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sábado, 20 de septiembre de 2025

EL EVANGELIO SEGÚN ZAQUEO (23)

“… Señor, quédate con nosotros...”

San Cleofás en Emaús 

Riviera Maya, México; Septiembre 20 del 2025. 

LAS PÁGINAS QUE SE LEEN ENSEGUIDA, SON PARTE DE MI LIBRO

“El Evangelio Según Zaqueo”

(Antonio Garelli – El Arca Editores – 2004)

 

 

 

MARÍA DE MAGADÁN

Muy discretamente le fueron preguntando a los concurrentes quién era el Rabí que enseñaba; no obstante, pocos le conocían como para atreverse a dar falsa información a la gran señora de Magadán. Le preguntaron a los escribas y Fariseos; a los Rabinos y Maestros, a los Jefes de la milicia romana y nadie tenía suficiente información para tan enigmático hombre. Varios días pasaron antes que María supiera algo acerca de Jesús.

En Cafarnaúm le dijeron que Leví, el publicano, era su amigo; que él la podría informar sobre sus dudas. Pero Mateo no era una persona con la que sus influencias funcionaran de inmediato, ya que él también era un hombre importante, cierto, no tanto como ella, pero lo era. El día anterior al Sabat, María mandó a su administrador a que contactara con Leví para que celebrase con ella la fiesta en su mansión.

La invitación fue por demás desconcertante, ya que Mateo no conocía a esa mujer y solo sabía la mala reputación que tenía. ¿Qué interés tenía y por qué en la fiesta del Sabat? Mateo aceptó más por curiosidad que por cualquiera otra razón que él pudiese imaginar.

El pórtico de entrada del palacio de María Magdalena tenía señales de todas sus pasiones: igual encontraba uno una estatua de Adonis, que una copia de la Torá o un nicho oriental con fuego; todo con el único fin de decorar, de hacerle feliz la estancia a los más variados visitantes. Allí era uno recibido por tres sirvientes que lo conducían a un gran cubo de mármol abierto en donde lo sentaban para ser aseado con agua limpia y fresca, perfumes y áloes.

Si el visitante lo deseaba, podía cambiar de sus ropas por algunas limpias y frescas en lugar de las que uno trajera después del trayecto hacia la casa de María. Los vestidos por lo general eran de mucho mejor calidad que los que uno llevara, además que mucho más placenteros. Mateo no se cambió, (al fin Levita). El siguió con su propia túnica y el manto para la celebración del Sabat, aún que sí permitió ser lavado de pies y manos (como todo un Fariseo en potencia) para sentirse más digno.

Cuando María de Magadán apareció, Leví no daba cabida a lo que sus ojos observaban: frente a él estaba una digna representante de las diosas griegas; algunas de aquellas estatuas que había visto en ciudades como Tesalónica o Corinto (en donde había estudiado), podían ser menos hermosas que esta mujer delante de él.

María estaba ataviada con un traje de la más pura tradición hebrea e israelita: la tela era gruesa, su cabeza la cubría una pasha de lino y sus brazos tenían unas mangas largas que tapaban inclusive sus manos. Además, llevaba un gran manto que le cubría el cuerpo entero. La mujer no había perdido detalle para la ocasión; sabía bien que Leví era un hombre diferente a los demás, que no era muy amigo del escándalo y que si ella provocaba cualesquiera de sus conocidas insinuaciones todo podía perderse. Había preparado todo minuciosamente, lo condujo hacía el salón comedor en el que ya se encontraban algunos otros invitados: eran Natanael Bartolomeo y Lázaro de Betania.

Ella era la única mujer. María inició las presentaciones (que realmente no hacían falta, pues todos los hombres importantes en Palestina sabían de la existencia de otros igual o parecidos a ellos). Natanael y Lázaro ya se conocían, aún que sin poder decir que fuesen amigos. Ellos dos sí conocían a María Magdalena.

