“¿Por qué te afliges? ¿No estoy Yo
aquí que soy tu madre?”
Nuestra Señora de Guadalupe del Tepeyac
Riviera
Maya, México; Marzo 2, del 2022.
MÍSTICA
Por:
Lilia Garelli
“…Dios, Señor de la vida,
ha confiado a los hombres la insigne misión de
proteger la vida,
que se ha de llevar a cabo de un modo digno
del hombre…”
Gaudium et Spes No. 51
EL VALOR DE LA VIDA HUMANA (20)
Reestablecer el
concepto del Amor Humano (12)
Amor y Fecundidad (2)
Estimados en Cristo:
Continuamos con este tema tan importante hoy y siempre, el conocer el plan divino del Señor, descubriéndolo en la “teología del cuerpo”. En la catequesis No. CXX San Juan Pablo II enfatiza el esfuerzo realizado por la Iglesia por dar el mejor sentido pastoral en sus enseñanzas con respecto a la “…regla de comprensión” que tiene como fin descubrir de un modo siempre más claro el plan de Dios sobre el amor humano, con la certeza de que el único y verdadero bien de la persona humana consiste en la realización de este plan divino…” (…) el Concilio planteó la cuestión de la “armonía del amor humano con el respeto a la vida” (GS 51) y la encíclica Humanae Vitae ha recordado no sólo las normas morales que obligan en este ámbito, sino que además se ha ocupado ampliamente del problema de la “posibilidad de la observancia de la ley divina”…”
¿Cómo podemos conocer el plan de Dios en la vida del ser humano, si está tan alejado de la trascendencia de la vida? Considero que la respuesta es muy clara y surge precisamente de las debilidades del hombre, mismas que lo apresaron en un estado de inconsciencia e ignorancia a partir del pecado original. Pero, ¿cómo podemos superar esta carencia? Pues, la única forma es preparándonos, estudiando, reflexionando todo ello para formar principios que formen nuestra conciencia y por supuesto pidiendo a Dios con humildad y sencillez nos ayude a descubrir y entender, todo aquello que no comprendemos, de la misma manera como nos muestra el Antiguo Testamento en Primera de Reyes 3, 7, cuando el rey Salomón se lo pide a Dios, al ver la magnitud de su responsabilidad al ser elegido Rey de Israel, sucediendo a su padre el gran rey David, recordemos este texto: “…Pues bien, Yahvé mi Dios, tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David mi padre, pero soy un joven muchacho y no sé por dónde empezar y terminar. Tu siervo está en medio de tu pueblo, el que tú te elegiste, un pueblo numeroso, que no es posible contar ni calcular. Concede, pues, a tu siervo, un corazón atento para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal…”.
De la misma manera, en el Nuevo Testamento San Pablo les dice a los Romanos: “…también el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu…” (Rm 8, 26-27).
El plan divino del Señor con respecto al amor conyugal y la transmisión responsable de la vida ha sido el análisis y trabajo arduo del Concilio Vaticano II, quien dejó conceptos claros en la Constitución Política Gaudium et Spes procurando formar y prevenir en cuanto a la formación de la juventud diciendo: “…Hay que formar a los jóvenes, a tiempo y convenientemente, sobre la dignidad del amor conyugal, su función y su ejercicio, y esto preferentemente en el seno de su misma familia. Así, educados en la castidad, en edad conveniente, podrán pasar de un honesto noviazgo al matrimonio…” (GS 49).
“Prevenir – no Reprimir”, una de las máximas de San Juan Bosco en su bien conocido “Sistema preventivo en la educación de la juventud”, él siendo formador por excelencia, creó la familia salesiana, continuadora de su espíritu y estilo educativo en múltiples instituciones educativas a lo largo del mundo, presentes hoy en día.
Volviendo al tema que nos ocupa en cuanto al Matrimonio Cristiano, se deriva la importancia de la formación moral de la juventud, porque reconociendo las problemáticas que se viven hoy en día en la sociedad seguramente será necesario considerar el tema de “la paternidad y maternidad responsables” que tanto el Concilio Vaticano II y la Carta Encíclica Humanae Vitae tocan de forma amplia y clara, misma que San Juan Pablo II explica tanto en la Carta Encíclica “Familiaris Consortio” como en la catequesis CXXI, como parte de los textos que estamos ahora reflexionando.
“…Una práctica honesta de la regulación de la natalidad exige sobre todo a los esposos adquirir y poseer sólidas convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y de la familia, y también una tendencia a procurarse un perfecto dominio de sí mismos. El dominio del instinto, mediante la razón y la voluntad libre, impone sin ningún género de duda una ascética, para que las manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el orden recto y particularmente para observar la continencia periódica. Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime…” (HV No. 21).
Desafortunadamente la sociedad se ha ido debilitando poco a poco en el plan divino del Señor y cada vez más se envuelve de un halo de relativismo, en donde nada debe restringir los deseos individuales de cada persona, sin importar que ellos estén mal formados, estén llenos de egoísmo y toda clase de representación de la soberbia y sensualidad; por tanto hablar de un “dominio de sí mismo” como práctica honesta de la regulación de la natalidad, suena inoperable en cuanto a que exige la continencia periódica en la pareja. Si el matrimonio cristiano no ha sido formado en estos conceptos religiosos será muy difícil que la práctica de la “virtud de la castidad conyugal” se lleve a cabo; por ello la insistencia en el llamado a la buena formación de la juventud en estos principios morales.
Dentro de las características vitales a las que la Iglesia invita en todos estos documentos sobre el amor conyugal, la base principal será logar la fidelidad al plan divino, procurando mantener “la estructura íntima del acto conyugal y la conexión inseparable de los dos significados del acto conyugal” (SJPII Cat. No. CXXI).
Busquemos siempre encontrar momentos de silencio y reflexión interior para comprender a fondo los consejos que San Pablo nos hace a través del texto siguiente: “…Por eso no desfallecemos. Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día. En efecto, la leve tribulación de un momento nos procura, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna, a cuantos no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles, pues las cosas visibles son pasajeras, más las invisibles son eternas…” (2 Cor 4, 16-18).
Afectísima
en Jesucristo,
Lilia Garelli
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Solo por el gusto
de proclamar El Evangelio.
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