“… Señor, quédate con nosotros...”
San Cleofás en Emaús
Riviera Maya, México; Septiembre 13 del 2025.
LAS PÁGINAS QUE SE LEEN
ENSEGUIDA, SON PARTE DE MI LIBRO
“El Evangelio Según Zaqueo”
(Antonio Garelli – El Arca
Editores – 2004)
MARÍA DE MAGADÁN (1 DE 3)
Jesús llevaba ya cinco años en Cafarnaúm y predicando en las sinagogas de la ciudad y de los lugares cercanos. Sus lecturas de los Sagrados Escritos eran comunes en Corozaín, Betsaida, Magadán, Genesaret y hasta en Guishalá. Cada Sabat procuraba cambiar el lugar visitado, de tal forma que en todos pudiera ser escuchado. Todos los escribas y Fariseos de esos lugares lo consideraban como parte de ellos, ya que sus conocimientos acerca de la Ley y los Profetas no tan solo eran mayores que los que ellos tenían, sino que su forma de relacionar profecías, significados, lugares y personajes era infinitamente más clara y acertada. La gente también le apreciaba mucho pues el conocimiento que estaban obteniendo nunca habían podido entenderlo tan cabalmente.
En Magadán conoció a una mujer de mala reputación, dedicada a la vida displicente y desenfrenada de lujuria y sensualidad, la cual sin embargo, cuando conoció a Jesús, fue tocada por su recia personalidad e inició con su ayuda la corrección de sus actos y el arrepentimiento de su vida pública. María de Magadán (de allí lo de la Magdalena), tuvo la honrosísima oportunidad de tratar a Jesús de Nazaret como su amigo, como su Maestro y como su Señor. Ella fue la primera mujer que, sin ser de la familia, vendió todo cuanto poseía, dejó su vida pasada y se dedicó por completo a ser ‘discípula’ del Mesías. María La Magdalena, con la venia de María Madre, formará parte del exclusivo grupo de mujeres que seguían a Jesús.
Esta mujer extraordinariamente bella, se manejaba con sus ‘encantos’ en las altas esferas de la sociedad, la política y el gobierno, ya fuera judío o romano. Era una de las preferidas del Rey Herodes Antipas, el cual la hacía asistir a sus fiestas en Tiberíades ataviada de las joyas más exclusivas del reino, que él mismo le había regalado. Igualmente, los procuradores romanos como Filipo y Pilatos fueron siempre sus anfitriones y protectores. Esos eran los niveles de La Magdalena; que alguien pudiese contarla entre sus invitados significaba que ese individuo realmente tenía poder, influencia o dinero. Por supuesto que todos los recaudadores de impuestos éramos poca cosa para ella. Hasta el mismo Zaqueo de Jericó.
El palacio de María en Macadán estaba construido en la colina más exclusiva de la ciudad y abarcaba una gran extensión de terreno al que uno no podía acceder libremente ni por tierra ni por mar. Había más de 100 sirvientes es esa mansión que contaba con más de 40 habitaciones con el lujo más extraordinario que uno pudiera imaginar.
Todo eso era ella y más; pero el Señor la tocó y, cuanto la Magdalena había sido, empezó a desaparecer. Herodes Antipas empezó a odiar a Jesús de Nazaret mucho tiempo antes de que éste iniciara su ministerio; María de Macadán fue la causa. Esta mujer nació algunos años antes de Jesús; su padre había sido un riquísimo hacendado de Cafarnaúm y su madre una belleza sulamita digna de Salomón. Al padre lo mataron en una emboscada para robarle y la madre vivía en Roma con el Cónsul del Emperador encargado de la Provincia de Judea. Para esta mujer no había imposibles, todo lo conseguía, todo tenía, hasta lo que uno no puede imaginar.
Jesús y la Magdalena se conocieron en la plaza de Macadán, un Sabat al medio día. El Maestro pronto cumpliría 30 años y María tenía un poco más que eso. Él estaba sentado sobre un murete que contenía la embestida de las aguas crecientes del lago y enfrente de Él, perfectamente sentados y ordenados, absortos por cuanto oían, estaban casi todos los niños que vivían en Macadán. Había más de 200 infantes de todas las edades; les enseñaba acerca de la Palabra de Dios, pero solo les contaba y explicaba los hechos narrados en los Sagrados Escritos, que tenían algo que ver con niños y niñas. Les hablaba de Abraham e Isaac; de Jacob y Benjamín; del nacimiento de Moisés y su salvación en el Nilo; de las hijas e hijos de David y Salomón. Nunca en toda la historia de estos lugares había existido un Rabboni que le enseñara la Escritura solo a los niños; eso fue lo que maravilló a María, que un Fariseo estuviera enseñando a los pequeños.