A la hora sexta en punto, María le pidió a Mateo que encabezara la ceremonia del Sabat. Como en esa casa no había marido, esposo o padre, el no tuvo objeción en hacerlo. A la mesa no le faltaba ni le sobraba absolutamente nada. Todo estaba dispuesto. Rezaron, rogaron, recitaron y cenaron todo lo que es debido; sin excesos, sin omisiones, sin faltas a las más puras tradiciones judías.

Después, en el mejor estilo de la ‘Diáspora’, todos empezaron a reseñar algún pasaje de su familia antigua. Empezó Lázaro, judío con una genealogía comprobada de 600 años; de las familias que salieron de Caldea para refundar el Reino de Judá. Sus antepasados han poseído sus olivares y viñedos desde hace más de 40 generaciones; esa tierra la han tenido que defender, a veces, aún con su propia vida.  Lázaro junto con sus hermanas, eran gente muy respetada por todos.

Le siguió Natanael, que en razón de sus ascendientes ptoloméicos, solo se dio el gusto de decir que él era judío por haber nacido de una mujer israelita, y porque amaba entrañablemente a este pueblo, sus costumbres, sus tradiciones centenarias y sobre todo, por sus conceptos religiosos inspirados en Patriarcas, Profetas y Reyes.

De los cuatro que estaban allí reunidos, solo María Magdalena no conocía a Jesús. Los otros tres podrían presentarlo como un ‘simple conocido’ (el caso de Bartolomeo); como un amigo muy querido y apreciado (como Lázaro); o como ‘Alguien mucho más elevado a nosotros, que una ocasión me dio la oportunidad de amarlo’ (como se enorgullecía de decir Leví).

Leví era capaz de hablar horas y horas, días completos, acerca de los andares de su antiquísima familia. Siempre alguien en la generación viva, tomaba el encargo de seguir el minucioso registro de parientes dentro de su familia. Hacía algún tiempo este trabajo lo realizaba el padre de Mateo, y ahora era precisamente él quien realizaba esa labor.

Así que, preguntarle a Leví: ‘¿Cómo está tu familia?’ podía ser riesgoso, porque de seguro lo contaba todo y se llevaba mucho tiempo. En esta ocasión, el de Cafarnaúm tuvo misericordia de los presentes y solo usó dos horas para su narración. María y los otros dos, estaban fascinados con la retórica de Mateo y con la cantidad de eventos narrados.

Estas cuatro personas reunidas aquí por un solo propósito, darle información a la ‘poderosa diva’ de Magadán acerca de Jesús de Nazaret, no tenían idea de cuánto cambiaría su vida esta ocasión.

María descubre a todos su intención y abre su corazón (algo nunca antes hecho por esta dura esclava del pecado), respecto a lo que le ha sucedido en la plaza del pueblo. Les narra a detalle el acontecimiento y externa su sentimiento sincero y profundo:

“Nunca, en toda mi vida, había yo sentido esta ansiedad en mi alma.

Jamás un hombre había movido tan profundamente mi corazón, ni

había despertado en mi tal interés por él. No me explico lo que ha

sucedido y es por eso que los he llamado, para que me ayuden.”

 

“No es un hombre simplemente, María; es el Mesías, dijo Mateo.

A mí me sucedió igual hace muchos años, un día que vi a Jesús en

el mercado de Cafarnaúm; quedé impactado por su persona, su

forma de mirar, su gran personalidad y presencia. Desde ese día

somos amigos; pero Jesús de Nazaret tiene una forma muy distinta

de amistad.  Te abruma, te envuelve, te colma con sus detalles.

Nada puedes hacer para evitarlo, una vez que ‘entra’ en ti, no hay

forma de librarte de su compasión, de su misericordia, de su amor.

Estoy seguro que ahora tú sientes eso que yo percibí entonces; y

si es así, te puedo asegurar que El Señor te ha tocado”. Concluyó.

