un fariseo levita de la ‘diaspora’, (ese lugar no sé dónde está, Tribunus),
que se llama Misael y viene de Cafarnaúm de la Provincia de Judea; y nuestro
Sacerdote Alphonsus.
–
La diáspora, no
es un lugar, General, es una nación peregrina en muchos pueblos; así se llaman
los israelitas que no regresaron a su tierra después de cautiverio en Mesopotamia. Y el chamán, es un veneficus, un brujo.
–
¡Ave César!
Cuánta gracia de sabiduría ha recibido usted de los dioses, Tribunus Legatus
Veritelius de Garlla; definitivamente, como usted no hay otro. Se atreve el
hombre a decir; y solo sonrío ante la sana admiración que ha mostrado.
–
¿Qué pasaría si
le dijera que mi estancia en Florentia es solo por esta noche, General Antonio
Cardo?
–
También el
Senador Toribio Cunes lo ha pensado como posible, y él ha dicho que le
agradecería su estancia solo al ‘simposium’, Tribunus.
–
Simposio,
General; es una palabra griega para conferentia, plática, reunión.
–
Gracias,
Tribunus.
–
Bueno, pues no
tengo opción; el asunto no es de religiones, es político y por supuesto que no
me puedo ir estando un Senador aquí; más aún habiéndome invitado él mismo.
–
También ha dicho
el Senador, Tribunus Legatus, que se honraría de tenerle en la casa Domus
Senate para su hospedaje.
–
No, eso no lo
voy a hacer. Me quedaré aquí en el
cuartel. Mañana iremos al lugar de la
reunión; mi escolta vigilará el interior del edificio; usted encárguese del
exterior del mismo y los accesos de vías y caminos. Estoy seguro que asistirá mucha gente,
General Antonio Cardo, por lo que deberá usted estar preparado para posibles
tumultos; solo podrá entrar al edificio en número adecuado de personas, las
sobrantes serán repelidas por mi escuadra, por lo que deberá usted impedirles
el paso a los que quieran contraponer esta orden. Lleve una centuria completa; armada, pero con
varas para disuadir un grupo iracundo; las armas solo serán usadas hasta que
caiga herido el primero de nuestros hombre.
¿Ha entendido todo General?
–
Sí, Tribunus
Legatus, sus instrucciones son bastante claras.
–
¿Preparó usted
algunos alimentos para esta noche, General?
–
¡Por supuesto,
Tribunus, por supuesto estamos preparados!
–
Están invitados
los Jefes de Cohors y los Centuriones, cada uno de ello puede traer a su mejor
soldado también. Haga una sola mesa, a
la cual nos acercaremos para tomar las viandas, que comeremos parados. La cena es “Non memoria oscuratta est” (“Sin perder la conciencia”), y solo hasta el toque de la diana de la
primera hora de la tercera vigilia.
–
¡Ave César!,
Tribunus, es usted una bendición de los dioses.
–
No General
Antonio Cardo, no lo soy; mañana tendremos trabajo de campaña ‘ad intra’, y
usted y sus hombres tienen que prepararse y estar en la mejor condición de
guardia que puedan dar. ¿Entendió, General?, concluyo preguntando para que el
soldado se preocupe.
–
Perfectamente,
Tribunus Legatus, será un honor estar a sus órdenes.
–
Bien, solo un
poco de aseo personal para que vayamos a cenar.
–
Le esperamos,
Tribunus. ¡Ave César!, se despide golpeando su pecho con fuerza.
Si
la responsabilidad más importante que tiene ahora el Ejército es conservar en
paz las fronteras del Imperio, la obligación suprema del Senado es emitir las
leyes necesarias, para que todos los pueblos que forman la élite de Roma
convivan dentro de los cauces requeridos para la Pax Romana. La jurisprudencia
tiene que ir regulando todas las actividades de los ciudadanos, de los libertos
y de los esclavos dentro de ámbitos de convivencia mutua; la producción, el
comercio, el tráfico de personas, animales y mercancías; así como las
actividades en sociedad deben estar contenidas en leyes, ordenamientos y
decretos muy claros para su aplicación y cumplimiento. Estas, y muchas otras acciones, son
obligaciones insoslayables del Senado y el Ejército Imperial; es menester
concordar en ello.