Una de las razones del escandaloso comportamiento de María de Magadán, a parte de su belleza; era que la mujer no podía tener hijos, y en lugar de ofrecer su estado de infertilidad a Dios, ella misma había dicho que se lo ofrecería al Demonio, en despecho de ser estéril. Ella acostumbrada a salir de paseo a las plazas de las ciudades, precisamente para poder observar a los niños con sus madres; para ella eran vitales esos recorridos, pues llenaba su alma con algo que nunca llegaría a tener, un hijo.
María
Magdalena hizo parar a su escolta de inmediato al ver la rara escena y le ordenó
a uno de sus sirvientes que fuera con el Rabí y le dijera que ella lo quería
ver. Al instante aquel eunuco se presentó frente a Jesús y le transmitió el
mensaje. Jesús le respondió:
Dile
a tu ama que si su alma no es como niña, nunca podrá entrar
al
Reino de los Cielos. Que no son las maravillas las que tienen
que
ir a uno, sino que uno debe ir y alcanzar las maravillas.
Cuando la Magdalena se dio cuenta de que el siervo venía de regreso solo, sin el “Rabí”, se incorporó del diván en que viajaban esperando la respuesta a su solicitud. Su asombro ya era excepcional, pues nunca un hombre había dejado de atender de inmediato una solicitud suya. El sirviente repitió palabra por palabra de la respuesta del Maestro y ella no cabía en su admiración. Jesús, concentrado en lo que hacía, ni siquiera la veía en su accionar.
La distancia que había entre ellos eran como 100 pasos, ya que los niños sentados en semicírculos ocupaban gran parte de la plaza. María de Magadán descendió de su diván, y con la mirada fija en el “Rabí”, inició su recorrido lenta y gallardamente tratando de impresionar a todos los asistentes. Y lo logró; conforme avanzaba, en una línea recta desde donde ella estaba hasta Jesús, se iban levantando los que estaban sentados para permitirle el paso libremente. La escena fue trepidante, pues Jesús permanecía sentado, inmóvil en su lugar y la ‘gran mujer de Magadán’ (que quizá nunca había pisado ese suelo), se dirigía contoneado hacía él.
Aquella cabellera de hilos de seda color azabache que cubría su cabeza, contrastaba en gran medida con la blancura de su rostro en el cual, a forma de incrustación, resplandecían dos luceros azules en forma de almendras. Sus labios eran como una cereza envuelta en dulce de miel. Sus finísimos vestidos de seda de Gaza y las muchas joyas que portaba impresionaban a todos sobremanera. Faltando 10 pasos para llegar a Él, María se detuvo sin decir una sola palabra, mirando fijamente a Jesús, quien jugueteaba con los rizos dorados de un niño.
Antes
de que ella pudiera hilar una frase, y sin levantar su rostro le dijo el
Rabboni:
Solo
las almas puras como las de estos niños, María, pueden ver a Dios.
Porque el amor es pureza y todo lo que Dios
es, es fiel, puro y
amoroso. Siéntete feliz mujer, porque hoy ha
iniciado tu alma
su purificación; el Señor te ha permitido que
veas hacia adentro de
ti misma y que busques la consolación de todo
cuanto te aflige.
Muy
cerca están María, los días en que te abatirás por amor a tu Señor.
Muchos
son los dones que has recibido y ninguno de ellos
has
usado para tu salvación; sin embargo, por ellos mismos todo
el
mundo te recordará, pues tus acciones cambiarán y glorificarás
al
Señor tu Dios con actos de contrición.
Serás
como alguien que da lo mejor de sí sin esperar recompensa; como quien sabe que
sus oportunidades se acaban ya que ha de usarlas a tiempo, aunque por ello le
critiquen o le vituperen.
La Magdalena quedó como muda, atónita ante lo que había oído no pudo decir nada. Jesús se levantó y empezó a caminar rodeado de los niños con los que estaba. En la multitud de la plaza se perdió de la vista de María quien ni siquiera pudo saber quién era. Rápidamente le ordenó a su escolta que emprendieran el regreso a su palacio. Claro está que en el camino de vuelta a su mansión, María les ordenó a sus asistentes que indagaran quién era ese hombre, que tan impresionada la había dejado. No fue difícil encontrarlo; como a la hora nona estaba en la sinagoga enseñando.
Ʊ +
Ω
La próxima entrega será el sábado de la siguiente semana.
Orar sirve, nuestra alma lo agradece y nuestra mente
también.
De todos ustedes afectísimo en Cristo,
Antonio Garelli
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Solo por el gusto
de proclamar El Evangelio.
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