 

Natanael y Lázaro contaron igualmente sus experiencias con Jesús; también ellos estaban seguros de que se trataba de alguien muy especial, sin embargo, no podían asegurar lo que Leví, quizá en razón de su desconocimiento respecto de las Escrituras, que en Mateo era amplísimo. En todos había dejado el Señor sembrada la semilla de Su Palabra, de su Evangelio.  He inició  María  Magdalena  a narrar su experiencia:

“…Solo las almas puras como las de estos niños pueden ver a Dios. Porque el amor es pureza y todo lo que Dios es, es fiel, puro, y amoroso…” me ha dicho. ¡¡Y no he entendido qué me ha querido decir!! ¡¡Y me lo ha dicho sin siquiera mirarme a los ojos!!

 

Luego ha añadido unas palabras aún más confusas para mi alma:

“…Siéntete feliz mujer, porque hoy ha iniciado tu alma su purificación;

el Señor te ha permitido que veas hacía adentro de ti misma

y que busques la consolación de todo cuanto te aflige…”

¿Quién es este hombre que sabe que dentro de mí hay desconsuelo,

que tengo penas que nunca podré apartar de mi vida, que yo

necesito purificarme? Agregó la disturbada María.

 

“… Muy cerca están María, los días en que te abatirás por amor a

tu Señor…” ¡¿Quién es mi Señor?, todos ustedes saben que yo

no tengo Señor, no soy de nadie; a mí, nadie me posee!” Agregó.

 

Todos prestaban atención a cada una de las palabras que María repetía y del sentimiento que imprimía en ello.

“…Muchos son los dones que has recibido y ninguno de ellos

has usado para tu salvación; sin embargo, por ellos mismos todo

el mundo te recordará, pues tus acciones cambiarán y

glorificarás al Señor tu Dios con actos de contrición...” ¿De qué

habla este Rabí al que no soy capaz de entender?; ¿Por qué ha

vertido en mí toda esa suerte de augurios que bien pueden

también estar dirigidos a otros en mi mismo estado de pecado?

 

“…Serás como alguien que da lo mejor de sí sin esperar recompensa;

como quien sabe que sus oportunidades se acaban y

que has de usarlas a tiempo, aún que por ello te critiquen o te

vituperen…” Así concluyó su brevísimo monólogo frente a todos.

No tengo ni la menor duda de que este hombre es un Profeta, como

aquel Juan el Bautista que tiene preso Herodes; que a cada

instante le vierte dictámenes sobre su proceder y sus pecados.

 

Natanael y Lázaro estaban atónitos. A penas si comprendían las palabras que María les repetía de su querido amigo; por supuesto que no alcanzaban a entender su significado. Tampoco Mateo estaba seguro de lo que había sucedido ni de qué habría querido decir su amadísimo Rabboni. Todo lo que pudo hacer fue concluir de la mejor forma:

“Yo creo María, dijo, que el Señor te ha tocado; que algún día le

volverás a ver y que entonces podrás preguntarle cuanto quieras

para pedirle respuestas a sus comandos.”

 

La velada del Sabat terminó ya entrada la noche. Los tres hombres se retiraron a las habitaciones de huéspedes del palacio de la Magdalena para descansar, y al día siguiente, emprender su camino de regreso a sus lugares de origen. Sin lugar a dudas, también para ellos había sido una experiencia sin igual. Habían estado solos en la casa de la mujer más influyente de Galilea, la gran amada de los poderosos. Sin embargo, no habían hecho lo que de costumbre se hacía en ese lugar; habían estado hablando de un conocido común, sin entender lo que Él mismo había expresado.

Jesús volvió muchas veces a Magadán, pero nunca fue a la casa de la Magdalena.

Ʊ + Ω

La próxima entrega será el sábado de la siguiente semana.


Orar sirve, nuestra alma lo agradece y nuestra mente también.

De todos ustedes afectísimo en Cristo,

Antonio Garelli

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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.

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