Suena
el toque de la diana de la última vigilia; una centuria de hombres y dos
escuadras de caballería, todos comandados por el General Legionario Antonio
Cardo, se dirigen hacia la comunidad muy exclusiva de Fisolus, cruzando el Río
Arnus, pasando las colinas del Poniente.
Éste es un lugar dedicado a las ciencias y las artes desde hace mucho
tiempo, la gente que habita este lugar es singular en su actuar y son también
diferentes en sus pensamientos; no son muy proclives hacia la milicia ni hacia
la política, por lo que dos autoridades máximas de estos ámbitos, el Senador
Toribio Cunes y yo, no seremos muy bien vistos.
Las habilidades personales para el manejo de multitudes serán puestas a
prueba tanto en él como en mí.
Una
hora antes del mediodía, la gente comienza a llegar al lugar de la reunión;
son, como yo lo había pensado, una gran cantidad de personas, todas diferentes
al populus romano; en los colores de sus vestidos también se ve la capacidad
económica que tienen: hay telas tan blancas como una nube cúmulus, tan rojas
como el carmesí, tan azules como el Mare
Nostrum y tan amarillas como el crocus de Iberia. Todos portan pendientes, anillos, brazaletes
y pulseras de oro con piedras preciosas incrustadas; han llegado de lugares tan
distantes como Tarraco en Hispania, Parisn en Gallia, Cartago o Siracusa; también hay gente de Athenæ, Corinthus y Yerushalayim. Por supuesto, hay venidos de Roma, Pompeii, Cirene y Alexandria; esta no es
una reunión cualquiera, es un gran simposio.
El Senado debiera avisarnos sobre estas concentraciones; es obvio que de
ésta no teníamos información suficiente, pues la presencia de guardias del
orden hubiera sido inexistente si no me entero del asunto.
Las
construcciones del lugar son singularmente desproporcionadas a las de Florentia;
mientras aquí el espacio es mucho entre cada edificio, allá todo está más
amontonado; aquí todo es mármol y cantera, allá piedra y madera. Los jardines en este lugar son tan bellos
como cualquier pincio en Roma, que en nada se parecen a las sucias calles de
Florentia. Cuando yo arribo, ya lo han
hecho los religiosos invitados, solo falta el Senador Toribio que llegará aquí
con sus tres guardias pretorianos asignados, que a éstos son a los que
realmente quiero ver para darles mis instrucciones, pues son hombres capaces de
muchas atrocidades en el uso de la fuerza.
Finalmente
ha llegado el Senador, con retraso, como ellos acostumbran; desciende del
carruaje estilo raeda que le
transporta y se dirige hacia mí, que
permanezco en el pórtico del edificio con mis hombres esperando su
arribo. Son tres sus guardias, los que,
al notar mi presencia, saludan inmediatamente con los honores respectivos; les
indico que solo uno pasará y los otros dos quedarán a la entrada junto con los
de mi escuadra. La puerta principal
conduce a un pasillo hacia el interior; justo a la entrada, nos recibe el
Sacerdote romano Alphonsus Pío ataviado con una toga pallium blanca, a la usanza de los antiguos pobladores Latinos de
hace dos siglos, quien nos invita a ingresar al recinto.
La
construcción es una copia del Panteón de Agripa en Roma, como edificación
circular; solo que aquí tiene veinticuatro columnas exteriores con un pasillo
circundante que remata en el amplio pórtico de la entrada. Todo está cubierto de mármol blanco y
esculpido en el más clásico estilo Corintio.
En el interior, hay un graderío de cantera amarilla con tablones de
roble como asientos, que dan cabida a más de un millar de espectadores,
acomodados de manera concéntrica a una plataforma que hace las veces de
escenario. El techo abovedado,
recubierto con galerías de madera tallada, tiene es su cúspide una abertura que
permite el paso de la luz solar, iluminando el lugar de tal forma, que no son
necesarias las antorchas y candelas para el efecto. Un recinto magnífico, ciertamente; y si es
público, pertenece al Senado, no al Ejército Imperial.
