¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de
México, Octubre 6 del 2017.
Veritelius
de Garlla, Apóstol Gentil
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EN BONONIA (2) (Camino a
Roma)
Iunius XVII
Nuestra
salida hacia Florentia es puntual, al alba.
Todos estamos cansados por los tres últimos días que hemos vivido. Si bien han sido celebraciones continuas, en Placentia, Parma y Bononia, también
éstas cansan; además, nosotros hemos cabalgado las doce horas del día entre
cada lugar, muy agradablemente, es cierto, pero todo ello cansa. A nuestro arribo a Montepiano, no aceptaré
ninguna manifestación, ni celebración; todos tenemos que descansar. Además, en ese paso de los Appennini, no hay
nada, solo la patrulla militar de vigilancia que es cambiada cada dos días
entre los destacamentos de Bononia y Florentia.
–
¡Tadeus!, llamo a mi
asistente, designe dos hombres que vayan
a galope hasta el puerto de Montepiano; que se aseguren que todo esté listo
para nuestro arribo; solo comeremos y seguiremos camino hasta Florentia.
–
A la orden,
Tribunus Legatus.
A
partir de aquí iniciamos el ascenso de los Montes Appennini, dejaremos atrás la
única llanura italiana que existe; desde Ariminum
en Æmilia-Romania, hasta Tergeste en las tierras de Aquilea; y desde allí,
hasta el lomerío del Taurin en el Pía Monte.
Un triángulo amplísimo que contiene todo el Padus y nuestro querido Mediolanum, con Villa Garlla en su
corazón. Todo lo demás de Italia, salvo
algunas mesetas y valles amplios hacia las costas, son montañas, montes y lomas
desde el Mare Adriaticum hasta el Mare
, de Oriente a Poniente; y hasta el Mare
Ionium en el extremo Australis. Los paisajes que veremos subiendo, cuando los
claros de los bosques nos lo permitan, con la llanura a nuestros pies, serán
algo digno del lugar de los dioses en Olympus;
verde abajo, gris luminoso en medio, blanco incólume arriba y azul celeste
techando todo. Además,
el clima es templado, muy agradable y los olores de la tierra mojada por las
lluvias y evaporizada por el Sol, son una fragancia que uno recuerda siempre e
instintivamente.
La
distancia que recorreremos es corta, pero el camino es sinuoso y en constante
ascenso, por lo que el avance es lento.
Lo que en la magnífica Vía Æmilia avanzábamos con gran facilidad y a
buena velocidad, aquí será contrario.
Son apenas doscientos cincuenta estadios, quizás un poco más, pero
haremos el tiempo de media jornada de luz de día. En Bononia no pudimos realizar nuestra parada
a comer en el camino, porque se nos adelantó el Magíster Nicandro, pero ahora, espero, nada impedirá que lo hagamos
en pleno bosque de Tuscia. No he podido hablar con mis hombres y eso es muy
importante hacerlo; el contacto con el comandante de la misión de parte de sus
integrantes, sea cual fuere su grado, es muy importante para el cumplimiento de
las responsabilidades asignadas y el desempeño del grupo. La tropa necesita ser liderada siempre; de
los triarii a los Legionarios, de éstos a los Centurios, de ahí a los Cohors, y
aún a los Generales. El pensamiento de
los superiores debe poder motivar a los delegados; las preocupaciones del mando
solo serán soportables si ordenanzas y ejecutores tienen la misma línea de
acción; y eso, lo lee el soldado de su superior inmediato. Por ello la comunicación entre la tropa y el
mando debe ser constante, sincera, verdadera y respetuosa.
Estos
bosques están llenos de árboles, tanto es así, que esta vereda militar requirió
derribar cientos de ellos para tener un camino accesible para la tropa entre
Florentia y Bononia. También abundan los animales: hay venados, borregos
salvajes y jabalíes, en las partes bajas de las laderas; los tres son una delicia para comer,
realmente son dignos de una mesa de reyes; si vemos alguno, por supuesto que lo
cazaremos. Las bayas silvestres, algunas
dulces, son también agradables de sabor y muy propias para los estofados, esos
guisos que tanto hacemos en campaña y tan variados son. Algunos Legionarios son expertos en el arte culinarius. Hemos alcanzado la cima y en breve estaremos
en el puerto Montepiano, ni siquiera es medio día, y además, no habido ningún
contratiempo; esto es lo que yo llamo una viaje asistido por los dioses. Nos llega de entre los árboles un olor
entremezclado: huele a piñas y ramas de pino quemándose; y a carne asada a las
brasas. No recuerdo que haya gente
viviendo en estos lugares, solo hay puertos de vigilancia militar.
¡Allí
están! Grita uno de los Legionarios al divisar las cabañas de resguardo del
puerto; ahora los podemos ver todos y también nos damos cuenta que han
preparado dos fogatas: en una hay un caldero, en la otra se cuece un
animal. Estos hombres me han leído el
pensamiento, la comida será esplendorosa; estoy seguro de ello.
–
¡Ave César! ¡Ave
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, gritan todos al percatarse de nuestra
presencia, faltándonos medio estadio para llegar.
–
¡Ave César!, contestamos
todos el saludo, mientras avanzamos.
–
¡Ave Tribunus
Legatus!, soy el Centurio Rómulo, Jefe de Guardia de este puerto, ¡sea usted
bienvenido a nuestra instalación!, me dice el soldado muy animoso y con un
semblante feliz por el acontecimiento.
–
¡Ave César!,
Centurio Rómulo; ¿qué es eso que veo en el fuego?
–
Es venado asado
a las brasas, Tribunus, y un estofado que ha preparado nuestro coquus según
indicaciones de Marcus, uno de sus hombres, que ha llegado con sus órdenes, me responde el
hombre muy serio y formal, cambiando su aspecto original.
–
Pues entonces, les digo, ¡Legionarios de Roma!, ¡comamos y
disfrutemos juntos, que estas oportunidades son bendición de los dioses!
–
¡Ave César! ¡Ave
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, gritan todos plenos de alegría por la
oportunidad que se les da.
No
hay divanes en donde recostarse para comer, igual que en el campamento de
Bononia, han usado las mesas de armamento para colocar los alimentos; como
tampoco hay charolas y bandejas, los parmula,
esos escudos circulares pequeños que usan los soldados triarii, servirán para ello.
Exactamente lo que venía pensando en el camino, es lo que estos hombres
han preparado para comer. Tadeus ha
bajado ya los quesos, los panes y el vino que traíamos como viandas; serán
partidos y repartidos entre todos a partes iguales, él sabe que así es como yo
ordenaría que se hiciera. Domus, el
cartaginés, se adelanta, daga en mano, para cortar una parte del venado, que
está en su punto de cocimiento y colocarlo en la improvisada mesa. La convivencia empieza, es extraordinaria.
Todos
se sirven en lo que pueden, pero la presencia de un superior del Alto Mando les
llama al recato, no quieren parecer impropios ante el dignatario; y no lo digo
porque sea yo, sino por el respeto que estos valientes soldados tienen por sus
comandantes. El sacramentum, ese
juramento que todos hemos hecho delante del General que nos ha incorporado a
las armas del Imperio, siempre lo llevamos en el corazón. Todos los soldados romanos sabemos que: “al compañero, la ayuda necesaria; al
superior, el respeto incondicional; al César, la entrega total, a Roma la
donación vital”.
Los
treinta y tres hombres que estábamos allí, hemos comido como auténticos
inmortales; en este momento nos envidiarían todos los hijos humanos de los
dioses. Después de tanta y tan deliciosa
comida, va a ser muy difícil bajar hasta el Río Arnus por las empinadas laderas
de los montes, sin caer del caballo de vez en cuando. Otra gran reunión no planeada que ha
resultado sensacional; he hablado personalmente con cada uno de los soldados
del puerto de vigilancia y han quedado muy complacidos. Pero con mis hombres no lo he podido hacer;
lo haré en el trayecto hasta Florentia.
La tarde ha puesto un techo nublado de cúmulus, esas nubes que parecen
montañas con nieve en la cima, que relejan difusa la luz solar causando una
gran claridad, pero que cuando tapan el Sol producen una sombra muy agradable. Faltan tres horas para la primera vigilia,
si salimos en este momento, llegaremos a nuestro destino todavía con luz en el
firmamento.
La
vereda de bajada no será peligrosa, pues aunque ha llovido, ahora la tierra
está húmeda pero no resbalosa; llevaremos buen trote todos juntos. Empiezo a llamar a mis hombres para charlar
con cada uno. Como Marcus fue, en cierta
medida, el que organizó la comida, le llamo a él primero.
–
Te agradezco la
preparación de nuestros alimentos, ha sido estupendo, pero dime Marcus, ¿cómo
te encuentras?, ¿qué te han parecido los acontecimientos?, ¿cuáles son tus
deseos en los próximos años?
–
Como le comenté
hace dos días, yo realmente creo que los dioses ven por nuestras vidas; si yo
no estuviera a las órdenes de usted, Tribunus Legatus, jamás pudiera haber
vivido las experiencias de este viaje.
Le agradezco a Marte los momentos que me ha concedido y que usted sea
uno de sus hijos predilectos. Dentro de
muchos años, si los vivo, le contaré a mis hijos y a los hijos de ellos esta
magnífica experiencia. En Parma, cuando
nos quedamos en la guarnición, tuve la dicha de saludar algunos Legionarios con
los que había estado en otros lugares; ellos hablan de mi buena fortuna por
transcurrir mi vida a lado de usted. Por
supuesto que estoy consciente de esa gran ventaja, pero como usted me dijo la
vez pasada que me permitió hablarle, son dos vidas que se unen en un punto en
el devenir de las mismas. Yo espero,
Tribunus Legatus, que este punto no se despegue jamás; por un hombre como usted
yo daría gustoso hasta mi vida.
–
La vida, Marcus,
debe entregarse por los ideales, no por los hombres.
–
Entonces,
Tribunus, enséñeme sus ideales para que pueda yo seguirlos y con ellos me mantenga a su lado.
–
Son muy
sencillos, Marcus,
respondo a su solicitud; Roma y su
Imperio, como ideal de vida; el César y tus superiores, como ideal de
realización personal; tus compañeros legionarios y tu familia, como ideales
prácticos de los dos anteriores; así, la gente con quien convives, se apoyará
en ti; la gente que te comanda confiará en ti, y Roma y su Imperio esperarán de
ti. Una misma línea de pensamiento,
correspondida por un mismo sentido de acciones.
Eso deben ser nuestros ideales.
–
Tribunus Legatus
Veritelius de Garlla, le agradezco a usted y a Marte las oportunidades que me
brindan; haré cuanto haya de mi parte para que sean correspondidas. ¡Ave César!
–
¡Ave César!,
Marcus. Avísale a tu pareja que quiero
hablar con él.
–
¡A la orden
Tribunus!, contesta
el joven militar y se retira.
–
¡Ave César!,
¡Ave Tribunus Legatus!, aparece de inmediato mi siguiente interlocutor. Soy Diófanes Pireo, señor, griego de
nacimiento pero Legionario y Ciudadano Romano por elección, a su mandato.
–
¡Ave César!,
Diófanes; solo quiero que platiquemos un poco, dime, ¿cómo es que llegaste a
pertenecer a mis hombres?
–
Su asistente
Tadeus, Tribunus, me recomendó con usted hace tres años, cuando usted inició su
retiro en Roma y formó está guardia exclusiva.
–
Y ¿por qué te
recomendó él?,
vuelvo a preguntarle.
–
Por diez años de
servicio en su Centuria, Tribunus.
–
Bien, Diófanes;
dime, ¿cómo han ido las cosas para ti en la militia?
–
Maravillosamente,
Tribunus Legatus; he tenido la gracia de nunca haber sido herido gravemente en
campaña; de tener una familia con la que puedo convivir; pero sobre todo, de
estar dentro de los hombres a su servicio y potestad, Tribunus. Me considero muy afortunado de Grádivus,
nuestro querido protector Marte.
–
¿Qué le pedirías
a Roma y su Imperio, Diófanes?
–
Que exista per
‘sécula seculorum’, Tribunus, para que lo que yo he vivido lo puedan vivir mis
hijos y los hijos de ellos.
–
Así será,
Diófanes; así lo quieren nuestros dioses y nuestro Soberano Emperador Tiberio
Julio César.
–
Tribunus Legatus
Veritelius de Garlla, aprovechando que se me presenta esta gloriosa
oportunidad, quisiera pedirle un gran favor.
–
Dime, Diófanes, le contesto.
–
Yo estoy seguro
que usted vivirá muchos años, porque aún es muy joven y sus encargos cada vez
son mayores y más importantes; no sé a qué vayamos a Roma en este viaje, pero
de lo que sí estoy seguro, es que usted será usado para gloria de nuestro
Emperador y del Imperio; por ello, le pido que tome en cuenta a Tito, mi único
hijo y de madre griega, para sus servicios.
Tan solo saber que esto podría ser, me daría paz al morir.
–
Será, Diófanes,
siempre que la posibilidad esté en mis manos decidirlo.
–
¡Ave César, Ave
Tribunus Veritelius de Garlla! ¡Que los dioses le cuiden!
Le
toca el turno al más ‘viejo’ de mis acompañantes: Ícaro, un macedonio Ciudadano
Romano, de gran valor para mí y para el Ejército; tiene cuarenta y cinco años y
nunca se ha casado; hay muchos jóvenes en plenitud física que no podrían
doblegar a este roble humano en destrezas de fuerza. Hemos batallado juntos más de veinte años en
la milicia. Él era triarii cuando le
conocí; yo era Centurión en Dalmatia. Lo
mantengo conmigo por su amplísima experiencia en viajes y abastos, nadie iguala
sus conocimientos; pero en tácticas de guerra, el hombre simplemente no tiene
idea.
–
Ícaro, amigo
mío, ¿cómo te encuentras? Inicio la conversación.
–
¡Ave César,
Tribunus Legatus!, me
responde el fiel soldado.
–
Hoy no hay
formalismos entre tú y yo; quiero que saques de tu corazón una o varias
preguntas que te inquieten, yo sé que las hay, por ello te digo que saques al
menos una para ganar algo de tranquilidad para ti.
–
Sí hay,
Tribunus; y le agradecería mucho que me las aclarara, pero puedo parecerle algo
más que indeciso o torpe, Tribunus, y ello puede perjudicar la imagen que haya
ganado con usted, me
dice.
–
No, Ícaro, no
será así; esta vez todo será en ventaja tuya.
Le
respondo animándole.
–
Estos últimos
días que usted y los dioses me han concedido vivir, que han sido los más
radiantes y emotivos que recuerdo, han reanimado una duda en mi interior: ¿por
qué, si somos una nación con tanto qué hacer en nuestra tierra y con nuestra
gente, tenemos que guerrear con otros pueblos, Tribunus?
–
Alguna vez en mi
vida, Ícaro, también yo tuve ese cuestionamiento en mi alma; pero, mira, lo que
pensé entonces sirve para ti también, ahora.
Yo nací en Mediolanum cuando era Emperador el Divino Cayo Julio César
Octavio Augusto, mis padres eran Ciudadanos Romanos también por nacimiento; yo
puedo preguntar por qué si ‘somos una nación’, así como tú dices. Pero tú no
deberías poder decirlo, Ícaro, porque no eres romano por nacimiento; y sin
embargo te incluyes como parte de esa nación, a pesar de se macedonio, nacido
en macedonia y de padres macedonios; porque eres y te sientes Ciudadano
Romano. Roma, Ícaro, tiene una misión
que cumplir en el mundo, y eso es lo que hace, cumplirla; Roma no le hace la
guerra a los demás pueblos, el Imperio Romano quiere que todos puedan vivir en
paz y prosperidad como lo hacemos nosotros, los Ciudadanos Romanos; pero
algunos pueblos no quieren cambiar sus costumbres bárbaras; no quieren
prosperar, ni avanzar en su cultura y entonces es cuando Roma tiene que usar su
fuerza.
–
Pero, Tribunus
Legatus, ¿por qué si esto es bueno, como lo es, no todos lo quieren?, me interrumpe
el hombre.
–
Porque quieren
seguir viviendo en la anarquía, en la discordia, en las leyes del más fuerte; y
no de la razón, Ícaro.
–
Y si no lo
quieren, Tribunus, ¿por qué no los dejamos como están?
–
Porque entonces
Roma no estaría cumpliendo la misión que los dioses le han encomendado en su
existencia, que es establecer: Pax, Lex, Order. Nosotros
lo queremos así, en ese orden de aparición, pero muchos pueblos quiere primero
la guerra, después la ley y al último el orden, para llegar a la paz. Roma y sus Emperadores, Ícaro, están llamados
a la grandeza y a la inmortalidad, por eso luchamos tú y yo; por eso luchan las
huestes Legionarias del Ejército Imperial.
Roma no conquista; Roma gobierna con la paz, la ley y el orden. Nosotros hemos conjuntado lo mejor de muchas
culturas, para llevárselo al mundo y civilizarlo. Esa es nuestra misión, Ícaro, en la cual tú
estás incluido por como te sientes: un orgulloso Ciudadano Romano, sin importar
dónde hayas nacido.
–
¡Ave César!, grita emocionado
el buen soldado después de escucharme;
¡Usted será grande también, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!
–
¡Ave César!,
Ícaro, le
respondo; ¿Cómo ha quedado tu duda?,
le inquiero.
–
¡Todo aclarado,
mi señor; doy gracias a Marte de tenerle tan cerca!
Así
con cada uno de ellos; todos fueron teniendo su oportunidad de conversar, de
expresar sus anhelos, sus respetos, sus valores y sus miedos, inclusive. Con
todos pude hablar, a todos escuché y aconsejé cuando se necesitaba; si la tropa
en campaña debe ver y oír a su General para mantenerse motivada y presta para
la acción, estos hombres exclusivos también lo necesitan, también hay que
dárselos. Es vital para la naturaleza
humana la información, sus ideales y su involucramiento personal; sin esto, el
hombre es duda; y la duda a veces mata.
† †
†
Orar
sirve, oremos por nuestros Pueblos.
De
todos ustedes afectísimo en Cristo
Antonio
Garelli
También me puedes seguir en:
De Milagros y
Diosidencias. Solo por el gusto de
proclamar El Evangelio.
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