“… Señor, quédate con nosotros...”
San Cleofás en Emaús
Riviera Maya, México; Octubre 4 del 2025.
LAS PÁGINAS QUE SE LEEN
ENSEGUIDA, SON PARTE DE MI LIBRO
“El Evangelio Según Zaqueo”
(Antonio Garelli – El Arca
Editores – 2004)
JESÚS EN LA SINAGOGA DE NAZARET
Cierto, ellos dos (María y José), ya habían logrado su plenitud como seres humanos. Lo que les habían encargado, ellos lo habían logrado: procurar por el Bebé Dios, al momento de nacer hombre; cuidar y enseñar al Niño Dios en su primera estancia en la tierra; educar y formar al Hijo de Dios Adolescente y soltar con seguridad al Joven Dios antes de su Unción.
Todo lo hicieron bien. Es cierto, el Bebé nació en un pesebre y no en una cuna como hubiera sido correcto, pero las circunstancias no lo permitieron. También es cierto, el chamaco se perdió durante 3 días en el gentío de la gran ciudad, pero lo encontraron sano, salvo y regañón, lo cual indicaba que estaba muy bien. También es cierto, no le pudieron dar grandes comodidades como merecía, pero él se las arregló para substituirlas. María y José amaron siempre hasta el límite a Jesús de Nazaret, al nivel de la angustia, en el crisol del amor en donde el sufrimiento, la humillación y la desesperanza, purifican la entrega y sacan lo mejor de cada quien, en el camino de la Caridad como única Virtud que permanece delante de Dios.
Este día pudo haber dicho José: “Yo, ya me puedo morir e irme con Dios a los cielos; mi labor aquí ha terminado”. Pero no lo dijo, antes, al contrario, alargó su estancia entre nosotros para gustar del Ungido del Señor, del que él era su padre adoptivo. ¡Bendito seas José!
A María, sin embargo, le quedaba andar en el camino de la Madre de la Rabboni. Ya había vivido los hechos de Gozo de su amadísimo Hijo, pero aún le quedaban los de Luz, los de Dolor y los de Gloria, en los que Ella siempre estaría presente, al lado de Él, como desde el primer día en que se hizo Hombre. La “Llena de Gracia” como la llamo el Ángel Gabriel; la “Bendita entre todas las mujeres” como la llamó su amada prima Isabel; tenía unos años más que vivir el Ministerio de su Hijo.
Pero el día de hoy, que debiera ser considerado como la más grande acción misericordiosa de Dios para la humanidad (puesto que el Hijo se encontraba entre los hombres en calidad de Dios Actuante), solo se viviría felicidad y dicha en el pequeño pueblo de Nazaret; en la casa de José el carpintero, “el padre” de Jesús que tanto hizo en su vida, por la vida humana del Hijo de Dios. Hoy solo es Gozo, Luz y Gloria en Galilea, porque el camino de la salvación se ha iniciado y ha iniciado en Nazaret.
Era sábado en la mañana; salieron de su casa Jesús, María y José; se dirigieron a la pequeña Sinagoga de Nazaret, en donde aguardaba ya el viejo rabino Eleaza y el anciano fariseo Josué. Uno cuidaba la parte del ceremonial en cuanto a ofrendas menores y el otro era el encargado de leer la Torá para los asistentes.
Ambos estaban sentados a la puerta de la entrada del diminuto pórtico, esperando que sucediera lo de todos los sábados: venían cinco o seis familias a la ceremonia. Sin embargo, este sería un día para recordar, un sábado diferente a todos; delante de sus ojos aparecieron Jesús al frente, seguido de María y su esposo José; y detrás de ellos, todo el pueblo de Nazaret, todos los habitantes que podían contarse entonces: hombres, mujeres y niños. Ni uno solo quedó en sus casas. El día anterior se habían enterado que éste predicaría en Nazaret, igual que como yo lo hacía en muchos otros lugares. También esperaban todos que sucediera algo extraordinario con sus visitas, así pues, fuera por el sano interés o por el morbo, todos los vecinos de esta Sagrada Familia se dieron cita en la Sinagoga.
Para María este sería un día inolvidable también;
se lo describiría años mas tarde a Lucano, pues ella siempre lo consideró como
el día en que su Hijo inició su predicación. Fue impresionante la ocasión.
Conforme se acercaba la multitud, ni Eleaza ni Josué daban crédito a lo que sus
ojos veían; no acertaban a pensar qué estaba sucediendo. Jesús se detuvo
exactamente a la entrada y saludó ¡Shalom!; los dos ancianos no lo reconocieron y solo supusieron quién era
porque lo flanqueaban María y José. Fue el levita quien tomo la iniciativa
haciendo una temerosa pregunta:
¿A
qué se debe este tumulto?, dijo.
José
le respondió: Jesús ha venido a visitarnos y aprovechando
el
sabat predicará en la sinagoga.
Pues sean bienvenidos y pasen, dijo Eleaza.
La gente se arremolinaba detrás de ellos procurando
encontrar un espacio en dónde ubicarse. Josué, el fariseo, estaba parado
delante de los manuscritos con que contaba la sinagoga (que no eran muchos ni
estaban completos), esperando recibir la instrucción de Jesús.
Bien
sé de las carencias de tu acervo Josué, más el rollo que será
leído
el día de hoy sí lo tienes en este lugar. Le dijo el Maestro.
Es el de Isaías.
El viejo fariseo volteó y extrajo el rollo solicitado; lo entregó a Jesús y tomó su lugar en el recinto. El Rabboni empezó a leer con una claridad tal que todos quedaron maravillados.
Lo leyó en hebreo, como está escrito, e inmediatamente después lo repitió de memoria en arameo, para que todos pudieran entender. Ni el rabí ni el fariseo podían entender lo que sucedía. Sus ojos estaban abiertos a su máxima extensión, sin parpadear siquiera; no querían perderse detalle de lo que veían. Entonces empezó el murmuro de los que estaban dentro de la sinagoga; comentaban las maravillas de lo que había hecho este nazareno que muchos conocían bien y otros habían oído hablar de Él.
María y José, sentados en la única banca disponible de la sinagoga, no dejaban de sollozar de alegría ante lo que estaban presenciando. Ellos sabían muy bien que finalmente El Mesías estaba haciendo acto de presencia. “El espíritu del Señor está sobre mí; me ha ungido para proclamar la buena nueva a los cautivos…”, había leído Jesús.
La felicidad de Madre y Padre adoptivo era tal, que empezaron a irradiar un halo luminoso y todos los asistentes se maravillaron. Cual estatuas de piedra quedaron todos ante el suceso. Y entonces dijo el Señor:
“Hoy se cumple en mí esta escritura.”
Ʊ + Ω
La próxima entrega será el sábado de la siguiente semana.
Orar sirve, nuestra alma lo agradece y nuestra mente
también.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
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Solo por el gusto
de proclamar El Evangelio.
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