En
el círculo del escenario, que está cubierto con una gran carpeta de color
púrpura que lo cubre casi en su totalidad, han colocado seis sillas solium para sentarse o reclinarse, una
para cada invitado. Los lugares están ya
asignados, habiéndonos sentado juntos al Senador y a mí, lo cual desde muchos
puntos de vista, no es lo mejor, así que espero a que todos se detengan delante
de su solium y camino hasta el que está
de frente a la entrada y lo más retirado del Senador; el de ese lugar es el
Fariseo, por lo que no tengo problema de solicitarle el cambio, a lo cual él
accede, afortunadamente. El guardia
pretoriano del Senador Toribio Cunes se coloca detrás de él y Tadeus, mi
asistente, lo hace conmigo; el General Antonio Cunes permanecerá afuera. El
Sacerdote Alphonsus Pío, es el más extrañado con el movimiento que acabo de
provocar, pero con una mueca de amabilidad y asentando con la cabeza, le hago
entender que de esa forma es mejor. El
hombre acepta, no sin mostrar su disgusto al respecto; supongo que el orden de
disertaciones habrá cambiado de como él lo tenía planeado. No importan esas pequeñísimas situaciones, lo
que sí es realmente importante es la seguridad de los asistentes y que no nos
tomen como un solo plano al Senador y a mí en las posiciones del debate que
puedan presentarse durante la sesión.
Hasta
antes de que nosotros hubiésemos entrado, las personas que se encontraban en el
recinto habían sido amenizados con un grupo de músicos con flautas y liras;
además me doy cuenta de que a todos les han regalado flores de la
estación. Cada vez estoy más intrigado
de hacia dónde se dirigirá todo este asunto y cuál es la razón de la
‘insistente amabilidad’ del Senador Cunes.
La audiencia son hombres y mujeres jóvenes, maduros y muy pocos ya
mayores.
Apenas
pasa del mediodía, cuando se oye el redoble de un tamborín y el agudísimo
sonido de un triángulo; acto seguido, el Sacerdote Romano Alphonsus Pío dirige
sus palabras a la concurrencia:
–
¡Los dioses de
todos las cultos nos honren con su presencia en este lugar!, empieza
diciendo, ¡sean todos ustedes bienvenidos
a esta primera gran celebración teocrática, en la ya larga existencia de
nuestro amado Imperio Romano! ¡Ave Tiberio Julio César!
–
¡Ave César!, respondemos
todos a coro.
–
Me alegra mucho
contar con la presencia de todos ustedes y de nuestros reverendísimos
invitados, continúa
el Sacerdote Alphonsus Pío, quienes por
diversas fortunas divinas han podido reunirse con nosotros; se los presento a
todos y cada uno de ellos: la Sacerdotisa de Culto Helenístico y consagrada a
la devoción de Palas Atenea, ¡Sophía de Hellas!, dice levantando la voz y
arrancando los aplausos del auditorio.
–
El Fariseo de
culto Hebreo-israelí, ¡Rabbuni Misael de Cafarnaúm!, vuelven los aplausos; (ese era mi
lugar; lo cual quiere decir que después de la sacerdotisa, yo sería presentado
en primer lugar de los hombres invitados –creo que le acabo de hacer un gran
favor al Sacerdote Romano Alphonsus Pío, pues hubiera presentado a ‘los dos de
casa’ juntos, antes que a los demás invitados – sin quererlo, fue bueno el
cambio hasta para el protocolo).
–
Nuestra
siguiente celebridad es el honorable miembro del Senado Romano, ¡Senador
Toribio Cunes, digno representante del pueblo y del sentir de Roma!, aquí hay hasta
expresiones de alegría con ¡Ave Senatus!, y continúa.
–
Desde la
amadísima ciudad hermana de Alejandría, en Egipto, el Chamán Hamed, quien
prodiga las virtudes del culto de Horus, dios de la luz y la bondad. Solo aplausos, y
muy escasos.
–
Y asistiendo a
título personal, sin representación oficial, hombre de las confianzas de
nuestro queridísimo Ejército Imperial y del Emperador, el Divinus Tiberius
Iulius Cæsar, se encuentra con nosotros el ¡Tribunus Legatus Veritelius de
Garlla! Me levanto de mi
asiento y con una reverencia simple agradezco los aplausos y el estremecedor ¡Ave César!, ¡Ave César!, ¡Ave César!,
que retumba en el lugar. Aquello parece
un pequeño Circus en Roma.
