“¿Por qué te afliges? ¿No estoy Yo aquí que soy tu madre?”
Nuestra
Señora de Guadalupe del Tepeyac
Riviera
Maya, México; Enero 12, del 2022.
MÍSTICA
Por:
Lilia Garelli
“…La llamada a una donación exclusiva de sí a Dios
en la Virginidad,
hunde sus raíces en la Teología del Cuerpo…”
San Juan Pablo II - Cat. LXXIII
EL VALOR DE LA VIDA HUMANA (13)
Reestablecer el concepto del
Amor Humano (5)
La Virginidad Cristiana
Muy estimados en Cristo:
Entrando ya de lleno al Nuevo Año 2022, continuaremos con el Cuarto Ciclo de la Teología del Cuerpo, en el cual San Juan Pablo II hablará de otra forma de comunicación con Dios, misma que Él permitió que el ser humano lo fuera descubriendo poco a poco a través de las enseñanzas de Jesucristo; considerando algunos momentos de inquietudes de sus apóstoles, Jesús les fue guiando para que comprendieran el valor de la Virginidad Cristiana como una entrega exclusiva de sí mismo a Dios, enriquecida con la obediencia y la pobreza. “…De este modo se participa también más íntimamente en la pobreza del que se hizo pobre para enriquecernos (2 Cor 8, 9) y en su obediencia filial (Heb 5, 8-9)…” (Int. Cto. Ciclo Pág. 404).
d. La Virginidad Cristiana ― (cats. LXXIII – LXXXVI)
En este Cuarto Ciclo San Juan Pablo II analiza detenidamente el texto de (Mt 19, 10-12) cuyo contenido habla sobre la Virginidad o el Celibato por el Reino de los Cielos como anticipo y signo escatológico, en donde Jesucristo explica a sus discípulos sobre la respuesta que Ël le había dado a los fariseos sobre el hecho de repudiar a su mujer por cualquier motivo, además del tema sobre el acta de divorcio aceptada por Moisés en el Antiguo Testamento, para lo cual les sugiero relean el texto: (Mt 19, 3-9).
Enseguida los apóstoles se dirigen a Jesús: “… Dícenle sus discípulos: “Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse.” Pero él les dijo: “No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que fueron hecho tales por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda…” (Mt 19, 10 -12).
San Juan Pablo II aclara en su reflexión que en la doctrina de la Iglesia se reconoce que estas palabras de Jesucristo no son un mandamiento para todos, sino solo para aquellos “a quienes se les ha concedido entender esta doctrina”. Las palabras citadas indican claramente el momento de la elección personal y a la vez el momento de la gracia particular, esto es, del don que el hombre recibe para hacer esa elección”. (SJPII cat. LXXIII). De igual manera explica que esta virginidad “por” el Reino de los Cielos “…será un estado, es decir, el modo propio y fundamental de la existencia de los seres humanos, hombres y mujeres, en sus cuerpos glorificados.
No cabe duda reconocer que, en los conceptos del mundo terrenal, tomar este camino de continencia sugiere un sacrificio de sí mismo, pero si se hace “por el Reino de los Cielos” la decisión tiene un gran sentido de esfuerzo personal con mucho más sentido, profundo y trascendente por amor a Dios.
Es importante ir al texto original de San Juan Pablo II en la Catequesis LXXVIII “La Complementariedad por el Reino de los Cielos del Matrimonio y de la Continencia”, ya que puede malinterpretarse el sentido del texto Evangélico, dando una especial superioridad a la elección de continencia sobre el matrimonio, siendo que cada uno es libre de elegir el camino dónde y cómo desea servir al Señor.
Aquí reescribo parte de esta explicación: “…Las palabras de Cristo referidas en Mt 19, 11-12 (mencionadas anteriormente); (como también las palabras de Pablo en la Primera Carta a los Corintios 7), no dan motivo para sostener ni la “inferioridad” del matrimonio, ni la “superioridad” de la virginidad o del celibato, en cuanto éstos, por su naturaleza, consisten en abstenerse de la “unión” conyugal “en el cuerpo”. (…) Él (Cristo) propone a sus discípulos el ideal de la continencia y la llamada a ella no a causa de la inferioridad o con prejuicios sobre la “unión” conyugal “en el cuerpo”, sino sólo por “el Reino de los Cielos”. (SJPII cat. LXXVIII – 1).
En este tema lo importante será entender que de cualquier manera en que el el ser humano decida servir a Dios durante su vida terrenal, será la apropiada, siempre y cuando exista la plena pureza de intención en los actos. En un momento dado, ni la virginidad o el celibato, así como la vida matrimonial será fructífera, si no existiera la claridad en el fin mismo de la entrega “por el Reino de los Cielos”.
Como bien lo expresa la Introducción a
este Cuarto Ciclo: “…Tanto el matrimonio
como la virginidad son modos de vivir la vocación originaria del hombre al
amor. Esta llamada alcanza a la persona
en su unidad corpóreo-espiritual. Y si
en el matrimonio, el don de sí se expresa corporalmente por el lenguaje de los
actos propios y exclusivos de los esposos, en la virginidad el don de sí se
expresa por el “lenguaje”, también corporal, de la continencia. De este modo, la virginidad confirma el
significado esponsal del cuerpo humano en su masculinidad y feminidad…”
Los invito cordialmente a leer y reflexionar sobre esta catequesis del Cuarto Ciclo, escrita tan bellamente por San Juan Pablo II, ya que fundamenta de forma extraordinaria el celibato que nuestra fe católica, ha entendido claramente de las palabras del mismo Cristo Jesús, sobre las que se funda la profesión religiosa y celibato sacerdotal de los distintos carismas de nuestra fe, quienes han decidido vivir esta virginidad por el Reino de los Cielos. Nuestras oraciones deben ser fervorosas y constantes para ellos, reconociendo las dificultades y tentaciones por las que atraviesan, todo ello para mantenerse perseverantes en su entrega y coherencia de vida, misma que en un momento de su existencia, decidieron libremente entregarla por amor a Dios.
“El
celibato no es una limitación o una frustración,
sino la expresión de una donación plena, de
una consagración peculiar,
de una disponibilidad absoluta…”
San Juan Pablo II
Afectísima
en Jesucristo,
Lilia Garelli
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Solo por el gusto
de proclamar El Evangelio.
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