–
Como todo
ustedes saben, continúa
diciendo el Sacerdote Romano Alphonsus Pío, este
simposium tiene por objeto exponer las posibles conveniencias e inconveniencias
que significaría el hecho de llegar a TENER UNA SOLA RELIGIÓN EN EL MAGNO
IMPERIO ROMANO, de manera oficial, en donde estuvieran incluidas todas nuestras
divinidades, cultos y costumbres, lográndose el anhelo ecuménico que
corresponde a nuestra cultura. Roma
siempre ha sido consiente de la universalidad de los pueblos, pero tratándose
de un asunto tan importante como legislar, comercializar, transitar y convivir,
creemos de suma importancia ‘oficializar’ un único culto a todos los
dioses. Los gritos y aplausos son
realmente ensordecedores. Si de esto se trata, yo no tengo nada qué hacer aquí.
Esto puede durar días y días; y estoy seguro que no habrá consensus. Solo me quedaré a la exposición del Fariseo Judío, de
ellos sé realmente poco; los demás ya sé que van a decir; espero que él no sea
el último. Y continúa Alphonsus Pío.
–
Iniciaremos en
orden de antigüedad de cultura; le pido al Chamán Hamed, de Alejandría, Egipto,
que dé inicio a estas disertaciones. (Es correcto que sea él, pues dentro de
los ámbitos del Imperio, los egipcios son los más antiguos; pronto incluiremos
en nuestro vasto territorio algunos anteriores: La Mesopotamia. Esto significa que el siguiente después del
egipcio, será el Rabbuni Misael, pues
los Hebreos son anteriores a los Helénicos. ¿En qué lugar me habrá tocado a
mí?, espero ser antes del Senador Toribio Cunes, pues ese hombre puede hablar
por días completos; y ni hoy (ni nunca), tengo tiempo para oírle.
–
Todos somos
hijos de la luz; –empieza
diciendo el Chamán Hamed, porque la luz
es la que otorga la vida. Sin ella nada
existe, o en su defecto, lo que existe es nada.
Las tinieblas y la oscuridad son el ámbito de la desolación y la muerte;
nada producen ésas, solo destruyen. La
luz es producida por el Sol, nuestro magnífico dios Ra; creador y regidor del
universo. La luz está contenida en sí misma por el supremo dios Horus; que a la
vez es el cielo y la bondad. La luz
lleva al cabo su indispensable función de reproducción en el universo, con la
invaluable acción del dios Amón, que junto con Ra, es el padre de todos los
dioses, creador de los hombres, los animales, las plantas y todo lo que
existe. Ésta, es la trilogía fundamental
del mundo, la que ha dado la vida a todo cuanto hay: Horus – Amón – Ra, ésta
debe ser la base de nuestra Religión de Estado en el Magno Imperio Romano, como
ya lo fue miles de años antes de nosotros en Egipto, como lo es hasta nuestros
días. Muchos otros dioses hay, y muchos
otros se nos manifestarán todavía, pero todos serán hijos de Horus – Amón – Ra,
porque ellos son la luz, su nacimiento y su contención. Sigue con su
explicación el Chamán Hamed, en perfecto Latín, con lo cual todos podemos
entenderle; el hombre sin lugar a dudas en muy culto y capaz de convencer con
sus argumentos. Finalmente, concluye
diciendo: Mis muy amados ciudadanos
romanos, de lo que me honro, pues también yo lo soy, la Religión de Estado es
el sentido más intenso de identificación colectiva que puede existir, ya que no
es producto de los hombres, sino don de los dioses. Por ello, sí es un hecho que debe ser
legislado y aplicado a la vida civil, militar y religiosa del Magno Imperio
Romano; pero no está en nosotros su triunfo, sino en el deseo de los dioses. Por lo tanto, si lo hacemos, estaremos siendo
parte del bien para todos; si no lo hacemos, nosotros mismos estaremos
exceptuándonos de tan glorioso privilegio, dejando la oportunidad a otros, pues
la Religión de Estado compete a los dioses, no a los hombres. Les Bendigo a todos. ¡Al César he hablado!, ¡Ave César!
–
¡Ave César!, respondemos
todos ante tan imprevista y cordial despedida del orador.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
También me puedes seguir en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario